31 de diciembre de 2011

Lo que espero del 2012


Con el paso del tiempo, cada vez me cuesta más trabajo hacer listas de deseos de cara al año que entra. Sin embargo, como soy mujer de rituales, incluidos los más cursis, me resisto a dejar escapar el año sin haber meditado un poco acerca de lo que espero del siguiente.
De modo que me dispongo a cumplir con esta ceremonia absurda, como cada día de fin de año. Sé que mis listas de deseos se han vuelto realistas, prácticas, humildes y, sobre todo, breves. Realistas porque, si alguna vez lo hice, hace mucho que no deseo nada que no esté a mi alcance. La Luna está bien donde está.
Prácticas porque ya no afeo mis deseos con los clásicos "sacarme el permiso de conducir" o "perder diez kilos". Hay que aprender a conformarse, tanto con lo que se es como con lo que no se es. Aboguemos por deseos que no nos hagan sentir mal ni nos carguen de obligaciones, por favor.
Humildes porque no deseo nada muy grandilocuente. Lo material no me interesa mucho (salvo las cuatro chucherías a las que soy adicta sin límite, algún día habrá que hablar de esas debilidades) y el dinero tampoco me quita el sueño. Mis deseos suelen tener que ver con paisajes soñados y personas lejanas. Aunque, pensándolo bien, esas cosas son, precisamente, mucho más inalcanzables si no tienes la suerte de contar con ellas.
Por último, la brevedad. Hace años en mi lista había diez deseos. Creo que alguna vez hubo quince. Ahora, con suerte, llego a los cinco o seis. Y ya no me propongo un número determinado. Terminados los deseos, cierro la lista.
En fin. Ha llegado el momento. Esto es lo que espero del nuevo año:

1. Quiero ver en los rostros de mis hijos la felicidad inolvidable que proporciona la sorpresa, lo desconocido, lo tantas veces soñado. Por ejemplo, la expresión de un niño al ver por primera vez la nieve es algo que difícilmente se olvida. Y, por supuesto, quiero hacer algo por tener algo que ver con ello.

2. Quiero acortar la distancia que me separa de algunas personas que me importan mucho. Quiero largas tardes de sol dorado para pasar en su compañía, en cualquier paisaje.

3. En mi lista de deseos siempre hay algunas ciudades a las que ir o regresar. Este año pondré Lisboa, Praga, Atenas, Florencia, Oslo, Estambul y, por supuesto, siempre Nueva York. Con una me conformo.

4. Que la novela que comenzaré a escribir a partir del 15 de enero no defraude todo lo que pienso de ella ahora que sólo existe en mi cabeza. Y que su escritura me proporcione nuevas sorpresas y muchísima emoción.

5. Y para el final lo más íntimo. Imagino a cuatro personas  que adoro mirando por primera vez el mar desde cierta terraza y sé que ese será uno de los mejores momentos del año. Deseo que las emociones que viviremos ese día nos inspiren y dejen huella para el resto de nuestra vida.


FELIZ 2012, NAVEGANTES

18 de diciembre de 2011

Elogio de la impaciencia compartida

Odio ser tan impaciente. Cuando era niña, todo debía ocurrir en el momento porque la vida no tenía espera. Ahora que soy adulta, todo debe ocurrir en el momento porque la vida sigue sin tener espera. El tiempo se escurre entre los dedos y a mí siempre me parece que todo va demasiado despacio. He aprendido que no tengo razón pero sigo siendo una impaciente.
Hace dos días hablé sobre la impaciencia con una de las personas a quien más quiero del mundo. "Nunca pierdas esas prisas", me dijo, "porque ayudan a vivir". Ella tiene más de 80 años y es una mujer sabia. Todavía vive con impaciencia, me confesó. Lo ha hecho toda su vida. La lentitud la asquea, ella desea que las cosas ocurran sin tregua y en abundancia. Ya lo dijo Salinas: todo con exceso. He aquí un lema por el que merece la pena vivir.
Estos días, estoy sumergida en las vicisitudes de un buen puñado de impacientes, con los que me siento muy identificada: los hombres y mujeres que personificaron en nuestro país el llamado espíritu romántico. Nacieron alrededor de 1810 en un país en horas muy bajas. Les tocó muchas veces bailar con la más fea y se comportaron como lo que eran: entusiastas, valientes, héroes.
Mañana a las nueve de la mañana espero estar de vuelta a los muchos papeles que me aguardan en la Biblioteca. El proceso de documentación está en lo mejor. Los libros me confirman las ideas que dan vueltas en mi cabeza. Existe una novela ya, aunque por ahora sólo yo lo sepa. Me emociono pensando en los personajes. Hace unas pocas noches soñé a mis dos protagonistas. Soñé una escena que me muero de ganas de escribir.
Aún no, me digo. Aún no toca escribir. La documentación me está fascinando, debo seguir disfrutando. Sí, sí, pero mi protagonista agarra la pluma en alguna parte de este no-existir de los personajes de ficción y comienza la novela por su cuenta: 

Nada tengo que dejar tras mi paso por este mundo, salvo mi  historia. En rescatarla del olvido he ocupado los últimos días de mi vida. Mañana avanzaré hacia el cadalso con la conciencia tranquila, sabiendo que estas páginas de mi puño y letra lo contienen todo: la única razón que me animó a vivir y aquella otra que me llevó sin remedio a la muerte. El amor, la venganza. Ambos alumbrados por un mismo sol: tú, Carlota, la razón de mi existir y de mi final.

Ambos, mi protagonista y yo, estamos impacientes por contarlo todo.

16 de diciembre de 2011

Mi cuestionario Proust


1. ¿Cuál es su idea de la felicidad perfecta?
Tiempo, silencio, buen libro.

2. ¿Cuál es su gran miedo?
Ver morir a algún hijo mío.

3. ¿Con qué personaje histórico se siente más identificado?
 José Zorrilla. 

4. ¿Cuál es la persona viva a la que más admira?
Ana María Matute.

5. ¿Cuál es el rasgo que más le desagrada de sí mismo / a?
La impaciencia. El desorden. La vehemencia. 

6. ¿Cuál es el rasgo que más le desagrada de los demás?
La soberbia.

7. ¿Cuál es su mayor extravagancia?
Soy capaz de gastarme una pequeña fortuna en un libro antiguo.

