12 de abril de 2011

Terror y madurez

Estos días recuerdo a Patricia Hightsmith. Una vez le preguntaron cuánto tiempo descansaba entre novela y novela. Respondió: "Quince segundos".

Estos días, estoy de promoción con Planeta y Habitaciones cerradas. Lo cual significa que mis (casi) únicos temas de conversación durante estas semanas son mi novela y la pesada de mí misma. Estos días predico por fuerza la odiosa religión del "yo he venido a hablar de mi libro". Se me da fatal y a ratos me produce vergüenza. El tema me deja agotada. Mientras celebro ruedas de prensa, sesiones de fotos, reuniones interminables, algo por dentro de mí grita: "Yo sólo quiero irme a mi casa." 

A pesar de todo, estoy feliz. Están ocurriendo cosas estupendas, increíbles. Lo estoy disfrutando mucho, aunque no lo parezca.

Pero.

Pero... tengo una novela nueva en la cabeza.
Quienes escribís sabéis lo que eso significa: mientras viajo sin parar, sólo deseo encerrarme en una biblioteca a investigar, tomar notas sin descanso sobre mis nuevos protagonistas de ficción; viajar, sí, pero no a donde Planeta dice que debo ir sino a donde yo quisiera ir: a la plaza de la hermosa ciudad centroeuropea donde he decidido que arrancará mi nueva novela. No, no: me corrijo. Donde debe arrancar mi nueva novela.

Ha ocurrido sin yo proponérmelo. De pronto, el argumento tomó forma. Contiene varios de esos temas míos que llevo a cuestas a todas partes. Cerré los ojos y ahí estaba. El librero de viejo -aún sin nombre- que será uno de los personajes estrella, me miraba de hito en hito, preguntándose si era verdad lo que veían sus ojos. En realidad, no me miraba a mí, sino a ella, la protagonista aún sin nombre de la trama. Acababa de reencontrarla después de mucho tiempo, en una hermosa ciudad centroeuropea y con sólo verla sabía por qué estaba ella allí y sabía que ese motivo tenía que ver con él y era importante para ambos. No tienen nombre, ninguno de los dos, como tampoco lo tiene la novela, pero ya son personajes de carne y hueso, con los que vivo y sueño.

Pero decía que están ocurriendo cosas estupendas. Habitaciones cerradas está conquistando lectores. Es divertido verla por ahí, desgajada de mí, triunfando a sus anchas. Ha entrado en las listas de más vendidos en catalán y está flirteando con las de castellano. En estas breves semanas se han vendido los derechos de su traducción al francés, italiano, portugués, holandés, noruego y sueco. Y la lista no está cerrada, por lo que me cuentan. 

Yo hago ímprobos esfuerzos por imaginar a una señora noruega sentada al borde de un fiordo leyendo mi novela, pero no lo consigo.

Es la primera vez que me pasa algo así y me alegra pero, sobre todo, me produce terror.

Me pregunto cómo voy a ser capaz de escribir la siguiente novela sin pensar todo el rato en la lectora noruega sentada ante el fiordo. Quisiera saber cómo librarme de la responsabilidad de tener tantos lectores distintos cuando abra el documento en blanco y escriba el título de otra cosa. Cómo voy a vencer el pánico a no dar la talla, a retroceder, a no estar a la altura, a defraudar a quienes aún mantienen fresco el entusiasmo, a no ser capaz de cautivarles, de emocionarles.

Eso es: terror.

Doy gracias a la fortuna de que todo esto me esté pasando con 41 años y no con 20. A estas alturas, sé que los éxitos son tan fugaces como las derrotas e igual de insignificantes. También sé que debo disfrutarlos mientras duren, porque sería una ingratitud no hacerlo, y una necedad. Aunque considero necesario olvidarlos enseguida, mientras aún dura el dulzor que dejan en los labios. No se puede escribir nada borracha de éxito.

De modo que aquí estoy. A mi alrededor todo sale bien pero yo ardo en deseos de marcharme a Cracovia. Esa es la ciudad, ajá, ya lo he dicho. Tres sílabas que son el comienzo de otra cosa.


* Las imágenes: la sombra en itinerancia que soy.





3 comentarios:

Rebeka October dijo...

Te están pasando cosas estupendas, porque tenía que ser así.
Puede que prefieras estar en casa escribiendo, dando vida a esos personajes que ya están dentro de tu corazón, y que te están pidiendo salir a flote con urgencia.
Pero piensa que cuando todo acabe tendrás todo tu tiempo para ellos, y ya habrán madurado, porque ya habrán estado revoloteando en tu sangre muchos días, y cuando te pongas a ello, saldrá solo.
Y no has de tener miedo, ni terror, de tus lectores, porque si te leen, algunos serán por casualidad, pero otros por gran devoción a tu pluma.
Piensa cuando escribas, que esa señora del fiordo noruego, estará esperando a tener entre sus manos otro de tus libros, estará deseando leerte, como estaré yo, y mucha, mucha gente...
Es la recompensa, por escribir de la manera en que lo haces, porque gracias a ti, hemos olvidado la realidad, y hemos sufrido menos, durante unos instantes...
Nuestro regalo, por las sonrisas que nos has arrancado, y por las lágrimas que nos has hecho llorar.
Porque en este mundo de piedra, nos has ayudado a sentir que no estamos muertos.
Estaremos esperando nuevas obras creadas con tu mente y con tus manos...

Lo siento por la parrafada, pero debía decirtelo!!

Un abrazo,

Rebeca.

Begoña Argallo dijo...

A estas alturas, sé que los éxitos son tan fugaces como las derrotas e igual de insignificantes.

Reconoce que esto solo puede decirlo alguien que ha llegado donde estás, y que como dice Almudena Grandes lo que algunos llaman suerte es solo trabajo.
Enhorabuena. Lo de la lectora noruega sentada ante el fiordo es una imagen sensacional :)
Enhorabuena

Unknown dijo...

Care,

Excelente y profunda reflexión.