* Artículo publicado en el blog Orsai el 10 de junio de 2005.
Hace unos días, en Estados Unidos, asesinaron a un blogger. La noticia apareció en la prensa. El muerto se llamaba Simon, y la policía pudo dar con el criminal porque el occiso, antes de morir, nombra a su verdugo en su último post: “El ex novio de mi hermana está aquí, fumando y recorriendo toda la casa; suerte que se irá pronto”, escribía ingenuamente el blogger. Por lo visto tuvo tiempo de darle al botón enviar antes de que su cuñado le partiera la cabeza con un picahielo.
El blog de Simon es una bitácora personal como las hay a millones. Simon tenía diecinueve años, era hijo de un padre chino y una madre americana, le gustaba la computación, el tenis y el estudio de los idiomas. Escribía casi todos los días en su blog; los textos eran cortos y lo leían unos pocos amigos. Su penúltimo post tuvo 10 comentarios. El último, en cambio, el famoso post-mortem, está a punto de alcanzar los 3.000 mensajes de lectores. La gente ha leído la noticia en la prensa y ha ido a escribirle cosas al muerto. Su bitácora se ha convertido en un velatorio permanente, en un altar con flores y velas encendidas, como los que se ponen en las carreteras, justo en el sitio del choque frontal.
Cuando se muere un blogger, se muere también la contraseña de su blog, es decir: muere la posibilidad de modificar el texto, y entonces ese espacio en internet deja de pertenecerle a un vivo, para comenzar a ser patrimonio de un fantasma. Todavía no sabemos si en el más allá (en el cielo, en el infierno) hay cibercafés, no sabemos si la muerte es compatible con Movable Type, ni si al convertirnos en espíritus errantes tendremos tiempo de seguir escribiendo nuestra rutina diaria. No lo sabemos porque hasta hace unos días no había bloggers muertos. Pero ahora ya hay uno y puede que, alguna vez, Simon escriba un nuevo texto, porque él sí se sabe la contraseña de su blog. Yo, por precaución, me guardé su dirección en los favoritos y cada tanto vuelvo a la bitácora de Simon, para ver si su fantasma nos quiere decir algo.
Todo esto me ha llevado a pensar que un día, dentro de unos treinta o cuarenta años, internet estará lleno de blogs a los que se les habrá muerto el dueño. Bitácoras a la deriva del tiempo, textos inconclusos que acabarán diciendo “mañana les cuento algo que me ha causado mucha gracia”. Y después nada. Después un silencio eterno. Los lectores no sabrán nunca que el blogger ha muerto. Los lectores pensarán que se ha cansado, o que le han cortado la banda ancha, o que ya no quiere escribir. La muerte rondará en silencio, congelando las historias cotidianas, cortando la continuidad del home, confundiendo al caché de Google.
Esta bitácora, sin ir más lejos, esta misma que ahora escribo y ustedes leen, un día de este siglo será la bitácora de un muerto. Es extraño decirlo de este modo, e incluso redactarlo naturalmente, pero es la puta verdad.
Y si seguimos fantaseando con el paso del tiempo, notaremos enseguida otras novedades a las que no prestamos atención, pero que en el futuro serán moneda corriente. Por ejemplo, que los blogs de nuestros hijos tendrán un link a nuestra bitácora, una vez que ya no estemos en este mundo. Y también los blogs de nuestros nietos tendrán, en el menú de la derecha, un apartado en el que dirá: “Ir al blog del abuelo”.
¿Cuántos comentarios acabará teniendo mi último artículo en Orsai? ¿De qué hablaré ese día que será, sin que lo sepa, la víspera? ¿Será un texto gracioso, como el del lunes, o un poco melancólico como este de hoy? ¿Moriré, acaso, en mitad de la redacción de una historia que nadie podrá leer? ¿Alcanzaré a decir alguna vez exactamente lo que siento, sin disfrazarlo de banalidad?
Se me han cruzado muchísimas preguntas por el estilo mientras leía anoche la noticia del blogger asesinado. Muchísimas preguntas. Pero hay una que me preocupa más que todas. Hay una que me remonta a la fábula de Juan y el lobo, y que no me deja pensar en paz:
El día que me muera, el día que Orsai quede a la deriva del tiempo y sin dueño, ¿alguien me creerá?
La imagen es de Simon Marsden
5 comentarios:
He quedado pasmado, sencillamente helado, la bocaza abierta y con un remolino acuoso en el cerebro...
Preciosa entrada, Care.
Este post nos hace pensar sobre la futilidad e importancia de nuestros actos. De los pasados y de los futuros. Y de la huella que éstos dejarán.
Un saludo.
Chica, qué magnífica reflexión. Me ha abierto los ojos: a partir de ahora escribiré en mi blog pensando en la eternidad. Procuraré que todos mis comentarios tengan algo de intemporales. Así podré comunicarme desde ahora con el nieto que aún no me ha nacido y con el biznieto que ni siquiera sé si llegaré a tener. Y la que a mí no me creerá será mi hija de nueve años, cuando me pregunte qué escribo y le conteste: un mensaje para tu hijo. Por cierto, ¿cómo lo llamo?
Me alegro de haberme perdido enlace tras enlace para llegar aquí. Una entrada magnífica. Enhorabuena
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