31 de marzo de 2006

Guía de hoteles inventados

Las dos veces que he cenado con Óscar Sipán en los últimos dos años hemos terminado hablando de un proyecto en el que estaba trabajando junto con el ilustrador Óscar Sanmartín: una preciosa e imaginativa Guía de hoteles inventados cuyo original —maravillosas ilustraciones incluídas— pude ver el jueves por la noche. Lo presentaron al único concurso para álbumes ilustrados no infantiles que existe en España (lo convoca la Diputación de Badajoz). Se fallaba ayer. Nos pasamos el día pendientes del fallo, y de Óscar. A mediodía recibí un mensaje suyo: Estamos entre los 5 finalistas. El fallo era a las diez de la noche. A las 22.03, recibí otro mensaje. Hemos ganado.
La noticia se publica hoy en El Periódico de Extremadura. Podéis leerla aquí.
Enhorabuena, óscares.

De acuerdo

No abandones las ansias
de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras
y la poesía sí pueden
cambiar el mundo.
La vida es desierto y es oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña, nos convierte
en protagonistas
de nuestra propia historia.
No dejes nunca de soñar,
porque sólo los sueños
pueden hacer libre al hombre.
Valora la belleza de las cosas simples.

Amigos del I.E.S. Pablo Serrano de Zaragoza, que dejásteis estos hermosos versos de Walt Whitman escritos para mí de puño y letra: Gracias.

30 de marzo de 2006

Noches báquicas

La realidad -por si no lo sabéis, es ese territorio abstracto que vive fuera de los libros- dispone a veces extrañas coincidencias. Hace un par de días, mientras hablaba en un instituto de Fraga de El anillo de Irina, entró en clase una alumna rezagada: se llamaba Irina y era rusa, además de muy guapa. Se ponía colorada cada vez que yo nombraba a la Irina de la novela, porque pensaba que la estaba nombrando a ella. Y tenía razón: la estaba nombrando a ella. No podía parecerse más a mi personaje. Creo, de hecho, que era mi personaje, que no había podido resistir la tentación de presentarse a ver qué voy diciendo de ella por ahí.
Amanezco, ya a punto de irme a casa, en un hotel de Zaragoza llamado, pomposamente, Césaraugusta. Las habitaciones también tienen pretensiones de pompa. Me alojo en la número 100. No sé si para celebrar la redondez de la cifra, a mi cuarto alguien le ha puesto nombre. Lo luce en un rótulo dorado, en la puerta: Noches báquicas. Promete mucho el nombre pero la realidad, en mi caso, concede poco: una noche conmigo misma en la soledad de un hotel zaragozano no puede ser muy báquica ni que me proponga un exceso. Además, pienso, todas mis noches son báquicas desde hace algún tiempo. O dionisíacas, que para el caso es lo mismo.
La única experiencia medianamente báquica de la noche pasada fue cenar en La Miguería con un buen grupo de colegas de por estas tierras: Casrlos Castán, Óscar Sipán (qué agudo dueto), Amadeo Cobas, María Frisa... Terminada la cena, y el café, regreso al hotel, a la soledad de mis noches báquicas. Sobre el cabecero de la cama, Baco persigue a una ninfa en bajorrelieve (lo toco, para ver si es de cartón piedra, pero no: es de piedra, sin trampa y, desde luego, sin cartón). Me duermo custodiada por las columnas de yeso de mi habitación-con-pretensiones pensando que mañana vuelvo a casa, donde las noches siempre son dionisíacas.
Mmmm... Se me hace la boca agua sólo de pensarlo.

29 de marzo de 2006

Desnudarse ante extraños

Encuentro con lectores en Fraga, ayer por la noche. Me preguntan por detalles de Intemperie, uno de mis primeros libros, que acaban de leer. Me doy cuenta de que no puedo contestar. Hay cosas que no se cuentan. No quiero dar explicaciones sobre la génesis de ese libro. A veces dar explicaciones es lo más parecido a desnudarse. Y no es cuestión de desnudarse delante de sesenta desconocidos. Una se desnuda cuando y ante quien quiere.
Por ejemplo, aquí. Escribí ese libro en el peor momento de mi vida. Al contrario que la mayoría de mis novelas, y que yo misma, es un libro triste. Se nota que está escrito con las tripas. O desde una posición cercana al desequilibrio. A veces me duele incluso recordar todo lo que lo hizo posible -qué ausencias, qué presencias, qué desenlaces indigeribles, qué viajes...-. Más aún darme cuenta de que en algunas cosas que entonces no sospechaba, llegó a ser premonitorio. Cuando quiero que alguien me conozca un poco más que el resto de la gente, o cuando alguien me importa, le regalo Intemperie. Suelo pensar que si sale indemne de su lectura, si no se deja abrasar ni congelar por sus temperaturas extremas, es alguien que debe quedarse. Tiene coherencia: este es un libro por el que pasó mucha gente que ya no está. La gente que me quiere de verdad suele amar también este libro.
En fin. Me preguntan por sus historias, por sus nombres, por su razón de ser. Ante la imposibilidad de callar, hago lo de siempre: invento. En este caso, es un acto equivalente a ponerse un disfraz. Uno que proteja la piel de cualquier agresión, uno que me haga sentir a resguardo.

28 de marzo de 2006

En todas las mudanzas quedan cajas por abrir


De pronto, mientras veía un programa cualquiera en la televisión, sintió la punzada del sobresalto. Se levantó a toda prisa, subió la escalera y confirmó la sospecha: la caja estaba ahí, exactamente donde le había pronosticado su memoria. Seguía clausurada con gruesa cinta adhesiva.
«Seguro que ahí estarán también mis viejos botes de té», se dijo.
No estaban los botes.
El marido tenía los ojos entornados de quien es despertado en pleno sueño y la tez pálida del que ha permanecido largo tiempo a resguardo.
«Lo siento mucho, cariño», balbuceó ella con una risilla estúpida asomando a los labios, «me olvidé por completo».
«No te preocupes», respondió él, «ya no sabría vivir en otro sitio.»
Se acurrucó de nuevo, dio muy educado las buenas noches y con un hilo de voz apenas audible pidió:
«Por favor, cierra la tapa al salir.»

27 de marzo de 2006

Memorial del convento

Parece que se pone de moda denostar a Xosé Saramago. Yo aún le defiendo, pese a que con sus últimas cosas no he podido. No es que le defienda a él, claro (no soy su guardaespaldas); defiendo a su literatura. En general, defender la literatura es una tarea absurda. La literatura siempre se defiende por sí misma y tampoco precisa guardaespaldas. Por eso lo único que pienso hacer aquí y ahora es citar algunos fragmentos que me emocionaron de Memorial del convento, que leí en agosto de 1999 durante un viaje a Mallorca. Es curioso cómo los libros quedan asociados en nuestro disco duro al lugar y el momento en que los leemos. En este caso, me recuerdo a orillas de una piscina, al caer la tarde, tumbada en una hamaca con Saramago. Mmmm...

—¿Es mineral, vegetal o animal?
—No es ni mineral, ni vegetal, ni animal.
—Todo es mineral, vegetal o animal.
—No todo. Hay cosas que no lo son. La música, por ejemplo.

