20 de junio de 2007

Así me ve Antonio José Mialdea Baena (y amablemente me hace llegar el texto para que lo publique aquí)

Hace unos días pasó por aquí, como un ser-de-vuelo, que diría mi querida Chantal Maillard. Care se ha convertido en un ser-de-vuelo. Pero Chantal no se refiere exactamente a lo mismo a lo que yo me refiero cuando lo aplico a la escritora Care Santos. Ella un ser-de-vuelo y su obra literaria un huracán. Vive prácticamente subida a un avión y su edad no llega al número de obras que ha escrito, que rozan ya las cuarenta. Con la última, La muerte de Venus, ha quedado finalista del Premio Primavera de novela. Y no ha escrito bodrios como otros. Ni siquiera su única obra poética lo es, aunque ella dice que no es el género donde más feliz se encuentra. Pero a ella se le nota que es feliz mientras no le falte papel, lápiz, y un hueco suficientemente amplio, aunque sea por intenso, a través del que dejar un trozo de sus labios repitiendo te quiero como un eco en el aún cuerpo menudo de sus hijos, que ya son tres.

Nos vimos unas horas pero hablamos de lo humano y lo divino; en catorce años sólo habíamos podido darnos un par de besos en Madrid hará unos cuatro o cinco. Pero la Care de entonces, la de ese octubre del noventa y tres, en la que ambos éramos desconocidos, ya no es la Care de ahora en la que yo sigo siéndolo. La literatura ha escogido y la ha elegido a ella y no se ha equivocado. Donde sigue siendo exactamente igual es en sus adentros, esos no han cambiado. Ella me dice que durante estos años ha aprendido, por ejemplo, a utilizar las preposiciones, a conocer sus límites, a entender a los editores, a temer a los correctores, a abominar de los críticos (labor que ejerce con autoridad aunque no sea del todo de su agrado). Ha adquirido el “oficio” de escritora. Pero yo digo que además de todo esto, que no es poco, lo que de verdad ha aprendido es trazar ese puente que une su escritura deliciosa y los miles de lectores que la siguen. El puente lo ha fabricado con la pasión que muestra por la vida. No hay otra forma de hacer literatura que no sea desde el amor a la vida, desde sus sinsabores a veces tan duraderos; hasta sus placeres, tan frecuentemente efímeros.

-Care, está usted en Murcia-, me contó que le susurraba el otro día una lectora al darse cuenta de que al firmar para ella uno de sus libros (en los que gusta de escribir la fecha y la ciudad) se quedó paralizada sin saber exactamente en qué ciudad del mundo se encontraba.

mialdea@auna.com

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