Mis amigos no entienden que me guste escribir de cara a la pared. Llevo años haciéndolo y no sé de dónde me viene. Mi primer escritorio, en el que alterné la literatura con los temarios tediosos de la carrera de Derecho, ya estaba pegado a la pared. Era de estilo inglés, y había ejercido de noble despacho de consulta médica: la de mi padre. Desde aquel hasta el actual ha habido muchos, pero nunca ninguno ha estado exento, libre de su tabique protector, que yo convierto en una extensión del escritorio mismo. Me gusta llenarlo de recuerdos, cuadros, fotos, pequeñas chucherías que me hacen feliz si están cerca. Algunas llevan conmigo mucho tiempo. Otras son incorporaciones recientes, como un par de soldaditos de plomo de los ejércitos de Napoleón que han llegado esta misma semana. Uno de ellos se llama Filippo. El otro, aún es anónimo. También tengo un corcho del que cuelgo lo que no debo olvidar, para olvidarlo con más ceremonia. Y una silla cómoda, que me sujete bien, para intentar retrasar lo más posible el endémico dolor de espalda de los escritores.
Con mi escritorio actual llevo conviviendo unos escasos tres meses, desde que me mudé de domicilio. Ocupa un rincón en la buhardilla, que es también la atalaya de la casa. A mi espalda, hay una terraza desde la que se ve el mar. Aunque yo prefiero mirar a la pared, para pasmo de todos. Hasta que me trasladé aquí, no sabía que fuera tan raro. Al parecer, es rarísimo.
Cuando nos conocimos, mi madriguera de escribir era un hueco de lavadoras. Las paredes estaban cubiertas de azulejos y donde hoy está el ordenador había una pila y un grifo con cuello de cisne. No me parece un mal pasado. La metamorfosis incluyó el nuevo color de la pared: un naranja que en el catálogo de la casa de pinturas se llamaba “melocotón” pero al que le habría sentado mejor “mandarina”. Es la primera vez que pinto la pared en la que me apoyo. Lo demás, es como siempre: mis recuerdos, mis papeles y mi desorden. Espero que todo siga así durante los próximos veinte años, por lo menos.
Con mi escritorio actual llevo conviviendo unos escasos tres meses, desde que me mudé de domicilio. Ocupa un rincón en la buhardilla, que es también la atalaya de la casa. A mi espalda, hay una terraza desde la que se ve el mar. Aunque yo prefiero mirar a la pared, para pasmo de todos. Hasta que me trasladé aquí, no sabía que fuera tan raro. Al parecer, es rarísimo.
Cuando nos conocimos, mi madriguera de escribir era un hueco de lavadoras. Las paredes estaban cubiertas de azulejos y donde hoy está el ordenador había una pila y un grifo con cuello de cisne. No me parece un mal pasado. La metamorfosis incluyó el nuevo color de la pared: un naranja que en el catálogo de la casa de pinturas se llamaba “melocotón” pero al que le habría sentado mejor “mandarina”. Es la primera vez que pinto la pared en la que me apoyo. Lo demás, es como siempre: mis recuerdos, mis papeles y mi desorden. Espero que todo siga así durante los próximos veinte años, por lo menos.
* Este texto se publicó en el blog Proyecto escritorio, ideado y dirigido por el escritor Jesús Ortega. Si queréis visitarlo, pulsad AQUÍ.
5 comentarios:
Si tú escritorio está frente a una pared, quizá sea porque prefieres imaginar el mar que divisarlo, describirlo en tu cabeza y corazón y estar de espaldas a él. Una manera de profundizar más en él.
Quizá sea porque prefieres imaginar el mundo a tu medida, que describir la realidad más pura. A veces las cosas son más bonitas cuando las creamos. Aunque el mar sea bonito ya de por si.
Gracias por este pedacito de ti.
Un abrazo.
P.D: Y los cuadros y las fotos...son pedacitos de tu vida, recuerdos que siempre te ayudarán a ver el camino, aunque el naranja mandarina de la pared no brille con el sol, ni en la oscuridad.
Lo que hay de seguro es que si tuvieras el mar frente al escritorio no escribirías.
Las palabras pasarían a través de ti, para formar parte de ese mar. Parte de ese paisaje absoluto, lleno de vida.
Yo también escribo siempre de cara a la pared. Es como una pantalla de cine que me ayuda a formar las imágenes y volverlas palabras.
Saludos
Ese retrato del fondo, marco marrón, me suena.
Sería incapaz de escribir cara a la pared. Ni cara al mar. Prefiero escribir contemplando un gorila gigante (en realidad, un cartel enmarcado de King Kong, la primera versión de 1933). El viejo Kong es una fuente constante de inspiración.
Consejo: te sugiero que compres una silla de Herman Miller. Es la que uso yo y no hay nada mejor para proteger la espalda.
Pues sí, Arcadio. Me lo hizo un amigo a quien tengo mucho cariño y siempre está cerca.
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