8. ¿Cuál es su viaje favorito?
El viaje sin billete de vuelta.

9. ¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?
La religiosidad.

10. ¿En qué ocasiones recurre a la mentira?
Cada vez que alguien me pregunta si un libro mío es autobiográfico.

11. ¿Qué es lo que menos le gusta de su aspecto?
Mis dientes.

12. ¿Qué persona viva le inspira más desprecio?
Los que presumen de su ignorancia y su grosería.

13. ¿De qué palabras o frases abusa?
De modo que... 

14. ¿Cuál es su gran pesar?
No haber conocido a mi marido 15 años antes.

15. ¿Qué o quién es el gran amor de su vida?
El caballero de Olmedo. La escritura. Por este orden.

16. ¿Cuándo y dónde fue más feliz?
Nunca más que aquí y ahora.

17. ¿Qué talento le gustaría tener?
 El musical. Me encantaría componer música.

18. ¿Cuál es su estado de ánimo actual?
Satisfecha e impaciente.

19. Si pudiera cambiar una única cosa de usted, ¿qué elegiría?
Me reduciría los pies tres tallas.

20. Si pudiera cambiar una única cosa de su familia, ¿qué elegiría?
Añadiría un hijo al equipo.

21. ¿Cuál considera que es su gran logro?
Una vez le cosí el dobladillo a unos pantalones de mi hija.

22. Si muriese y se reencarnase en una persona o cosa, ¿qué cree que sería?
No creo que me reencarnase en nada ni nadie.

23. Si pudiera elegir en qué reencarnarse, ¿qué sería?
Una niña con los ojos muy abiertos.

24. ¿Cuál es su bien más preciado?
Mi colección de plumas estilográficas.

25. ¿Cuál es para usted la máxima expresión de la miseria?
La ignorancia.

26. ¿Dónde le gustaría vivir?
En una ciudad grande que mire al mar.

27. ¿Cuál es su pasatiempo favorito?
Cocinar.

28. ¿Cuál es su rasgo más característico?
Laboriosidad. Optimismo.

29. ¿Cuál es la cualidad que más le gusta en un hombre?
Sabiduría.

30. ¿Cuál es la cualidad que más le gusta en una mujer?
Sabiduría.

31. ¿Qué es lo que más valora en sus amigos?
Sabiduría.

32. ¿Quiénes son sus escritores favoritos?
Turguéniev, Chéjov, Carpentier, Ibsen, Rosario Castellanos, Pedro Salinas, entre otros.

33. ¿Quién es su héroe de ficción favorito?
Cyrano de Bergerac. 

34. ¿Quiénes son sus héroes en la vida real? 
Aquellos que hacen lo que es justo aunque salgan perjudicados.
 
35. ¿Qué es lo que más detesta?
Todo lo que me aparta de leer o escribir.
 
36. ¿Cuáles son sus nombres favoritos?
Elia, Ismael, Irina, Rebeca, Adrián.

37. ¿Cómo le gustaría morir?
Sin dar la lata y junto a mis tres hijos. 

38. ¿Cuál es su lema?
Ya se le pasará.

14 de diciembre de 2011

Cuestionario Proust

Nórdica Libros acaba de publicar Vanity Fair. Cuestionarios Proust, un hermoso libro en el que celebridades de todos los ámbitos contestan al célebre preguntorio que lleva el nombre -y se debe- al autor francés Marcel Proust, quien lo contestó dos veces. Hoy os propongo un juego, navegantes, tomado de las diversiones de salón parisinas de principios del XIX. ¡Respondamos al famoso cuestionario Proust, inventado por la hija del presidente francés Félix Faure para entretener a sus famosos invitados! Ellos lo hacían a mano en un cuaderno rojo, pero es lo mismo. Contestadlo todo o en parte, según os apetezca. Mis respuestas, con más tiempo, en unos días.

1. ¿Cuál es su idea de la felicidad perfecta?
2. ¿Cuál es su gran miedo?
3. ¿Con qué personaje histórico se siente más identificado?
4. ¿Cuál es la persona viva a la que más admira?
5. ¿Cuál es el rasgo que más le desagrada de sí mismo / a?
6. ¿Cuál es el rasgo que más le desagrada de los demás?
7. ¿Cuál es su mayor extravagancia?
8. ¿Cuál es su viaje favorito?
9. ¿Cuál considera que es la virtud más sobrevalorada?
10. ¿En qué ocasiones recurre a la mentira?
11. ¿Qué es lo que menos le gusta de su aspecto?
12. ¿Qué persona viva le inspira más desprecio?
13. ¿De qué palabras o frases abusa?
14. ¿Cuál es su gran pesar?
15. ¿Qué o quién es el gran amos de su vida?
16. ¿Cuándo y dónde fue más feliz?
17. ¿Qué talento le gustaría tener?
18. ¿Cuál es su estado de ánimo actual?
19. Si pudiera cambiar una única cosa de usted, ¿qué elegiría?
20. Si pudiera cambiar una única cosa de su familia, ¿qué elegiría?
21. ¿Cuál considera que es su gran logro?
22. Si muriese y se reencarnase en una persona o cosa, ¿qué cree que sería?
23. Si pudiera elegir en qué reencarnarse, ¿qué sería?
24. ¿Cuál es su bien más preciado?
25. ¿Cuál es para usted la máxima expresión de la miseria?
26. ¿Dónde le gustaría vivir?
27. ¿Cuál es su pasatiempo favorito?
28. ¿Cuál es su rasgo más característico?
29. ¿Cuál es la cualidad que más le gusta en un hombre?
30. ¿Cuál es la cualidad que más le gusta en una mujer?
31. ¿Qué es lo que más valora en sus amigos?
32. ¿Quiénes son sus escritores favoritos?
33. ¿Quién es su héroe de ficción favorito?
34. ¿Quiénes son sus héroes en la vida real?
35. ¿Qué es lo que más detesta?
36. ¿Cuáles son sus nombres favoritos?
37. ¿Cómo le gustaría morir?
38. ¿Cuál es su lema?

13 de diciembre de 2011

Ahí estaremos


3 de diciembre de 2011

Anuncio

Se vende ático-duplex,
Semicentro.
Seminuevo.
Semigrande.
Seminuestro (la mitad es del banco).
Tiene un aseo y dos cuartos de baño,
cocina independiente,
aire acondicionado
y nido de palomas (habitado)
en el patio de luces.
La alfombra y las paredes
se impregnaron
de una felicidad
que no se va con nada.
El balcón es estrecho
pero en él los jazmines ven el mar
y parecen felices.
Se incluyen en el precio
dos vecinos que fornican a voces
tres veces por semana.
Ideal parejitas
que quieran inspirarse.

