-En alguna entrevista usted ha declarado que es ‘una dama
del siglo XIX que he nacido en el momento equivocado’. ¿Me puede matizar esta
declaración?
-No lo soy muy a mi
pesar… Me encanta el XIX. Crecí leyendo literatura de ese siglo. No me supone
un esfuerzo especial novelar esa época, es como si la conociera de primera
mano. Al margen de la impostura
que supone afirmar tal cosa, a veces tengo la impresión de que nací demasiado
tarde.
-Últimamente se han publicado varias novelas ambientadas
en el siglo XIX. Usted misma publicó ‘Habitaciones cerradas’, que lindaba con
el siglo XIX, y ahora ‘El aire que respiras’. ¿Qué tiene ese siglo para que
últimamente nos fascine tanto?
-El pasado y la
literatura se llevan bien. La literatura es el mejor modo que tenemos de
retener el paso del tiempo. Y el XIX nos explica, nos ayuda a comprendernos, de
algún modo nos construye. Cambiaron muchas cosas en esos años, el mundo dejó de
ser el que había sido hasta entonces y se inventó de nuevo. Aquel nuevo mundo
decimonónico es el que nosotros hemos heredado, el que en muchos aspectos
prevalece. Esta importancia en nuestra propia identidad es la única explicación
que encuentro a esa proliferación que usted dice.
-‘El aire que respiras’ reconstruye la vida de trece
libros eróticos que, tras desaparecer en la época de las invasiones
napoleónicas, tienen su propia vida circulando por distintas bibliotecas y
lugares a lo largo del siglo XIX y XX. Con esta historia usted aúna tres de los
grandes temas que suelen triunfar entre los lectores: una historia
decimonónica, una historia de libros y una historia con toques eróticos. Parece
la fórmula perfecta para un superventas. ¿Está de acuerdo con la idea de que
historia, cultura y sexo son los tres elementos claves para un superventas?
-Una vez escribí
pensando en las ventas y no lo voy a hacer nunca más. La razón es simple: me
traicioné a mí misma haciendo concesiones que de otro modo no hubiera hecho, y
los resultados no fueron los esperados. Mire, por fortuna, el mundo de la
literatura es imprevisible. Nadie tiene la fórmula del éxito, ni sabe cómo
conseguirla. Dudo mucho, sinceramente, que el éxito dependa de esos factores
que usted apunta en su pregunta y, con toda sinceridad, no tengo ni la menor
idea de qué hay que hacer para triunfar en esto. Ni me importa demasiado, la
verdad. Para mí, lo más importante es la comunicación. Escribir es un acto de
comunicación, y hay que tenerlo en cuenta. Y también es necesario ser honesto
con uno mismo. Los libros, Barcelona, los libreros, las historias ocultas de
los objetos que nos rodean, de lo inerte… todo eso son pasiones y filias
propias, que arrastro desde hace años y que he plasmado en muchas novelas. Si
triunfan, bien. Si no, otra vez será. Si no ocurre jamás, habré disfrutado
escribiendo para unos cuantos que comparten mis pasiones. Tengo lectores que
esperan mis novelas, escribo pensando en ellos, en sorprenderles, en
entusiasmarles de nuevo (sabiendo que es cada vez más difícil, porque todo
cansa, de todo acabamos aburriéndonos). Esos lectores son unos cuantos miles, y
no sólo viven en nuestro país, sino que hablan lenguas en las que no podría
comunicarme con ellos. De modo que soy afortunada, pero no sé qué he hecho para
merecerlo. Es mucho más de lo que pensaba conseguir cuando comencé a publicar.
-Además, la protagonista de la novela es una mujer que
hereda una librería. Últimamente están apareciendo muchas novelas cuyos
escenarios son, precisamente, lugares calmados: librerías, clubs de ganchillo,
pueblos apartados del mundanal ruido… Da la sensación de que los lectores
buscan escenarios absolutamente contrarios a los que frecuentan en su vida
cotidiana (ciudades estresadas, trabajos asfixiantes, etc.). ¿Cree que, en los
tiempos que corren, la literatura necesita más que nunca convertirse en
narrativa de evasión?
-Creo que la
literatura sirve para soñar (entre otras cosas) y me parece muy sintomático, y
algo preocupante, que ahora soñemos con espacios de calma. Es como si ya
hubiéramos renunciado a la calma en nuestras vidas y tuviéramos que buscarla en
los libros. Aunque me alegra también, porque el solo hecho de leer ya es una
invitación al sosiego, al silencio, a la lentitud. Leer, en este momento, es ir
contra el ritmo del mundo. Creo que está bien llevarle la contraria al mundo.
-Además de escritora, usted es crítica literaria. ¿Podría
indicarnos, en su opinión, cuáles son las temáticas que suelen funcionar mejor
entre los lectores contemporáneos? Es decir, ¿qué tipo de narrativa será la que
desbanque a ‘Cincuenta sombras…’?
-Tenga por seguro
que si tuviera la respuesta a esa pregunta no eleigiría este lugar para
publicarla. Nadie puede saber qué o quién desbancará a Grey y sus sorprendentes
sombras. Y en parte esa es la gracia: del mismo modo que pocos podían pensar
que las novelas erótico-románticas gustarían tanto a las lectoras, es imposible
saber qué será lo próximo. Los lectores son caprichosos, incomprensibles, a
veces abofeteables, pero así son las reglas del juego literario. A veces te
dejan boquiabierto. De todos modos, el reinado de Grey comienza a debilitarse,
o eso parece deducirse de las listas de más vendidos. Y vuelve más o menos lo
que ya estaba: los misterios históricos, los casos policíacos y los autores que
se han ganado a pulso un grupo numeroso de lectores muy fieles. Nada
sorprendente como Grey, qué lástima.
-Algunos libreros me han comentado que, en estos tiempos
de crisis económica, se venden más los libros de cierto grosos que los
delgaditos. Es difícil hablar de libros vendidos a peso, pero ¿cree que la
crisis económica condiciona la narrativa que acaba triunfando?
-No creo que exista
ningún lector que compre libros a peso y menos en estos días. Me parece lógico
que se vendan más los gruesos que los delgados. Supongo que el planteamiento es
simple: cuanto más grueso, más dura su lectura, “ergo” más lo amortizo. Yo
estoy a punto de devorar lo último de John Irving y, como siempre, estoy
encantada de que sea tan grueso. Si me lo hubieran vendido a peso y metido
dentro de un cucrucho de papel de estraza, lo habría comprado igual. ¿Usted no?