Los hombres son ángeles que nacieron sin alas, y eso es lo más bonito, nacer sin alas y hacerlas crecer, lo mismo hicimos con el cerebro, y si con él lo hicimos, con ellas lo haremos.

Hay gente capaz de todo, hasta de lo que está por hacer.

El mundo de cada uno es los ojos que tiene.

26 de marzo de 2006

El primero de muchos


Ya sabéis lo propicias a la zoología que amanecen las mañanas de domingo en nuestra casa.
Ése de ahí, con sombrero, zapatos de plataforma y sonrisa de felicidad, es el Mosquito Flit, que me acaba de ser presentado. Es muy amigo de mi hijo Adrián, quien no me sabe decir de dónde procede o cuáles son sus intenciones. Sólo me cuenta que Flit está muy contento, lo cual no sé si debería inquietarme.
No sé si esto tendrá que ver con la invasión de mosquitos-tigre que, al parecer, vamos a soportar este verano. Sólo quería saber si Flit es el primero de su especie en llegar por aquí, alguien enviado a explorar el terreno, a la caza de las costumbres y debilidades de sus víctimas. Pero Flit se ha mantenido toda la mañana tan imperturbable como le véis. No he sido capaz de sacarle nada. Sólo esa sonrisa enigmática que parece decir: «Prepárate, gilipollas».

25 de marzo de 2006

La catedral del mar

Hablemos de La catedral del mar. Después de todo, os lo prometí, insignes navegantes. Y hace un par de días alguien creyó descubrir en la última frase de mi crítica —«Ojalá todos los best-seller fueran como éste»—, publicada el pasado jueves en El Cultural, incoherencias o cosas peores con lo que del libro dije aquí mismo hará cosa de un mes. Ya aclaré que nadie me paga por dejar bien (o mal) determinados libros o a determinados autores. Soy horriblemente libre a la hora de expresar mis opiniones sobre la obra de mis colegas, y exactamente eso hago: arriesgarme a que (no todos) quiran partirme la cara. Lo cual no me preocupa. A los casi 36 que tengo debe haber alguien que quiera partirme la cara para que no sienta que mi vida es un fracaso.
A lo que voy. Ojalá todos los best-seller fueran como éste, sí. Es decir: ágiles, (bien) documentados y con gran poder de engachar a un gran espectro de lectores. Os aseguro que detesto este tipo de libros pensados para conquistar cuantos más paladares, mejor. Por eso afirmo que, si me ha enganchado a mí, enganchará a receptores menos exigentes y menos quisiquillosos que yo. Y lo hará levantando pasiones, no os quepa duda. En ese sentido, ojalá fueran así, pongamos por caso, lo último de Dan Brown o cualquier cosa de Grisham, Follet y otros creadores de historias para el gran consumo.
De todos modos, estoy siendo redundante, porque todo eso también lo dije en mi crítica. En definitiva, no importa que un libro venga precedido por la fiebre más inexplicable del año, como ocurre en este caso en que todo el mundo enloqueció por esta novela antes incluso de que se publicara. En defibnitiva, lo único que importa es lo que encontramos dentro de él, nunca fuera. Y dentro de estas más de 600 páginas hay una buena historia correctamente contada. Ojo, he dicho correctamente: no hay ambición ni altos vuelos estilísticos. Pero tampoco hay construcciones que te den ganas de abofetear al autor. ¿Es romántico, en los tiempos que corren, pretender que un libro esté, al menos, bien escrito?
Lo peor de La catedral del mar es, con mucho, la candidez de su autor, que todavía no domina el difícil arte de contar lo más sentimental sin que parezca el guión de un culebrón o el peor Pedro Almodóvar. Del mismo modo, parece querer impresionarnos con lo que sabe de historia del Derecho (el hombre es abogado) y lo hace, pero no del modo previsto: muchos rollos sobre, pongamos por caso, enfiteusis o usucapión, podían haberse evitado para gran alivio del lector. En fin. Leedle. Contribuid a hacer de esta novela una de las más vendidas del año. Por una vez, no me importará demasiado.
Para mañana, prometo asunto más liviano, queridos, queridas, amigos todos (o no).

24 de marzo de 2006

Francisco González Ledesma

Como lectora, conocí a Francisco González Ledesma, uno de nuestros mejores autores de novela negra, cuando ganó el Premio Planeta con Crónica sentimental en rojo. Aquella teta cortada encima de una mesa caló hondo en la sensibilidad de la adolescente de 14 años que yo era entonces. Desde ese momento, nunca he dejado de leerle. Su detective Méndez y la recreación de la Barcelona menos orgullosa de serlo me fascinó desde aquel comienzo como sigue fascinándome ahora. Al autor le conocí en persona en sus últimos años en La Vanguardia. Recuerdo particularmente una tarde en que gracias a él y a su recomendación se abrieron para mí los armarios más inaccesibles de la hemeroteca del rotativo -una de las mejores de Barcelona- que hasta cinco minutos antes el antipático guardián con traje oscuro no me dejaba alcanzar. Yo estaba entonces trabajando en la documentación de El tango del perdedor, mi primera novela, y era también la presidenta de la Asociación de Jóvenes Escritores. Con esta segunda excusa me había acercado apenas unas semanas antes a González Ledesma, en quien encontré a un hombre afable, cariñoso, que aceptó colaborar en nuestra revista con la amabilidad que en él es habitual.
Ahora, González Ledesma, a punto de cumplir 80 años (os prometo que si me hubiérais preguntado no le habría echado más de 65) publica sus memorias. Se titulan Historia de mis calles, y son una estupenda crónica de su periplo tanto personal como literario. Las leo con gusto, como todo lo suyo, pero lo que justifica este comentario no es esa obviedad, sino un episodio de esas memorias que me ha llenado de emoción. Cuenta González Ledesma que hizo las milicias universitarias en Ronda en el año 1949. Justo el mismo año en que mi padre, Antonio Santos, las hacía en el mismo lugar. Sonreía al leer que los andaluces, entre los que estaba mi padre (claro) y también mi tío, eran un poco desastrados en Ronda. Recordaba lo que siempre contó mi padre de las letrinas del campamento, un lugar infecto que, como bien dice González Ledesma, te permitían ver cagar a los que serían los grandes hombres de pocos años después. En sus memorias, el autor no habla de mi padre. Sin embargo, habla de Felipe Garrido, diciendo que con los años llegó a ser uno de los directores de Paradores Nacionales. En efecto. Garrido era íntimo de mi padre. Se conocían, claro, de las milicias universitarias en Ronda. Esa amistad fue la secreta razón por la que parte de mi infancia y adolescencia transcurriera en Paradores Nacionales. Felipe Garrido murió poco después que mi padre. De él guardo un recuerdo entrañable y curioso. Una vez, en su casa de Barcelona -tenía varios pisos en diversas ciudades de España-, enterado ya de mi temprana vocación literaria, me regaló la primera máquina de escribir eléctrica que he tenido. Era un cacharro impresionante, grande como una máquina de millón, con la que escribí algunos de mis primeros cuentos. La seguí utilizando hasta que un mal día se le rompió la A. Ante tamaña mutilación, tuve que prescindir de ella. Aunque no me atreví a tirarla. Debe de estar aún en alguno de esos armarios enormes de casa de mi madre.
He llamado a González Ledesma antes de escribir esta nota. Quería contarle las extrañas emociones que me ha despertado la lectura de esa parte de sus memorias. Me ha gustado volver a oírle. Hacía tiempo que no hablábamos. «Gracias por tu cariño», me ha dicho, poco antes de colgar.
Pocas cosas son tan fáciles como querer a determinadas personas, añado ahora.