30 de noviembre de 2011

Pavos reales azules: una respuesta


No soy una bibliófila. Más bien soy una libromaníaca. Jamás me gastaría cantidades inmorales de dinero por poseer un libro único, antiguo, raro, que no pensara leer. No me gusta poseer libros que no pueden abrirse y leerse con normalidad, que hay que mirar sin tocar para que no se estropeen. No me gusta que el continente domine sobre el contenido.
Sin embargo, hay un tipo de libros ante los que no puedo refrenarme. Cuando tropiezo con ellos, los compro enseguida, sin regatear y temiendo siempre que alguien lo haya visto primero. Son -soy previsible, lo sé- aquellos en los que a un texto que me gusta, de un autor al que sigo y admiro, se une una bella edición. No hace falta que sea muy lujosa. Hace tiempo que aprecio la belleza de la sencillez, de lo pequeño, lo que no se hace valer por la nobleza de sus materiales sino por el buen gusto de quien lo ideó.
En esta línea, siento debilidad por algunas colecciones que todos los asiduos de este blog conoceréis, sin duda. Los libritos de la colección Áncora y Delfín, por ejemplo, pero sólo los de la primera época, encuadernados en una preciosa tela azul con el motivo que da nombre a la serie grabado en relieve en la cubierta. Aparecen a montones en las librerías de viejo, aunque comienza a no ser tan fácil encontrarlos en buen estado. A veces conservan la sobrecubierta de papel intacta como un pequeño milagro.
También me pirra la colección Biblioteca Crítica, de Barral, con sus delfinitos en el lomo y sus sobrecubiertas de papel con plástico protector. No hicieron muchos títulos, y los que hay son soberbios -Cernuda, Guillén, Vallejo, Salinas...- y empiezan a cotizarse, pero durante tiempo han sido muy asequibles. Y aún puede haber golpes de suerte.
Y los de editorial Apolo editados durante la Guerra Civil. Y los de Ediciones La Nave con ilustraciones fuera de texto. Y... podríamos seguir, pero en realidad escribo esta entrada para responder a una pregunta que alguien me formuló aquí hace un par de entradas: a qué libro me refería cuando dije que el que acababa de recibir me había disparado las pulsaciones del corazón.
Pues bien, hace poco he descubierto las ediciones preciosas -y a veces preciosistas- de la editorial inglesa Folio Society. Hace casi un siglo que editan maravillas, algunas realmente espectaculares, a precios más que asequibles. Uno de ellos llegó a mis manos desde una librería de lance de Cliftonville, en Kent, en Ingaterra, llamada Ryans Books y cuando lo abrí no podía creer que fuera aún más bonito que la foto que vi de él en la pantalla. Es una edición de Salomé, de Oscar Wilde, encuadernada en seda, con un precioso motivo de pavos reales en toda la cubierta, cinta de punto de lectura, papel bueno, texto a dos tintas -una de ellas azul, como la cubierta- y un buen puñado de grabados, preciosos, de Frank Martin. Viene metido en una cajita de cartón -como muchos libros de Folio- que está también casi intacta. La edición es de 1957 pero el libro parece haber salido del impresor ayer mismo. 
Mientras escribo estas líneas, los pavos reales de la cubierta se vanaglorian de su belleza frente a mis narices. Y yo me siento feliz de tenerlos a todos y a Wilde y Salomé con ellos, en mi biblioteca. Sé que no es un ejemplar único, ni mucho menos, que hay muchos a la venta sólo en internet, que pagué por él una miseria, pero me da lo mismo. A veces la felicidad está al alcance por muy poco. Y llega por correo. Explicado, pues, navegantes. A mandar.

29 de noviembre de 2011

Todo


Los deseados libros
salvados uno a uno
de la codicia ajena.
Las palabras que en ellos despertaron
angustias, anhelos, sueños:
los sueños de escribir
para que otros soñaran.
El cariño de media docena
de personas amadas
que, a veces, como libros
te otorgan enseñanzas
indelebles.
Los papeles que caen como hojas
de otoño
de dentro de otras hojas,
y en ellos, revelada,
la letra de algún muerto
distante, que se acerca
y nos habla.
El tiempo,
el inasible,
las cosas que perecen,
las que vuelven,
las que estaban detrás,
agazapadas,
aguardando, temiendo
el compás de los días por venir.
Las miradas, los signos,
el tictac de los pasos,
las páginas en blanco,
el polvo que convive con nosotros.
Lo felices que fuimos,
lo que dejan los años
y ningún polvo puede arrebatar;
lo pasado, lo hecho,
lo escuchado, el placer consumado
lo aprendido,
lo mucho que nos queda
después que las certezas
se deshagan.

Todo.
Todo lo que reunimos.
Todo lo que reunimos se perderá.

27 de noviembre de 2011

Supermami de noviembre


25 de noviembre de 2011

Errática escritura con conciencia



Comienzo a escribir pensando: No tengo ni idea de lo que voy a escribir. Deberías no escribir, entonces, dice mi conciencia. Sí, cierto. Pero la conciencia, ese mono iquieto, recuerda: ¿Cuánto hace que tienes descuidado el blog? Demasiado tiempo. Entonces, escribiré. Tú misma, dicta la conciencia. Y así, espalda contra espalda con tu vocecilla interior, compareces donde te espera el mundo entero y nadie al mismo tiempo.

Te dices: un poema, una de esas confesiones personales, una cita de altura, una recurrencia de las habituales (ya sabéis: escribir, librerías, los temas de siempre...). 
No. Qué pereza, repetirme. Mi conciencia: Ya, ahora pretenderás ser original, ¿no? Yo: Sólo quiero divertirme escribiendo algo en el blog. Al fin y al cabo, para eso escribo el blog, ¿no? Para divertirme. Debo de ser la única loca del mundo que se divierte haciendo lo mismo que hace 8 horas todos los días.
Bueno, entonces hagamos algo divertido. Una lista. ¿No te gustan las listas?
Eso es.

