31 de octubre de 2006

Especial Día de Muertos (I): Visita, un cuento inédito


—Perdone, llevo seis noches soñando con su número —dijo una voz angustiada al otro lado del hilo— pero sólo hoy me he decidido a marcar. Espero que todo esto no le parezca descabellado. A mí me lo parece, pero es la verdad. He visto en sueños su número, nueve dígitos, así, tal cual. ¿Me puede decir su nombre?
Le dije mi nombre.
—No me suena.
—¿Cuál es el suyo?
—Regina Martínez.
Lo pensé un momento antes de responder:
—Ni idea.
—Estoy segura de que entre usted y yo existe una conexión más estrecha de lo que pensamos. No me pregunte por qué, pero lo sé, lo presiento. ¿Querría usted venir a mi casa y hablamos de ello mientras tomamos un café?
A los escritores nos fascinan las historias rocambolescas. Más aún si son ciertas. De algún modo, nos alimentan. De modo que acepté de inmediato. No le dije nada a nadie. Si Regina Martínez hubiera planeado el crimen perfecto, aquella tarde se habría salido con la suya. En este momento yo podría estar sirviendo de abono al ficus —espléndido— del patio de la vivienda. Sin embargo, estoy escribiendo esta historia para que otros la conozcan.
Sólo diré, antes de explicar los pormenores, que en cuanto vi la fachada de la casa donde regina me había citado supe que entre aquella mujer desconocida y yo existía un poderoso vínculo.
*
Entre mis nueve y mis trece años, visité cada semana la casa donde ahora vivía Regina Martínez. Era un ritual de domingo. Después de merendar, mi abuela Teresa se ponía los zapatos y cogía el bastón y me llevaba a visitar "la pensión". No le gustaba que otros la llamaran así, pero ella misma utilizaba el sobrenombre, que venía de la no tan remota época en que la casa se dividió en cuartos de alquiler. De eso se habían cumplido, ya entonces, más de veinte años, y mi abuela tenía unos planes muy distintos para aquel lugar que había estado vinculado a nuestra familia desde tiempos inmemoriales. Durante los últimos años, mi abuela había invertido en la casa todos sus ahorros, emprendiendo una remodelación total, que avanzaba a buen ritmo. Cada domingo debía tener lugar el ritual impostergable de examinar el estado de las obras. Revisábamos la colocación de los zócalos, la correcta conexión de los desagües de los retretes nuevos y el pulido del embaldosado del salón, que recordaba a los mosaicos romanos.
Al principio, las obras se limitaban a los suelos, las paredes y lo que no se aprecia a simple vista: cambio de cañerías, nueva calefacción, impermeabilización de las terrazas...
Un día me atreví a formularle la pregunta que me intrigaba.
—¿Para quién es la casa?
No demoró la respuesta.
—Para mí, naturalmente. En cuanto esté terminada, me trasladaré aquí.
El cambio del lugar continuó con la llegada de los electrodomésticos y de unos pocos muebles. Una cama, con su colchón enfundado en una gran bolsa plástica. Una mesita de noche de diseño moderno. Una nevera último modelo y hasta un lavavajillas. Recuerdo que aquél, a mis diez años recién cumplidos, fue el primer lavavajillas de mi vida, aunque aún fuera un poco extraña al prodigio.
Siguieron cortinajes, alfombras, tapicerías, cubrecamas y manteles. En pocos meses, la casa estaba lista para que una familia completa entrara a vivir en ella.
La abuela se detuvo frente a los ventanales del salón y murmuró:
—Ya está todo.
Y enseguida añadió:
—Cómo me gusta la vista del jardín desde este rincón. Pasaría aquí todo el tiempo del mundo, mirando, vigilando que todo esté en su lugar.
Murió dos días más tarde. En el ataúd, se le veía la cara de satisfacción de quien no deja nada por hacer.
Mis padres heredaron la casa, pero no pudieron conservarla. Yo nunca supe nada de los nuevos propietarios. No hasta que recibí la llamada de regina Martínez.
*
Cuando terminé de contarle esta historia a Regina, ella me miró con los ojos muy abiertos.
—He aquí nuestro vínculo.
—¿Qué?
—Ella.
—¿Cómo dice?
—Ella. Su abuela. Sigue aquí. Especialmente en ese rincón, el del ventanal. Cada noche la oímos sollozar. A veces no se queja, sólo respira muy profundamente. Muchas noches no nos deja dormir. Otras, nos induce sueños que pueden llegar a ser muy diferentes. Espero que después de hoy consigamos descansar una noche entera.
Le dirigí una mirada interrogante.
—Está muy claro, querida: su abuela Teresa necesitaba volver a verla. Ella está aquí, ahora. Para eso arregló la casa con tanto esmero, ¿no lo comprende? ¿O no pondría usted cuidado en el lugar donde va a quedarse por toda la eternidad?

