Escribo estas líneas bajo los efectos del último chivatazo planetario. Me explico: alguien me ha dejado caer el nombre de la ganadora del Premio Planeta de este año, que será o no será (por eso me abstengo de proclamarlo aquí), porque ya se sabe que todos los años corren nombres falsos para distraer a la parroquia de los auténticos y verdaderos. ¡Un año incluso corría el mío como finalista! Qué cosas.
Bien. Esta noche se celebra la Nosécuántas edición del Premio Planeta de Novela. Un momento, dejadme que mire la invitación. La LXII. Advierto que estoy semicabreada porque hoy tengo que arrancarme de mi mesa, donde más feliz soy, para ir a la peluquería. Luego tengo que asistir a una reunión de aula de mi hija de 10 años para luego llegar a casa, ponerme a toda prisa un vestido de noche con lentejuelas plateadas comprado para la ocasión en El Corte Inglés y marcharme al Palacio de Congresos de Barcelona, donde está previsto que el fasto comience a las 21 horas. Perdonadme el disgusto, pero detesto ir a la peluquería. Por lo demás, el Planeta es una oportunidad de oro para
a) Ver modelos inenarrables
b) Ver amigos a los que sólo ves en el Planeta
c) Cenar bastante bien (me rijo por la media de los últimos 3 años, en que el menú mejoró bastante)
d) Vestirte de mujer y no de fardo urbano, que también se agradece.
Dicho esto, y tras la oportuna matización de que yo soy una autora que publica -y quiere seguir haciéndolo- en editorial Planeta, paso a reflexionar, que es para lo que hoy he abierto este post.
REFLEXIÓN NÚMERO 1.
Somos el país con más premios literarios de Europa. Somos uno de los únicos países que conceden premios a obras inéditas. También somos uno de los países que menos leen del mundo. ¿Tiene todo esto alguna relación? Sin duda, sí. En un país donde la gente apenas lee -¡horror! ¡y es el mío!-, los premios literarios significan un acicate a la lectura. Un acicate burdo, lo admito, puede que vergonzoso, insultante para los verdaderos lectores, pero es lo que hay. Por lo menos, si armas mucho ruido para premiar un libro, igual a alguno le entran ganas de apartarse un rato del televisor y leerlo. Y, ¿en qué consiste armar mucho ruido para premiar un libro? En una gran difusión mediática, a poder ser con retransmisión en directo por televisión y en una dotación económica lo bastante deslumbrante como para que los periodistas hablen mucho en ella. En eso, el señor Lara, fundador de Planeta, fue un lince. Comprendió las reglas del juego antes que nadie.
¿O tal vez se inventó las reglas del juego en el que deseaba ser el ganador?
REFLEXIÓN NÚMERO 2.
Los premios como el Planeta son CO-MER-CIA-LES. Aunque alguno no lo entienda, o no le guste, o no lo comparta, o se rasgue las vestiduras. Están hechos para vender libros. Miles de libros. Si puede ser, un millón de ellos, como le ocurrió a Terenci Moix con su No digas que fue un sueño (si no me equivoco, sigue siendo el Premio Planeta más vendido de la historia del galardón). Gran parte de las editoriales basan sus cuentas anuales en los beneficios de premios como éste. Ergo, si no nos hemos perdido, se trata de darle el premio al libro que a priori puede prometer mayores beneficios. ¿La mejor novela presentada a concurso? ¿El autor con mejor prosa, mejores recursos, más trayectoria, más carisma, más cara bonita, más popularidad? Tache lo que no proceda.
REFLEXIÓN NÚMERO 3.
Lo cual me lleva a hablar de la honestidad del premio, que cada año es objeto de polémicas.
Una vez, cuando aún impartía cursos de escritura, conocí a una señora que me dijo:
-Buenas. He decidido apuntarme a este curso porque el año que viene quiero ganar el Planeta.
Se lo quité de la cabeza como pude, claro. Aunque perdí la alumna, que se fue muy indignada. Y eso que no le dije lo que suelo decirle a gente con los pies en el suelo. Si tú convocaras un concurso literario con la finalidad de vender libros a espuertas y te gastaras en ello miles de euros (no hablo sólo de las dotaciones, sino del pago al jurado, de la organización de la cena, de los viajes de algunos invitados... en fin, miles y miles de euros), ¿no tendrías por lo menos la precaución de asegurarte que entre los originales presentados a concurso hay alguno que merece la pena premiar? ¿Eso es sucio? ¿Tal vez sólo es menos idílico de lo que algunos, como la candidata a alumna, imaginan? Ay, cuántas cosas en la vida son menos idílicas de lo que imaginamos cuando somos ingenuos. ¿Verdad? Y cómo mejoraría el mundo si todas tuvieran arreglo. De ahí a imaginar que el Planeta es un lodazal que amañan cuatro amigos hay un trecho bastante largo.
Lo único que aquí resulta cuestionable es este tipo de premios "comerciales". Aunque me temo que sin premios como el Planeta, que año tras año llevan a algunos a seguir comprando libros, la industria editorial y todos los que gravitamos a su alrededor, esa panda de ilusos que pretendemos ver en la literatura una de las cosas que valen la pena del mundo, nos iríamos todos a la mierda.
REFLEXIÓN NÚMERO 4.
