2 de diciembre de 2013

Una forma de compañía



De vez en cuando conviene alejarse. De todo y todos, de nosotros mismos, de nuestras manías y nuestras rutinas. Alejarnos para distanciarnos, para ver el mundo con perspectiva, para enriquecer nuestra mirada, para escuchar acentos muy distintos que expresan emociones idénticas a las nuestras, para ver claros los motivos por los que siempre terminamos regresando. 
Hace unos cuantos años pasé una noche en un sitio llamado Isla del Sol. Nunca me he sentido tan lejos de todo, en mi vida. La Isla del Sol está en territorio boliviano, justo en el medio del lago Titicaca. Cuando estuve, en 1999, carecía de energía eléctrica, coches, carreteras... era un lugar habitado por un centenar escaso de personas. Había una casa que hacía las veces de restaurante, regentado por una mujer que llevaba más  de veinte años sin abandonar la isla y que hablaba un castellano difícil de entender, porque su lengua era el aymara. Aquella mujer no comprendía que yo viajase sola, ni por qué ningún hombre me lo había impedido. Hablamos de hombres, claro, y de los motivos que nos hacen permanecer en un lugar o querer marcharnos. Ella tenía hijos y sabía de qué hablaba. Yo aún no había sido madre. Es decir, que sobre raíces me quedaba mucho por aprender.
Al lado de la casa había campos donde pastaban las cabras. Los recorrí hasta llegar a un montículo agreste desde donde pude admirar un paisaje que se me quedó impreso para siempre en mi memoria. No hice fotos: no me hacían falta. Cuando me alejo, no me gusta hacerlo como una turista. Por eso no acostumbro a mirar el mundo a través del objetivo de una cámara. No recuerdo cuánto tiempo estuve sentada en lo alto de aquel promontorio que era la atalaya de la isla. Mucho. Quizá más de dos horas. Pensé, escuché, escribí. Hasta que el sol bajó demasiado en el cielo y me alarmé: era imprescindible ponerse a cubierto antes de que el sol se pusiera.
Había alquilado por tres dólares una pequeña habitación en el único albergue disponible y en un pequeño quiosco que encontré en medio de la nada compré una vela y una manta. Una vez en la habitación —cuatro paredes de madera, un colchón y una ventana sobre el lago— me resistí a entrar. Hacía un frío que cortaba el aliento. Me eché la manta sobre los hombros y me senté al raso a mirar las estrellas. El cielo estaba constelado como nunca antes. El silencio era denso. Sólo me decidí a entrar cuando el frío se hizo insoportable. Encendí la vela, escribí un rato y me dormí.
El sol me despertó al despuntar el alba. Lo primero que vi: el lago, con un camino dorado en la superficie y al fondo los picos nevados de la cordillera de Los Andes. Tenía ganas de volver y al mismo tiempo sabía que nunca abandonaría del todo ese lugar, que la Isla del Sol me acompañaría para siempre. Hay lugares que poseen ese poder. Sirven para aprender que los recuerdos son una forma de compañía. Que para encontrar el camino de vuelta a veces hace falta irse muy lejos. Y que no es suficiente con volver: también hay que aprender a quedarse.

27 de noviembre de 2013

Réquiem por una librería

El sábado pasado cerró la librería Canuda. Problemas con la actualización del alquiler, han dicho, qué motivo tan prosaico para algo que nos importa tanto. Fue una muerte anunciada, que algunos trataron de impedir -hubo un intento por parte de algunos unos editores, que por desgracia no prosperó. Ignoro qué negocio abrirá en su lugar -un Zara, un Bershka, un McDonald's...- y, la verdad, me da lo mismo. Me he prometido a mí misma no volver a poner los pies allí nunca más. Por años que pasen. Sigo la ley de aquellos versos de Sabina (Joaquín): Al lugar donde has sido feliz / no debieras tratar de volver.
La leyenda, ya creciente, de la librería Canuda -que en realidad se llamaba Cervantes-Canuda-, propiedad de Santiago Mallafré, quien la heredó de su padre, que a su vez la fundó hace ni más ni menos que 82 años, la leyenda, digo, afirma que en ella se inspiró Ruiz Zafón para crear su Almacén de los Libros Perdidos de La sombra del viento. No me extraña. La librería Canuda era un lugar inspirador, único, que daba un poco de miedo por ese carácter de sótano, bodega, lugar clandestino tan evidente, tan imposible de disfrazar. Allí no parecía haber mucho orden, olía a humedad, y las maderas crujían por dondequiera que pisaras. Era un espacio gobernado por la abundancia y el caos. Y el silencio. El tiempo estaba ausente: nunca te daba tiempo a ver nada. Siempre te ibas de allí con la sensación de que no habías llegado a las maravillas que ocultaban los anaqueles. A pesar de ello, rescaté de allí no pocos tesoros. Las ediciones de la colección Áncora y Delfín de Destino a las que me aficioné en la veintena, los ejemplares de editorial Barral de la treintena o los Joya (de Aguilar) de la cuarentena. Un ejemplar maravilloso de Tirant lo Blanc en cuyas guardas escribí, en lápiz, como otras veces: Comprado en librería Canuda. Algunos libritos pequeños y como nuevos de las ediciones en catalán de Selecta de los setenta. O el último: una biografía de Bach profusamente ilustrada, preciosa, editada en Argentina en los setenta, que compré a precio de liquidación y que, por supuesto, me costó mucho menos de lo que a mí me parece que vale.
En aquel maremágnum no era fácil buscar. Tampoco preguntar. Sus dueños estaban siempre un poco huraños, menos a la hora de pagar, entonces sonreían, te daban conversación (no mucha, tampoco creáis). Creo que ni ellos sabían lo que tenían, por eso siempre negaban gravemente con la cabeza. Lo mejor era consultar la web. Pero consultar la web implicaba perderse todo lo que acabo de decir, de modo que sólo había que hacerlo en casos de extrema necesidad.



Fui por primera vez a la librería Canuda con mi padre, serían los años ochenta. Él compraba biografías de Stefan Zweig y siempre regateaba el precio con el librero. A mí me daba muchísima vergüenza. En aquellos años, no entendía qué hacíamos allí, hurgando entre papel viejo, cuando podíamos comprar libros nuevos. Me faltaba mucho por aprender. Por ejemplo: que hay libros que sólo existen entre el desorden de un lugar así, porque el mundo los ha hecho desaparecer. Que existe un placer indescriptible en adquirir algo que la mayoría de la gente no adquirirá. Rescatar. A mí siempre me parece que en las librerías de viejo rescato, no compro. O que los libros viejos son para paladares exigentes o para bolsillos vacíos. De ambas cosas he participado, en momentos muy diferentes de mi vida. Por cierto, ahora ya regateo como mi padre, sin ningún pudor.
Durante años, a todo el que ha paseado conmigo por la vieja Barcelona le he llevado a conocer la librería Canuda. También llevé a Asís G. Ayerbe, el amigo y fotógrafo que me hizo mis primeras fotos para Planeta. Fue durante un día gélido por una Barcelona radiante. Terminamos, después de comer en un japonés, donde siempre. Pasamos un buen rato allí, haciendo fotos, curioseando, entrando y saliendo, admirando. Creo que Asís consiguió bastante material. Entre todas las fotos que hizo, me mostró una, mi preferida desde ese instante, que robó sin que yo me diera cuenta. Desde entonces, esa foto está en la cabecera de este blog (y creo que ahí va a estar mucho tiempo aún). No sólo porque reúne mis dos pasiones: ese hombre tan alto capaz de besarme así 13 años después. Y los libros, esos libros que nos contemplan, esperando, pacientes, a que algo ocurra. También porque es una foto maravillosa, como lo son todas las que surgen de la mirada de Asís
Desde hoy, esa foto también es una leyenda. El escenario donde se tomó ha dejado de existir. Y yo tengo la sensación de que estas son las cosas que nos acercan a la muerte: cuando tu paisaje desaparece, cuando los lugares donde fuiste feliz se alejan, te conviertes en una paradoja de ti mismo, en alguien que sólo tendrá pleno sentido cuando se diluya también en el olvido.


