El pasado 29 de octubre, Félix J. Palma obró de maestro de ceremonias en la presentación madrileña de mi libro de cuentos Los que rugen. Esta es su presentación, que muy generosamente me ha dejado compartir con vosotros. Os la sirvo como una verdadera delicatessen, para todos aquellos que no pudisteis acompañarnos en la librería 3 Rosas Amarillas. Asimismo, la foto debo agradecérsela a Lawrence Schimel, que primero la tomó y luego me la ha cedido.10 RAZONES POR LAS QUE ODIO A CARE SANTOSUno. Porque Care disfruta escribiendo, y aunque os resulte extraño, no todos los escritores disfrutan escribiendo. Pocos lo confiesan en público, pero es cierto. Yo no disfruto escribiendo y conozco a muchos otros que tampoco, por lo que creo que los escritores pueden dividirse en dos bandos: a los que les gusta escribir y a los que les gusta haber escrito. Y a Care le gusta escribir, sentarse en la silla, ver crecer sus historias en la pantalla, darles forma con mimo y abstraerse del mundo envuelta en la exaltada sinfonía de sus teclas. No siente presión en el pecho, ni padece quebraderos de cabeza que arruinen sus noches, ni la asaltan las dudas que desgraciadamente nos atacan a la mayoría para robarle toda la gracia al acto de escribir. Es más, Care ha confesado que para evitar pasarse todo el día ante el ordenador, escribe con una vela que tarda tres horas en consumirse. Cuando la vela se agota, Care se levanta y se va a pasear, en vez de seguir en el ordenador, que es lo que le gustaría. Yo, por el contrario, aprovecho cualquier excusa para levantarme de la silla, incluso la de cambiar el coche de sitio, lo cual podría considerarse algo enfermizo, dado que no tengo coche.
Dos. Por la cantidad de páginas que produce al día, porque si después de estar tanto tiempo ante el ordenador Care produjese una sola página, no sería una escritora tan odiosa. Pero ella produce exactamente 8 páginas. Y si multiplicamos 8 por los 365 días del año obtenemos la cantidad de 2.920 páginas, y aunque le restemos algunos días, porque me niego a creer que Care pueda escribir todos y cada uno de los días del año, y lo dejemos, por ejemplo, en 2.000 páginas, tendríamos para unos seis libros al año de 300 páginas. Con lo cual Care no es solo la escritora más odiosa que conozco, sino también la más prolífica
Tres. Porque puede escribir cualquier cosa. Si echáis un vistazo a las solapas de sus libros podréis descubrir que Care toca todos los géneros con naturalidad, y en todos parece sentirse cómoda. Ha escrito seis novelas, algunas de ellas premiadas, como por ejemplo La muerte de Venus o Hacia la luz, novelas en las que Care adapta el modo narrativo cinematográfico, y abreva sin complejos en las aguas del fantástico. Ha escrito docenas de novelas juveniles, que no puedo enumerar aquí por falta de tiempo, entre ellas la saga Arcanus. Ha escrito también libros a cuatro manos, cómo no, y ha practicado el ensayo e incluso la poesía, y ahora publica un nuevo libro de cuentos que viene a sumarse a los cinco anteriores. Ha escrito tantísimo que se ve obligada a resumir su bibliografía para que quepa en las solapas de sus libros, mientras otros tenemos que engordarla como buenamente podemos para que no parezca un aforismo. Yo no he podido leer todo lo que ha publicado, porque soy un pobre humano que, como todos, lee más despacio de lo que Care escribe, pero he leído buena parte de su obra y constatado con envidia que lo hace condenadamente bien, sea en el género que sea.
Cuatro. Pero no solo trabaja en su obra, sino que también se ocupa de todas esas servidumbres que nos agobian al resto de los escritores. Care contesta todos los emails de sus admiradores, participa en foros, presenta libros, se lee las novelas que le mandan los amigos, compone antologías, e incluso ha realizado la fotografía de la cubierta de este libro, lo que ya no sé es si lo habrá construido la iglesia que aparece en ella. Sus días tienen más horas que los nuestros, está claro. Y hace todo eso con tres hijos. Si hay alguna madre presente entenderá el mérito que eso tiene. Querido público, estamos ante un milagro.