Esta reflexión la hace la parte de mí que publica y quiere seguir haciéndolo en Editorial Planeta. Todos los años por estas fechas alguien me pregunta si voy a ganar el Planeta. Le digo que no he hecho méritos suficientes y entramos en un debate interesante -y halagador para mí- acerca de los méritos de mis novelas. Les dejo terminar y les cuento que no hablo de esa clase de méritos. Aunque mis novelas en Planeta venden más de lo que yo podía imaginar, aunque cuando trato de visualizar a todos esos lectores juntos siento algo así como un cosquilleo de felicidad bobalicona, me temo que mis cifras son una nadería en comparación con las de otros. 25.000 ejemplares vendidos no compensan un anticipo de 150.000 euros (por hablar de la dotación del finalista). Con esas cifras no puedo aspirar al Planeta ni de broma, ni siquiera al finalista. De modo que, queridos amigos, haced números. Y dejad de preguntarme si voy a ganar el Planeta.
REFLEXIÓN NÚMERO 5.
¿Me gustaría ganar el Planeta? Buena pregunta. Por una parte, sería idiota decir que no. ¿A quién que escriba no le gustaría esa difusión, esa tirada, esa cantidad de lectores? Por otra parte: ¿A quién que escriba no le aterraría esa difusión, esa tirada, esa cantidad de lectores? Hay otro factor: formar parte de una lista entraña siempre sus riesgos. Puedes sentirte muy orgullosa o levemente asustada de formar parte de ella. Quedándome con lo primero, recuerdo con qué deleite leí, por citar sólo algunos ganadores del Planeta, En busca del unicornio, de Eslava Galán; No digas que fue un sueño, de Terenci Moix; Crónica sentimental en rojo, de mi querido González Ledesma o El mundo, de Juan José Millás... También recuerdo algunas decepciones sonadas y algún libro soporífero. Es curioso: perdono más que un autor mediático me aburra a que un autor reconocido y admirado me decepcione. Aunque últimamente ocurre que los autores mediáticos dan alguna que otra sorpresa. Léase Boris Izaguirre, buen narrador, o Mara Torres, correcta dentro de los límites de un género muy concreto y, sí, ligero (el chic-lit).
No echo balones fuera. ¿Me gustaría ganar el Planeta? Sí y no. Creo que aguantaría bastante bien el vapuleo de los más "puristas", esos que siempre creen que el Planeta es sospechoso de algo, sobre todo de mala literatura, sin haber leído ninguno de los libros premiados. El problema es más bien otro. ¿Qué hay detrás del Planeta? El abismo. ¿Es bueno para una autora de 43 años enfrentarse a ese abismo? Tengo mis dudas. A mí lo que de verdad me gustaría sería ganar el planeta a los 65 años. Señor Lara: ¿cree que puede ser? Prometo tener energías para no morirme en plena promoción. O mejor, esperamos a los 75, me muero en plena promoción y así vendemos más libros. ¿Hace?
REFLEXIÓN NÚMERO 6.
Después de lo dicho, ¿es legítimo premiar a autores mediáticos? También tengo mis dudas. Lo más preocupante de novelas como las de algunos muy conocidos rostros de la televisión es que no son novelas. Disculpen la petulancia, pero me he pasado el verano leyendo a Jonathan Franzen, Jaume Cabré y Doris Lessing. Eso sí son novelas. Sí, sí, ya lo sé: poca gente lee esas novelas. El gran público se muere sólo de olerlas. Bien. Puede ser. Tratar de inculcar tu propio gusto y tu propio criterio sin ver otras posibilidades es una forma de intolerancia. No distinguir que hay mucho más además de la "alta" literatura es un error que no cometo. Sin llegar a lo insufrible, hay una estupenda franja intermedia. Terenci Moix era un autor comercial, sin dejar de ser literario. El tema elegido puede dar grima a los lectores de Steinbeck, pero era maravillosamente eficaz. Lo leyó mi madre -aficionada al antiguo Egipto-, totalmente embelesada, y lo leí yo, en plena adolescencia, en el mismo estado de fascinación. ¿No es eso lo que debe ser un premio comercial? ¿No hay escritores con carrera, oficio y tablas que aúnen esa doble vertiente de lo comercial y lo literario? ¿No trataríamos mejor a los lectores si les ofreciéramos escritores en vez de presentadoras del Telediario? (y conste que he defendido la novela que escribió la presentadora del Telediario, pero la pregunta es: ¿habría sido esa novela finalista de un Premio Planeta si su autora no hubiera presentado el Telediario?)
REFLEXIÓN NÚMERO 7 (al hilo de la anterior).
¿Qué tipo de novelas merecen ser premios Planeta? Espinosa cuestión. ¿Las buenas novelas? ¿Alguien es capaz de aventurar qué es una buena novela en los tiempos que corren? ¿Las más potencialmente vendibles podría ser una respuesta?
REFLEXIÓN NÚMERO 8.
Lo único que de verdad importa es la novela. Y la cosa es fácil de resumir: si el libro (los libros) está bien, el premio estará bien dado. Si el libro es horrible, será criticable. Y hasta la próxima.
¿Hace falta que recuerde que para criticar un libro hay que leerlo primero? Por si acaso.
¿Por qué me da la impresión que la mayor parte de comentarios insidiosos hacia el Planeta vienen de gente que quisiera ganar el Planeta?
REFLEXIÓN NÚMERO 9.
Llego al final justo en el momento en que un amigo bien informado, casi un oráculo, me dice que va a ganar Clara Sánchez. Doy un salto de alegría en la silla. Tal vez el nombre del principio sólo sea la finalista, me digo. Clara Sánchez es perfecta. Es una escritora de verdad -¡disfruté tanto su Lo que esconde tu nombre!-, tiene con toda justicia miles de lectores. Aúna comercialidad y calidad literaria en sus justas proporciones. Exactamente ella es lo que nos conviene. Si la veo esta noche subir al escenario, aplaudiré hasta que me duelan las manos.
Y si mañana me quedan fuerzas, prometo servir la crónica de la noche en esta misma página.
* Las imágenes son de la edición del año pasado, desde mi mesa.