18 de septiembre de 2012

Barcelona, esa ciudad horrible, según Prosper Mérimée

 

Me lo he pasado en grande leyendo la correspondencia que Prosper Mérimée, el autor de Carmen, envió desde España a lo largo de sus ocho largos viajes. Me admira ver que hablaba español a la perfección, sabía más lengua caló que alguno de los gitanos con los que coincidía y que incluso se atrevía con el catalán (dice haber leído en su lengua original la Crònica de Muntaner). No parece que estuviera en sus planes pisar Barcelona. Era más bien un forofo de todo lo andaluz, sus gentes y su cultura, y también iba y venía como Pedro por su casa por las dos Castillas. No sé si visitó Galicia o el resto del Norte peninsular. En Barcelona recaló, a su pesar, en noviembre de 1846 sólo después de contactar por carta con un personaje maravilloso de la época, el muy culto Pròsper de Bofarull, archivero del Archivo de la Corona de Aragón, a quien parece que le hizo mucha gracia conocer a un tocayo francés. Al parecer, nunca le había pasado a Bofarull tratar a alguien que llevara su mismo nombre. A pesar de que por aquel entonces los franceses no resultaban muy simpáticos a los catalanes en general y que Bofarull en particular tenía razones fundadas para desconfiar de ellos, dio a Mérimée un recibimiento digno de un príncipe, le ayudó a encontrar los documentos que buscaba en el Archivo, le invitó a comer (¡ese gesto admira a Mérimée viniendo de un catalán) y le sirvió de traductor en su lectura de la paleografía aragonesa. Mérimée se sumergía en el personaje de Pedro I el Cruel, rey de Castilla, sobre el que un año más tarde publicaría una novela. Me ha encantado conocer su tesón y sus desvelos a la hora de buscar documentación, de perseguir hasta el final datos inéditos o de procurarse libros que le resultan, en sus mismas palabras, indispensables. Me han encantado estas intimidades, supongo que porque a todos los locos nos gusta ver que hay otros tocados de nuestro mismo mal.

Pero lo que más me ha divertido, sin duda, es la opinión de Mérimée con respecto a los catalanes y Catalunya. Nada más llegar, el 10 de noviembre, escribe a sus amigos en París y sentencia: "Se está mejor aquí que en Andalucía, pero los nativos son inferiores en todo a los andaluces. Además, tienen un defecto mayor a mis ojos o, más bien, a mis oídos: no entiendo nada de su jerga".  En otra carta define Barcelona como "la capital de un departamento industrial". Cinco días más tarde dice que los catalanes son "como franceses ruines, un poco toscos y con grandes deseos de ganar dinero". Considera que sólo se parecen a los españoles en que "visten harapos rojos y llevan esparteñas". Las mujeres son "más reservadas que en Madrid" (no sabemos si eso le gustó o no, pero conociéndole, debió de encontrarlo un gravísimo defecto). De los hombres dice que su espíritu industrioso hace las reuniones sociales tremendamente aburridas. En las librerías que visita buscando bibliografía sólo encuentra "fárragos". Tampoco la comida es de su agrado. Descubre, horrorizado, que aquí no hay paella, como en su querida Valencia, y que el arroz lo guisan en cazuela de barro. Considera que todo lleva demasiado aceite y lo tilda de "atroz". Cuando Bofarull le invita a comer, sin embargo, acepta. Hay arroz a la cazuela y escudella. Más tarde habla de la escudella como de "esa sopa tan extraña cuyo nombre es imposible pronunciar cuando se ha nacido fuera de Catalunya". También frecuenta a Ferdinand Lesseps, embajador francés y gran amigo suyo, a quien le desea "que Dios le preserve de Catalunya y de los catalanes". Y concluye, devastador: "En fin, sin los Archivos, enviaría a Barcelona a todos los diablos".

Qué veleidades, este Mérimée. Voy a hacerle pasear por la ciudad que tanto odió, y que yo quiero tanto, en las páginas de mi próxima novela, que estoy -oh, albricias- terminando. No sé por qué razón, creo que estas miradas que llegan desde fuera nos ayudan a comprendernos mejor, aunque estemos del todo en desacuerdo con ellas. La de Mérimée es demoledora pero simpática. No me la podía perder. Espero que os guste conocerle en persona, en sus cuitas con la escudella.




* Los salones que frecuentó Mérimée en su estancia barcelonesa no debían de ser muy distintos al de la imagen. Corresponde al Palau Mornau, en el carrer Ample número 35. Un lugar importante por ser sede de conspiradores en 1809 y por acoger hoy el primer museu monográfico dedicado al cannabis del mundo. Merece la pena visitarlo, por cierto. En serio, esto no es ninguna novela.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lamento estar muy de acuerdo con el Sr Prosper.
Tuve la ocasion de visitar Barcelona un par de veces hace unos pocos años.
La ciudad me pareció un espectaculo para turistas...con espléndidos decorados de cartón piedra...
Muy bonita en apariencia, en las zonas privilegiadas, pero cuando uno rascaba se encontraba hostilidad. No obstante para aquellos a quienes les encantan los fuegos de artificio entiendo que Barcelona les parezca una ciudad maravillosa.