La revista humorística de ciencia Annals of Improbable Research (AIR) (Anales de Investigación Improbable, AII, qué simpático suena en español) otorga anualmente unos premios llamados Ig-Nobel, que premian los inventos más inverosímiles y estrambóticos del año, en una ceremonia que vendría a ser el reverso de los prestigiosos premios que entrega el Rey de Suecia en Estocolmo. En su última edición, tres catalanes han sido distinguidos con uno de los antipremios, el de Lingüística, por suimporyante trabajo en el area del aprendizaje de idiomas. Después de un trabajo que imagino concienzudo y paciente, los tres científicos de la Universidad de Barcelona —Joan Manuel Toro, Josep Trobalon y Nuria Sebastian Gallès— han logrado demostrar que a veces las ratas no son capaces de dintinguir el holandés del japonés si se les habla de atrás hacia delante. Qué cosas, ¡nunca lo hubiera imaginado!
Los tres científicos de la UB no son los primeros españoles en recibir uno de los premios. En el año 2001 un muchacho de Valls (Tarragona), Eduard Segura, ganó el Ig-Nobel de Higiene por inventar una lavadora automática para gatos y perros. Qué práctico. Lástima que la cosa llegue hasta mi conocimiento cuando mi querida Flok es ya difunta.
Son sólo una muestra de los ingenios más extraños del mundo, pero ahora vienen muchos más. Entre los premiados hay personajes ralmente remarcables. El japonés que inventó el karaoke, por ejemplo, Daisuke Inoue, recibió un merecidísimo Ig-Nobel de la Paz en 2004, «por enseñar a la gente un modo totlmente nuevo de demostrar su tolerancia hacia los demás». El de Medicina de 2001 tampoco tiene desperdicio. Se lo llevó el estadounidense Peter Barss «por su exhaustivo informe titulado: Lesiones producidas por los cocos que caen». O el de Matemáticas del año pasado a Nic Svensons y Pier Barnes, que por fin calcularon cuántas fotos hay que tomar a un grupo de personas para asegurarse de que todos salen con los ojos abiertos. O el de Salud Alimentaria de hace tres años, a un japonés que durante 34 años fotografió todos los alimentos que entraron por su boca con la finalidad de realizar luego un estudio retroactivo de la evolución de sus gustos. O el de Matemáticas de hace tres, a un señor que midió la superficie de La India en elefantes indios. Soberbio. Y muy útil.
Los premios demuestran dos cosas majestuosas: que hay gente en el mundo que invierte una gran parte de su tiempo en hacer cosas realmente inauditas. Y que, por fortuna, aún queda alguien capaz de no tomarse la vida demasiado en serio. De reírse del mundo.
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