23 de marzo de 2006

Los enemigos

El próximo lunes salen a subasta 130 cartas que Miguel de Unamuno escribió a su familia y amigos estando en el exilio. Las mismas cartas que en 1967 los herederos del autor salmantino procuraron que formaran parte de los fondos de la Universidad de Salamanca. Las mismas que fueron prestadas a Manuel Villén, un editor de un sello llamado Escelicer, para lo que se suponía debía ser el tomo de Epistolario de unas Obras completas. Si creemos a los herederos, el editor jamás devolvió esas cartas que el viernes saldrán a la venta -pese a los esfuerzos de los herederos, de la Universidad de Salamanca y del propio Ministerio de Cultura- por un precio inicial de 132.000 euros.
Nunca me cansaré de decirlo, ni de ejemplificarlo: los editores son el enemigo. Del escritor, por lo menos.
Por cierto, ya que estamos unamunianos. Una cita, de memoria, mientras termino de desayunar:
Yo no escribo por pasar el rato, sino la eternidad.
Y una recomendación que me agradeceréis, sensibles visitantes de este sitio: Muertos S.A., libro (magnífico) de relatos de Luis García Jambrina, donde hay un cuento que habla de la muerte de Unamuno, de una Salamanca enrarecida y de cuánto azúcar se echaba en el café el autor del 98. El resto del libro habla de muertos. Más o menos notables, más o menos conocidos, pero todos unidos por la característica común de ser capaces de regresar al mundo de los vivos. Lo publicó El Gaviero Ediciones.

Alto el fuego permanente

Una voz femenina sin rostro custodiada por otros dos encapuchados.
Alto el fuego permanente a partir del 24 de marzo de 2006.
Ayer ni Mariano Rajoy ni Carod Rovira dijeron paridas.
Zapatero hizo lo que yo espero que haga el presidente que me representa.
Mi gripe está mejor, la garganta duele un poco menos, la voz va volviendo.
Amanezco en Bilbao este primer día después. Me esperan en Santurtzi.
El Guggenheim hoy parece brillar más.
(Y sí, eso que he elegido para ilustrar estas líneas es un sudoku: su resolución requiere una cierta pericia, un poco de intuición y grandes dosis de paciencia).

22 de marzo de 2006

Equinoccio

El primer día completo de primavera me encontró en Madrid. Lo celebré rebuscando en los puestos de libros de la Cuesta de Moyano, en busca de tesoros. La primera novela americana de Nabokov, por ejemplo, en una edición de Plaza & Janés que este mes de marzo ha cumplido exactamente 30 años, por ejemplo. O un libro de José Donoso prologado por Pedro Sorela en cuya primera página el prologuista escribió: Para Virtudes, sin cuyo aliento este prólogo nunca hubiera sido posible. Vaya, entre las virtudes de la susodicha no estaba el conservar los libros dedicados con afecto, pienso. Moraleja: cuidadín con a quien dedicas los libros, no vaya a ser que acaben en la Cuesta de Moyano, exponiendo tus cariños más sinceros y confesos al sol primaveral.
Antes de coger mi avión vespertino, me di un par de lujos más. Un paseíto por el barrio de Chamberí, durante el cual hice un descubrimiento portentoso, que quiero compartir con vosotros: la librería La Modesta, un establecimiento reducido en el que se amontonan libros para lectores de 0 a 99 años, tan bien seleccionados que nada más entrar tienes la sensación de que nada le falta o que podría quedarme a vivir allí una buena temporada. Os lo recomiendo. Y quiero felicitar a Rocío, su propietaria -a quien ayer no conocí- por su excelente gusto. Presumo que me va a contar entre sus clientas virtuales y, con menos frecuencia (lástima), presenciales.
El segundo descubrimiento fue en compañía. Il Gusto, Un restaurante italiano de la calle Espronceda. Carpaccio y risotto de setas para dos. El menú estaba delicioso, pero fue eclipsado por mi acompañante: un señor grande de ojos azules y conversación interminable, conocido y querido por algunos de los visitantes de este blog. En fin... qué buenos modos para un equinoccio.

21 de marzo de 2006

Mónica en París


Mi amiga Mónica Montaña, recién llegada de París, me envía esta preciosa foto nocturna de una navegación por el Sena.

De París dijo Van Gogh:
Al lado de esta ciudad todas las demás parecen pequeñas. París parece grande como el mar. Pero siempre se deja aquí un gran pedazo de la propia vida.

Hace casi diez años que estuve en París por última vez. Habrá que empezar a conjurar el nombre de esta ciudad en futuro.

20 de marzo de 2006

Lunes nuboso

Será porque el lunes se ha levantado nuboso que tengo ganas de empezar la semana con tormenta. Hace pocos días, en este blog, alguien se preguntó por qué en la antología de jóvenes cuentistas catalanes que pronto publicará Páginas de Espuma sólo hay una mujer. Ya estamos, la preguntita de siempre, pensé yo. Más de moda ahora, por cierto, en que se lleva la paridad. Vaya por delante, aunque lo que voy a decir levante zarpullidos entre algunas visitantes de este rincón (lo sé... lo sé...) que yo no creo en la paridad. Y mi antología es un buen ejemplo: diez cuentistas. Sólo una mujer. Podría haber habido dos, pero la otra no estaba por la labor de que yo la atosigara con mis peticiones. Ergo, si todo hubiera salido como yo quería habrían sido 8 hombres y 2 mujeres. Esa mujer que falló dejó espacio a otro hombre quien, en rigor, no hubiera estado si todo hubiera ido como estaba previsto. Le selecioné por sus méritos, no por su género -siempre, claro, según mi modesta opiniónm de lectora (enterada, eso sí. Más enterada que otros lectores incluso). ¿Que tendría que haber hecho de creer en la paridad? ¿Seleccionar de los hombres los 5 mejores, las 2 mujeres que por sus méritos literarios debían estar ahí y buscar con desesperación 3 más que cubrieran ese hueco, sin importarme lo que hubieran escrito en su vida? Me parece un triste criterio, la verdad. Puedo prever lo que dirán las defensoras de ese feminismo al límite que a mí me produce urticaria: habría que revisar los criterios de selección. Pues bien, he aquí los criterios de selección: cuentistas (y cuentistos, ojo con el lenguaje, amigos y amigas) nacidos después de 1960, con al menos un libro de cuentos (nunca de cuentas) publicado en una editorial comercial. Los demás, hombres o mujeres, quedaban fuera automáticamente. Siguiente réplica (a alguien se le ocurrirá, seguro): ¿Estás convencida de que las chicas acceden igual a las editoriales comerciales? Respuesta: Ya lo creo que sí. Y no sólo eso. A las editoriales comerciales les interesa más encontrar mujeres que hombres, por eso procuran sacarlas incluso de debajo de las piedras. Porque venden más, dicen (¿sí? ¿será?). El mundo literario es, esencialmente, femenino. Aquí no funciona el feminismo de manual. Otra pregunta tópica que suele surgir: Si las mujeres escriben tanto, si las alumnas de los talleres literarios suelen ser mujeres, si casi todas alguna vez han escrito un diario, ¿por qué sigue habiendo un 26 por ciento de escritoras frente a un 74 de escritores? Ah, yo tengo mis propias teorías, que dan para otra entrada, si os apetece. Pregunta que (seguro) me formularán los periodistas el día que presentemos la antología: ¿Cómo tú siendo chica sólo has incluido a una escritora en la antología? ¿No había más cuentistas catalanas mujeres que merecieran la pena? Tendré que decirles la verdad: Que había otra, pero no quiso aparecer. Y que no, salvo estas dos que son y están, en mi modesta opinión, no hay más cuentistas catalanas nacidas después de 1960 que merezcan la pena. La vida es así, no la he inventado yo.
Pese a todo, cuando alguien me pregunta si soy feminista respondo que por supuesto que sí. Soy feminista igual que soy ecologista, digo, porque es de recibo. Pero en todo hay gradaciones, y yo ya no estoy en edad de exagerar demasiado con mis militancias. Una cosa es ser feminista y otra ser defensora de lo paritario. También una cosa es ser ecologista y otra muy distinta ser de Greenpeace. Feliz tormenta en un vaso, queridos, queridas.

