Me encantan los libros que hablan de bibliotecas, de cómo ordenarlas, de cómo vivir con ellas, de cómo padecer la falta de espacio que genera el aumento progresivo de libros. Me encantan las anécdotas de mudanzas con biblioteca. No me asusta trasladarme con mis libros. Me encantan las cajas llenas de ellos, los volúmenes por colocar, pacientes, que aguardan sin prisa.
Mi biblioteca (nueve mil volúmenes) espera ahora, conteniendo la risa, a ser trasladada. Cuando llegamos a este piso donde ahora apuramos las últimas semanas, él dijo: "Ojalá me hubiera liado con una analfabeta". Éramos entonces una pareja recién constituida, apenas nos conocíamos. A veces, el pasado nos dejaba sin habla. Sombras extrañas paseaban de vez en cuando entre nosotros. Entre estas paredes comenzamos a mirarnos a los ojos de verdad. Luego, el tiempo pasó.
Juntos, todo comenzó a multiplicarse. Los libros son ahora mucho más numerosos que cuando llegamos. Y eso a pesar de los expurgos y la resistencia a quedarme con muchos de los que pasan por mis manos. Construimos entonces estanterías de obra, adaptadas a los muros como una piel. Ahora nos urgen anaqueles nuevos. Tenemos los libros, pero sus estantes se quedan aquí. Como tanto de nosotros.
No es fácil elegir una estantería para una biblioteca. Los libros pesan mucho. Las dimensiones habituales no les son propicias. Hacen falta baldas estrechas, abundantes, regulables. Todos los que tenemos libros sabemos que sus tamaños difieren mucho y cambian con el tiempo. 25 centímetros de anchura como máximo. De suelo a techo.
Luego está el color. Madera. Blanco. Negro. Hay pros y contras para todas las opciones. Debatimos mucho. Miramos. Entro en las tiendas y fotografío estanterías. Construyo un sueño nuevo. Busco casa para mi biblioteca. Calculo cuántos caben. En ello estoy invirtiendo este año parte de mis vacaciones.
El ser humano, ya se sabe, se hizo sedentario para poder tener libros.
Cuando la estantería esté en su lugar, me sentaré frente a ella y abriré el portón del patio. La brisa entrará, suave, animada por los juegos de mis hijos. Apenas unos metros más allá, habrá un limonero que habré plantado con mis propias manos. Ese limonero, que quienes mejor me conocen sabrán reconocer enseguida -puede que con una sonrisa- es el mismo del que llevo hablando años, aunque no haya existido jamás fuera de mis sueños.
A la sombra de ese limonero veré pasar los años, amigos, sin hacer nada distinto de lo que hago. Inventar historias, escribirlas, disfrutar el efecto que tienen en los demás y comenzar enseguida a inventar otras.
Ese limonero será mucho más que un árbol en mi jardín. Será un sueño. Un símbolo. Un atajo entre el pasado y el futuro.
Jamás había sentido, como ahora, estar llegando al lugar donde siempre he deseado estar.