* Las imágenes que ilustran estas palabras son del fotógrafo mataronés Ramon Manent, cuyo trabajo admiro desde hace tiempo, y a quien le agradezco que me las haya prestado para esta ocasión.

26 de noviembre de 2013

Compartir el Silencio

Hoy os traigo una preciosa -y muy reflexiva- reseña de Tengo tanto que contarte.
Lo mejor de esta novela son sus lectores, ya lo digo yo.



17 de noviembre de 2013

12 de noviembre de 2013

Habitaciones rumanas


11 de noviembre de 2013

Supermami de noviembre


9 de noviembre de 2013

El teléfono (microcuento)


Un amigo anticuario nos regaló un teléfono antiguo. 
Pensamos que no funcionaría pero funciona. A la perfección. El timbre pertenece a un tiempo en que los sonidos eran más puros y las cosas más sencillas. Es un poco impertinente.
Ayer, de madrugada, me despertó una llamada. Al otro lado escuché con dificultad una voz que me llamaba por mi nombre.
-¿Quién es? -pregunté, adormilada.
-Su bisabuelo solicita una conferencia desde el más allá, ¿acepta?
-No -repuse-, es muy tarde. Voy a despertar a toda mi familia. 
-De acuerdo, lo notifico -dijo la operadora, con voz nasal, antes de colgar.
No he conseguido pegar ojo en toda la noche. 
No me separo del teléfono.

8 de noviembre de 2013

El valor de un libro


Comparto con vosotros el precioso punto de libro que ha hecho este año
la Fundación Germán Sánchez Ruipérez de Salamanca.
El oso domesticado por un niño y un libro pertenece a Noemí Villamuza..

6 de noviembre de 2013

De joven promesa a autora consagrada en tres temporadas

Los seres humanos nunca estamos contentos de lo que somos (menuda verdad de perogrullo para iniciar un post). Viene a cuento, sin embargo, del prólogo que ha escrito Juan Gómez Bárcena para su antología (estupenda, necesaria y muy bien editada) Bajo treinta (Salto de Página). Dice allí Juan que los autores de 30, 35, 40 e incluso más deben cargar con la denominación de "joven promesa" de la narrativa, cuando en realidad no son promesas, sino realidades bien consolidadas. Advierte que pudiera estarse produciendo un fenómeno de alargamiento del tiempo en que se considera a un autor "joven promesa" (lo discutiría, pero me parece interesante el planteamiento). Y deja claro que tal calificación molesta a quienes la sufren, claro. Por supuesto que molesta. Es odiosa.

Lo cual me llevó a pensar en la cantidad de veces en mi vida en que he sido presentada como "joven promesa". Comenzando por aquella época en que efectivamente lo era. En 1998 -a los 28- gané el Ateneo Joven de Sevilla. Por supuesto, no hubo periodista, presentador ni colega que no me endilgara la calificación. A mí me molestaban mucho, por diversas razones. Creía que había escrito ya mucho para seguir considerándome una "promesa". Tenía media docena de libros en mi haber, y eso me parecía muchísimo. Lo de joven me molestaba también, aunque por razones extraliterarias. Crecí deseando ser mayor. Y ahora que al fin lo era, nadie lo reconocía. 
Cuando en 2002 publiqué en Seix Barral Aprender a Huir, aún no me había curado. Tenía 32 años, pero la crítica continuaba considerándome joven y promesa. Qué cansino. Y con la siguiente novela para adultos (El síndrome Bovary, 2006, 36 años ya), seguíamos erre que erre, mal que a mi me pesara cada vez más. El sintagma "joven promesa" me provocaba urticaria. Comenzaba a ser madura. Y promesa no me lo consideraba en absoluto, claro. Aquellas dos palabras no me definían en absoluto y tenía todo el derecho a despreciarlas.


Creo que la primera vez que alguien se refirió a mí como "autora consagrada" fue en la web de editorial SM, después de que me dieran el Premio Barco de Vapor. Fue para vapulearme (creo que también fue una de las primeras veces que me vapulearon en público, por cierto). Yo estaba muy emocionada de haber ganado un premio como ése, de cuya nómina forman parte tantos autores admirados. Llevada por la emoción, curioseé entre los comentarios que habían dejado los internautas en la página oficial donde se anunciaron los nombres de los dos ganadores (el Gran Angular se lo llevó Antoni Garcia Llorca) y me topé con una protesta de alguien a quien desagradaba mucho que "este tipo de premios" se los lleven "autores consagrados" y no otros jóvenes y por descubrir, como él mismo. 
Autores consagrados. ¡Y se refería a mí!

Me dieron ganas de decirle: No, no, yo no soy una autora consagrada, te equivocas. Sigo temiendo no ser capaz de hacerlo, sigo escribiendo a ciegas, sigo dejándome llevar por la ilusión, por el entusiasmo de compartir, por la magia de las palabras. Soy la misma que empezó, cargada de dudas. Lo único que ha pasado es el tiempo. No quiero ser consagrada porque parece que significa que todo está hecho. Y yo no quiero tenerlo todo hecho, porque disfruto haciéndolo todos los días.

Detesté el adjetivo desde ese mismo instante. Con todas mis fuerzas. Si no dije nada fue porque me di cuenta que con este adjetivo, "consagrado", ocurre lo mismo que con la calificación de "joven promesa". No eres tú quien la decide, sino los demás. Ambos tratan de cómo te ven los demás, no de cómo eres en realidad.
De modo que ya veis lo que pasa. Sin yo saber cómo, en sólo tres años pasé de joven promesa a autora consagrada. Yo no lo entiendo y sigo desmintiéndolo. Por eso os exhorto a que no hagáis caso. Y también a que leáis la antología que ha dado pie a esta entrada de hoy.


* Las imágenes corresponden: 1) Artículo en la revista Época "La cantera femenina de las letras" y publicado en octubre de 1999, donde a Marta Sanz, Begoña Huertas y a mí se nos consideraba "jóvenes promesas" al borde de los 30. 2) Incluso mi buen amigo Javier, el mejor librero del mundo, me considera no sólo "consagrada", sino también "afamada", y lo dice en su estupendo blog. Uf. Lo que hay que aguantar.

