1 de abril de 2006

Los libros viajeros


Cuenta Nabokov en sus memorias que en la casa de sus padres cerca de San Petersburgo había una enorme biblioteca. Su padre, un aristócrata ruso a la antigua usanza, trataba a los libros, identificados con su ex-libris, como si fueran criaturas vivas. Con la llegada de la Revolución de Octubre, la familia tuvo que huir. Primero se instalaron en el sur, luego abandonaron el país para simpre. Algún destino europeo —París, donde conoció a Vera, la que sería su esposa, ayudante y musa— y luego Estados Unidos, que el autor convirtió en su segunda patria, también literaria, puesto que llegó a escribir en inglés. El destino de aquella fabulosa biblioteca paterna inquietó al joven Vladimir, como lo haría el resto de su vida.
Hay muchas bibliotecas viajeras sólo en Rusia: bibliotecas perdidas y recuperadas, bibliotecas vendidas por partes o completas, que otro autor compró. Alexandr Blok tuvo que malvender sus libros para no morir de hambre mientras la ausencia de carburante y el frío le impedían escribir: la tinta se le helaba en el tintero, qué impresionante. Turguéniev compró la biblioteca de Belinsky poco antes de ser desterrado. ¿Dónde terminarían aquellos libros? A mí también me inquietan este tipo de preguntas, que no hace mucho se formulaba un visitante de este sitio. Si no me inquietaran como lo hacen no sentiría, cada vez que compro un libro antiguo, que lo estoy rescatando de una muerte segura, que lo estoy adoptando. Y tampoco habría terminado El anillo de Irina con una historia de libros viajeros, perdidos y encontrados.
Pero terminemos la historia de Nabokov. Cuenta el autor cómo, muchos años después de su huida de Rusia, encontró libros con el ex-libris de su padre en la Biblioteca Pública de Nueva York, mientras buscaba bibliografía para alguna documentáción. Acarició el ejemplar, lo olió, lo recordó y lo dejó en su lugar. Sólo el libro sabría, como diría Guillén (Nicolás), qué largo camino anduvo para llegar hasta allí.
Por cierto, hay pocas cosas más tristes que un escritor obligado a malvender su biblioteca. Estos días, me anda rondando un cuento con ese asunto. Cuando deje de viajar y cuando termine mis compromisos, lo escribiré.
Este primer sábado de abril me parece un día idoneo para salir a buscar libros que merecen ser rescatados.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay escritores que se abrirían las venas (levemente, con el filo de una hoja en blanco) con tal de escribir con suero caliente si se les congelara la tinta en su chamizo húmedo de la estepa.

Hay pajarracos que lo primero que piensan cuando les amenaza una mudanza es en encontrarle un lugar digno y habitable a su amada prole impresa (adoptada, adoptada).

Que cuando compran, quiero decir, compraban un libro y era una farsa o un peñazo sentían hasta vergüenza de donarlo. Y que cuando encuentran una joya ahora la devuelven con tristeza a la biblioteca de turno.

Jo, yo quiero tener pasta para adopatar a todos los huérfanos amables del mundo, y entonces ser rico de verdad.

Bueno, voy a seguir buscando "a mi Vera" (que de copla quedaría si fuera con minúscula, pero yo la busco mayúsucula, olímpica...).

pd: tú lo has querido ;-)

Clara dijo...

Hola Care,
soy fiel seguidora de tu blog. Yo también empecé un blog el mismo mes que tu, por lo que podríamos decir que son blogs gemelos, je je... Yo no soy escritora, solo aficionadilla pero me gusta mucho leer y me ha interesado mucho esto de los libros viajeros que explicas. Yo tengo un verdadero problema con los libros. Se me han acabado las estanterias de mi casa, y ya no sé donde ponerlos. Socorro! Pero, si todos mis problemas fueran como este, sería feliz. Un saludo

miwok dijo...

Yo también quiero rescatar libros...

Isil dijo...

No me quedo claro si nabokov anhelaba reencontrar los libros de su padre o a su padre

Anónimo dijo...

Muy bonita la historia de Nabokov... Los libros de su padre podían ser ahora leídos por muchos otros y conservados para siempre. Y cada lector podría mirar el ex-libris y preguntarse por el amor de su ex-dueño por el libro, y las azarosas aventuras del ejemplar para llegar a la biblioteca.

A los que no les caben los libros en las estanterías yo recomendaría repasarla... Hay muchos libros que no volveremos a leer, y que son pasto de los "pececillos plateados" (lepismas, que yo lamo "pepitos") que se quieren comer sus páginas.

Es mejor dar vida a los libros y en vez dejar que mueran de tristeza en la estantería, regalarlos o dejarlos abandonados para que alguien los adopte (book croossing).

El apego que tenemos por los libros es un poco enfermizo.

Ay. ¡Con lo bien que huelen! (De nuevos, de viejos...)

Anónimo dijo...

Me encanta lo de los libros viajeros. Estoy deseando leer el cuento que vas a escribir. Yo tengo tres un poco parecidos: http://lanavajaenelojo.blogspot.com/2006/02/libros-relatos.html

También en cuanto a lo que decís de rescatar, esto puede interesaros: http://lanavajaenelojo.blogspot.com/2006/03/libera-un-libro.html