LISTA DE COSAS SORPRENDENTES 
QUE ME HAN PASADO EN LAS
ÚLTIMAS DOS SEMANAS:

-Un señor engominado visitó mi piso y sonrió 
al ver los libros, complacido de que me guste tanto leer.
-Un vendedor de libros del otro lado del planeta
alabó mi buen gusto.
-Pujé en la subasta de un objeto que no deseo.
-Le puse tareas a un Premio Cervantes.
-Fijé, por fin, el día en que dejaré de ser miope.
-Supe que antes de tener cuatro puntas, 
el tenedor tuvo dos y también seis.
-Hice una foto a mi sombra en movimiento. **
-Llegó (por correo certificado) un libro tan hermoso
que me disparó los latidos del corazón.
-Le expliqué a un neoyorquino que me escuchaba
muy interesado quién fue Amadeo de Saboya.
-Grabé un anuncio para anunciar los mercados de mi ciudad.
-Le expliqué a una desconsolada criatura de 8 años
por qué es mejor no tener tetas hasta más adelante.
-Descubrí dos lepismas erráticos en el parqué de mi salón *.

El post está escrito, ya puedes dejar de sentirte mal y dedicarte a todas esas cosas vulgares que tienes apuntadas en la agenda. 
¿Has comprendido ya por qué el tiempo a veces se estira hasta el infinito y otras veces se acartona y se quiebra en cuanto intentas manipularlo? Tranquila: yo tampoco.
Pero hoy el tiempo te ha dado para todo. Hasta para el blog. Mañana será otro día, navegantes.
Y la conciencia, satisfecha, se retira a sus aposentos.

* He aquí el verdadero tema, dice mi conciencia. De eso deberías haber hablado: de lepismas y de su influencia en tu vida última. No me dirás que no te da para una entrada. Bueno, respondo, tendrá que ser en los próximos días. Sea, pues.

** Como la imagen de hoy demuestra.

16 de noviembre de 2011

New York City, noviembre 2011


Hay un lugar 
junto a Bryan Park
en la Sexta con 42
en que una vez a Elia,
de seis años,
se le cayó una bola de helado
apenas sin probar.
Fue en uno de esos pasos
de peatones apresurados
en que una cuenta atrás,
desde el semáforo,  amenaza
con lo peor de un mundo
de muchedumbres, prisas
y ciudades hermosas que nadie 
se detiene a mirar.
Elia trastabilló
y la bola, nívea y dulce,
fue a dar en mitad de esa avenida
que todos llaman De las Américas.
Toda Nueva York se detuvo
en ese instante
a escuchar el lamento de una niña
preciosa como un sueño imposible
que acababa de ver una ilusión
estrellarse contra el asfalto ardiente.

Mas Elia miró el helado
como quien ve el final de un tiempo,
una quimera derritiéndose al sol,
un nevermore,
un goodbye love
y lloró lágrimas verdaderas
que abrieron una grieta, larga y recta
en la piedra dura sobre la que se cimentó
esta ciudad de locos,
del Lower hasta la 140.

Luego, Elia miró al frente
olvidó el percance
pensó en la milésima parte
de lo bueno y lo malo
que la vida habrá de depararle,
clasificó el asunto de la bola de helado
en el lugar correspondiente,
resolvió que no había para tanto
y echó a andar, decidida,
hacia donde el semáforo
amenazaba con el apocalipsis.

Elia aprendió a vivir
un poco, o tal vez mucho,
en esta Sexta con 42
junto a Bryan Park
por donde no consigo
pasar sin recordarla.
También yo recibí una lección,
de su mirada:
es así, dijo Elia,
como haremos que el futuro no duela.


Hoy, dos años después,
en mi memoria sigue
aquella bola helada derritiéndose
bajo el sol infernal de Nueva York
y aquellos ojos negros que me dicen:
cuando el sueño se acaba,
mamá,
siempre nos queda
un billete de vuelta a lo único que importa.


* La imagen: los árboles otoñales de la calle 49, el domingo pasado.

18 de octubre de 2011

La edición italiana de "Habitaciones cerradas" ya tiene cubierta (y también nuevo y sugerente título)


Aquí la tenéis, navegantes.
El libro estará en librerías (italianas) en enero.

17 de octubre de 2011

Supermami de octubre


16 de octubre de 2011

14 de octubre de 2011

La casa-biblioteca del escritor mexicano Gonzalo Celorio (fragmento de El viaje sedentario, publicado en México en 1994)

Mi casa es un tren, con sus vagones, su andén, sus estaciones, donde emprendo cotidianamente mi viaje sedentario. Pero mi casa también es una biblioteca -espacio en el que se resuelve, mejor que en ninguno otro, la antinomia de la inmovilidad más pacífica y los desplazamientos más aventurados.
La palabra "biblioteca" tiene cierta connotación sagrada e iniciática que la vuelve solemne, excesivamente prestigiosa. Y de algún modo esta enjundia suya contradice el gusto, la pasión, el cariño, la alegría, la felicidad pues, que los libros me provocan. A falta de otra palabra que goce de la naturalidad feliz con la que los libros habitan mi casa, tendré que seguir llamándole "biblioteca" a mi biblioteca, si bien para despojarla, justamente, de la arrogancia que la palabra misma le adjudica.
No podría referirme sólo a un conjunto de libros porque una biblioteca es, ante todo, una unidad, como, paradójicamente, parece indicarlo el carácter colectivo de la palabra que la nombra: lejos de debilitar su sentido unitario, lo confirma, como si la biblioteca fuera un solo libro mayúsculo, y cada uno de los libros que la integran, una de sus páginas. Por eso es tan difícil deshacerse de un libro al que ya se le dio cabida; equivale a arrancarle una hoja al libro que es la biblioteca misma. Por eso, también, nunca debería ser dificultoso encontrar un volumen en los anaqueles, pues más que una suma de libros disímbolos, la biblioteca es un discurso continuo, cuya sintaxis sólo se altera cuando un libro sale de su estante.
Pero la palabra "biblioteca" no sólo se refiere al acervo de libros, sino al lugar en el que se acomodan. La biblioteca que rodea mi escritorio es un espacio apacible y vigoroso a un tiempo. Es un espacio apacible por el silencio que impone, por la sabiduría que resguarda y sobre todo por la insospechada discreción de los libros: colocados en sus estantes, nos dan las espaldas, como si estuvieran castigados contra la pared. Sólo les vemos el lomo. Hay quienes están tan acostumbrados a ello que llegan a pensar que la espalda de los libros es su frente y ya no se molestan en abrirlos y leerlos. Cuando sacamos un libro de su anaquel, lo estamos eligiendo entre todos los demás; es como si le levantáramos el castigo y, al abrirlo para leerlo, puesto de frente, lo penetráramos amorosamente. Por eso la biblioteca es también un espacio vigoroso.