15 de octubre de 2013

Reflexiones planetarias

Escribo estas líneas bajo los efectos del último chivatazo planetario. Me explico: alguien me ha dejado caer el nombre de la ganadora del Premio Planeta de este año, que será o no será (por eso me abstengo de proclamarlo aquí), porque ya se sabe que todos los años corren nombres falsos para distraer a la parroquia de los auténticos y verdaderos. ¡Un año incluso corría el mío como finalista! Qué cosas. 




Bien. Esta noche se celebra la Nosécuántas edición del Premio Planeta de Novela. Un momento, dejadme que mire la invitación. La LXII. Advierto que estoy semicabreada porque hoy tengo que arrancarme de mi mesa, donde más feliz soy, para ir a la peluquería. Luego tengo que asistir a una reunión de aula de mi hija de 10 años para luego llegar a casa, ponerme a toda prisa un vestido de noche con lentejuelas plateadas comprado para la ocasión en El Corte Inglés y marcharme al Palacio de Congresos de Barcelona, donde está previsto que el fasto comience a las 21 horas. Perdonadme el disgusto, pero detesto ir a la peluquería. Por lo demás, el Planeta es una oportunidad de oro para 
a) Ver modelos inenarrables 
b) Ver amigos a los que sólo ves en el Planeta 
c) Cenar bastante bien (me rijo por la media de los últimos 3 años, en que el menú mejoró bastante) 
d) Vestirte de mujer y no de fardo urbano, que también se agradece.

Dicho esto, y tras la oportuna matización de que yo soy una autora que publica -y quiere seguir haciéndolo- en editorial Planeta, paso a reflexionar, que es para lo que hoy he abierto este post.

REFLEXIÓN NÚMERO 1.
Somos el país con más premios literarios de Europa. Somos uno de los únicos países que conceden premios a obras inéditas. También somos uno de los países que menos leen del mundo. ¿Tiene todo esto alguna relación? Sin duda, sí. En un país donde la gente apenas lee -¡horror! ¡y es el mío!-, los premios literarios significan un acicate a la lectura. Un acicate burdo, lo admito, puede que vergonzoso, insultante para los verdaderos lectores, pero es lo que hay. Por lo menos, si armas mucho ruido para premiar un libro, igual a alguno le entran ganas de apartarse un rato del televisor y leerlo. Y, ¿en qué consiste armar mucho ruido para premiar un libro? En una gran difusión mediática, a poder ser con retransmisión en directo por televisión y en una dotación económica lo bastante deslumbrante como para que los periodistas hablen mucho en ella. En eso, el señor Lara, fundador de Planeta, fue un lince. Comprendió las reglas del juego antes que nadie. 
¿O tal vez se inventó las reglas del juego en el que deseaba ser el ganador?

REFLEXIÓN NÚMERO 2.
Los premios como el Planeta son CO-MER-CIA-LES. Aunque alguno no lo entienda, o no le guste, o no lo comparta, o se rasgue las vestiduras. Están hechos para vender libros. Miles de libros. Si puede ser, un millón de ellos, como le ocurrió a Terenci Moix con su No digas que fue un sueño (si no me equivoco, sigue siendo el Premio Planeta más vendido de la historia del galardón). Gran parte de las editoriales basan sus cuentas anuales en los beneficios de premios como éste. Ergo, si no nos hemos perdido, se trata de darle el premio al libro que a priori puede prometer mayores beneficios. ¿La mejor novela presentada a concurso? ¿El autor con mejor prosa, mejores recursos, más trayectoria, más carisma, más cara bonita, más popularidad? Tache lo que no proceda.


REFLEXIÓN NÚMERO 3.
Lo cual me lleva a hablar de la honestidad del premio, que cada año es objeto de polémicas.
Una vez, cuando aún impartía cursos de escritura, conocí a una señora que me dijo: 
-Buenas. He decidido apuntarme a este curso porque el año que viene quiero ganar el Planeta.
Se lo quité de la cabeza como pude, claro. Aunque perdí la alumna, que se fue muy indignada. Y eso que no le dije lo que suelo decirle a gente con los pies en el suelo. Si tú convocaras un concurso literario con la finalidad de vender libros a espuertas y te gastaras en ello miles de euros (no hablo sólo de las dotaciones, sino del pago al jurado, de la organización de la cena, de los viajes de algunos invitados... en fin, miles y miles de euros), ¿no tendrías por lo menos la precaución de asegurarte que entre los originales presentados a concurso hay alguno que merece la pena premiar? ¿Eso es sucio? ¿Tal vez sólo es menos idílico de lo que algunos, como la candidata a alumna, imaginan? Ay, cuántas cosas en la vida son menos idílicas de lo que imaginamos cuando somos ingenuos. ¿Verdad? Y cómo mejoraría el mundo si todas tuvieran arreglo. De ahí a imaginar que el Planeta es un lodazal que amañan cuatro amigos hay un trecho bastante largo.
Lo único que aquí resulta cuestionable es este tipo de premios "comerciales". Aunque me temo que sin premios como el Planeta, que año tras año llevan a algunos a seguir comprando libros, la industria editorial y todos los que gravitamos a su alrededor, esa panda de ilusos que pretendemos ver en la literatura una de las cosas que valen la pena del mundo, nos iríamos todos a la mierda.

REFLEXIÓN NÚMERO 4.
Esta reflexión la hace la parte de mí que publica y quiere seguir haciéndolo en Editorial Planeta. Todos los años por estas fechas alguien me pregunta si voy a ganar el Planeta. Le digo que no he hecho méritos suficientes y entramos en un debate interesante -y halagador para mí- acerca de los méritos de mis novelas. Les dejo terminar y les cuento que no hablo de esa clase de méritos. Aunque mis novelas en Planeta venden más de lo que yo podía imaginar, aunque cuando trato de visualizar a todos esos lectores juntos siento algo así como un cosquilleo de felicidad bobalicona, me temo que mis cifras son una nadería en comparación con las de otros. 25.000 ejemplares vendidos no compensan un anticipo de 150.000 euros (por hablar de la dotación del finalista). Con esas cifras no puedo aspirar al Planeta ni de broma, ni siquiera al finalista. De modo que, queridos amigos, haced números. Y dejad de preguntarme si voy a ganar el Planeta.

REFLEXIÓN NÚMERO 5.
¿Me gustaría ganar el Planeta? Buena pregunta. Por una parte, sería idiota decir que no. ¿A quién que escriba no le gustaría esa difusión, esa tirada, esa cantidad de lectores? Por otra parte: ¿A quién que escriba no le aterraría esa difusión, esa tirada, esa cantidad de lectores? Hay otro factor: formar parte de una lista entraña siempre sus riesgos. Puedes sentirte muy orgullosa o levemente asustada de formar parte de ella. Quedándome con lo primero, recuerdo con qué deleite leí, por citar sólo algunos ganadores del Planeta, En busca del unicornio, de Eslava Galán; No digas que fue un sueño, de Terenci Moix; Crónica sentimental en rojo, de mi querido González Ledesma o El mundo, de Juan José Millás... También recuerdo algunas decepciones sonadas y algún libro soporífero. Es curioso: perdono más que un autor mediático me aburra a que un autor reconocido y admirado me decepcione. Aunque últimamente ocurre que los autores mediáticos dan alguna que otra sorpresa. Léase Boris Izaguirre, buen narrador, o Mara Torres, correcta dentro de los límites de un género muy concreto y, sí, ligero (el chic-lit).
No echo balones fuera. ¿Me gustaría ganar el Planeta? Sí y no. Creo que aguantaría bastante bien el vapuleo de los más "puristas", esos que siempre creen que el Planeta es sospechoso de algo, sobre todo de mala literatura, sin haber leído ninguno de los libros premiados. El problema es más bien otro. ¿Qué hay detrás del Planeta? El abismo. ¿Es bueno para una autora de 43 años enfrentarse a ese abismo? Tengo mis dudas. A mí lo que de verdad me gustaría sería ganar el planeta a los 65 años. Señor Lara: ¿cree que puede ser? Prometo tener energías para no morirme en plena promoción. O mejor, esperamos a los 75, me muero en plena promoción y así vendemos más libros. ¿Hace? 


