Jueves en Miami: Con el aspecto con que me he levantado nadie hubiera querido escuchar mi conferencia de la tarde, así que decido ir a la peluquería. Está junto al hotel, sólo hay que caminar tres minutos bajo el muy ardiente sol. En la pelu, me reciben dos señoras mulatas y algo culonas. Les pregunto si puedo quedarme y me preguntan qué quiero hacer. Les informo de que dispongo de poco tiempo. Apremiada, la que parece más joven le dice a la otra:
-Rosalía, ¡métele mano!
Rosalía es talludita, rellenita, mulata y muy parlanchina (eso lo averiguo más tarde). Se acerca a mí con diligencia. Me pongo a la defensiva (ni siquiera tanta soledad va a hacer que me rinda a los encantos de Rosalía o, por lo menos, que se lo ponga fácil), pero enseguida descubro sus verdaderas intenciones: pretende lavarme la cabeza. Lo hace con tanto brío que es como si me atendiera un águila real. Apurado el trámite, pasamos al tocador, donde, mientras tira de mi pelo con ninguna clemencia (ella lo llama "secar"), Rosalía procede a contarme su vida. Ah, eso es lo que más me gusta de ir a la pelu en países extranjeros. Es una oportunidad de oro para conversar durante un buen rato con gente del lugar. También para una inmersión a lo bestia en la realidad de cada sitio, merced a las revistas y otras basuras que se amontonan en los revisteros de esos nobles establecimientos. Hoy he sabido, por ejemplo, y gracias a un revista llamada Self, que el 54% de las estadounidenses ha fantaseado alguna vez con tirarse a su jefe. O que el 92% prefieren perder 10 libras (unos 4,5 kilos) a disfrutar de 10 días extra de vacaciones. ¿Será para que el jefe se fije en ellas?
Rosalía me cuenta con su natural rudeza las maravillas de unos potingues que vende para adelgazar. Me aseguraba que ella ha perdido 22 libras sólo con tomar unas pastillitas. Dios mío, cómo estaría antes, he pensado, y que bien que la gente de la U.M. (University of Miami) me invitó precisamente ahora y no hace cuatro meses, en que el ataque de Rosalía habría parecido el de una osa parda. Rosalía demuestra adorar los detalles: me cuentac en un momento cuánto gana en la pelu, cuánto gana vendiendo pastillitas a extranjeros, cuántas cajas de pastillitas lleva en el coche, de dónde es la empresa y por qué la ficharon, qué edad tienen sus hijos, de qué humor se levanta su jefa, por qué las peluqueras dominicanas como ella son más apreciadas en Miami, la historia de una hermana que se ha casado con un puertorriqueño y la crónica de su separación.
-¿Cuánto llevas aquí? -digo, intentando hacerme con los mandos de la conversación.
-19 años.
-¿Y tus hijos vinieron contigo?
-No, no, mi amor. Mis hijos se quedaron tres años con mi papá en la República Dominicana. La chica tenía tres añitos. El día en que partí a New York era su cumpleaños.
-Eso debió de ser terrible.
-Un inferno. Me moría sin ellos. Lo hice por puro egoísmo. Tenía que traerlos conmigo.
-¿Y dónde volviste a verlos?
-En mi país, tres años después.
-¿Y qué pensaste cuando los viste de nuevo?
-Los mayores habían crecido mucho. La pequeña casi no me conocía. Sólo pensé: qué mayores están, Dios.
-¿Y qué hiciste entonces, Rosalía? ¿Lo recuerdas?
-Claro que sí, mamá. Llorar. Sólo pude llorar.
Historias que me conmueven: padres / madres que luchan por sus hijos hasta que logran abrazarlos. En cualquier parte del mundo.
3 comentarios:
Care, esta entrada no es un "cuento" pero lo parece. Ha quedado muy bonita y emocionante (de "emoción", que no de intriga... ;)).
Tened en cuenta que cada día más tenemos en España el mismo retrato de madre trabajando para unos hijos que ve, como mucho, una vez al año. Ya no hay que irse tan lejos para observarlo.
Ohhh, qué tierno...La pena es que es verdad, yo trabajo con una peruana que sólo puede ser a sus hijos, niño y niña de 8 y 9 años, en el mes de vacaciones de verano.
¿Quién dijo eso de "Trabajar para vivir, y no vivir para trabajar"?
Ojalá pudiese cumplirse siempre...
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