29 de noviembre de 2012
28 de noviembre de 2012
Historia de un libro
Empiezo por hacer yn poco de arqueología literaria: siempre he admirado el modo de concebir la literatura de Charles Dickens. Como un juego, como una diversión, como un espectáculo. Al autor británico le gustaba contar con sus amigos para publicar números especiales de Navidad de su revista All The Yeard Round. Los números iban buscadísimos y eran todo un éxito. En uno de ellos se publicó un cuento de Dickens -maravilloso- protagonizado por Miss Lirriper, la dueña de una pensión londinense. En las habitaciones de esa pensión se desarrollaban el resto de relatos del volumen. Es España, fue publicado por Alba, tiene relatos de Elisabeth Gaskell, Wilkie Collins y varios otros y lleva por título La señora Lirriper y otros relatos. Desde que lo leí pensé que sería estupendo hacer algo parecido.
Hay algo mejor que contar con un grupo de amigos que se sumen a esta iniciativa: contar con una editorial dispuesta a publicarla. Y no sólo a publicarla, sino a ilusionarse, a encargar una cubierta evocadora, ajustada al libro como un guante. Esa editorial ha sido Fábulas de Albión y su editora, autora también, Marian Womack.
Así pues, ya sabéis lo que hay tras esa bonita cubierta: 10 relatos de diez autores a los que admiro profundamente, que han aceptado la invitación dickensiana. La acción de los 10 cuentos ocurre en una de las habitaciones de Bleak House Inn, una pensión de mala nota en el centro de Londres. Los cuentos tienen personajes comunes y una atmósfera similar, aunque puede reconocerse la caligrafía exacta de las manos que los urdieron: las de Elia Barceló, César Mallorquí, Pilar Adón, Elena Medel, Marc Gual, Ismael Martínez Biurrún, Daniel Sánchez Prados, Óscar Esquivias, Francesc MIralles, Marian Womack y yo misma, aunque conmigo seamos once. Ha sido un privilegio divertidísimo coordinar algo así, y estoy tan entusiasmada con el resultado que no puedo dejar de recomendarlo. Es un homenaje a Dickens en el año en que se cumplen 200 años de su nacimiento, sí, pero es muchas otras cosas. Sobre todo, un buen libro.
Ojalá lo disfrutéis tanto como yo.
25 de noviembre de 2012
Explicar el mundo
Prometí intentar escribir una sinopsis de El aire que respiras, mi nueva novela, pero debo confesar que no soy capaz. Ni siquiera lo soy cuando en la editorial me piden una sinopsis. Cuando alguien me pregunta de qué va mi novela no sé qué decir. No se me ocurre nada.
Explicar una novela que tú misma has escrito es como explicar un mundo. Algo imposible de conseguir. Una novela no se explica, se lee. No se capta del todo si no se lee, quiero decir.
Cuando comencé a pensar en ella, esta novela era otra. Contaba una anécdota que empezaba y acababa en 1869. Estuve más de tres meses investigando. Visité varias veces la Biblioteca de la Real Academia de Historia, en Madrid, donde consulté un montón de legajos que llevaban décadas sin ser leídos por nadie. Luego, unas cosas me llevaron a otras, y como si la novela impusiera su propia voluntad, comencé a recular en el tiempo. 1854, 1851, 1847, 1842, 1835... en la noche de San Jaime de 1835 me detuve. Cambié de escenario, continué investigando en la Biblioteca de Catalunya, durante semanas leí sin descanso. Pero el tiempo -horror- continuaba retrocediendo contra mi voluntad... 1828, 1814, 1808.
Has que se detuvo. 13 de febrero de 1808. Las tropas de Napoleón entran en Barcelona. Una época poco contada en la narrativa que tiene a Barcelona como escenario. En este proceso, que duró meses, como acabo de contar, la novela se transformó de arriba abajo. El episodio por el que había comenzado, el de 1869, apenas sale de refilón (tendré que recuperarlo en un futuro, porque sigo creyendo en su potencial como materia prima de una ficción) pero aquello a lo que he llegado me entusiasma.