REFLEXIÓN NÚMERO 6.
Después de lo dicho, ¿es legítimo premiar a autores mediáticos? También tengo mis dudas. Lo más preocupante de novelas como las de algunos muy conocidos rostros de la televisión es que no son novelas. Disculpen la petulancia, pero me he pasado el verano leyendo a Jonathan Franzen, Jaume Cabré y Doris Lessing. Eso sí son novelas. Sí, sí, ya lo sé: poca gente lee esas novelas. El gran público se muere sólo de olerlas. Bien. Puede ser. Tratar de inculcar tu propio gusto y tu propio criterio sin ver otras posibilidades es una forma de intolerancia. No distinguir que hay mucho más además de la "alta" literatura es un error que no cometo. Sin llegar a lo insufrible, hay una estupenda franja intermedia. Terenci Moix era un autor comercial, sin dejar de ser literario. El tema elegido puede dar grima a los lectores de Steinbeck, pero era maravillosamente eficaz. Lo leyó mi madre -aficionada al antiguo Egipto-, totalmente embelesada, y lo leí yo, en plena adolescencia, en el mismo estado de fascinación. ¿No es eso lo que debe ser un premio comercial? ¿No hay escritores con carrera, oficio y tablas que aúnen esa doble vertiente de lo comercial y lo literario? ¿No trataríamos mejor a los lectores si les ofreciéramos escritores en vez de presentadoras del Telediario? (y conste que he defendido la novela que escribió la presentadora del Telediario, pero la pregunta es: ¿habría sido esa novela finalista de un Premio Planeta si su autora no hubiera presentado el Telediario?)

REFLEXIÓN NÚMERO 7 (al hilo de la anterior).
¿Qué tipo de novelas merecen ser premios Planeta? Espinosa cuestión. ¿Las buenas novelas? ¿Alguien es capaz de aventurar qué es una buena novela en los tiempos que corren? ¿Las más potencialmente vendibles podría ser una respuesta?

REFLEXIÓN NÚMERO 8.
Lo único que de verdad importa es la novela. Y la cosa es fácil de resumir: si el libro (los libros) está bien, el premio estará bien dado. Si el libro es horrible, será criticable. Y hasta la próxima. 
¿Hace falta que recuerde que para criticar un libro hay que leerlo primero? Por si acaso.
¿Por qué me da la impresión que la mayor parte de comentarios insidiosos hacia el Planeta vienen de gente que quisiera ganar el Planeta?

REFLEXIÓN NÚMERO 9.
Llego al final justo en el momento en que un amigo bien informado, casi un oráculo, me dice que va a ganar Clara Sánchez. Doy un salto de alegría en la silla. Tal vez el nombre del principio sólo sea la finalista, me digo. Clara Sánchez es perfecta. Es una escritora de verdad -¡disfruté tanto su Lo que esconde tu nombre!-, tiene con toda justicia miles de lectores. Aúna comercialidad y calidad literaria en sus justas proporciones. Exactamente ella es lo que nos conviene. Si la veo esta noche subir al escenario, aplaudiré hasta que me duelan las manos.

Y si mañana me quedan fuerzas, prometo servir la crónica de la noche en esta misma página.

* Las imágenes son de la edición del año pasado, desde mi mesa.




12 de septiembre de 2013

20 años de amistad

Seguimos Ángeles Escudero y yo celebrando que hemos publicado una novela -Tengo tanto que contarte- en honor a nuestra amistad, que cumple 20 años. Hoy os hemos preparado un álbum de fotos de nuestra amistad. En muchas ocasiones da risa, pero así son estas cosas, ¿no? Cuando miramos atrás, es mejor saber reírnos.
Aquí lo tenéis:

11 de septiembre de 2013

Si no tenéis nada que leer...


y queréis catar nuestro particular homenaje a la mistad,
sólo tenéis que hacer click en la cubierta y accederéis 
GRATIS a las primeras páginas del libro.
Ojalá os gusten.

9 de septiembre de 2013

«Si no hubiéramos escrito esta novela, nos la recomendaríamos»


Mañana 10 de septiembre llega a librerías una novela juvenil titulada Tengo tanto que contarte que he escrito a cuatro manos con Ángeles Escudero. Es una historia sobre la amistad pero, a la vez, es una celebración de nuestra propia amistad, la de Ángeles y mía, que este año cumple 20 años. Destino nos la ha publicado por todo lo alto, con una cubierta preciosa e inspiradora, y yo soy muy feliz de compartirla hoy con vosotros, navegantes. Os dejo la portada -que ya había adelantado antes de vacaciones- y una entrevista que forma parte del material de promoción. 
Mañana, en este mismo sitio, habrá una sorpresa.



Tengo tanto que contarte es una historia autobiográfica… al menos en parte. ¿Cuánto hay de vosotras en las protagonistas? —Mucho, si atendemos a que se trata de una historia de amistad prolongada en el tiempo. Poco, si nos fijamos en las historias personales de las protagonistas que son en esencia muy distintas a nosotras. Tal vez nuestra mayor aportación es ese canto a la amistad, algo en lo que ambas creemos (y lo demostramos a diario, porque todas las relaciones requieren que pongas algo de tu parte).

—¿Cómo decidís hacer este libro juntas? ¿Es un homenaje a vuestra historia? ¿Una oda a las buenas amigas?
Care: Fue Ángeles la que se dio cuenta de pronto de que estaban a punto de cumplirse los 20 años del día en que nos conocimos. Fue en un pueblo de Málaga, durante un foro de literatura organizado por el Ministerio de Asuntos Sociales de entonces y a la que ambas acudíamos en calidad de escritoras jóvenes y prometedoras. Nos tocó compartir habitación. De todo eso se cumplen dos décadas. Ángeles dijo que teníamos que hacer algo importante para celebrarlo. 
Ángeles: Y a Care se le ocurrió que deberíamos escribir una novela. Lo demás, estuvo más o menos decidido: el tema tenía que ser, por supuesto, la amistad. Dos protagonistas que no necesariamente seríamos nosotras, pero que conservarían nuestro espíritu. Y así surgió Tengo tanto que contarte.

—¿Y cuánto hay de vuestra historia en el libro?
—Nuestro inicio fue igual de catastrófico que el de Olvido y Abril. Es una historia que nos ha divertido siempre tanto que decidimos incorporarla a la novela. Aunque cuando haces algo así debes ponerte al servicio del argumento y los personajes, claro. Las cosas no suelen poder contarse tal como ocurrieron.