19 de marzo de 2006

El invierno de los árboles (8)

Acaso la razón oculta de mi amistad con los árboles:
suelen ser más viejos y más altos que yo.

18 de marzo de 2006

Adrián Curiel

Os presento a una de las voces más interesantes de la última narrativa mexicana. Adrián Curiel publicó una novela en España durante los años que vivió en nuestro país, Bogavante, con la pequeña editorial independiente Brand. Es autor también de libros de relatos y novelas y ha sido antologado repetidas veces, tanto en su país como en España. Cronológicamente coincide con lo que se ha dado en llamar «el crack», pero su concepción de la literatura se aleja bastante de la del famoso colectivo.
Hoy tengo el placer de serviros esta entrevista en exclusiva con Adrián, un plato refinado y suculento. Si queréis saber más de él, en la sección «Biblioteca» de mi web. Buen provecho.

P: «El trabajo literario del joven escritor Adrián Curiel Rivera tiene como principales recursos la digresión, la reflexión y el sentido del humor. Se trata de un escritor minimalista y juguetón que se vale de las situaciones más comunes para vincular de manera riesgosa a los personajes», lo dijo Hernán Lara Zavala en la presentación de un libro tuyo. ¿Estás de acuerdo? ¿Algo que añadir?
R: Siempre me ha quedado la duda de qué quiso decir Lara Zavala con lo de “minimalista”, y no he tenido ocasión de preguntárselo. Yo me considero, al contrario, un escritor profuso, que tiende a ensamblajes y entramados más bien barrocos. Ciertamente soy digresivo, aunque intento serlo como lo era De Quincey, quien añadía a lo previsible del texto elementos de comicidad o de espanto que enriquecían el conjunto, más allá de “desviar” deliberadamente al lector del recto sendero narrativo, cosa que muchos críticos consideran un auténtico pecado. Supongo que mi propia forma de entender el mundo es digresiva, y me siento cómodo utilizando este recurso. Lo de minimalista, no sé, quizá Hernán se refería a cierta capacidad de delinear los personajes con pocos trazos. Cuando pienso en las líneas simples del minimalismo arquitectónico y las comparo —hasta donde es posible realizar esta operación— con los tormentosos recovecos de, por ejemplo, Bogavante o El Señor Amarillo, me digo: «La próxima vez que veas a Hernán pregúntale a qué se refería».

La entrevista completa, en Wan-Tun.

17 de marzo de 2006

Microcuento de Cristian Villalobos (y 4)

Canción

En una esquina del marco de la ventana de la sala de conciertos, dos elefantes se balanceaban alegres sobre la tela de una araña. Un tercero, minúsculo alpinista, desciende por la estructura metálica del escenario. Seguramente va a buscar a otro elefante.