Hace ahora un año, estaba inmersa en la investigación. La Biblioteca de Catalunya está en la calle de L'Hospital, justo detrás (si se entra por La Rambla) del Mercat de la Boqueria. Al salir, en los meses de noviembre y diciembre, de las enormes estancias góticas, echaba a andar por La Rambla iluminada. Caminaba despacio, ausente, con la cabeza en todo lo que había estado leyendo durante todo el día y que hacía referencia, precisamente, a La Rambla. Su historia, su transformación después del 25 de julio de 1835. Padecí durante semanas el síndrome del novelista obsesionado: allá donde miraba, no veía lo que en la actualidad hay en La Rambla, sino lo que hubo 200 años atrás. Fue en uno de aquellos regresos a casa, Rambla arriba, cuando se me ocurrió la primera escena de la nueva novela. Ángel Brancaleone, el protagonista, al que entonces apenas conocía, caminando tras los pasos de una mujer desde Drassanes a Canaletes. Era una excusa, una estrategia narrativa. Ese paseo me permitiría mostrar La Rambla de 1828, tan y tan distinta a la actual, y al mismo tiempo, los sentimientos de Ángel, su devoción por esa mujer a la que sigue.
La escena no es la primera de la novela, sino que está hacia la mitad, más o menos. Pero fue el origen de todo.
Y ahora, como soy muy consciente de que no os he explicado nada (lo siento, de verdad) ni he hecho nada parecido a un resumen, os dejo la sinopsis oficial, la que saldrá en la contracubierta del libro el 22 de febrero de 2013, que es la fecha oficial de publicación:
Virginia acaba de heredar el negocio familiar: la librería Palinuro. Entre el montón de ejemplares, polvo y papeles que su padre acumuló, pronto aparece la historia de Carlota Guillot y la búsqueda de un libro, escurridizo y caprichoso, que formó parte de una de las bibliotecas particulares más sibaritas de la Barcelona napoleónica. Una historia prolongada a lo largo de las décadas más convulsas del siglo XIX en que la ciudad asistió, incrédula, a su mayor transformación: el derribo de las murallas y la urbanización de su paseo más emblemático, La Rambla.
El aire que respiras es un canto de amor a los libros, pero también a la ciudad de Barcelona. Después de leer esta gran historia coral, la ciudad no volverá a ser la misma. O será –otra vez– la que dejó de ser hace 200 años.
«Quien ama los libros y tiene que vivir lejos de ellos,
El aire que respiras es un canto de amor a los libros, pero también a la ciudad de Barcelona. Después de leer esta gran historia coral, la ciudad no volverá a ser la misma. O será –otra vez– la que dejó de ser hace 200 años.
«Quien ama los libros y tiene que vivir lejos de ellos,
poco a poco va perdiendo el alma».
* Las imágenes: Uno de los documentos consultados en la RAH de Madrid
y una de las salas de la BNC. La segunda es de Deni Olmedo.
24 de noviembre de 2012
J. M. Coetzee le escribe a Paul Auster (cosecha de citas)
La parte más fea del mundo de las letras -las animadversiones, las lisonjas, las puñaladas por la espalda y esas cosas- vienen de una necesidad a veces desesperada de ganarse precariamente la vida.
* * *
Yo no tengo mucha fe en lo que hago. Para ser más preciso, tengo la fe justa para poder escribir.
* * *
Leer una página de Kleist es enfrentarse al hecho de que existe una Primera División de escritores, que tiene muy pocos miembros y en la que se juega a algo muy distinto.
* * *
Si se me plantea la opción de leer una novela del montón o pasar el rastrillo por el jardín, creo que prefiero pasar el rastrillo.
* * *
Escribir es una cuestión de dar y dar sin parar, sin respiro.
* * *
Lo que veo, lo veo con más claridad que cuando era joven. ¿Acaso me engaño?
J.M. Coetzee
Paul Auster / J.M. Coetzee
Anagrama / Mondadori, 2012
7 de noviembre de 2012
4 de noviembre de 2012
El aire que respiras
—¿Usted tiene hijos, Ángel?