—Olvido y Abril se reencuentran después de mucho tiempo sin contacto… Y el reencuentro no es precisamente un camino de rosas… ¿Cuáles han sido los principales obstáculos que habéis afrontado en estos años?
—La distancia, sin lugar a dudas. Vivimos a más de mil quilómetros una de la otra y en ocasiones no ha sido fácil mantener la cercanía. Hay que pelearlo un poco, buscar excusas. Los viajes juntas (y solas) han sido un buen aliado. Seguimos viajando juntas, si podemos, una vez al año. A veces dejamos que vengan nuestros hijos.

—Y en estos 20 años han cambiado muchas cosas. Incuso en nuestra forma de relacionarnos con los demás. Las nuevas tecnologías y las redes sociales han abierto una nueva forma de relacionarnos socialmente ¿Las amigas de ahora son las mismas
que erais vosotras? Es decir, ¿Qué la historia que contáis puede representar a dos chicas de 16 años?
Care: Nosotras tenemos una caja llena de cartas mauscritas que nos enviamos hace un montón de años. Esas cartas contienen un montón de cosas importantes en nuestras vidas. Cambios de rumbo, decisiones cruciales, los hijos… También nuestros inicios profesionales, claro.
Ángeles: Creo que sería fácil decir que no puede ser lo mismo, que hoy por hoy las relaciones son más superficiales e interesadas, incluso. Pero sinceramente pienso que una amistad si es verdadera, por lógica, no puede ser muy diferente.

—Como pasa muchas veces entre amigas, hay un chico que causa problemas entre las dos amigas… Hay cosas que nunca cambian, ¿no?
—¿Qué chica no ha tenido nunca rivalidades con su mejor amiga, sobre todo durante la adolescencia?

—¿Y cómo es el proceso creativo? La historia va alternando la voz de ambas protagonistas, acompañada de un intercambio  constante de cartas que hacen avanzar la historia. ¿Cómo se escriba una novela así a cuatro manos?
—Con muchas horas de conversación y discusiones sobre el argumento, muchos envíos arriba y abajo del documento de word que era la base de todo, mucho trabajo, mucho espíritu crítico, mucha paciencia y, sobre todo, muchas ganas de llevarse bien. No puedes escribir a cuatro manos con una persona con quien no te entiendas. La amistad forma parte del argumento, es la argamasa que termina por
unir las piezas.

—¿Creéis en al amistad para siempre?
Ángeles: Hace años habría jurado que sí. Ahora creo que también la amistad es un ciclo que puede terminar. Las circunstancias cambian, las personas cambiamos y, con nosotros, las relaciones. Aunque las amistades que nacen en la edad adulta o casi, como nos sucedió a Care y a mí, son más duraderas sin perder la intensidad. 
Care: Suscribo lo que dice Ángeles plenamente y añado: Sí, si se da con la persona adecuada y pones algo de tu parte.

¿Cuáles son, según vosotras, las claves para que una amistad aguante tantos años intacta?
Ángeles: Que la otra persona sienta que puede contar contigo siempre. 
Care: En parte, las mismas que hacen que aguante el amor. Cariño verdadero, respeto hacia el otro y cosas que compartir para que valga la pena seguir adelante.
—Al principio de la historia Olvido y Abril no se pueden ni ver y en cambio luego dan lugar a esta bonita novela. ¿Qué pensasteis la una de la otra cuando os conocisteis?
Care: Pensé que era una antipática. Pero sobre todo me fastidió no estar sola. Yo quería toda la habitación para mí. Menos mal que no me salí con la mía, porque ahora seguiría sola.
Ángeles: Creo que tuve envidia de su desenvoltura y de su seguridad. Además, yo también quería tener mi espacio. ¡Menos mal que rectificamos a tiempo! Esta amistad es uno de los pilares de mi vida.

—Una historia de dos amigas jóvenes vista desde la madurez de sus autoras… ¿Es un libro para todos los públicos?
—Así lo creemos. Nosotras lo hubiéramos devorado a los dieciséis años. Y ahora, si no lo hubiéramos escrito, nos lo recomendaríamos o tal vez nos lo prestaríamos, como hacemos con otros muchos libros que nos gustan a las dos. Y creo que nos encantaría el secretario y nos daría para más de una conversación.

—¿Qué creéis que pueden aprender vuestros lectores de Tengo tanto que contarte?
Ángeles: Pretensiones aparte, no me parecería poco que la novela lograse transmitirles el valor de la amistad como un sentimiento fuerte, esencial, frente a lo que sólo “parece” importante.
Care: Aprender es una palabra que no me resulta simpática. Espero, sinceramente, que se emocionen con la historia y que se dejen seducir por los personajes. Hay uno, en concreto, del que terminamos enamoradas las dos, sin pretenderlo. Contagiar estas pequeñas cosas es lo que pretendo siempre que escribo. Creo que es la magia de la literatura.

6 de agosto de 2013

Alimento de los dioses



Alimento de los dioses. Chocolate. Si hoy los dioses pasearan por Europa, irían a merendar a Fauchon, de la plaza de la Madeleine de París. Yo tuve la suerte de hacerlo la semana pasada, con la excusa de localizar escenarios para la novela que estoy escribiendo. Fui diosa durante un rato por una cantidad nada módica, pero los privilegios de la divinidad, ya se sabe, tienen su precio.

4 de agosto de 2013

Supermami de 3 de agosto


31 de julio de 2013

Lo siguiente


Antes de desaparecer unos días de este espacio virtual y encerrarme a terminar algo que estoy escribiendo, quería compartir esta preciosa cubierta con todos vosotros. 

La novela existirá el 10 de septiembre y, como veis, es una obra a cuatro manos. La otra autora es Ángeles Escudero, a quien me une una amistad que este año ha cumplido dos décadas. Para celebrarlo decidimos escribir esta historia sobre dos amigas y el modo en que mantienen una relación con el paso del tiempo. Olvido y Abril -nuestras protagonistas- son muy distintas a nosotras, pero hablan de algo por lo que Ángeles y yo apostamos todos los días: quererse, compartir, permanecer. 

Habrá tiempo para hablar de ello, pero me moría de ganas de mostraros la primicia, navegantes.

30 de julio de 2013

Supermami de julio


29 de julio de 2013

Forgetfulness



Estoy ahorrando para erigir una estatua a Lawrence Schimmel, el artífice de que mis poemas lleguen a lectores estadounidenses desde las páginas de revistas literarias más o menos alternativas, como esta So to Speak donde acabo de ser publicada. Qué alegría.

26 de julio de 2013

Algunas respuestas necesarias a la carta de una joven lectora

Me escribe una lectora y me dice lo siguiente:


Muy buenas estoy leyéndome la colección de los libros titulada Arcanus y me gustaría leérmelos todos pero mis padres dicen que los coja de la biblioteca y sólo están del 1 al 6 por lo que me quedarían otros 6 que no los podré conseguir porque mis padres no me los compraran ya que saben que aunque soy responsable después de leerlos libros siempre los dejo guardados y no los vuelvo a tocar por eso es por lo que no me los compran además de ser bastantes y mi padre dice que se gastara una fortuna en libros que luego no me servirán.