16 de marzo de 2006

Una aventura

Hablemos de La sombra del viento

Me tengo por el tipo de gente que conserva un ápice de buen gusto. Hay muchas cosas en la vida que son muestras de buen gusto, a veces las más nimias. Las flores de plástico son inferiores a las naturales digan lo que digan los fabricantes de flores de plástico. Y yo, como José Hierro dice en un poema precioso dedicado a sus hijos: Os enseñé también a odiar / a la crueldad / a la avaricia, / a lo que es falso y feo, a las flores de plástico.
Añado otra idea: Hay que alimentarse. Todos los necesitamos. Pero también podría una alimentarse sólo de hamburguesas, o sólo de bollos, o sólo de café con leche. Comer todos lo necesitamos y todos lo hacemos. El sibaritismo, en cambio, el rincón del gourmet, no está al alcance de cualquiera. Como casi todo, es una cuestión de educación. Le gente que no la tiene, por cierto, suele pensar que puñetera falta le hace.
La ficción también es una necesidad. Necesitamos ficción, de algún modo nos alimentamos de ella. Adrián, mi hijo de 4 años, ya reclama sus dosis diarias de ficción. También yo. Todos nosotros. Esa sed de ficción puede saciarse viendo culebrones o leyendo a James Joyce. En mi modesta aunque razonada opinión, La sombra del viento es una flor de plástico o una hamburguesa de tres pisos del peor restaurante de comida rápida. Alimenta, pero no aporta nada, no nutre. No sólo porque está mal escrita, plagada de catalanismos que llegan a hacer incomprensibles algunas frases, cursi, redundante y repetitiva con respecto a las novelas anteriores de su autor (sensiblemente mejores). Me enoja que sea ésta la novela más conocida en todo el mundo de lo que se está escribiendo en España actualmente, como si no hubiera cosas mejores que esta especie de mirada descuidada hacia el folletín de toda la vida.
Yo, amigos, amigas, que conservo algo de ese romanticismo encantador tan trasnochado, sigo creyendo que la literatura es otra cosa. No sólo una buena historia, también un buen modo de contarla. Lo cual implica un cierto vuelo literario, un cierto estilo —no hace falta ser el Valle-Inclán de Tirano Banderas para contentarme, nadie me malinterprete—y, por supuesto, en el tratamiento de los personajes. No me vale que el autor lo resuelva todo con lugares comunes, aunque es sabido que los lugares comunes ayudan a vender novelas y encandilan a los lectores menos exigentes que, por cierto, son casi todos.
Yo le pido a una novela, precisamente, eso: que me emocione, que me entusiasme, que me sorprenda y que me deleite con el uso del lenguaje o con el estilo. Si esto último no puede ser porque el autor no es de los que van sobrados, me conformo con un redactado correcto, como por ejemplo ocurre con este ya éxito de ventas —al que me referí en días anteriores, con un cierto misterio—, La catedral del mar. Es decir, que después de leer mucho y enojarme más, ya he llegado a conformarme con un estilo correcto, siempre y cuando la historia merezca mi tiempo. Aunque si no hay nada —ni estilo, ni lenguaje, ni historia, ni emoción, ni sorpresa— termino preguntándome qué coño hago perdiendo mis preciosas horas en leer esa basura.
He aquí, entonces, cuando tropezamos con la eterna cuestión de la subjetividad: en literatura, por fortuna, dos y dos no son cuatro, dirán algunos. Tendrán razón, añado yo. Sin embargo, hay ciertas cosas en que las sumas sí funcionan: el estilo es una de ellas. Los escritores saben escribir o no saben, y no es algo que pueda disimularse (aunque se intente con eso que llaman "editing"). Y, del mismo modo, saben construir una historia o no son capaces de hacerlo, y no hay nada que hacer si aún no han aprendido (bueno sí: cabe esperar a que aprendan algún día mientras les despreciamos leyendo a otros).
La sombra del viento es un buen ejemplo de lo que acabo de decir: es una historia mal construida, mal contada y cargada de personajes manidos que ya hemos visto mil veces. Hay muchos casos como el suyo en Editorial Planeta (y en otras, por supuesto). El último: La dama y el león novela-rollo con tintes pseudofeministas muy parecida en ambientación e intenciones a la última de Rosa Montero pero mucho peor escrita. Y eso que la de Rosa Montero tampoco era nada del otro mundo. Supongo que será casualidad que la autora de La dama y el león sea la señora esposa de un editor de Planeta y que ella misma ande también infiltrada en el mundo de la edidión. En fin. Seguro que será también de los más vendidos, aunque me cuentan que no tanto como habían previsto en un principio. Al parecer, la dama y el felino han tropezado con los cimientos de una catedral muy bien cimentada, que arrasa en las listas de ventas.
No hay que tirarse de los pelos, amigos: la historia de la literatura está llena de malísimos autores que vendieron miles de ejemplares mientras los verdaderos escritores no tenían ningún éxito. No sé de qué me extraño, pues: en realidad, sé desde el principio de qué diablos estoy hablando. Además, ni siquiera me enojo de que gente de bien lea a Ruiz Zafón. En este país hay, por fortuna, libertad de culto. Y nadie se engañe: yo no me considero una escritora verdadera o maltratada. Yo aspiro a ser Ruiz Zafón, en realidad. Y ni siquiera me falta quien me ve a mí como yo le veo a él, y se encarga de decirlo, en público o en privado.

He soltado esta perorata para saldar la deuda, contraída con los lectores de este blog, de hablar de La sombra del viento. Si queréis, otro día, hablamos de La catedral del mar.

15 de marzo de 2006

No me gusta...

El teléfono que suena cuando protagonizo una escena porno, los potajes de garbanzos, el canto gregoriano, los pimientos de padrón, la gente que no aprieta la mano cuando saluda, las monedas de céntimos de euro, los pijamas, el calor, el color marrón en todas sus gamas, las flores de plástico, las personas que temen a los perros, las ediciones baratas, los clásicos sin notas ni prólogo, los juegos de mesa, las películas que terminan fatal, la Barcelona del diseño, los compañeros de viaje que no se callan, el olor que dejan las mandarinas en las manos, la gente que me habla como si tuviera 2 años, pensar en sacarme el carné de conducir, las matemáticas, Cien años de soledad de García Márquez, casi todo lo que dan en televisión, levantar la voz para que me oigan, que me laman el culo, el vino rosado, coger la primera cosa de una pila, respetar el orden de los cuentos de un volumen, Carmen Martín Gaite, Tom Cruise, la protagonista femenina de Cyrano de Bergerac (Roxana), los editores demasiado preocupados por las ventas, las páginas de deportes de los periódicos, los anuncios de compresas, las compresas con alas, los jerseis de cuello vuelto, las señales de prohibido el paso, la gente que sonríe todo el rato, el café con leche con mucho café, el vecino que me quiere contar su vida en el ascensor, los bichitos de los rosales, la subida del dichoso euribor, la primavera del Corte Inglés, los exmaridos que para desaparecer sólo necesitan dinero, que se acabe la tinta de la impresora, un cumpleaños sin soplar velas, el teléfono que suena en mitad de la escritura de una buena escena...

14 de marzo de 2006

Diez cuentistas catalanes

Os presento, en exclusiva, la cubierta (aquí en versión catalana, pero la hay también en castellano) de Un diez, antología del nuevo cuento catalán, en la que he estado trabajando, más o menos, durante el último año y medio. Primero, leyendo. Luego, seleccionando. Y después, ejerciendo de editora. Ha sido un trabajo muy enriquecedor y el resultado estará listo en un par de semanas. Esta maravillosa portada, de Santiago Verdugo sobre una idea de Deni Olmedo, va a ser una de sus mejores cartas de presentación. Igual que los autores seleccionados, el diez titular, a saber: Eduard Márquez, Vicenç Pagès, Flavia Company, Toni Sala, Jordi Puntí, Albert Calls, Màrius Serra, Pere Guixà, Xavier Gual y David Ventura. El prólogo, la selección y algunas (pocas) traducciones de la versión castellana son mías.
He aquí un aperitivo en forma de fragmento del prólogo:
En 1991, la Institució de les Lletres Catalanes se atrevió a publicar un Quién es quién de la literatura en catalán que arrojó una cifra sorprendente: en Cataluña había 1.118 escritores vivos y en activo. Lo cual en una población de 6.059.454 (el dato es de la UOC, la Universitat Oberta de Catalunya) significa que el 0,01 por ciento de la misma no sólo escribe sino que está censado por hacerlo. Seguro que la inmensa mayoría de la gente civilizada no creerá que éste sea un dato preocupante. De hecho, es una realidad similar a la de idiomas que por su número de hablantes son equiparables al catalán, como el sueco, el danés o el griego. Al fin y al cabo, el 0,01 por ciento de la población no es tanto. En Catalunya, hay el triple de escritores que de notarios, por ejemplo. Y diez veces más escritores que homicidas. Sin embargo, hay otra cifra que inquieta un poco más, incluso a la gente normal que no dedica todas sus horas, toda su vida a la literatura: en el último censo, correspondiente a febrero de 2006, la cifra de escritores vivos, en activo y rastreables por Internet —ah, el signo de los tiempos— es de 1.519 (el 0,025 por ciento de la población). Eso equivale a decir que cada año surgen en Cataluña 26,7 escritores nuevos. Cifra de mi cosecha (resultado de restar y dividir las cantidades ya aportadas y que cualquiera puede lograr también del mismo modo) que, entre otras cosas, es irreal, puesto que forzosamente deben ser más: el censo no recoge a los muertos y alguien tiene que sustituirlos para que las cifras sigan aumentando. Dicho lo cual, sólo se me ocurre preguntarme: ¿Es normal que en una porción de tierra que apenas supera los 32.000 kilómetros cuadrados surjan todos los años 26,7 nuevos autores dignos de figurar en un censo?
Informaré de las presentaciones (prometen ser multitudinarias además de divertidas) en Barcelona y Madrid.

