«¿Cuánto has tardado en escribir esta novela?»
La pregunta se repite —qué curioso— en foros tan distintos como un salón de actos lleno hasta la bandera de adolescentes, la presentación del libro de un amigo o un almuerzo con periodistas en El Corte Inglés. La gente quiere saber el porqué, pero, sobre todo, el cuándo, o más exactamente, el en cuánto tiempo has escrito lo que acaban de leer. Y yo, que me formé en el periodismo, también me pregunto el porqué de ese interés.
¿Vale más una novela escrita en diez años que otra escrita en tres meses? Sin duda, la gente cree que sí. Hay un mérito en la cocción a fuego lento, y no es difícil deducir por qué razón: vivimos tiempos apresurados, lo rápido está por todas partes. Siempre llegamos tarde, nunca tenemos tiempo, comemos a toda prisa, hasta el amor es un ejercicio de síntesis. En esta época, cualquier cosa que se fragüe a fuego lento tiende a ser sobrevalorada. En cierto modo, cualquier cosa que requiera diez años para llegar a existir es un vestigio de un mundo que desaparece.
Dedicar mucho tiempo a escribir una novela no es, en reaidad, una garantía de su calidad. Conozco verdaderas birrias literarias que han requerido, tristemente, diez años de trabajo. Y también obras maestras escritas en menos de un mes.
El tiempo no es una buena variable, a pesar de que algunos crean lo contrario. Lo que debe pesar es el resultado final, sin tener en cuenta cuánto se ha tardado en llegar a él. Si el huevo está crudo cuando llega a la mesa, es obvio que necesitaba más tiempo de cocción. Un huevo pasado por agua se hace en pocos segundos, pero si se deja sólo un minuto más ya no es un huevo pasado por agua, sino un fracaso.
Por todos estos motivos, me enfurece hablar del tiempo. Por estos, y porque soy rápida escribiendo (aunque no tramando, construyendo, mis novelas) y eso me lleva a tener que dar muchas explicaciones. También, intuyo, porque me acerco a los cuarenta y las cuestiones relacionadas con el tiempo comienzan a ponerme de muy mala leche.
Hasta ahora, cuando me formulaban la pregunta de siempre, respondía con toda la verdad: como mucho —les decía— puedo tardar tres meses en escribir una novela para jóvenes. Si trabajo mucho –un adverbio que cada vez me apetece menos— soy capaz de escribir una novela como “La muerte de Venus” (420 páginas) en 5 o 6 meses. Solía añadir que ésa es la diferencia entre yo y muchos de los que tardan 10 años en terminar una novela de 200 páginas: yo trabajo a diario, sin excepciones, sábados y domingos. Les decía que no suelo levantarme de mi silla sin terminar mi (autoimpuesto) número de páginas diario, que va de las 3 y media a las 5; que hay días muy buenos en que salen incluso más; como los hay muy malos en que no logro llegar a las 3. Que de promediar los días buenos y los malos sale un resultado que suele rondar las 100 páginas al mes. Que 100 páginas al mes dan para mucho y que esa es exactamente la razón de mi productividad, ni más, ni menos.
Sin embargo, ahora ya voy aprendiendo que no puedo decir siempre la verdad, porque la verdad no es bella, como la arruga. Soy novelista, carajo, no sé cómo he podido tardar 37 años en aprender que la verdad es tan fea que para que alguien la valore hay que disfrazarla de ficción. De modo que a partir de ahora, daré otra respuesta. Voy a ensayarla aquí y ahora, para ir practicando. Imagino a uno de esos lectores/periodistas/amigos que de pronto lanza la pregunta de siempre, suspiro, miro al vacío, me encojo de hombros, creo un silencio elocuente y luego digo, impostando un poco la voz y con firmeza de personaje de ficción:
“No es fácil medir lo que se tarda en escribir una novela. Esta idea, sin ir más lejos, comenzó a rondarme hace unos diez años. Traté de escribirla pero no me salió. Lo intenté un poco después y de nuevo tuve que dejarla. Había algo que me lo impedía. En todo este tiempo, me documenté, trabajé, entrevisté a algunas personas, pedí consejo a especialistas y viaje. Por fin me vi capaz de abordar de nuevo aquella idea y esta vez, con éxito. La novela es el resultado de ese largo proceso que me ha ocupado más de una década».
¿Qué tal?
Por cierto: Lo que acabo de contar es, exactamente, lo que ocurrió con la novela que me traigo entre manos (mejor entre meninges) y que comenzaré a escribir el año que viene, cuando termine las entrevistas, los viajes y las lecturas que requiere la documentación.
Cielos, ahora que había aprendido a mentir para seducir, se vuelven realidad las mentriras.
5 comentarios:
Magnífica entrada, Care.
Un saludo
Esa teoría tuya de las tres páginas diarias es la misma que la de García Márquez, que comparaba su trabajo con el de un obrero que se enfunda el mono y ha de estar ocho horas diarias en el tajo. Yo estoy de acuerdo con ella, en general, aunque luego hay circunstancias en cada caso, como el que uno sea profesional de la escritura o sus ingresos tengan que provenir de otras actividades.
Pienso que lo que más trabajo requiere es la articulación de la trama, la escritura posterior tiene mucho que ver con el dominio del oficio y no plantea mayor problema.
Yo tengo al personaje de mi novela bajo un eucaliptal centenario donde dicen que se paró a descansar el mismísimo rey Fernando, y no consigo sacarlo de allí desde hace meses. La trama me ha costado años y sólo llevo escritas ciento cincuenta páginas. En mi blog están los capítulos primeros, los subí para conocer la reacción de la gente. Ahora ya no pienso subir más porque he de terminarla y buscar editor, pero creo que si dispusiera del día completo para dedicarme a ella aún tardaría otros cuantos meses (al menos seis, incluidas las correcciones)en concluirla.
En fin, para los escritores el tiempo siempre es un estorbo, incluso en a la hora de escribir sus obras (quizás en ésto más todavia), pero siempre existe el truco que nos permita salvarlo.
Un abrazo.
Care, deacuerdísimo contigo en la soez pregunta de "en cuánto tiempo" o "cuándo exactamente escribiste la primera palabra".
¿Por qué no se darán cuenta de que preguntar algo así es preguntar algo tan íntimo y tan poco meditado como "meditas qué ropa interior te pones cada día" o "cuál fue la última vez que odiaste"?
Un beso de letras, Care.
http://nuncaprendiasilbar.blogspot.com
Vaya, toda la vida jactándome de tener buena memoria y ahora que voy a quedar estupendamente citando a alguien, voy y no me acuerdo de a quién voy a citar. No se puede ser más desastroso, seguro. Alguien dijo (y ahora creo que fue Picasso) que la inspiración no existía y que si existía, lo mejor era que le encontrara trabajando.
Pues eso mismo, me alegra saber que no soy el único que tiene ese método de páginas autoimpuestas (aunque yo me exijo palabras, en vez de páginas -es lo que tiene haberse educado en el NaNoWriMo). Trabajando es como se construyen los castillos, ¿no?
Ahora bien, con eso último que cuentas, sin lugar a dudas, estamos ante una muestra más de que la realidad supera a la ficción...
Ja, ja, ja, no hace falta enfadarse.
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