Bueno con esto yo quería descargármelos y leerlos electrónicamente y gratuito pero no puedo porque según sus derechos como autora los lectores tenemos que comprarlos y me gustaría que me ayudase a ver qué podría hacer para conseguir leer los 12 libros completos ya que no consigo de ninguna manera que me los compren y tampoco me es posible leerlos gratuitamente en mi móvil.

Vaya por delante que la carta de esta joven lectora es sólo una muestra de lo que está ocurriendo y que mi respuesta no va tanto dirigida a ella como a esos adultos que la aconsejan. Y no sólo a estos adultos en particular, sino a todos los que piensan como ellos, que los libros valen una fortuna y que después de leídos no sirven para nada.

-¿Son caros los libros?
-El precio de las cosas depende del valor que les damos. Creo que los amantes del fútbol no consideran un abuso pagar según qué precio por una entrada. Mi madre compra cremas de más de 70 euros que yo nunca me pondría. Hay quien se gasta 130 euros en un menú. Todos ellos sienten que ese gasto les compensa. Sinceramente, creo que pagar 20 euros por un libro o 12 (de media) por uno infantil o juvenil, no es tanto.
A pesar de todo, si no se quiere pagarlos existen alternativas: librerías de viejo, donde los mismos libros están a precios muy inferiores o las bibliotecas. Las bibliotecas son un paraíso.

-¿Sirven de algo los libros después de leerlos?
-Dos libros ya forman una biblioteca. La biblioteca es una huella de nuestro paso por este mundo, un compendio de lo que hemos disfrutado, de lo que hemos vivido, una muestra de nuestra evolución, un resumen de nuestras pasiones. La dicha de tener libros supera la vanidad de ser rey, dijo un librero famoso. Un hombre o una mujer sin libros son como seres sin memoria. ¿Para qué sirven los libros después de ser leídos? Además de para releerlos, claro. Sirven para saber quiénes somos.

-¿Y un elogio de la biblioteca pública?
-Los autores no cobramos nada por el préstamo bibliotecario. Hasta que llegaron las leyes del PP cobrábamos una suma misérrima, que se llamaba "compensación" por préstamo pero que no compensaba nada de nada, claro. Ahora, ni eso. A pesar de todo, soy una gran partidaria del préstamo bibliotecario, por varias razones. La principal es que en las bibliotecas se respeta a los libros y a los autores. Creo que gran parte del problema actual es el poco valor que se da, en general, a los libros y al trabajo de sus autores. En las bibliotecas se enseña amor a los libros. Es importante.

-¿Por qué no se deben descargar libros gratuitamente?
-Por muchas razones. En primer lugar, la más egoísta: porque hay autores (entre los que me cuento) que no tienen más fuente de ingresos que sus libros. Cada vez que alguien descarga ilegalmente un libro mío, me niega la pequeña porción de ingresos que me corresponde por cada libro vendido. 

-¿Cuál es mi porción del pastel sobre el precio de los libros?
-Los autores recibimos un 10 por ciento del precio de venta. Si las ventas son impresionantemente altas, podemos llegar al 12 por ciento. Cada vez es más normal (sobre todo en infantil y juvenil) cobrar el 8 o hasta el 6 por ciento. Un libro de "Arcanus" vale 8,95. Ahora están rebajados y valen 7,59. Es decir, por cada uno que se venda yo recibo 0,75 euros. Y de ahí aún debo pagar impuestos y la comisión de mi agente. Es deprimente, pero cuando termino de pagarlo todo, son míos 0,48 €. 

-Si descargo ilegalmente libros de un gran grupo editorial, en realidad estoy haciendo algo subversivo contra el capitalismo y sus representantes.
-Es verdad. Si no compramos un libro de editorial Planeta, el Sr. Lara dejará de percibir un poco menos del 30% de su precio. Pero hay que saber que no es contra él contra quien actuamos (al fin y al cabo, el sr. Lara ya debe de haber pagado su hipoteca), sino contra todas y cada una de las personas que intervienen en el proceso de elaboración de un libro. Esto es: maquetistas, correctores, diseñadores, editores, traductores, informadores y, por supuesto, autores. Si editorial Planeta reduce sus ingresos, pongamos por caso, en un 40 por ciento, tendrá que echar al 40 por ciento de su plantilla. Y yo diría que el sr. Lara seguirá donde está.

-¿Y qué hay del derecho al acceso gratuito a la cultura?
-Es cierto. El acceso a la cultura debe ser gratuito. Pero no cuando el derecho del usuario choque con otros derechos igual de legítimos, como el derecho de los autores a nuestra propiedad intelectual. Es algo elemental en derecho: los derechos y libertades se prolongan hasta donde llegan los derechos y libertades ajenos. Mi derecho de propiedad intelectual tiene una duración que abarca toda mi vida y 70 años después de mi muerte. No discuto si esos 70 años son o no demasiado tiempo (igualmente, la posteridad hoy día es corta y los herederos, unos liantes en la mayoría de los casos) pero me agarro a mi legítimo derecho a disfrutar en vida de aquello que he imaginado, escrito y documentado yo. Mi obra es mía durante toda mi vida, y tengo derecho, pues, a ser remunerada por ello si llega el caso. Otra cosa es que haga cosas gratis, si así lo quiero y me apetece (y lo hago), pero debo decidirlo yo. Es diferente que se considere que mi trabajo no vale nada o debe ser gratuito. Lo será, a la larga, como toda la literatura universal. ¿No podríais esperar a que me muera?

-¿Ocurre algo si tengo que dejar de escribir y me dedico a otra cosa?
-No ocurrirá nada, por supuesto. El mundo seguirá girando, para ponernos cínicos. No pasa nada porque un escritor muera o deje de escribir. Creo que incluso alegraría a unos cuantos, y eso siempre es un consuelo. Puede que fuera una oportunidad para mí, que siempre he dicho que me habría gustado abrir un restaurante o un take away. Lo malo de todo ello es que no podamos elegir. Y que no podamos elegir por la falta de cultura general al respecto. A mi joven lectora le preguntaría: ¿quieres seguir leyendo libros míos cuando pasen 5, 10 años? Pues obra en consecuencia.

-¿Por qué pretenden cobrar los escritores si hacen lo que más les gusta?
-Ah, el eterno debate. ¿Si un médico disfruta de lo que hace no debe ser remunerado? ¿Si un jardinero ama las plantas y se siente feliz entre ellas no debemos pagarle? ¿Si un cocinero disfruta mucho en la cocina su trabajo vale menos? ¿Desde cuándo se paga a la gente por sufrir en su trabajo o por hacer lo que no le gusta? Además, conviene recordar que si no me pagaran por ello, hay algunas cosas que no habría escrito jamás. La colección "Arcanus" -voilà!- es una de ellas. ¿O alguien piensa que cuando me quedo sola lo que mi alma me pide es escribir las aventuras de doce chavales que se unen para hacer algo bueno por el mundo?