Suele ocurrir. Mi biblioteca ha invadido mi casa. Como los seres vivos, los libros nacen y se multiplican, pero, a diferencia de ellos, no parecen morir nunca. Es casi imposible desprenderse de un libro, aunque se tenga la certidumbre de que nunca se va a mirar de frente, de que siempre estará castigado contra la pared mientras se empolva hasta la ilegibilidad el tejuelo que dice su nombre. Y es que, una vez aceptados en casa, cómo echarlos a la calle.
Mis libros se han encarnado como plantas trepadoras por los muros de la biblioteca y ya crecen por otros espacios de la casa: por el comedor, por la recámara -donde cobran rango de libros de cabecera-, por la cocina y hasta por el baño, lugar, por cierto, en que Alfonso Reyes alojaba la sección de novela policiaca. Ahora la mía es como tantas otras, una casa-biblioteca, que apenas deja un espacio para cocinar y otro para dormir.

12 de octubre de 2011

Rusia existe y este libro lo demuestra

Ya tenemos las primeras reseñas de nuestra querida Rusia imaginada. AQUÍ podéis leer una de ellas.

No está bien que lo diga, porque he tenido la suerte de ser la editora de este libro, pero deberíais regalaros esta preciosidad por Navidad. Os doy dos poderosas razones: los cuentos que lo componen son de lo mejor que he leído en años y la editorial que lo publica, Nevsky, es un proyecto independiente y valiente fundado por una parejita tan enamorada de la literatura rusa como para jugarse en ella los cuartos.


11 de octubre de 2011

Vindicación de lo otro


No alcanzo a comprender qué mesuran los watios,
No interpreto la escala de los mapas.
No entiendo el dictado de las brújulas.
Y -menos- los programas de mi secadora.
Llevo años afilando mi inglés pero sin grandes logros.
Las ecuaciones de segundo grado me amargaron la infancia.
No digamos las fórmulas químicas, las fracciones
o, mucho más tarde, la teoría económica
que un señor con bigote predicaba en Derecho
como en mitad de un desierto en expansión.

Del universo, sólo entiendo
que la mitología lo llenó de historias
y eso lo hizo habitable a nuestros ojos.
Por mí, la matemática quedaría en suspenso
excepto en sus funciones más elementales:
sumar, restar, multiplicar, medir el mundo
y dividir, sólo en última instancia.
No comprendo el euribor, ni las oscilaciones
de las bolsas del mundo, ni tantos decimales
bailando a la deriva. También veo un misterio
en la función hidráulica de cada cafetera
y no sé qué es un hertzio, un pascal, el wolframio,
la sinergia, el DNS, el TAE, el PIB, el IBEX,
el Fitch, el FROB, los activos contables... 

Ya no escucho políticos ni leo titulares.
y he perdido la fe en la verdad absoluta.

Mi mundo es otra cosa.
 Y me basta.


* La imagen: largo atardecer sobre el Atlántico, desde el cielo, el 26 de septiembre pasado.

10 de octubre de 2011

Cita a las doce y dos

Documentarte para escribir una novela es elegir
en qué mundo vas a vivir durante los próximos años.

7 de octubre de 2011

Un artista en el norte (un poema de Tomas Tranströmer traducido por Roberto Mascaró para celebrar su Premio Nobel de Literarura)

Yo, Edvard Grieg, me movía como un hombre libre entre hombres,
bromeaba habitualmente, leía los periódicos, viajaba y marchaba.
Yo dirigía la orquesta.
El auditorio con sus lámparas temblaba de triunfo como balsa del ferrocarril
en el momento de atracar.

Me transporté hasta aquí para ser corneado por el silencio.
Mi cabaña de trabajo es pequeña.
El piano de cola está aquí tan apretado como la golondrina
bajo la teja.

En general, los bellos acantilados a pique callan.
No hay ningún pasaje
pero hay una compuerta que a veces se abre
y una peculiar luz que mana directamente del duende.

¡Disminuir!

Y los golpes de martillo en la montaña llegaron
llegaron
llegaron
llegaron una noche de primavera a nuestra habitación
disfrazados de latidos de corazón.

El año anterior a mi muerte, enviaré cuatro salmos para rastrear a Dios.
Pero eso empieza aquí.
Una canción de aquello que está cerca.

Lo que está cerca.

Campos de batalla dentro de nosotros
donde los Huesos de los Muertos
luchan para volverse vivos.

6 de octubre de 2011

Hagan juego, lectores


Hoy se falla el Premio Nobel de literatura y, como todos los años, menudean las quinielas. Las quinielas del Nobel de Literatura son uno de los entretenimientos más inútiles que existen, pues es sabido que la Academia Sueca gusta de hacer lo que le viene en gana, como otorgarle el premio a Elfriede Jelinek, Perl S. Buck o Winston Churchill. Este último, por cierto, lo recibió en 1953, después de Mauriac y antes de Hemingway, por «su dominio de las descripciones biográficas e históricas así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos exaltados». 

Este año, las inútiles quinielas apuntan estos nombres (mi fuente es el ABC): Haruki Murakami (japonés), Adam Zagajewski (polaco), Les Murray (australiano), Ko Un (coreano), Adonis (sirio) y Tomas Tranströmer (sueco). 

Algunos dicen que esto del Nobel va por turnos. Si es así, es bueno saber que hace 17 años que no lo gana un japonés (Kenzaburo Oe), 15 que no lo gana un polaco (polaca: mi amada Wislawa Szymborska), 37 que no lo gana un sueco (dos, exactamente, ya que el del 74 fue ex-aequo para Harry Martinson y Eyvind Johnson), uno más -38- que no corresponde a un australiano (Patrick White) y que nunca le ha sido entregado a un sirio ni a un coreano. De modo que según este dato, tienen más posibilidades Adonis y Ko Un. Por otra parte, si es cierto lo de que el Nobel sirve, en cierto modo, para compensar tropelías políticas contemporáneas al año del galardón, sonarían los mismos nombres. 

