20 de octubre de 2006

En la Noche del Destino, mi mayor obsesión


¿Cómo y de dónde surgen las historias que nos hacen perder la cabeza?
En un paseo por una ciudad, en la lectura de un libro, en la conversación con un amigo...
A principios del mes de marzo de este año estuve en Mérida. Disfruté de tiempo suficiente para pasear y dejar que me pasearan. Lo expliqué en algún post de aquellos días. Gocé de buena compañía —eso fue fundamental—: la de María del Mar, buena conocedora del mundo romano, quien resultó ser una excelente Cicerone, y también una buena amiga, pese a que no nos conocíamos antes de esa visita mía. La visita al Museo de Arte Romano bajo su tutela resultó emocionante.
A mi vuelta, decidí seguir las pistas de la Iluro romana, seducida por las explicaciones de María del Mar, dejándome llevar por la vieja idea de situar una trama, o parte de ella, en mi ciudad, Mataró, que muy pocas veces ha sido escenario de ficción novelesca. Fue así como miré por primera vez a los ojos de la Venus de Iluro, de quien hablé aquí por primera vez en el post del 12 de marzo. La pieza se conserva en el Museo Comarcal, que jamás visita nadie.
En abril cené con Mónica y le hablé el proyecto. Creo que le gustó aunque apenas le conté nada, porque poco sabía. Mónica es el hada madrina de alguna de mis novelas, pero creo que en esta ocasión no me harán falta sus sortilegios. Aunque nunca se sabe...
Luego ocurrieron cosas: me despisté, trabajé en otros proyectos, pasé una mala racha... En junio, un poco por necesidad de escapar, me fui a Roma, a disfrutar de la compañía de mi querido Óscar, con quien paseé por la ciudad eterna hasta que me salieron ampollas en los pies. También de todo ello hay pistas aquí, en algunos posts de la segunda semana de junio y en varios de los del sedentario agosto, cargados de fotografías.
Todo eso, sin embargo, sólo me sirvió para saber que iba a escribir en algún momento una novela más o menos histórica protagonizada por una adolescente romana. Pensé en una novela breve, de unas 100 páginas, de la que sólo conocía su ubicación espacio-temporal.
Luego llegó el barbecho estival. Un día de julio, no sé cómo ni por qué, supe que mi novela no iba a ser histórica, sino de fantasmas. ¿De fantasmas con historia? Sí, tal vez.
Luego pasó el verano. Vi cosas. Oí voces («los escritores somos personas que oímos voces», dice Sergio Pitol). Imaginé algunas escenas. La novela trabajaba por mí, en mi cabeza, sin saber muy bien cómo. Cobraba forma, como un monstruo que se genera a sí mismo. Un día dejé sorprendido a mi chico contándole quién era la protagonista de aquella novela que seguía en mis pensamientos y cuál era su principal conflicto con el mundo.
Pero, en realidad, nada de todo ello cobró cuerpo hasta hace una semana.
Hace 8 días, exactamente el 11 de octubre, quedé para cenar con mi amigo Francesc en El celler de Macondo, un restaurante colombiano del barrio del Born donde los platos se llaman como los personajes de Gabriel García Márquez. Le conté todo lo que sabía de mi novela. Su entusiasmo hizo crecer el argumento como la espuma, en cuestión de un par de horas. Fue como el milagro de los panes y los peces aplicado a la literatura. Hicimos una apuesta. Era una noche de diluvio. De la mesa de un bar pasamos a una parada de autobús. Hablamos con los pies metidos en un charco. Nuestra apuesta tiene 24 meses de margen. El 11 de octubre de 2008 se verán los resultados.
Llegué a casa emocionada e insomne. Tenía novela nueva entre manos. Y unos deseos de empezar a escribir que me impedían conciliar el sueño.
En la madrugada del martes al miércoles soñé con César Augusto, el emperador romano. Llevaba su toga de magistrado. Me miraba, muy serio y muy guapo, y me decía:
—Déjalo todo. Escribe de una vez mi novela.
Mi novela ya tiene principio y fin. Tiene personajes principales y secundarios. Algunos me tienen sorbido el seso. Tiene algunas escenas maravillosas que crecen en mi cabeza como una obsesión. Tiene narrador. Y tiene título. El lunes tengo una cita con una especialista en escultura del siglo I. Estoy leyendo una monografía sobre la fundación de Barcino. Acabo de recibir Roma eterna, de Robert Silverberg (Minotauro), que de algún modo presiento que me servirá.
Mi novela ya existe. En mi cabeza, por ahora. La siento tan real como si fuera un clásico.
A partir del lunes, lo dejo todo para empezar a escribirla. Me lo ha ordenado Augusto, y no me veo con fuerzas para llevarle la contraria al fundador del Imperio Romano.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien, bien, bien!!!!! ;-)

Anónimo dijo...

Uy, no se que ha passat. La "m" soc jo ;-)

Anónimo dijo...

Si el César lo dice, obedece al César.

Si no existe el Destino, que venga alguien y me lo explique. O que se lo explique a los escritores...

Somos simples escribas en manos del viejo Destino. Es él quien quiere que escribamos algunas historias.

Y las otras historias, las que no provienen de Él, nunca son tan redondas.

Anónimo dijo...

Mai no contradiguis un emperador!

Ens conjurarem aquesta Nit del Destí...

F.

Anónimo dijo...

¡Qué ganas de leerlo! :)
Habrá que esperar... :P
Espero que disfrutes escribiéndolo ;)
Abrazoss!

Anónimo dijo...

Sí querida anjana: Rosas son rosas, cartas son cartas pero las palabras de los hombres, siempre son falsas
(Enviado por Estrella a la web Consejos de amor - pequeños consejos de amor)

Si quieres puedes distraerte intentando resolver esto. Las palabras de los hombres siempre son falsas; entonces ¿sus cartas no son cartas? Y cuando admiran un rosal, ¿las rosas dejan de ser rosas?
¿Qué dice Estrella? ¿De qué habla? ¿Es un hombre?

Anónimo dijo...

Anjana: take it easy. Lo único que puedo decirte. A mí suele irme bien alejarme un poco de lo que se me encalla. Lo olvido, lo retomo pasado un tiempo, y decido. Generalmente, entonces lo desencallo.

Anónimo dijo...

Care: ¿Qué es eso de que pasaste una mala racha?¿mal de amores?¿algún revés profesional?¿problemas de salud?¿contratiempos familiares?¿dudas existenciales?...

Sullivan

Care dijo...

Sullivan: no se puede contar sin mirar a los ojos. Pero estoy bien.

Anónimo dijo...

Me alegra saber que estás bien.

Sullivan

Anónimo dijo...

excelente radiografía de la gestion de una novela. Así crecen, solas casi, invadiendonos los pensamientos. Yo llevo algunas encima hace años, que me acompañan y que no termino de cuajar. ¿será que aún no han hablado todos los personajes?.

Angelo Apolito dijo...

Aquí un saludo desde un centurión afincado en Cádiz...