-¿Por qué no se da valor a los libros?
-Me entristece mucho, cada vez más, ver que no se otorga valor a los libros. La gente paga 120 euros por una entrada de fútbol pero le parece carísimo pagar 25 por una novela de Jonathan Franzen. Creo que la culpa es un poco de todos: de la gratuidad de los libros de texto, que ha acostumbrado a los lectores a un producto regalado. Cuando te regalan algo, dejas de darle valor, dejas de exigirle calidad, dejas de buscarle tres pies al gato. También tienen la culpa los editores en el precio del libro electrónico en nuestro país, tan caro que es una invitación a la piratería. Tienen la culpa los libreros por no buscar alternativas a la venta del libro en papel. Tienen la culpa los usuarios, contagiados de esta cultura donde conseguir las cosas gratis, reviente quien reviente, es de listos y espabilados. Un país de corruptos y chorizos que se enorgullecen de salir siempre ilesos. Me da vergüenza y tristeza formar parte de esto, por mucho que obre de otro modo.

-¿Por qué he escrito este rollo en lugar de estar leyendo a Franzen, como quisiera?
-Porque me habría gustado contestarle todo esto a mi joven lectora, aunque creo de todo corazón que la culpa no es suya, como he dejado dicho. No la contesté para no apabullarla. Me limité a recomendarle que buscara los libros en una biblioteca. Ella me escribió de nuevo para decirme que no tenía ninguna biblioteca cerca y que sus padres bla bla bla y pidiéndome otra vez que le dijera cómo conseguir mis libros GRATIS. Me dio tanta tristeza que no respondí. Los autores siempre acabamos pareciendo sospechosos cuando hablamos de estas cosas y en el fondo, decir todo lo que había que decir me daba mucha pereza. Pero desde que dejé este segundo mensaje sin respuesta me hierve esta carta en la cabeza. He pensado que ya iba siendo hora de responder.

Navegantes, perdonad la perorata. La próxima entrada será más ligerita, lo prometo.

22 de julio de 2013

16 de julio de 2013

Juan a toda velocidad


Hace unas cuantas noches, estaba terminando un artículo cuando recibí un correo electrónico del escritor y amigo Juan Soto Ivars que traía esta foto. Me decía que acababa de tomarla y que la chica que leía mi novela no apartaba la vista del libro.

Le pregunté dónde estaba sólo para ubicar la escena. En el metro de Madrid, me dijo.

Era tarde. Continué trabajando, pero mucho más feliz. Era una felicidad rara, que no sé si podré o sabré explicar. Mientras yo ultimaba un artículo que corría prisa (como todos, los artículos pertenecen a una subespecie que no fructifica en calma), sabía que en algún lugar del subsuelo madrileño estaba esta mujer de la foto, leyendo Habitaciones cerradas con interés, mientras el flamante Premio Ateneo Joven de Sevilla de este año la espiaba y fotografiaba. 

Les imaginé a toda velocidad, a la lectora y a Juan, bajo en entramado de calles de Madrid. Bueno, debo deciros que a Juan es fácil imaginarle a toda velocidad: un talento como el suyo no va nunca despacio (¿Habéis leído Siberia? Pues no sé a qué esperáis.) Luego les imaginé emergiendo. Mi libro en la superficie, liberado, paseado, querido. La chica y Juan tomando direcciones diferentes, tal vez opuestas.
Mi libro en busca de nuevos curiosos. Juan de cacería por Madrid.

Terminé el artículo con una sonrisa de oreja a oreja.  

12 de julio de 2013

Adrián y "La Moños"



Se miran a los ojos. Están tan cerca... Más de 100 años les separan.

10 de julio de 2013

Seres de humo


Voy a pasar el verano escribiendo. Hay historias que no pueden esperar. Mis personajes me necesitan. Por ahora, la novela es una nebulosa de la que comienzan a surgir algunas pequeñas y grandes historias. Como siempre, tengo personajes. Marianna es la primera. No sé por qué, tiene las mejillas rosadas y sonríe sin parar. A veces la veo parada en mitad de mis sueños, con los brazos en jarras y la falda ondeando como una bandera, mirándome sin dejar de sonreír. Es como si me preguntara: ¿Qué? ¿Sabes ya qué tengo que hacer, cuál es mi cometido?

Enseguida, le digo, déjame tomarme primero un descanso de una semana. Lo necesito, Marianna, te lo prometo. Además, me lo he ganado. Pero ella sonríe con picardía y me dice: Sabes que no es cierto. Vayas donde vayas, nunca descansas, porque a mí y a los que son como yo, seres de humo, no nos dejas nunca atrás. Allá donde quieras descansar, asaltaremos tu sueño para interrogarte sobre nuestro destino. Te preguntaremos: ¿Qué sabes? ¿Voy a morir joven? ¿Serán correspondidos mis sentimientos? ¿Hallaré la felicidad allá donde me hagas vivir?

En fin... es la historia de mi vida. Seres inexistentes me susurran al oído frases que tengo que escribir. Suena como una patología y da un poquito de repelús.

Como por ahora no puedo adelantar nada más que vaguedades, os dejo este regalito gráfico que tiene que ver con todo lo que dictan mis seres de humo. Y la promesa de ir desvelando en este rincón algunos otros detalles del proceso.

8 de julio de 2013

¡Un premio!


Navegantes: acabáis de llegar a un blog premiado.

El blog Días de lluvia le ha otorgado a este Silencio tan transitado uno de sus premios One lovely blog

Estas son las razones que esgrime su administradora: Porque además de escribir bien, divierte, siendo ambas cualidades la máxima que más me atrae de un escritor. Porque en sus páginas se conjuga perfectamente el pasado y el tiempo real, el éxito y la vida cotidiana, sin que ninguna parte de todas pese más que la sencillez descarnada y la intrepidez que siempre la caracterizan.

Mi respuesta sólo puede ser esta: 

¡GRACIAS!

Y la felicidad, por supuesto...

* La imagen de hoy: El cielo de Vietnam en un local de Barcelona. ¿No os anima sólo mirarlo?

5 de julio de 2013

Desahuciados. Crónicas de la crisis


Os dejo mi pequeña contribución a la recopilación de microcuentos Desahuciados. Crónicas de la crisis, que acaba de publicar editorial Traspiés en su colección Vagamundos. Somos unos cien autores, entre ilustradores y escritores, reflexionando sobre la dichosa crisis. Ahí están Ángel OLgoso, David Roas, María Zaragoza, José Antonio Masoliver Ródenes, Ángeles Escudero o Eduardo Moga, entre muchos otros. Estoy muy contenta de que mi cuento aparezca, además, ilustrado por Arcadio García. No sé si es una lectura muy veraniega, pero desde luego es un libro muy necesario. Ojalá os dé que pensar.

* Podéis agrandar la imagen superior haciendo click sobre ella.

Os dejo la cubierta, para que no tengáis que imaginarla.

También os dejo AQUÍ la reseña que hizo del libro Victoria R. Gil en La Tormenta en un Vaso.

19 de junio de 2013

Día de orden y limpieza



A veces me preguntan qué hago cuando termino una novela. Lo primero: suspirar. Sentir esa satisfacción profunda de haber terminado algo largo, trabajoso y soñado. Ayer mismo escuché decir a mi admirado Jesús Ballaz que escribir consiste en desvelar un tesoro que tenías escondido. Cuando terminas la escritura de algo, tienes la estupenda sensación, no comparable a ninguna otra, de haber desenterrado un tesoro. Sin embargo, me temo que lo que viene a continuación es, en mi caso, bastante vulgar. Ha llegado el momento de contarlo.