Egoístamente me parece una magnífica noticia. Enseguida me explico.

Si la Academia Sueca atiende a sus propias estadísticas, tal vez sería hora de que se lo dieran a un ruso. Lo cual, sin duda, contribuiría también a mi felicidad. Y aunque no creo que mi felicidad importe mucho a los miembros de la Academia Sueca, lo dejo dicho, por si acaso: señores, háganme feliz eligiendo a un ruso y, de paso, desbaraten todas las quinielas mundiales, comenzando por la de mi patrio ABC.

Pero hay infinidad de otros datos a tener en cuenta. Últimamente la Academia es muy propensa a premiar mujeres, como si quisiera compensar de tantos premios masculinos-, de modo que dárselo a alguna escritora sería otro buen modo de salirse por la tangente. Así pues, permítanme exclamar: ¡una nobelesa asiática, eso es lo que todos necesitamos!Me permito sugerir a la india Anita Desai, amiga de Salman Rushdie, que escribe como él en inglés (lo cual facilita mucho las cosas a la hora de traducirla a todos los idiomas del mundo) y que se ha singularizado por la defensa de las mujeres en su país. Además, una ve las fotos de la señora Desai y le parece tocada de una prestancia tan absoluta que ya se diría que es Premio Nobel. Quedaría muy bien en la orla. No digamos en la entrega de premios. Otra posibilidad sería la china Ru Zhijuan, nacida en 1925. Y ya que hablamos de autoras ahora-o-nunca, nombraré a mi adorada Joyce Carol Oates, que -para variar- este año no figura en las quinielas. Y hace no sé cuánto que no se lo dan a un estadonidense. Lo interpreto como una esperanzadora señal. Acaso este año sí. Hurra.

Aunque este año debería tocar un poeta, porque la lírica pura lleva desde el año de Szymborska (96) sin hacer su aparición en esta lista. De modo que lo siento por Murakami. Ya se lo darán dentro de 35 años, que ahora hay cosas más urgentes. 

Hablando en términos egoístas, mis favoritos son todos menos Zagajewski y Murakami. De Adonis no he leído nada a pesar de que Visor -con mucho ojo- publicó el año pasado una antología de sus poemas: Árbol de Oriente. En Hiperión y en 1992 salió en castellano el único libro del que tuve noticias durante mucho tiempo de Tomas Transtömer. Se titula Para vivos y muertos. Jesús Munárriz, el editor, merecería verse premiado con el Nobel, por previsor y visionario. El título de ese libro, por cierto, unido al palatal nombre de su autor, me entusiasma tanto que creo que voy a encargarlo en cuanto termine de escribir este panfleto. Por lo que pueda pasar. Aunque actualmente hay varias obras disponibles del sueco -y también con sugerentes títulos, como Deshielo a mediodía- en una de mis editoriales favoritas del actual panorama: Nórdica. Of course, ¿quién, si no? A Les Murray tampoco le he leído, pero podría hacerlo. En Lumen, gracias a un volumen titulado Australia, Australia, publicado en 2000. Otro editor que merece una recomensa en forma de ventas numerosas. De Ko Un, en cambio, no puedo leer nada, al menos en mis dos lenguas maternas, puesto que no ha sido traducido ni al castellano ni al catalán. En Amazon encuentro un poemario titulado 108 Zen Poems, en inglés, que curioseo. Pero mejor espero a mañana. 

Tengo la costumbre de comprar todos los años por lo menos una obrita del flamante nuevo Premio Nobel de Literatura. Suponiendo que sus obras no habiten ya en mi biblioteca, claro. Si los elegidos son Murakami o Zagajewski, me ahorraré la compra y la lectura (una lástima) y será como si le dieran el Nobel a un tío querido. Y esas cosas, en familia, siempre son motivo de alegría. Si Ko Un es el afortunado, podré por fin leerle en alguno de mis idiomas, de modo que también habré tenido suerte. Y si lo son Adonis, Transtömer o Murray, podré hacer los deberes rápido. 

Por cierto, que quien eche de menos españoles en la lista incierta, sepa que hay dos: Juan Marsé y Javier Marías. Y también latinoamericanos: Juan Gelman, Ernesto Cardenal y Néstor Amarilla. Aunque, tan dada como es la Academia Sueca a los desenlaces inesperados, dentro de unas pocas horas (sobre las 12:30) podemos estar felicitando por el Nobel a Óscar Esquivias (lo cual también sería una magnífica noticia, porque no hay premios Nobel burgaleses y Burgos sería una fiesta y etcétera). En mi casa lo celebraríamos por todo lo alto.


En fin. Hagan juego, lectores. Los suecos tendrán la última palabra. Capaces son de dárselo a Bob Dylan, aunque cueste trabajo creerlo.

5 de octubre de 2011

De jugadores y partidas


El librero tiene el pelo algo revuelto y una cara como concentrada de rasgos. Frente amplia, inteligente. Mirada de hurón curioso: larga, demorada, escrutadora. Hablar silabeante, de alguien que tiene tiempo o que no tiene prisa, que no es lo mismo. Te mira largo y sonríe un poco, no mucho, y mueve los labios como si mascara algo pequeño, una duda tal vez, puede que un recelo, tal vez una sospecha, y te pregunta: "Y tú, ¿en qué mundo estás?", refiriéndose a lo que escribo. En fin, puede ser que el librero preguntara en realidad y tus libros en qué mundo están, pero yo sentí, ante el brillo insistente de sus ojos, que lo que me estaba preguntando era algo íntimo, personal, inconfesable. Y tú, niña, en qué mundo estás.

El librero es un ajedrecista consumado. Durante años publicó una columna de ajedrez en un periódico de su ciudad. Luego, porque sí, dejó de hacerlo. No da motivos, pero una adivina que los tiene, sólo porque esa mirada no deja escapar nada. Aunque nunca dejó, ni dejará, de ser ajedrecista. El mundo es un tablero y en él estamos todos mientras no dejamos de estarlo. El librero es un hombre misterioso, que no se explica. Una tiene que adivinar.

Prepara café. Lo sirve en una diminuta taza multicolor. Nos sentamos a la mesa, como buenos amigos que vuelven a encontrarse. Tres taburetes y una mesa: he aquí las dimensiones del mundo en el que coincidimos.
Entonces el librero mira a su compañero, su socio, su amigo; me mira con esos ojos profundos que todo lo quieren entender, dibuja una media sonrisa de gran conocedor de la partida y dice: "Uno enseguida sabe frente a qué clase de jugador está".

