En un artículo publicado en el número 1 de la revista Barataria, el crítico venezolano Fanuel Hanán Díaz define "lo perturbador" en la literatura para niños y jóvenes. El artículo es magnífico y profundiza en algo que despierta mi interés desde hace tiempo: qué asuntos consideramos perturbadores los adultos, y por qué motivo. Por supuesto, no hay una respuesta única a esta cuestión y las múltiples posibilidades generan también múltiples posturas, que van desde la censura a la atención hacia ciertos temas. Lo perturbador cobra una especial importancia cuando se dirige a los adolescentes, sobre quienes una legión de adultos -a menudo en exceso intervencionistas- ejerce una mediación innecesaria que perjudica a todos: a la libertad para leer, al gusto por la lectura y a la confianza mínima sobre la que se debe cimentar cualquier relación.
Pero en fin, estos son asuntos complejos, que me desvelan y sobre los que más pronto que tarde terminaré esribiendo.
Hoy quiero hablaros de mi propia perturbación. Según Díaz, lo perturbador es aquello que "produce una sensación de inestabilidad en la mente del lector". La definición se completa al afirmar que la perturbación que provoca la ficción tiene un efecto prolongado -y benéfico, aclaro, por si hay almas sensibles escuchando- sobre el lector, y sus efectos suelen ser más devastadores que la lectura misma, durante el tiempo -a veces años- que se prolonga.
Todos recordamos alguna escena de miedo o de violencia, que nos conmocionó. Yo podría elaborar una larga lista de perturbaciones en mi existencia como espectadora y lectora de ficciones (he sido y soy un alma cándida), pero voy a seleccionar sólo algunas. Del cine, me quedo con dos, de naturalezas muy distintas: la famosa escena de tortura de Reservoir Dogs en que un hombre mutila a otro una oreja para luego rociarle con gasolina y prenderle fuego y la escena de Paranormal Activity en que ella, la protagonista poseída, contempla a su pareja dormir durante horas, sin más. En este segundo ejemplo no ocurre nada desagradable y de hecho, no ocurre nada de nada.Sin embargo, durante meses no he podido quitarme esa imagen de la cabeza. La imagen y su perturbador significado, claro está.
Entre mis lecturas, apenas soy capaz de recordar nada de Cementerio de animales, la primera novela que leí de Stephen King. En cambio, recuerdo con nitidez una sola escena: la del regreso de un gato desde la tumba donde lo dejó su dulce propietaria, una niña de pocos años. Se me ocurre ahora que puede que mi recuerdo no sea exacto. ¿Era un niño o una niña? La mente inventa sin cesar, ya se sabe. Sin embargo, lo perturbador de la escena se conserva intacto, sea el protagonista masculino o femenino.
Algunos relatos que me perturbaron (y mucho): El corazón delator, de Edgar Allan Poe (¡qué final de espanto!). Pesadilla a 20.000 pies, de Richard Matheson (la visión de la ventanilla); La pata de mono, de W. W. Jacobs (lo que ve la madre cuando mira por la ventana). Lo que nos perturba, compruebo, es más implícito que explícito y nunca es un argumento completo, sino una escena, una palabra, una mirada, un instante fugaz que para nosotros no lo es en absoluto.
Entre mis últimas lecturas, hay una que merece sumarse a mi lista de libros perturbadores. Sukkwan Island, de David Vann. Una historia demoledora, durísima, entre un padre y un hijo y un curioso ejercicio de convivencia. Por deseo del padre -un ser falto de afecto, a las puertas de su segundo divorcio- un chaval de doce años se va a vivir con él a un paraje desolado de Alaska durante un año. Pescan, construyen una cabaña, cazan y reniegan de todo, básicamente. De vez en cuando hay conatos de aparente felicidad, pero el muchacho está incómodo y echa de menos toda su vida anterior y en especial a su madre y a su hermana. A media novela ocurre algo que lo cambia todo. Algo sorprendente, que deja al lector sin respiración (incluso a una lectora hecha a las emociones, como yo, y con dificultades para sobresaltarse) y a partir de ese momento el vaticinio de pesadilla se transforma en el infierno.
Hacía tiempo que un libro no me impresionaba tanto. La historia, además, está basada en una espeluznante experiencia autobiográfica, pero no importa. Es perturbador por sí solo.
Eso sí, si no tenéis ganas de emociones fuertes, leed otra cosa. Por ejemplo, Que empiece la fiesta, lo último de Niccolò Ammaniti, una desternillante sátira italiana con políticos en el punto de mira de la que igual hablaremos otro día. Para que no digais que este blog no toca todos los palos.
2 comentarios:
Todos los libros o peliculas tienen un algo de perturbador que hace que no nos olvidemos de ciertas escenas en mucho tiempo...
Todos los libros deberían tener algo de perverso...
Hay una imagen que yo no me quito de la cabeza últimamente...esa imagen está siendo relatada en mi propio libro.
Y más reciente hay otra que me acompaña...la de una embarazada que sólo piensa en que su pareja la consiga esos calcetines de lana color violeta, y en su esencia camino de una luz, de la que tendrá que volver, dejando atrás a alguien importante que no conocía...
¿te suena?
Es perturbadora esa imagen...porque hace pensar y plantearse muchas cosas!!
Una vez más ¡gracias!
Un besito,
Rebeca.
El patio de un colegio vacío y llantos de niños que tratan de ser calmados por monjas vestidas a la antigua usanza, es una visión que han tenido varias personas en un lugar que fue casa cuna y una explosión lo destruyó. Lo utilizo en un nuevo relato o me atreveré con un libro...?
Me leeré ese libro del padre e hijo, tengo curiosidad. gracias, saludos.
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