Cuando termino una novela, dedico las siguientes horas (por norma general, el día siguiente completo) a ordenar mi estudio. No es un ritual raro, ni excéntrico, sino una urgente necesidad. Soy tan desordenada que si no lo hiciera así, al final nadie podría entrar en mi guarida, ni siquiera yo misma. Mi mesa acabaría sepultada bajo la montaña de papeles y documentación que suelo manejar. Llevo aplicándome en estas campañas de orden varios años. Si la novela ha sido extensa, de las que ocupan mucho tiempo, el orden es más exhaustivo e incluye rincones. Si la novela ha sido de menor dificultad, más breve y, en consecuencia, me ha ocupado menos días, basta con una campaña de ordenación más liviana, pero igual de eficaz.

Hoy, navegantes del silencio, es uno de estos días. Inauguro mi campaña de orden escribiendo a primera hora esta entrada. En cuanto ponga el punto final comenzaré a clasificar libros, deshacerme de papeles, archivar facturas amontonadas, pasar la escoba, el plumero, el trapo.
Esta tarde todo estará listo para volver a empezar.
Hay otro tesoro que pide a voces ser desvelado. Comenzaré mañana, que hoy tengo trabajo.

* La imagen de hoy. Ese fue mi estudio durante 9 años. No os asustéis, no fue la limpieza lo que lo dejó tan vacío.

15 de junio de 2013

69 ALCOBAS o Juguemos a buscar al nuevo Grey *


1. LA ELECCION

—¿Le importaría decirme por qué trabaja para mí, señorita…?
—Dulce. Carolina Dulce.
Me pareció que mi apellido provocaba en él alguna reacción, un principio de sonrisa. Llamarse Dulce y trabajar en el departamento de relaciones públicas de una fábrica de chocolates era de lo más cómico. Enseguida me convencí, sin embargo, de que su expresión no había sido más que un espejismo, porque el jefe no sonreía nunca. O eso creía yo entonces, que sólo le había visto dos veces y de lejos.
La pregunta me había dejado descolocada. No sólo por la curiosidad en sí, sino por el modo en que había sido formulada. La voz dulce, la sonrisa franca, los hoyuelos de sus mejillas, aquel par de ojos grises, vagamente impertinentes, clavados en mis rodillas. Me parecía increíble estar allí, delante del mismísimo señor Dax, siendo observada como nunca antes lo había sido. Era tan guapo que me costaba respirar con normalidad.
—Bueno, soy experta en comunicación… —dije.
—Mmmm… ¿experta? —preguntó—. Me agrada oír esa palabra. ¿Se puede ser experta en algo con sólo veintiún años?
—Sí, si has estudiado lo suficiente.
—Tengo entendido  —de un vistazo rápido, revisó unos papeles que había sobre su mesa: mi expediente, sin duda— que es usted becaria.
—Exacto.
—¿Desde hace…?
—Tres semanas y media.
—¿Y está contenta?
—Estoy aprendiendo mucho.
—¿Le gusta aprender?
—Por supuesto. Trabajar en un lugar en el que puedas aprender tanto es todo un lujo.
—Buena respuesta, señorita Dulce. Y buena predisposición, también. Me halaga tener trabajadoras como usted.
Creo que enrojecí un poco. El señor Dax era de esas personas ante quienes siempre te sientes pequeña, vulnerable. Desnuda. No sólo por su aspecto físico, sobre todo por sus maneras. Tan seguro, tan confiado, tan tranquilo. Un hombre que siempre sabía cómo comportarse y tenía claro por qué lo hacía. No hay muchos así. Yo diría que no he conocido nunca a ninguno, además de él.
—¿Le gusta el chocolate?
—¿Hay alguna mujer a quien no le guste el chocolate? —pregunté.
—No me refiero a eso, señorita Dulce —atajó él, y de inmediato cambió de tema—: —¿Está satisfecha con su sueldo?
Me desconcertó un poco con una cuestión tan directa sin ningún preámbulo, pero pensé que si la formulaba era porque quería que fuera sincera así que repuse:
—La verdad es que no mucho.
Apenas se inmutó.
—¿Cree usted que su trabajo vale más de lo que recibe por él?
—Creo que puedo dar mucho más de mí.
Otra vez aquel atisbo de sonrisa en su rostro. ¿Otro espejismo? Comenzaba a no estar segura.
—¿Se siente menospreciada aquí?
—Yo diría, mejor, desaprovechada.
—Interesante… Observo que es usted ambiciosa.
—Mucho —dije—, ¿eso está mal?
—En absoluto, señorita, Dulce. Siempre y cuando tenga usted motivos para serlo. Creo que usted los tiene.
—Eso creo.
—Sin ambición no se llega nunca a nada.


Pensé que sabía de qué hablaba. Él era la viva imagen de la ambición satisfecha.
—Ya veo —revisó los papeles, esta vez con mayor interés que antes. Señaló algo con un dedo de manicura pulcra. Tenia las manos fuertes, bonitas— habla usted inglés, francés… —arqueó una ceja— ¿y latín?
—Mi padre era catedrático de románicas —sonreí—. De niña, me regañaba en latín.
Otra vez la expresión imperturbable.
—Nadie puede negar que es usted especial, señorita Dulce —dijo, y sentí que el rubor volvía a mis mejillas. Creo que eso le gustó.
Hizo una pausa para mirarme, pensativo.
—Gracias —dije.
—Voy a darle una oportunidad de oro de promocionarse dentro de la empresa. Estoy seguro de que le interesará. Tenemos muchas bajas este invierno. La gripe ataca con fuerza. La señora Pous está enferma y mañana tengo una importante visita de periodistas y colegas internacionales. Vamos a celebrar una cata en los almacenes. Es un acto muy importante para la promoción exterior de la empresa y ya sabe que, tal y como están las cosas, del exterior dependemos todos. El departamento de relaciones públicas le ayudará, pero quiero que usted reciba a los periodistas y les cuente el funcionamiento de la factoría antes de que yo haga mi aparición estelar en el último momento. Digamos que mañana será usted mi mano derecha, ¿se atreve?
—He visto cómo lo hacía el señor Maldon un par de veces.
—¿Eso es un…?
—Un sí —respondí sin pensarlo, aún alterada por aquello que ser su mano derecha. Yo. Una becaria con aspiraciones.
—Muy bien, entonces no me decepcione. Creo que es usted exactamente lo que estaba buscando. Nos veremos mañana a las ocho y media para hablar de los últimos detalles. Gracias por su tiempo, señorita Dulce. Y por la valentía.
Cuando me levanté noté su mirada fija en mi trasero. Durante todo el largo y mullido camino que separaba su mesa de la puerta, más de seis metros. Para cerciorarme de que estaba en lo cierto, antes de salir eché una mirada. Apartó los ojos en el último momento, pero sé que los tenía fijos en mí. Curiosamente, eso no me hizo sentir mal, sino todo lo contrario. Halagada, admirada, sexy.


* Todo lo anterior debe entenderse como un divertimento de sábado por la tarde. La premisa era: ¿Qué tal si escribimos a la sombra de Grey? (perdonadme el facilón juego de palabras, es efecto contagio).
Si os gusta, continuamos.