Hasta entonces había creído no estar ligado a nadie. En sus relaciones con la familia había imperado siempre una recíproca indiferencia. Como un marinero, por costumbre, volvía de vez en cuando, tras largos viajes, a casa, donde le parecía haber dejado algún que otro efecto personal, algún que otro recuerdo, pero nada que estuviera vivo, que fuera inseparable de él. Y un día se dio cuenta de que entre los ojos asustados y suplicantes de aquel niño y el fondo mismo de su alma había una corriente que ya no podía ignorar ni mucho menos cortar sin envilecer su más íntima esencia. Y entonces primero había acogido a aquel niño en sus entrañas y lo habñia tomado luego de la mano y le había enseñado a caminar por la vida.
Ediciones Minúscula, 2008
La imagen es de Bruno Mercier
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