Cinco. Es que, por si esto fuera poco, Care es una de las críticas más lúcidas de nuestro país y tiene el privilegio de ejercer de anfitriona o portera dando la bienvenida al mundo de la literatura española a los escritores que comienzan. Ella es la primera en tasar sus obras desde el suplemento El Cultural de El Mundo, y lo hace siempre con exquisito tino y amabilidad, como hizo con un servidor hace ya más de diez años.
Seis. Ha escrito un libro de cuentos de fantasmas, un género por el que siempre me he sentido atraído pero que nunca he abordado por considerarme incapaz de aportar nada nuevo sobre el tema. ¿Qué se puede escribir hoy sobre fantasmas? Desde Plinio el Joven, que creó al fantasma más antiguo que se conoce, y que ya vagaba errante por el mundo de los vivos porque no había sido convenientemente sepultado, pasando por la iconografía terrorífica que tras la eclosión del cuento gótico ingles del S. XVIII convertiría al fantasma en una criatura pálida que dedicaba las noches de tormenta a recorrer con pasos renqueantes los interminables pasadizos de los castillos, no se ha parado de escribir sobre estos traslúcidos inquilinos de la ultratumba, y los que hoy lo hacen se limitan a respetar los patrones del terror moderno, contando historias donde alguna mujer traumatizada por la perdida de un hijo o similar se enfrenta a un fantasma que antes de mostrarse en toda su apariencia espectral, se toma su tiempo para manifestarse moviendo objetos en plan poltergeist o produciendo trabalenguas psicofónicos. Esas historias están ya demasiado vistas. La otra opción que nos queda es contarlas desde el punto de vista del fantasma y, durante un tiempo, la mejor baza argumental de ese enfoque fue jugar con la idea de que el fantasma no sabía que lo era, como hicieron Cortázar o Benedetti en muchos de sus relatos, pero después de que la película El sexto sentido popularizara dicha estrategia, hoy ya no podemos sorprender a nadie con eso.
Siete. Porque no ha escrito un cuento de fantasmas, sino que ha tenido la osadía de escribir nada menos que trece, trece variaciones sobre el gastado mito del fantasma que me demuestran lo equivocado que estaba, pues todavía puede escribirse algo original sobre el asunto. Por ejemplo, la mayoría de las historias tratan del intento de comunicación entre los habitantes del más allá y los vivos, pero en el relato que abre el volumen, titulado Por las noches aullamos, Care se pregunta cómo sería la comunicación entre los propios fantasmas, unos fantasmas que deambulan por un mundo apocalíptico cepillado de vida humana, donde los animales campan a sus anchas, y que tanto recuerda al futuro onírico de la película Doce Monos. En el relato titulado Círculo Polar Ártico, le da una vuelta de tuerca más al mencionado cuento del fantasma que no sabe que lo es, mediante el brillante uso de los tics de este tipo de historias, de manera que nunca llegamos a saber si el protagonista es un fantasma que ignora su condición o alguien normal y corriente, porque el relato admite ambas lecturas. Y esa originalidad alcanza su pleamar en el relato Comunicación, uno de mis favoritos del volumen, en el que a la protagonista se le presenta el fantasma del hijo que todavía lleva en el vientre, para guiarla al más allá cuando ambos mueran en el parto por un error del anestesista. Pero se trata de un fantasma adulto, del hombre que el bebé habría llegado a ser de no producirse el desgraciado accidente, una especie de regalo de un universo paralelo. Y cuando no busca la originalidad, Care asume la tradición, como en el relato Asuntos pendientes, que narra en clave de comedia el clásico tema del fantasma que no puede acceder al más allá hasta que resuelva sus cosas en este mundo, o en el titulado Confesión, en el que el fantasma es un periodista becario que se le aparece cada noche a la protagonista para continuar la entrevista que no pudo terminar antes de que la entrevistada lo estrangulara con sus propias manos. Se trata de un cuento hilarante que, además, incluye un divertido retrato de los periodistas que todos sufrimos en las promociones y que no me resisto a compartir con vosotros. Dice Care: “Pertenecía a la clase prescindible de los informadores culturales, uno de esos especialistas en el refrito de notas de prensa, en distorsionar las declaraciones y en fusilar artículos de otros. Jamás grava conversación alguna, sino que toma notas. Se sienta ante ti enarbolando un cuaderno cuadriculado y un bolígrafo de plástico. A veces imploran: ¿podría hablar un poco más despacio, por favor? Cuando eso sucede, yo hablo aún más rápido. Tengo comprobado que no importa lo que digas porque ellos interpretarán lo que les plazca y al día siguiente todo los lectores se preguntarán como una idiota como tú, que apenas sabe conjugar los verbos, se ha atrevido a publicar un libro”. Care también ensaya la clave poética en el relato titulado Orden alfabético, en el que son los autores que no tenemos en nuestra biblioteca los que se encarnan en fantasmas, y en el delicioso cuento Más allá de esta oscuridad y este silencio, en el cual el fantasma es un hombre aquejado de invisibilidad, un pariente lejano del Griffin de H. G. Wells.