30 de octubre de 2006

Coming soon

Me complace anunciaros hoy, amigos navegantes, lo que en los próximos días ocurrirá en éste y en algún otro blog.


Especial Día de los Muertos

En paralelo con La fraternidad de Babel —es decir, con el blog de mi muy querido César Mallorquí— os ofreceremos un especial de tres días alrededor del Día de los Muertos. O de Halloween, si preferís las costumbres anglosajonas.
El programa será el siguiente:
-Día 31 de octubre: Halloween en La fraternidad y un microcuento de terror inédito aquí.
-Día 1 de noviembre: Cine de terror. ¿Demostrará Fray César su sapiencia sin igual? Yo haré lo que pueda, lo prometo, por estar a la altura.
-Día 2 de noviembre: Literatura de terror. ¿No os preguntáis que estremece a César Mallorquí? Yo sí, y me muero de ganas de saberlo.

Y el próximo 6 de noviembre... más muertos

Y el día 6 de noviembre comienza un proyecto que me hace especial ilusión y que sólo os quedará a un click de aquí.
Tiene que ver —y mucho— con mi amigo Francesc Miralles, conmigo misma y con el vicio común de la Literatura (nótese, navegantes, que lo he escrito con mayúscula), pero también con algunas cosas que os sorprenderán.
Os encantará, estoy segura. Permaneced atentos a esta sintonía dentro de una semana. Tenemos entre manos algo grande.

Coming soon...

