12 de febrero de 2007

CONFESIÓN (y IV)

Desde entonces, mi vida se convirtió en un infierno. Da igual lo que me ocurra de dia, qué personas conozca, qué lugares exquisitos pise por primera —o por última— vez. No importan las pequeñas o grandes vanalidades de que se aliña el día a día de los profesionales de la letra impresa, si por las noches voy a seguir topándome con el espíritu vengativo del becario. Recuerden que les dije que le maté hace ocho años. Lo cual eleva a 2.937 las noches que he pasado ya en su nada deseable compañía. Comprenderán que no haya podido casarme, o fundar una familia en condiciones. Tenía un marido por aquel entonces, cuando comenzó todo, como algunos recordarán, pero me dejó poco después, incapaz de seguir compartiéndome noche tras noche con el memo, que inexplicablemente le acribillaba a preguntas también a él. Lo mismo hizo con los (pocos) amantes que he tenido en este tiempo. Recuerdo uno en concreto, que se levantó a mear en mitad de la noche y regresó preguntádose por qué un señor muy raro que había dentro de la bañera le había preguntado cómo veía el panorama actual de la narrativa española. Por la mañana el fantasma ya no estaba en mi bañera, y el amante tampoco estaba en mi cama.

Entre lo que les cuento y la locura sólo media un poco de tiempo. Y, como sabrán aquellos que alguna vez hayan tenido contacto con presencias espectrales, los seres de la otra vida son terriblemente pacientes. Será porque allí donde viven el reloj ya no importa mucho. El caso es que pueden permitirse una pertinacia a prueba de calendarios. Siempre se salen con la suya. La constancia todo lo consigue, siempre que se lleve al extremo necesario.

Pues bien. Héme aquí, convertida en el despojo de lo que fui. Narradora premiada e histérica. Vaya donde vaya —hotel, domicilio, cámping o casa de amigo— siempre comparto tálamo con el periodisa de La Nueva España que jamás terminó de entrevistarme. Y siempre, a eso de las cuatro o las cinco de la mañana, cuando he conseguido por fin dormirme y olvidar su presencia, cuando me hallo sumergida en un sueño feliz donde tengo marido, tres hijos y una casa con perro, alfombra y secadora, en ese momento el muy cruel me zarandea con sus manos inertes, agarrándome sin piedad por los hombros, me hace enfrentar mi somnolencia con sus pupilas saltonas y espeta aquello que lleva espetándome 2.937 noches, con urgencia de ahogado y estupidez sempiterna:
—¿Qué opinas de la literatura femenina? ¿Has tenido algún problema siendo mujer y escritora? ¿Cómo ves el actual panorama de la narrativa en España, en Europa, en el Mundo, en el Sistema Solar? ¿Morirá la novela? ¿Qué has pretendido decir en esta obra? Perdona, pero me han dado tu libro esta mañana y no he tenido tiempo de leerlo...
Y cuando ya no puedo más, cuando ya no soporto ni una más de la sarta de tópicos a que me tiene acostumbrada, y veo que comienza a clarear por mi ventana y que el muy sádio no tiene intención de dejarme en paz lanza la puntilla:
—Perdona que me asegure pero, ¿eres Ángela Vallvey, verdad? Me dijeron que la entrevista era con Ángela Vallvey, pero te veo un poco desmejorada, Ángela. ¿Seguro que eres tú?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:) Su lista de preguntas debe ser eterna. ¿Te hace pausas a lo Quintero?

Anónimo dijo...

Yo creo que el problema es que no le escuchas y no hablas con él. Tendrías que provar de contestarle y de mantener un diálogo. No sólo se calmaría sino que además podría ser ese amante permanente que le hace falta a tu vida... :)

Clara

Carmen Fernández Etreros dijo...

A los becarios/as les gusta que les den trabajo. Te lo dice una que ha sido becaria comprometida. Ponle a contestar mails, mensajes de móvil, cartitas de lectores,... No hay nada peor que un becario ocioso. Te lo agradecerá toda la eternidad...

Me ha encantado la confesión.