15 de abril de 2006

Errare humanum est

Robert Louis Stevenson, el creador de La isla del tesoro, recomendaba a los escritores que jamás se sentaran a escribir sin un calendario y un mapa, para evitar así algunos errores que a él le gustaba afearle, sobre todo, a Walter Scott, a quien no soportaba Por ejemplo, señalaba uno muy divertido en El señor de Ballantrae, donde un jinete recorre en un día la distancia que le separa de su amada. El mismo camino, a la vuelta, lo hace en dos horas y media. ¿Sería acaso, que al enamorado se le eternizó la ida o que a la vuelta tomó la autopista?

He aquí algunos otros ejemplos de gazapos literarios, clásicos y no tan clásicos. Como quedará claro, uno de los problemas más graves con que tropezamos los autores es la descripción de los rasgos físicos de los personajes.

-La cicatriz en la mejilla de Rochefort, de Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas: en la pagina 29, le cruza la mejilla, en la 60 la tiene en la barbilla y en la 70 en la sien.

-El color de ojos de Emma, la protagonista de Madame Bovary, de Gustave Flaubert cambia tres veces a lo largo del libro. De miel a azul y de azul a negro. Fascinante.

-Las lágrimas del tuerto: En Sinuhé el egipcio, de Mika Waltari, se cuenta que Sinuhé compra un esclavo tuerto que es uno de los personajes secundarios de mayor importancia en la historia. Habla en varias ocasiones de su sirviente como "cíclope", en alusión a su único ojo. Casi al final, el cíclope, Kaptah, aparece con "los ojos llenos de lágrimas".

-Los bichos raros de Eco. En Baudolino, Umberto Eco (capítulo 32) dice que Baudolino y sus compañeros acuerdan entrenar a unos de los extraños habitantes de Pndapetzim, los PANOCIOS, para volar, ya que poseen unas orejas muy grandes. En un mismo párrafo se dice que Colandrino acostumbraba a los PONCIOS a volar (los poncios son otros raritos: tiene los órganos sexuales en el vientre) y que no se podía circular por la ciudad de Pndapetzim porque en cualquier momento te caían un PANOCIO en la cabeza. Un lío, ni el autor se aclara.

-El viaje interminable. En Bola de sebo, de Guy de Maupassant los personajes viajan once horas, según se dice. Pero si se suman bien los datos del autor (cuatro veces dos horas de reposo a los caballos = 8 horas + 6 de camino), dan 14.

-Extraterrestes lerdos. En Cazadores de sueños, de Stephen King, los extraterrestres envían una serie de números primos para demostrar su inteligencia, pero incluyen el 27, que no es primo.

-Tinte rápido. En El señor de las moscas, William Golding, se dice de Jack: "su pelo rojo resaltaba bajo la gorra negra.". Más adelante se habla de "su cabellera rubia, bastante más larga que cuando cayeron sobre la isla."

-Ojos cambiantes. En Hermosos y malditos, de Francis Scott Fitzgerald, se nos dice cuando se nos presenta al protagonista, Anthony Patch, que tiene los ojos azules. Hacia la mitad del libro, son negros. Al final, vuelven a ser azules. Sin duda esta es una patología que afecta a los seres de ficción. La misma que aquejó a Emma Bovary. A Fitzgerald le habría venido bien el calendario del que hablaba Stevenson: la acción se nos dice que transcurre en febrero, luego en mayo, y al final vuelve a ser febrero.

8 comentarios:

Clara dijo...

Esto de encontrar gazapos en las grandes obras parece un deporte que cualquier crítico medianamente petrimetre se atreve a practicar. Sólo en lo referente a los ojos de Emma Bobary, me gustaria que leyeras el capítulo titulado "Los ojos de Emma Bobary", en el libro El Loro de Flaubert, de Julian Barnes.

Anónimo dijo...

Es que Stevenson era un sabio el tío.

Anónimo dijo...

Lo conozco, Clara, aunque gracias. Una de las cosas más interesantes que dice Barnes en ese capítulo es la falta de inocencia con que leemos los profesionales. Una pena esto de leer siempre con un lápiz en la mano.
Al hilo de Stevenson: hay ensayos y artículos suyos recién publicados por Siruela. Muy recomendables.

Anónimo dijo...

¡Caray Care! Menuda exhibición. Demuestras ser una fina y consumada observadora. No se te escapa ni una.

Por cierto, en una ocasión escuché, de un crítico reputado y veterano, que algunos de los más insignes autores de la literatura universal cometían (y cometen) estos "gazapos" a conciencia; ¿por qué lo hacían (y lo hacen)? Parece ser que es como una suerte de juego o de reto a sus lectores, para ver quién es el primero (y cuánto tiempo se tarda) en descubrir el "gazapo". ¿Alguien sabe más de esta teoría?¿Tiene algo de cierto, o es mera leyenda?

Saludos cordiales,

Javier A.

P.S. Por lo que se refiere a la cicatriz de Rochefort no os preocupéis. En verdad, lo que sucedía es que era muy larga: se extendía por la mejilla, la barbilla y la sien.

miwok dijo...

Pensaba que estas cosas eran más habituales en las películas, es curioso...y por cierto, aunque sea offtopic...odio "El señor de las moscas".

Anónimo dijo...

Bueno Care, hay quien me contó una vez que en una novela suya una vegetariana de lo más extremista, se comía un sandwich de jamón... algo así también hace más humana a quién siempre me sorprende por su capacidad de observación y por la minuciosidad de su trabajo. Y ahora el mea culpa, en una mía la madre de un personaje secundario se llama de dos formas distintas, y fue una lectora la que me hizo caer en la cuenta Ay!

Anónimo dijo...

La más gorda que he cometido no es la de bocata de jamón, Nane: en una de las últimas, resucité a un pertsonaje sin previo aviso, algo así como el burro de El Quijote, pero sin los siglos de pátina histórica que tan bien sientan. No se aprende a evitar los gazapos (errare... etc), pero sí se aprende a corregir hasta la obsesión. Besos a todos.

Anónimo dijo...

Hola: me parece muy divertido la demostración de que es necesario escribir con un cuaderno al lado en el que pongas las características principales de los protagonistas y , sobre todo, de los secundarios, pues es muy fácil que si la novela se alarga se confundan no sólo el color de los ojos, sino incluso el nombre o apellidos.