Escribí lo anterior en mi cuaderno tras visitar la Librería Palinuro de Medellín y compartir un rato de conversación y amistad naciente con dos de sus propietarios, Sergio Valencia y Luis Alberto Arango. Aquí están las fotos del encuentro y mi recuerdo. Cada vez tengo más la impresión que este blog es mi memoria.




3 de octubre de 2011

1799


Por una extraña casualidad, mis últimas dos lecturas han sido novelas ambientadas en el año 1799: Senyoria, de Jaume Cabré (maravillosa novela inexplicablemente no traducida al castellano, y sí al alemán y al francés) y Mil otoños, de David Mitchell. La primera, está escrita por un autor catalán que vive en Matadepera (provincia de Barcelona). La segunda, por un inglés que ha vivido en Sicilia y Japón antes de radicar en Irlanda. Cabré tiene más de sesenta años. Mitchell poco más de 40. Ambos tejen novelas complejas, extensas, que rehúyen las definiciones, donde los personajes embelesan. La de Cabré ocurre en Barcelona en las últimas semanas del siglo XVIII. La de Mitchell arranca en Deshima, Japón, en julio de ese mismo años. En ambas hay magistrados corruptos, viajeros con sed de aventura, prostitutas moribundas y amantes de los libros. 

Cabré y Mitchell pertenecen, sin saberlo, lo más probable es que sin haberse leído nunca, a una misma familia. Por lo que a mí respecta, me une a ambos una fidelidad sin mácula. Lo he leído casi todo de los dos. La pasión por Mitchell surgió hace ya algunos años, cuando cayó en mis manos El Atlas de las Nubes. Poco a poco fui descubriendo sus novelas, y llenando de significado aquella frase que puedo pronunciar tan pocas veces: es un autor que jamás defrauda. Lo de Cabré es una fiebre reciente, recientísima. Podríamos decir que en septiembre me he dedicado, casi de forma profesional, a ser lectora de Jaume Cabré. He hecho algo horrible: comencé a leerle por su última novela -Jo confesso (Proa) / Yo confieso (Destino)-, casi mil páginas de emoción tras emoción y quedé tan impresionada que comencé a recular. Les veus del Pamano, Senyoria, La teranyina, su única obra de teatro, sus libros de ensayitos sobre el arte de escribir y la virtud de leer... Y a pesar de recorrer el camino inverso -es decir, de lo último a lo primero- aún no sé cuál de estos libros es el mejor, pues todos me parecen magníficos, redondos. Lo que más me maravilla es haber llegado a ellos tan tarde. Y me enfurruño de pensar que se me están terminando y que el autor tarda ocho años en escribir una nueva novela. Así que, mientras tanto, busqué consuelo en Mitchell. Y he aquí que la casualidad del último año del siglo XVIII hizo que todo tuviera ese sentido difuso y feliz de las casualidades que nunca lo son.

Y termino con palabras de Cabré que reflejan este estado de exaltación desde el que escribo:

El lector de una novela, el lector de poesía, si ha salido de ellas transformado, cuando cierra el libro por última vez sabe que desde ese momento él es él más esa lectura.

* La ilustración es del artista neoyorquino Eric Drooker.





30 de septiembre de 2011

Descubriendo a Tomás González

Medellín, el último día de septiembre (y de mi viaje) de 2011. Queridos míos: proclamo que uno de los placeres de viajar a otras latitudes es descubrir los productos autóctonos. El maíz, la guayaba, el róbalo, el guarapo. Sé que he llegado a América Latina, a MI América Latina cuando la comida me sabe a cilantro y maíz. Es un sabor que convoca cierta clase de nostalgia que me hace feliz. 
También me gusta leer a los autores de cada lugar en su misma tierra. Es una costumbre extraña, puede ser, pero del mismo modo que el maíz no sabe lo mismo cocinado en mi casa, los autores de cada país se crecen cuando son leídos entre sus paisanos. Esta vez he hecho un descubrimiento maravilloso, que quiero compartir con vosotros, navegantes. Tomás González.
Tomás González es un novelista y poeta nacido en Medellín en 1950. Su obra me llegó de buenas manos -las de Luis Alberto Arango, uno de los cuatro propietarios de la librería Palinuro, de la que deberé hablar en algún momento- y ya sólo por eso merecía credibilidad. Lo empecé esa misma noche y lo terminé en apenas unas horas. El insomnio, no sé si causado por el jet lag o por la emoción, me deja mucho tiempo para leer cuando estoy de viaje tan lejos. Tomás González tiene varios libros de poemas publicados. Su primera novela fue Primero estaba el mar (1983), una obra de la que todo el mundo habla maravillas y que tarde o temprano también tendré que devorar. Luego publicó otras cuatro novelas y un libro de cuentos, vivió en Estados Unidos durante dos décadas, trabajó como traductor regresó y dio a la editorial Alfaguara -su editor- este nuevo y deslumbrante título: La luz difícil.
Se trata una novela breve (apenas 130 páginas) e intensa, deslumbrante. Algo así como un fogonazo. En ella se narra la dramática experiencia de un matrimonio maduro ante el deseo de morir y la consumación de ese deseo por parte de su hijo mayor, parapléjico a raíz de un accidente de tráfico. Es una novela, claro está, dramática, pero cargada de ternura y de un fino, finísimo sentido del humor. Y, sobre todo, está plagada de hermosas reflexiones y de imágenes de una belleza tan impactante que dejan al lector rendido. Como esta de la noche de Nueva York: Pasó un bus municipal con apenas dos personas, como dos caballitos de mar en una pecera iluminada.
Hay algo de reflexión sobre el paso del tiempo, algo de novela americana y urbanita, algo de novela de exiliados -aunque tal vez aquí el exilio sea más profundo, más existencial y menos remediable que el meramente geográfico-, algo de novela intergeneracional... Hay un autor que se vale de los mínimos elementos para sobrecogernos. Y todo sin recurrir a lo fácil, a lo demasiado dramático, sin cargar las tintas, sin apenas hablar. El personaje se va quedando, dice, sin palabras poco a poco. También nosotros, ante semejante demostración de talento.
En fin.  El libro no se puede conseguir en España, ni siquiera en e-book. Siempre me acongoja que los libros sean tan sedentarios como sus propietarios. Que las literaturas de otros países de habla hispana no viajen, que necesiten ser descubiertas por nosotros, los transhumantes. Siempre nos quedará Amazon a los inquietos de espíritu. Que la búsqueda sea fructífera. Amén.