—No habría sido oportuno, sin madre que los criara.
Carlota no sabe cómo interpretar las palabras del librero, pero balbucea algo que se parece a una condolencia:
—Vaya, cómo lamento…
Él aclara el posible malentendido:
—Nunca me casé. No encontré a la mujer que se pareciera a mi ideal.
—Eso es porque puso usted el listón demasiado alto —sonríe ella.
—O porque no me atreví a saltar lo suficiente para alcanzar mi sueño.
—¿Un sueño?
—Sí, hecho de aire. La pretensión de un iluso.
—No creo que fuera un iluso. Los sueños son necesarios para vivir, igual que el aire para respirar.
—Pero dicen que muy arriba el aire deja de ser respirable.
—¿Eso dicen? ¡Yo no lo creo! El aire que respiramos es la materia que nos nutre. A mí me parece muy hermoso respirar sueños, señor Brancaleone. Cuanto más altos se encuentren, mucho mejor. Y si no podemos saltar lo bastante alto, siempre podemos aprender a volar.
3 de noviembre de 2012
El aspirador. Minihistorieta de Adrián Olmedo *
* Hoy cedo mi blog al debut de un joven dibujante y autor de novelas gráficas que acaba de terminar sus tres primeras microhistorietas. Os dejamos una de muestra. Debo confesar que siento predilección por este artista en ciernes.
Adrián Olmedo Santos nació en Barcelona en 2002. Estudia sexto de primaria y primer curso de manga en la escuela JOSO. Lo que más le gusta del mundo es: dibujar, escribir, viajar y comer hamburguesas (por este orden y dicho por él mismo).
2 de noviembre de 2012
Un crimen bíblico (fragmento descartado de "El aire que respiras")
El toque de ánimas todavía no ha acabado cuando Néstor Pérez de León ve detenerse su propio coche en la puerta de su casa. Dos criados le ayudan a bajar la escalera y le depositan junto al san Cristóbal de piedra. Uno de ellos corre a abrir la puerta y el otro sale fuera, para hacer lo propio con la portezuela del carruaje. Llueve a cántaros. En el escaso metro y medio que separa su portal del interior del carruaje, Néstor Pérez de León se ensopa.
Lo primero que percibe al entrar en el coche es la oscuridad y una mezcla de olores penetrantes entre los que distingue sudor, incienso y ajo. La presencia de su Ilustrísima es como la de un dragón. Se percibe incluso en silencio. Su cuerpo es grande, desprende calor, ronca al respirar, se cubre con una capa que le da un cierto aspecto de montaña en movimiento.
—Buenas noches, amigo mío —saluda su Ilustrísima nada más verle llegar.
—Cardenal… —resuella Pérez, dejándose caer en el asiento—, qué feliz me hace conoceros, al fin.
Su Ilustrísima es hombre de pocas palabras, según comprueba Pérez al poco de estar en su compañía. Debe de ser de esos humanistas que para expresar sus ideas con libertad precisan de la connivencia de la tinta y la pluma. Es cosa de grandes tímidos, se dice, o tal vez de espíritus de ideas tan elevadas que no hallan como expresarlas con palabras vulgares. O de embusteros que se hacen pasar por lo que no son y se hallan de pronto sin palabras con que sostener su engaño.
Néstor Pérez de León es olvidadizo por naturaleza, pero ha reconocido al capellán Girabancas, escudero inseparable de monsieur Guillot, nada más verle. A pesar de la oscuridad y de la noche de perros. Allí donde otros sólo habrían olido un aroma a ajo bastante impertinente, él huele a conspiración, a engaño, a muerte ajena. Por suerte, siempre ha sido un hombre precavido, y sigue llevando en la caña de la bota el estilete de plata que es su mejor defensa. Y más ahora, que no tiene nada que perder.
—Y dígame, amigo mío —habla Pérez— ¿trae algo para mí?
