La fama es algo tan efímero que conviene dejar la propia impronta sobre cemento, no vaya a ser que el mundo se olvide de nosotros antes de lo que tarda en amarillear el papel de periódico.
Eso lo saben muy bien en Hollywood, donde a las estrellas merecedoras de un huequito en la Avenida de la Fama las obligan a firmar sobre cemento fresco a la vez que dejan sus huellas (manos y pies, aunque los hay creativos que añaden algo más, como Whoopy Goldberg, que dejó unas trenzas) para que la posteridad las pisotee a su antojo. Así el resto de mortales tenemos la ocasión de comparar nuestra pisada con la de, por ejemplo, Harrison Ford o Charles Laughton. Y cito sólo caballeros porque la comparación de mi número 42 con el delicado pie de muñeca Barbie de Ava Gardner, Bette Davies o Jean Simmons me sumió en una meditación conclusiva. Esto es: si el talento encima de un escenario es inversamente proporcional al tamaño del pie, ya sé por qué mi profesor de interpretación me convenció para que fuera regidora del espectáculo que preparábamos (nada más y nada menos que Arlequín, criado de dos amos, de Goldoni). En fin, crueldades o sabidurías de la naturaleza.
Lo que no deja de sorprenderme es que damiselas como las citadas, que pisaron por la vida tan fuerte, lo hicieran con tan pírrica extremidad.
* He aquí la foto que me hubiera abochornado a los 15 años: comparo el pie de la bella Gardner con mi barca.
* He aquí la foto que me hubiera abochornado a los 15 años: comparo el pie de la bella Gardner con mi barca.
1 comentario:
Tenia el pie pequeño, vale, la letra no. Mejor pedirle un zapato a un autografo.
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