13 de marzo de 2006

Ahora lo entiendo todo

Dice el editor Jaime Salinas (ex-Barral, ex-Alianza Editorial, ex-Alfaguara, ex-Director General del Libro) hoy en El País:


Nunca fui un gran lector, ni creo que tenga una lectura suficientemente formada. Mientras trabajé con Barral comprendí que no se trataba de publicar los libros que me gustaran, así que mi relación con los libros era a través de terceras personas, los que me sugerían que se publicaran. Yo raramente leía los libros que iba a publicar... (...) Lo aprendí de Einaudi, en Italia. Giulio Einaudi me invitó a estar en su comité de lectura, que era impresionante. Sólo intervenía cuando se atascaba el diálogo. Luego me explicó que él no leía los libros, se dejaba llevar por lo que iba escuchando. Y yo, que no era un gran lector de libros, adopté esa actitud. (...) En Alfaguara, más que un editor fui lo que los anglosajones llaman un publisher. Yo no he desempeñado, como editor, una labor de tipo intelectual; me encargaba de la organización, de la estructuración de los programas, de las relaciones públicas...

Es como si tu médico te recetara algo no por lo que él ha visto al reconocerte, sino por lo que tus familiares le dicen sobre tu estado general. Como si un cocinero mezclara los sabores guiándose por cómo le dicen que son sus ayudantes de cocina. ¿Tendrán también los anglosajones una palabra para esto?
En realidad, los más cercanos a estos editores que describe Salinas, son los políticos. La política, ah, ese territorio donde el asesor gobierna y el mandamás acata. Otro feudo de la mediocridad, por cierto.

12 de marzo de 2006

La Venus de Iluro

Amigas, amigos, amantes de la cultura clásica, de remover los cimientos, de los vestigios de otro tiempo, de los dioses y los gustos refinados que en este blog encontráis el necesario descanso del guerrero... os presento a la Venus de Iluro. Fue descubierta en unas excavaciones hace cuatro años en un lugar llamado Can Xammar, de lo que en época romana fue la próspera Iluro, la actual Mataró. Un lugar donde, a la sazón, nací y persisto. Mi convecina es de mármol, fue esculpida en el siglo I d. de C. y formaba parte de la decoración de unos baños públicos. La escultura, de tamaño natural, puede visitarse en el museo de historia local, un edificio situado cerca del Ayuntamiento donde, por cierto, nació Néstor Luján (aunque por accidente, siempre dijo él, y en una época en que, claro, no albergaba el museo). En fin. Lo dicho (antes de irme por las ramas): os presento a la Venus de Iluro. Va a ser una de las protagonistas de mi próxima novela.

11 de marzo de 2006

Lexicografía (microcuento o algo así)

Las palabras siempre son inocentes:
Abrams. Bradley. Stinger. Tow. Hummvee. Paladín. Patriot. Scimitar. Striker. Warrior. Eagle. Tomahawk. Maverick. Falcon. Harm. Pittsburg. Montpellier. Kanawha. Mitscher. Briscoe. Deyo. Gary. Vendergrift. Cushing. Constellation. Lancer. Hornet. Chinnok. Sea Knight. Kiowa. Apache. Supercobra. Spirit.
Nosotros las utilizamos para nombrar nuestro mundo:
Tanque de ataque Abrams. Vehículo de combate Bradley. Misil Stinger. Misil Tow. Misil Patriot. Misil Harm, con ojiva altamente explosiva. Misil Tomahowk, el único capaz de alcanzar objetivos situados a 1.600 quilómetros. Vehículo blindado de alta velocidad Humvee, vehículo de reconocimiento Scimitar, vehículo de combate Striker. Vehículo de combate Warrior. Caza táctico Eagle F-15. Caza Falcon F-16. Caza Hornet. Portaaviones Pittsburg. Portaaviones Montpelier. Portaaviones Constellation, con capacidad para 5.630 soldados, incluido escuadrón aéreo. Barco de abastecimiento Kanawha. Destructor Briscoe. Destructor Deyo. Destructor Cushing. Bombardero Harnet. Bombadero Lancer. Helicóptero Apache. Helicóptero Supercobra, capaz de realizar su misión en cualquier condición climática. Bombardero Spirit, casi invisible, apto para cargar con armamento nuclear.
Las palabras siempre son inocentes. Si supieran lo que hacemos con ellas desertarían de nuestros diccionarios.

10 de marzo de 2006

Me gusta...

viajar en tren, dos azucarillos en el café, leer en la playa, pasear sin rumbo fijo, la calle Montcada de Barcelona, que me visiten los amigos, el vodka con naranja, el poema de la biblioteca de Bukowsky, donuts con chocolate el domingo por la mañana, la gente que da la mano con decisión, las sandalias, los boles de cerámica, las Suites para Cello solo de Bach, mi rincón de leer en mi sofá (y mi sofá), recoger a mis hijos en el colegio, hablar con el cartero, las pipas con sal, visitar mercados en cualquier parte del mundo, la colonia para bebés, David Mamet, decir palabrotas, las plumas estilográficas, las películas en versión original, reír hasta el paroxismo, el olor del azahar, cantar en la ducha (y fuera de ella), Cyrano de Bergerac en cualquiera de sus versiones, América Latina de costa a costa, la sandía con pepitas, el culo de mi hombre, desayunar en un bar leyendo el periódico, bailar salsa, las camas deshechas, Joaquín Sabina, las rosas amarillas, los cuadernos Moleskine, el arroz basmati, las monedas de 2 euros, las columnas dóricas, los perros grandes, los tomates-pera, Sevilla en abril, Matt Dillon, el Mocca Café del Starbucks, oler un libro nuevo, dejar el bolso en casa, el primer mordisco a una ciruela, imaginar la historia de una novela, los chiles en nogada de La Mordida de Madrid, la Noche estrellada con Ciprés de Van Gogh, los cachorros de tigre...

9 de marzo de 2006

Microcuento de Cristian Villalobos (3)

El sermón de la montaña

Se acercaron muchos a escucharle. Tantos y tan cerca. Mirándose entre ellos:
-¿Dónde está?, ¿qué ha dicho? -se preguntaban.
-Le hemos aplastado. Y sin dejarle hablar -dijo uno.
-Muy bien. Tú, que te has dado cuenta. A suplirlo -se oyó por atrás. Obligado, improvisó unas bienaventuranzas.

8 de marzo de 2006

El invierno de los árboles (7)


La sombra es nuestra vida paralela y muda.