—Ahora mismo iba a ponerlo en sus manos —la montaña humana se desplaza hacia un lado y deja a la vista, sobre el asiento, dos volúmenes grandes y pesados, con tapas en madera y cierres metálicos—. Aquí tiene, señor Pérez. El regalo que le debía a cambio de tantas horas de placer.
A Néstor Pérez de León le bullen demasiadas preguntas en la cabeza y necesita formularlas, pero ante la visión de los libros decide dejarlas para más tarde. Toma el primero de los volúmenes, que corresponde al Tomo I de la Vulgata que Gutemberg imprimió en Magunzia, y la abre, extasiado. De todos los libros con deseó tener en su vida, ninguno supera a éste en belleza, en majestuosidad. Ante su vista, mientras pasa sus páginas de pergamino crujiente, olvida su propósito. OLvida que en cuanto termine la lectura, matará a este hombre inmenso que sonríe de un modo bobalicón, sentado en el otro asiento de su mismo carruaje. Y luego echará el despojo al mar, desde lo altgo de la Muralla, para que lo devoren los peces, que en esta época están hambrientos.
Lo primero que percibe al entrar en el coche es la oscuridad y una mezcla de olores penetrantes entre los que distingue sudor, incienso y ajo. La presencia de su Ilustrísima es como la de un dragón. Se percibe incluso en silencio. Su cuerpo es grande, desprende calor, ronca al respirar, se cubre con una capa que le da un cierto aspecto de montaña en movimiento.
—Buenas noches, amigo mío —saluda su Ilustrísima nada más verle llegar.
—Cardenal… —resuella Pérez, dejándose caer en el asiento—, qué feliz me hace conoceros, al fin.
Su Ilustrísima es hombre de pocas palabras, según comprueba Pérez al poco de estar en su compañía. Debe de ser de esos humanistas que para expresar sus ideas con libertad precisan de la connivencia de la tinta y la pluma. Es cosa de grandes tímidos, se dice, o tal vez de espíritus de ideas tan elevadas que no hallan como expresarlas con palabras vulgares. O de embusteros que se hacen pasar por lo que no son y se hallan de pronto sin palabras con que sostener su engaño.
Néstor Pérez de León es olvidadizo por naturaleza, pero ha reconocido al capellán Girabancas, escudero inseparable de monsieur Guillot, nada más verle. A pesar de la oscuridad y de la noche de perros. Allí donde otros sólo habrían olido un aroma a ajo bastante impertinente, él huele a conspiración, a engaño, a muerte ajena. Por suerte, siempre ha sido un hombre precavido, y sigue llevando en la caña de la bota el estilete de plata que es su mejor defensa. Y más ahora, que no tiene nada que perder.
—Y dígame, amigo mío —habla Pérez— ¿trae algo para mí?
—Ahora mismo iba a ponerlo en sus manos —la montaña humana se desplaza hacia un lado y deja a la vista, sobre el asiento, dos volúmenes grandes y pesados, con tapas en madera y cierres metálicos—. Aquí tiene, señor Pérez. El regalo que le debía a cambio de tantas horas de placer.
A Néstor Pérez de León le bullen demasiadas preguntas en la cabeza y necesita formularlas, pero ante la visión de los libros decide dejarlas para más tarde. Toma el primero de los volúmenes, que corresponde al Tomo I de la Vulgata que Gutemberg imprimió en Magunzia, y la abre, extasiado. De todos los libros con deseó tener en su vida, ninguno supera a éste en belleza, en majestuosidad. Ante su vista, mientras pasa sus páginas de pergamino crujiente, olvida su propósito. OLvida que en cuanto termine la lectura, matará a este hombre inmenso que sonríe de un modo bobalicón, sentado en el otro asiento de su mismo carruaje. Y luego echará el despojo al mar, desde lo altgo de la Muralla, para que lo devoren los peces, que en esta época están hambrientos.
1 de noviembre de 2012
Mirada nocturna
Vuelves a casa.
Hubo un tiempo en que sólo pensabas en huir.
Ahora, en cambio, sólo piensas en volver.
Una casa es el lugar donde eres esperado.
Pero no sólo eso. También es el lugar al que deseas regresar.
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