Ocho. Por hablar de su infancia, cuando todos sabemos que sobre la infancia de los escritores es mejor correr un tupido velo, pues son casi siempre infancias penosas y traumáticas, de niños solitarios que se refugian en los libros porque no soportan vivir en un mundo que se ríe de ellos por su torpeza en los deportes, por sus botas ortopédicas, su aparatito dental o por su timidez invencible. En Defensa y ataque Care ha tenido la osadía de relatar cómo eran sus clases de gimnasia, confirmando una teoría que sostengo desde hace tiempo: detrás de cada escritor, más que un libro de Verne o Salgari, siempre hay un potro que nunca conseguimos saltar. Es un cuento que me ha obligado a enfrentarme a los fantasmas que llevo dentro y que ya casi había olvidado. Como le sucede a la protagonista de Marcar un gol, una mujer que llega como directora al colegio donde estudió de pequeña y que aprovecha la hora de cerrar para dar un paseo por su viejo instituto, tropezando en cada esquina con el fantasma de la niña tímida y torpe que era el blanco de las bromas de sus compañeras, un cuento de una desgarradora melancolía que se cierra magistralmente con la inesperada venganza que el tiempo concede a la protagonista. Por último, Amanecer con monstruos marinos es un relato en el que la imaginación de la hija transforma en fantasma al padre muerto y le permite mantener una última conversación con él, una conversación dispersa, sobre nimiedades, que continúa dejando sin contestar las preguntas cruciales de la vida. Y dado que en la última página de este relato aparece una ilustración de “La marina azul”, el cuadro que su padre le regala a la protagonista, podemos pensar que el recurso de Care de usar su propio pasado como material para modelar sus ficciones alcanza aquí su muestra más personal.
Nueve. Porque en este libro figuran dos o tres cuentos que me hubiera gustado firmar a mí, como algunos de los citados o el titulado Seis botellas, o tres, de Gran Reserva. Este relato está recogido en la segunda parte del libro, que en contraposición con la primera, titulada Ellos, donde se muestra al fantasma clásico, lleva por nombre Nosotros, y presenta a fantasmas cuya condición ectoplasmática no es necesaria, sino que se usa el vocablo en sentido más amplio. En este relato a la pareja protagonista le regalan seis botellas de gran reserva con la condición de que conmemoren las seis ocasiones más especiales de su vida, pero esas ocasiones nunca llegan, por supuesto, porque son incapaces de reconocerlas en el momento exacto en el que se producen. El hombre, ya se sabe, es el único animal que no sabe vivir en el presente, pues siempre vive recordando el pasado o anhelando el futuro. Es un hermoso cuento sobre el fantasma de nuestra vida anterior, de todas las vidas que se desvanecen para dar paso a otras, de todas esas vidas que inevitablemente vamos acumulando a lo largo de nuestra existencia.
Diez. Porque en el 2011 publicará una novela magistral que la convertirá en la autora más famosa del mundo. No es que yo tenga una máquina del tiempo y lo haya comprobado, sino que es algo que ocurrirá por pura ley de probabilidades teniendo en cuenta al ritmo al que escribe.
Y ahora os dejo con la escritora más odiosa que conozco.