* La imagen: otro descubrimiento de por estas tierras. El artista plástico Pablo Guzmán, de sólo 23 años. Ese cuadro pertenece a su serie "Persianas". Si queréis ver más de él, AQUÍ.
Mañana os contaré el viaje de una naranjilla.

23 de septiembre de 2011

De "Alexis o el tratado del inútil combate", de Marguerite Yourcenar

Dicen que en las casas viejas siempre hay algún fantasma; yo nunca vi ninguno y, sin embargo, era un niño miedoso. Quizá comprendiese que los fantasmas son invisibles porque los llevamos dentro. Pero lo que hace que las casas viejas nos resulten inquietantes no es que haya fantasmas, sino que podría haberlos".

21 de septiembre de 2011

Historias esperando


Cuando necesito con urgencia un respiro, entro en una librería de viejo. La ceremonia debe realizarse con tiempo (mínimo, una hora por delante sólo para mí, sin móviles, sin urgencias, sin nadie ni nada que me apremie) y, por supuesto, en soledad. Si lnunca he estado allí antes, la cosa toma visos de iniciación, de aventura, de descubrimiento. Lo primero, un vistazo rápido, para cartografiar ese mundo desconocido. Cada librería tiene su propio caos, su propia geografía. Hay que saber dónde están los tesoros que codicias. Luego, un segundo vistazo, ya en situación, para detectar aquellos libros que te reclaman, los que no puedes dejar atrás. Los que te estaban esperando desde hace mucho, tal vez desde antes de que nacieras.
Siempre que empujo la puerta de una librería de viejo sé que en sus anaqueles hay dos, cuatro, seis, tal vez ocho libros que son  míos, aunque yo aún no lo sepa. Es un encuentro fortuito, como todo en la vida, que se produce porque así debe ocurrir. Como el amor. Como la muerte. Como todo lo importante.
La semana pasada entré -por primera vez en mi vida- en una librería de Jaén. Había hecho un trabajo de inspección previo a través de internet y sabía que tenían un par de libros que me interesaban. Pregunté por ellos, como quien busca a un pariente que mucho tiempo atrás habitó en ese lugar y esperé entregándome a ese placer tan ansiado de dejarme hipnotizar por los libros.
Tuve en la mano varios títulos. Yourcenar, Delibes, Manrique, el tratado de un teólogo alemán sobre la morfología del Diablo, un ejemplar de David Copperfield en inglés, editado por Collins & Sons en Londres no se sabe en qué año (aunque anterior a 1906 seguro, porque lleva la firma de alguien que lo compró precisamente en ese año al lado de otra firma y otra fecha, esta vez de 1990). 


Me fijé en los detalles. Algunos llevaban una discreta anotación a lápiz, donde se hacía constar el día y el lugar en que fueron adquiridos. En un par de casos, a esa anotación seguía otra, una breve clasificación del libro. Todos lucían un vistoso exlibris rectangular, de los que se estampan con un tampón. Un libro abierto en cuyas páginas se leen las palabras LUMEN CHRISTI. Sobre él, resplandece una cruz. A ambos lados, sendas coronas de laurel enmarcan diversos instrumentos profesionales. Se distingue con claridad un compás, a la derecha. En la parte inferior, dos letras mayúsculas: D. A. Y una inscripción: EX LIBRIS VALERIANO ZORIO BLANCO.
Descubrí, de pronto, que llevaba en la mano diez libros, de los cuales ocho pertenecían a la biblioteca de Valeriano Zorío Blanco. Lo menos que podía hacer, vistas nuestras afinidades lectoras, era preguntar por ese señor. El librero me contó que la biblioteca del señor Zorío había sido una de sus últimas adquisiciones. La compró en Madrid a la muerte de su propietario y aún le quedaban veinte cajas por abrir. También fue inevitable imaginar qué tesoros esconderían esas veinte cajas aún cerradas.
A un hombre se le puede conocer sólo con echar un vistazo a su biblioteca. Por eso, en sólo un rato, me quedó claro que el señor Zorío era un hombre muy ilustrado, cuidadoso (subrayaba con lápiz,, con discreción, no deformaba los lomos, conservaba las camisas intactas), políglota (leía ruso, francés e inglés, y tenía algunas joyas en catalán) y curioso (su biblioteca comprendía una sección de teología, una de viajes, una de poesía y una, la mayor, de novela). Un espíritu inquieto, seguramente con mucho tiempo para leer. ¿Un hombre solo, solitario, abandonado? Por un momento, deseé poder adoptar su biblioteca entera, los seis mil libros que, según el librero, trajo de Madrid.
En mi viaje de regreso repasé mis adquisiciones. Observé con detalle los subrayados de Valeriano, sus notas al margen. Ya en casa, busqué información en el gran oráculo de internet. Así supe que mi amigo, el dueño de mis libros, murió el 8 de octubre de 2006. Era doctor ingeniero en Caminos, Canales y Puertos (promoción de 1963), doctor en Ciencias Matemáticas y doctor en Derecho. Le interesaba todo lo demás, dice su nota mortuoria, en la que se destaca su gran amor a los libros, claro. Escribió varios tratados técnicos sobre matemáticas, urbanismo y obras públicas y dedicó su vida profesional a las carreteras y costas, terrenos en los que llegó a ser toda una referencia. La necrológica publicada en el Boletín del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (número 211) dice que era una persona buena, en el sentido machadiano de la palabra.

El destino de las bibliotecas huérfanas siempre me parece triste. Sospecho que el señor Zorío no dejó hijos. La venta de la biblioteca la llevó a cabo un hermano. De no ser por él, o por ella, esos volúmenes no habrían llegado nunca a mi biblioteca. Esta segunda vida de los libros siempre me parece fascinante, un milagro al alcance, una historia que enriquece la propia historia que el libro contiene. Todo esto, creo, es lo que busco cada vez que empujo la puerta de una librería de viejo.


* Las imágenes: Librería del Prado y Librería Bardón, ambas en Madrid.