El librero tiene el pelo algo revuelto y una cara como concentrada de rasgos. Frente amplia, inteligente. Mirada de hurón curioso: larga, demorada, escrutadora. Hablar silabeante, de alguien que tiene tiempo o que no tiene prisa, que no es lo mismo. Te mira largo y sonríe un poco, no mucho, y mueve los labios como si mascara algo pequeño, una duda tal vez, puede que un recelo, tal vez una sospecha, y te pregunta: "Y tú, ¿en qué mundo estás?", refiriéndose a lo que escribo. En fin, puede ser que el librero preguntara en realidad y tus libros en qué mundo están, pero yo sentí, ante el brillo insistente de sus ojos, que lo que me estaba preguntando era algo íntimo, personal, inconfesable. Y tú, niña, en qué mundo estás.
El librero es un ajedrecista consumado. Durante años publicó una columna de ajedrez en un periódico de su ciudad. Luego, porque sí, dejó de hacerlo. No da motivos, pero una adivina que los tiene, sólo porque esa mirada no deja escapar nada. Aunque nunca dejó, ni dejará, de ser ajedrecista. El mundo es un tablero y en él estamos todos mientras no dejamos de estarlo. El librero es un hombre misterioso, que no se explica. Una tiene que adivinar.
Prepara café. Lo sirve en una diminuta taza multicolor. Nos sentamos a la mesa, como buenos amigos que vuelven a encontrarse. Tres taburetes y una mesa: he aquí las dimensiones del mundo en el que coincidimos.
Entonces el librero mira a su compañero, su socio, su amigo; me mira con esos ojos profundos que todo lo quieren entender, dibuja una media sonrisa de gran conocedor de la partida y dice: "Uno enseguida sabe frente a qué clase de jugador está".
Escribí lo anterior en mi cuaderno tras visitar la Librería Palinuro de Medellín y compartir un rato de conversación y amistad naciente con dos de sus propietarios, Sergio Valencia y Luis Alberto Arango. Aquí están las fotos del encuentro y mi recuerdo. Cada vez tengo más la impresión que este blog es mi memoria.
2 comentarios:
Creo que en la vida pasa lo mismo, uno sabe enseguida frente a que clase de jugador está, lo malo es cuando la gente por hacerse la interesante juega al despiste, y como en el ajedrez ocupa la casilla equivocada, y alguien de pronto lo elimina.
Ese desconcierto dura una vida.
Saludos
Creo que en la vida, a veces no sabemos muy bien, delante de qué jugador estamos. Porque sino jamás nos engañarían ni nos harían daño.
Hablo al menos por mí.
Si lo hubiera sabido siempre, hubiera sufrido menos.
Me encantan las fotos. Que montón de libros...
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