No tengo miedo a la muerte. A la propia, me refiero. La ajena me da pánico. Ayer dije esto frente a los tertulianos de Café con libros, una tertulia que funciona desde hace tres años en la Biblioteca del Civican, de Pamplona. Una gente encantadora, por cierto. La muerte no está más lejos de ustedes que de mí por el hecho de que yo sea algo más joven, añadí. La muerte está equidistante de todos nosotros. Les expliqué algo que pocos saben: que hace unos meses escribí un textito donde agradezco a los asistentes a mi funeral haber perdido el tiempo en venir y donde les digo que celebren mi ausencia con el recuerdo y la alegría, dos cosas en las que creo fervientemente. Por último, les confesé que por ahora no tengo la intención de morirme: mis hijos me necesitan demasiado. El día en que para ellos ya no sea imprescindible, en que sólo sea un obstáculo para la evolución, la muerte no me parecerá mal. He vivido mucho más y con mucha más intensidad de lo que esperaba. He recolectado cosas que no sabía haber sembrado y las cosechas han sido casi siempre cuantiosas (en lo bueno y en lo malo). Me considero, pues, bien pagada por la vida. He escrito mucho. No me voy de vacío. Dejo algo a mi paso. Sé que hay gente que me quiere. Mi muerte no será ningún drama.
Después de tanta frase jactanciosa, los asistentes a la tertulia parecían querer que cambiara de opinión: «Con la de historias bonitas que tienes por escribir, mujer, cómo hablas de morirte», me dijo una de las presentes, con una sonrisa encantadora. Pero la frase que más me tocó el corazón fue la de uno de los pocos señores asistentes. «No quiero que te mueras», me dijo, «porque quiero leer todo lo que escribas en los próximos diez, quince o veinte años».
Tamaño piropo no puede quedarse sin reacción. Caballero, mis próximos diez, quince o veinte años de ficción irán por usted. Y también esta entrada de hoy.
Después de tanta frase jactanciosa, los asistentes a la tertulia parecían querer que cambiara de opinión: «Con la de historias bonitas que tienes por escribir, mujer, cómo hablas de morirte», me dijo una de las presentes, con una sonrisa encantadora. Pero la frase que más me tocó el corazón fue la de uno de los pocos señores asistentes. «No quiero que te mueras», me dijo, «porque quiero leer todo lo que escribas en los próximos diez, quince o veinte años».
Tamaño piropo no puede quedarse sin reacción. Caballero, mis próximos diez, quince o veinte años de ficción irán por usted. Y también esta entrada de hoy.
6 comentarios:
Tiene que ser emocionante que te digan algo así...
Yo sólo quiero desearte ¡UN FELIZ CUMPLEAÑOS! Como en mi tierra apenas son pasadas las 4 de la tarde del día 7 siento un poco extraño esto, pero creo ser el primero en felicitarte en tu día. Sumadas las ocho horas del caso... Las flores para ti puedes hallarlas en mi blog (junto a alguna mascotilla que quieras adoptar...).
¿Es tu cumpleaños hoy, Care?
Pues nada, muchas felicidades, y que cumplas tantos como quieras, que te regalen millones de besos y miles de sonrisas, y que atrapes al estupido aburrido que se inventó los tirones de orejas tan odiosos...
Besos!
Gracias a todos! Y mis cariños, tan bien correspondidos.
Ya hemos mantenido esta conversación que a mí sí que me perturba, así que no hablaré más de ella. Sólo quiero decirte que yo tampoco quiero que te mueras, ¡ni se te ocurra! y no es por tus historias, lamento el desengaño, es porque quiero que abraces muchos años mi menudo cuerpo con tu brazos, que me quieras, que me dejes quererte, que me llames por mi cumpleaños, que me escandalices, que me emociones, que vayamos juntas de vacaciones, que me cuentes tus cosas, que escuches las mías, que tus hijos y tu hija crezcan junto a los mios aunque sea en la distancia, aprendiendo los nombres, colgando dela nevera las primeras palabras, viendo al pez más serio del océano nadar en la vida, comprar algo rojo para la niña que se disfraza, ir juntas a comprar libros o cualquier otra cosa interesante, escaparnos a cenar, coger un avión aunque ya no haga falta... ¡Morirte! Ya puedes ir olvidándote, y recuerda que también yo tengo que crecer.
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