7 de marzo de 2006

Truman Capote en Palamós

Truman Capote escribió buena parte de A sangre fría en Palamós, un pueblo de la Costa Brava catalana, en una casita que le había prestado uno de sus amigos de Nueva York. El catalán, apellidado Colomer, que actuó de intermediario en aquella ocasión, pasó muchos años luchando porque se colocara en el lugar una placa conmemorativa del paso del escritor estadounidense, pero no lo consiguió. Y no solo eso: la casa original fue derruida hace algunos años y en su lugar se levanta uno de esos horribles edificions de apartamentos de vacaciones que inundan la Costa Brava. Allí, por descontado, tampoco hay ninguna placa y seguramente no la habrá jamás.
Vi Capote, la película, la semana pasada, durante una mala tarde. Me encerré en un cine después de pasar por la librería Laie y comprar una novela de Serguei Dovlátov. Ese es el tipo de escapadas que me reservo para esos momentos en que me parece que el mundo quiere morderme. Sobre la marquesina de los cines Lauren, el actor Philip Seymour Hoffman caracterizado como Truman Capote fue el mejor reclamo. La cinta recrea los 5 años de trabajo que invirtió Capote en escribir A sangre fría, su última novela terminada. Su estancia en la Costa Brava ocupa apenas unos metros de película. Lo mejor, más incluso que la historia, es la interpretación de su protagonista que, como ya todo el mundo sabe, le ha merecido un Oscar. Premio que, para gran algarabía por mi parte (estoy sensiblera con el asunto maternofilial desde que soy multimamá) le dedicó a su madre, quien, dijo, le esperaba largas horas cuando le llevaba a las audiciones.
A sangre fría inauguró un género a medio camino entre la novela y el periodismo. En inglés se llama non-fiction. En la versión doblada de la película se le llama también novela documental. Fue un exitazo, del que Capote no se recuperó jamás (no, por lo menos, lo suficiente para escribir otra cosa y terminarla) y que le perseguiría hasta el final de sus días y mucho más allá. Si tengo que elegir, de todo lo suyo, prefiero los cuentos. Música para camaleones, por ejemplo. En el prólogo, levemente autobiográfico, Capote habla de algo terrible de comprender, pero a la vez necesario:

el abismo entre escribir bien y el arte verdadero
Hoy caigo en otro abismo y Capote me sirve de escalera. El oficio del escritor es ingrato, demasiadas veces. Es necesario a aprender cuanto antes por dónde se sale de todos los abismos.
Advierto, visitantes de este rincón, que esta es una entrada tramposa: el día en que la leáis, llevará escrita más de una semana y yo andaré por ahí, de viaje, recién salida del abismo y completamente amnésica de todo esto.

6 de marzo de 2006

La lechuza del teatro romano

En Extremadura hace hoy un día frío pero luce un sol espléndido. Por eso después de comer me ha apetecido dar un largo paseo. He vuelto al teatro romano de Mérida, creo que por tercera vez en mi vida. Me he sentado en las gradas y he dejado pasar el tiempo. Se escuchaba una lechuza. He recordado a la lechuza del Teatre Grec de Barcelona, que tan familiar resulta a los espectadores en verano, durante el festival. En el Grec también hay a menudo gatos que pasean tranquilamente por el escenario, y que a veces se detienen en el espacio de la orquesta, como si miraran tranquilamente la función. Aunque, ya puestos a elegir, mejor ser lechuza en Mérida. No creo que haya muchos visitantes en el falso teatro griego de Barcelona durante los meses en que no hay representaciones. Aquí, en cambio, la diversión es constante. Hoy había un grupo de adolescentes despistados que preguntaban si los romanos instalaron el pararrayos de la fachada principal o si en el siglo III antes de Cristo existía la fibra de vidrio. Una guía cargada de paciencia intentaba que comprendieran. Les he visto llegar y marcharse. A ellos y a tres parejas de turistas extranjeros. Me encanta sentarme a mirar y escuchar, a ver y oír.
Cuando salía, en los baños de chicas, había un grafiti que bien podrían haber dejado ahí cualquiera de las adolescentes del grupo: Mis padres son tontos y idiotas.
Mientras regresaba al Parador, donde me alojo, pensaba en la lechuza del teatro romano y escribía mentalmente:

Los ruidos han evolucionado mucho a lo largo de la historia.
En cambio, el silencio siempre ha sido igual.

5 de marzo de 2006

10 años sin Joseph Brodsky

Para el final de la semana rusa, que podría continuar si no temiera cansar a los ilustres visitantes de este blog, he dejado al que tal vez sea mi autor ruso favorito: Joseph Brodsky. Os ofrezco un ramillete de citas seleccionadas de dos de sus libros de ensayos: Menos que uno (Versal, 1987) y Del dolor y la razón (Destino, 2000), ambos inencontrables, para variar, excepto en librerías de lance. Brodsky nació en San Patersburgo cuando era Leningrado (en 1940) y hace pocos días se han cumplido 10 años de su muerte en París. Se exilió en Estados Unidos en 1977 y en 1987 le fue concedido el Premio Nobel de Literatura.
En uno de sus más bellos poemas, 1972 (De Parte de la oración y otros poemas, Versal, 1991), hizo balance de su azarosa existencia:

Fui como todo el mundo: he vivido una vida
similar. He llegado con flores al vestíbulo.
He bebido. Me he puesto disfraces para hacer el tonto.
He tomado lo que se me ofrecía. Nunca
codiciaba mi alma lo que suyo no era: dado un punto de apoyo
ponía la palanca necesaria; dado un espacio por llenar,
aportaba las notas de mi caramillo hueco.
¿Qué más puedo decir antes del mutis?

He aquí algunas de las cosas que pudo decir y dijo. Fuegos artificiales literarios para este domingo pre-primaveral:

Un hombre es lo que ama. Por eso lo ama: porque él forma parte de ello.

A uno le cambia lo que ama.

Contemplar relojes es una bonita forma de matar el tiempo.


La literatura constituye el único seguro moral posible para una sociedad; el antídoto permanente del principio según el cual el hombre es un lobo para el hombre.

Cien años de soledad no es sino otra obra de Thomas Wolfe, a quien (¡qué mala suerte!) dio la casualidad que leí antes.
Por cada Byron, siempre hay un Wordsworth
Un hombre es lo que lee.

Me pregunto si llegué a ver lo que recuerdo haber estado mirando.

En este oficio de emborronar papeles se consiguen mejores resultados con el sentimiento de culpabilidad que con la autoconfianza.

Empiecen como empiecen, todos los viajes acaban igual: en nuestro rincón, en nuestra cama.
La verdadera historia de la conciencia se inicia con la primera mentira.

El fútbol es la más importante de las cosas sin importancia.

Nada me horroriza más que pensar en el álbum familiar del japonés medio: sonrientes y rechonchos, él/ella/ambos ante un fondo constituido por todo lo que de verticual continene el mundo: estatuas, fuentes, catedrales, torres, mezquitas, templos antiguos, etc.

Probablemente sea ya tarde para el mundo, pero siempre queda una oportunidad para el individuo.

En el país donde pasé 32 años de mi vida, el adulterio y la asistencia a las salas de cine constituyen las únicas formas de empresa libre. Además del Arte.

Tengan en cuenta quién les cuenta todo esto: uno de aquellos cuyo lugar de nacimiento quedó arrasado por el fuego, en un bombardeo, gentileza de la Lutwaffe; uno de aquellos que probaron por primera vez el pan blanco cuando tenían ocho años (o, si les resulta más claro, la Coca-cola a los trenta y dos).

