24 de enero de 2013

11 años


Mañana va a hacer once años que soy madre. Once años que un par de horas de intensidad incomparable me cambiaron para siempre las expectativas, la escala de valores y el punto de vista con que mirar el mundo. Once años que vi surgir como de la nada un ser a quien nunca podré sentir sino como parte de mí misma, por mucho que ya me haya anunciado con total convencimiento (y razón, por supuesto) que su vida es suya. Once años que comencé a aprender de él y con él algunas de las cosas que me han hecho, sin duda alguna, mejor persona. Y también la persona que quería ser. Porque si algo tenía claro, desde muy joven, era que quería ser madre. Ignoro por qué razón. No sé si es instinto, manía o enfermedad, puedo que de todo un poco.

Las razones de la maternidad son inexplicables. ¿Dónde nace el deseo de ser madre? ¿Es una herramienta de la evolución? ¿De la supervivencia de la especie? ¿Por qué, después de tener un hijo, algunas deseamos reincidir? ¿Cómo se explica el deseo no ya de tener hijos sino de tener varios? ¿Y el tan loable -envidiable incluso, a veces-, de no tener ninguno? ¿Por qué hay mujeres que se libran de esta querencia? ¿Por qué otras, en cambio, sentimos que la maternidad es parte sustancial de nosotras mismas? ¿Y por qué es tan difícil argumentar el deseo de tener hijos, de tener diez, de no tener ninguno? ¿Por qué la maternidad tiene, a su vez, una faceta perversa, egoísta, odiosa? ¿Dónde está la frontera que separa la madre entregada del monstruo dominante? ¿Cómo podemos evitar pisar esa línea y pasar al otro lado? ¿Podemos realmente evitar convertirnos en un madre odiosa, que algún día actúe en perjuicio de su hijo?

Analítica como soy por naturaleza -tal vez también por enfermedad- no he podido evitar que la maternidad avive todas estas preguntas. Algunas guardan relación con el pasado -la maternidad es un tránsito entre el ayer y el mañana- y otras con lo que aún no ha ocurrido y puede que no ocurra jamás. Soy consciente de que algunas de esas preguntas se filtran a mis novelas. Cuando escribes, lo haces sobre todo con tus obsesiones y tus miedos, con tus manías. Mis novelas hace once años que se llenaron de madres no precisamente perfectas. Si lo pienso, veo que esas pobres son en realidad la proyección de mis terrores como madre. Aquello en lo que deseo no convertirme, contra lo que lucho, a lo que temo. La perversión de la maternidad que todas -horror- llevamos dentro. Una poderosa razón para escribir. Un gran argumento. Y eso también nació hace once años. 

* La imagen de hoy: Calculando la distancia hasta el horizonte.

2 comentarios:

Begoña Argallo dijo...

Ser madre para mí supuso la mayor alegría dentro de todas las alegrías posibles. Siendo madre entendí lo importante que soy dentro del mundo y lo mucho que tengo que decir.
Perversamente a veces, también es cierto.
Felicidades a los dos.

Rebeka October dijo...

No tengas tanto miedo porque seguro que lo estás haciendo genial. Dicen que eres una SUPER MAMI ;-)

Recuerda que nadie es perfecto. Y tus hijos te querrán justamente por eso, por no ser prerfecta. Ellos, como todos los que hemos sido niños alguna vez, queremos una madre que nos quiera, que nos cuide, que nos proteja, que nos enseñe. Haga las cosas mejor o peor. Solo cuando crecemos somos conscientes de lo bien que lo hicieron. Y seguro que tú esas expectativas las cumples.

Al menos gracias a tus novelas, podrás manejar esos temores y salir de las sombras. Porque cuando escribimos no solo lanzamos temores en nuestras palabras, también recogemos muchas respuestas.

Un gran abrazo Care. Y felicidades para los dos.