4 de marzo de 2006

Pornografía para leer

Dijo Joseph Brodsky: En general, la pornografía consiste en un objeto inanimado causante de una erección.

El cuento de marzo, ya en Gazpacho, es perverso. Nunca te fíes de quien no tiene perversiones. Feliz lectura.

Una de blinis!

Los blinis entraron en Rusia hace diez siglos procedentes de Oriente Medio. Sólo hay que verlos para reconocer su parentesco con los mezze, los entremeses típicos de países como Siria, Turquía o Grecia. También recuerdan a las tortas de pan griego, aunque son más esponjosos. Se sirven como aperitivos antes del plato principal. También se suelen dar a las embarazadas antes de parir o servirse en las cenas de los funerales, esas solemnes celebraciones en que los rusos comen y beben hasta hartarse. Lo suyo es servirlos con caviar (de Beluga, el más grande, o cualquier otra variedad: Osetra, Sevruga, Paiusnaya o Malossol), y también con aranque y salmón. A partir de ahí, el sincretismo hace que puedan darse blinis con cualquier cosa.
Para que nadie se quede con las ganas, he aquí la receta de unos perfectos blinis:

250 gramos de harina
2 vasos y medio de leche
3 huevos
1 cucharada de azúcar y otra de sal
100 g de mantequilla

Se mezclan todos los ingredientes hasta obtener una masa homogénea y se fríen brevemente y por ambos lados en una sartén previamente engrasada con mantequilla. Se sirven recién hechos, aún calientes, cubiertos con una cucharadita de caviar o cualquier otra cosa, al gusto.

Y si preferís que os los den hechos, permitidme una recomendación: Restaurante Rasputín, en la calle Yeseros, de Madrid. Allí celebré, en buena compañía y honda coherencia, el premio a El anillo de Irina, mi novela rusófila.

3 de marzo de 2006

Russian Ark

Los zares eran rusófilos pero soñaban con Italia, por eso construyeron el Hermitage, afirma el maestro de ceremonias de esta curiosa y magnífica película de Alexander Sokurov, Russian Ark, que todo rusófilo debería ver. Se trata de una cinta rodada sin interrupciones -lo cual le da un aire más bien teatral- dentro del Palacio de Invierno de los Romanov, hoy el Museo Hermitage. La cámara nos va llevando por las dependencias del magnífico edificio y, a la vez, a lo largo de 300 años de la historia de San Petersburgo. Asistimos a un baile imperial, a un almuerzo de la familia del último zar en las dependencias de palacio y también a los asaltos de la Revolución de octubre. Todo termina con una fría vista sobre el Río Neva, a cuyas orillas se levantó el palacio a imitación de Versalles y el Vaticano. Sólo su carácter pseudodocumental ya merecería la pena, pero asombra asistir al esfuerzo del director por rodar sin cortes y por revivir los distintos momentos históricos. Mi escena favorita: el baile, donde docenas de extras recrean una fastuosa fiesta. Mi personaje favorito: el mayordomo, o chambelán o cicerone interpretado por Serguei Dreiden que conduce al espectador a través de tan extraordinario viaje y que habla en susurros para no perturbar los acontecimientos que nos muestra. Por cierto: el ruso susurrado se me parece mucho al catalán. Un detalle que siempre que la veo me hace sonreír de emoción.

2 de marzo de 2006

El viaje en picado

Vila-Matas cayó en la segunda votación del premio Salambó, que se falló ayer en Barcelona y recayó en Pombo y su novela Contra natura. Los miembros del jurado guardaron un incómodo (o cómplice) silencio, como si nadie se atreviera a hablar de ese momento terrible en que todos los escritores inician su viaje vertical en picado...

Serguei Dovlátov: pistas para rastreadores

Serguei Dovlátov emigró a Estados Unidos en 1978, a los 37 años, donde murió a los 49. Antes de salir de Rusia había pertenecido al ejército, y había sido guardia de alta seguridad de los campos de Stalin. En su novela Zona, autobiográfica como todas las suyas y nunca publicada en España, contó esa experiencia, que viene a ser un reverso literario de Soljenitzin, no por ello menos terrible. En nuestro país, se le ha traducido poco y mal. La extranjera, completamente inencontrable, salió hace unos pocos años en Galaxia Gutembreg / Círculo de lectores. Metáfora, una editorial ya desaparecida, publicó La maleta, su mejor libro, en 2002. En 2000, Áltera publicó Los nuestros. Hace apenas unos meses, una pequeña y desconocida editorial de Vitoria, Ediciones Ikusager, ha editado El compromiso. Muy poco, sin duda, para un autor de su categoría literaria, y aparecido en editoriales tan alternativas que ha convertido a los pocos lectores fieles que tiene en España en expertos rastreadores de sus libros.
Por si alguien quiere leerle: pistas para rastreadores de Dovlátov: entrad en Iberlibro y teclead en el motor de búsqueda su apellido, sin la tilde ingrata. Aparecerán varios ejemplares de La maleta. Aún es posible hacerse con uno, y os aseguro que es un consejo de amiga.
Y, para terminar, tres breves catas de ese libro, precisamente:

Se puede dividir a la gente en dos categorías. Los que preguntan. Los que responden.

En cada ciudad hay una estatua de Lenin. En cualquier centro regional. En ese sentido, la demanda es inagotable. Un escultor experimentado puede esculpir a Lenin a ciegas. O sea, con los ojos cerrados.

Una mujer puede hacer tres cosas por un escritor ruso. Puede mantenerlo. Puede creer sinceramente en su genialidad. Y, finalmente, puede dejarlo en paz. A propósito, lo tercero no excluye lo primero ni lo segundo.

1 de marzo de 2006

Quemado por el sol

Estamos a pocos días de la entrega de los Oscar. En 1993 consiguió la estatuilla a mejor película de habla no inglesa el largometraje de Nikita Mikhalkov Quemado por el sol, una de las mejores películas que he visto en mi vida y una de las que mejor representa la forma de vivir y sentir del pueblo ruso. La cinta retrata a los miembros de una gran familia -típicamente rusa- conviviendo durante un verano en una dacha, así como las reacciones que genera en cada uno de ellos la llegada de un antiguo amigo. Los personajes son fantásticos, no sólo porque están magistralmente trazados, también porque representan los valores enfrentados de la vieja y la nueva Rusia. Pero lo mejor es la relación, antigua y renovada, de los dos protagonistas masculinos: Dmitri y Serguei y cómo la vieja traición y el viejo enfrentamiento por la misma mujer se transforma con el tiempo en algo mucho más terrible, que lleva la película a uno de los finales más emotivos que he visto. Para los que somos chejovianos de pro, es, además, un obvio homenaje a esas obras de Chejov en las que aparentemente no ocurre nada y que tan polémicas fueron en su tiempo. Chejov con el socialismo más a flor de piel, eso sí.
Cada vez que veo Quemado por el sol y me deleito en sus escenas familiares recuerdo, por cierto, una frase de Sergio Pitol, otro rusofílico, en El viaje:
Conversar durante horas: he aquí un gran deporte ruso.