28 de octubre de 2006

Exclusivas previsibles

El Woody Allen que más me gusta es aquel que parece disfrutar construyendo una historia que funciona a pesar de ser previsible, o de estar llena de ecos de sí mismo, o de sonar a lugar revisitado. Más que el Allen que habla del eterno conflicto entre los miembros de la pareja –que, como todo el mundo sabe, conforman un mínimo de tres miembros-, de la incomunicación, de cuestiones metafísicas, o confesionales o directamente neuróticas, a mí me hace disfrutar el Woody Allen de las historias descabelladas, donde sus obsesiones personales, que conocemos tan bien como las de nuestro padre, ocupan tan sólo un segundo plano, son pequeñas capsulitas inevitables sin las cuales, sencillamente, una película de Woody Allen no sería una película de Woody Allen.
Así, pues, Scoop me ha gustado por la misma razón que me gustó La leyenda del escorpión de Jade, a la cual recuerda incluso en la elección de la banda sonora. Aunque también me ha gustado como Annie Hall, o Balas sobre Broadway. O que Misterioso asesinato en Manhattan, una de mis preferidas.
Scoop es una trama enloquecida, donde la joven y guapa Scarlet Johanson interpreta a una estudiante de periodismo a quien el espíritu de un reportero curtido en mil destinos revela la sorprendente identidad de un criminal conocido como el Asesino del Tarot. A pesar de que la joven Sandra se enamora de su sospechoso mientras trata de investigarlo burdamente, siempre con el estorbo de su supuesto padre (Woody Allen, el realidad un mago de tres al cuarto cuya primera aparición no tiene desperdicio), no hay sorpresas en este argumento que se ve venir desde el principio, sin que eso importe lo más mínimo. Johanson está bien en el registro cómico, incluso cuando habla precipitadamente y mucho, como hacen siempre los bverborreicos personajes de Allen, dando la impresión de que la relación entre director y actriz en ocasiones roza la simbiosis. Allen nos regala un guión cargado del ingenio habitual y un personaje que le sienta como anillo al dedo, como todos, a medio camino entre el absurdo y el drama, también como es marca de la casa.
He visto la película en el Verdi sólo hace unas horas. Algunos de los espectadores que, como yo, iban solos, se reían a carcajadas. También yo. Allen es también, como su cine, conocido y previsible, un director que sorprende poco y seduce mucho. Y eso es, precisamente, lo que esperábamos cuantos estábamos allí: que nos sedujera con frases como la que suelta el mago cuando una señora envarada le pregunta en una fiesta de ricos por su confesión:
"Fui educado en la religión israelita, pero con el paso de los años me he pasado al narcisismo".
Uno de los signos más claros por los que se reconoce la inteligencia es la capacidad de reírse de uno mismo. Y eso incluye el entorno más cercano, la ciudad que uno adora y la sociedad de la que, en teoría, forma parte. Tal vez eso sirva para explicar el mayor éxito de Woody Allen en Europa: la autocrítica, la capacidad de reírse de uno mismo, no es un valor de la actual administración de los Estados Unidos.
Tratad de imaginar a George Bush viendo ésta o cualquier otra película de Woody Allen y sabréis a qué me refiero. Hay cosa imposibles incluso para mentes tan despiertas y capacitadas como las vuestras, navegantes.

FICHA TÉCNICA

Guión y dirección: WOODY ALLEN. Productores: LETTY ARONSON, GARETH WILEY. Fotografía: REMI ADEFARASIN. Montaje: ALISA LEPSELTER. Reparto: SCARLETT JOHANSSON, WOODY ALLEN, HUGH JACKMAN, IAN McSHANE

27 de octubre de 2006

Vicenç Pagès Jordà: De Robinson Crusoe a Peter Pan. Un canon de literatura juvenil

No podemos fingir que no han existido las vanguardias, el psicoanálisis, el estructuralismo, el existencialismo, la crítica feminista, la deconstrucción y la teoría postcolonial. No se puede seguir ecribiendo como si no supiéramos qué es el flujo de conciencia, el narrador no fiable, la metaliteratura, la intertextualidad, los experimentos en focalización y la crisis del sujeto. Los autores —incluidos los de literatura juvenil— lo saben, o tal vez ya deberían saberlo, pero los lectores no lo saben, o quizás aún no deberían saberlo.
Quizá por eso resulta tan difícil escribir literatura juvenil hoy día.

Proa, 2006
(traducción: C. S.)

26 de octubre de 2006

7.000 escogidos

Cada vez que compro un libro usado tengo la impresión de que lo salvo de algo. Como si lo adoptara: lo rescato del hábitat polvoriento que son ciertas librerías de lance y lo incorporo al limbo de los escogidos. Es decir, mi biblioteca.
No es que mi biblioteca sea un grupo muy pequeño —ya forman parte de él unos siete mil individuos y no es improbable que antes de mi muerte se incorporen un par de miles más— pero sí es exclusivo. Su exclusividad deriva de lo difícil que resulta entrar en él.
De hecho, las únicas que tienen la entrada garantizada son determinadas ediciones de hace algunos años por las que reconozco sentir gran debilidad. La colección de la editorial Destino «Ancora y Delfín», por ejemplo, pero sólo en su primera época, cuando aún no habían sustituido la delicada tela azul de la cubierta por aquella especie de plástico negro infumable. O las ediciones de Barral, con sus delfines haciendo cabriolas en el lomo. No escondo que también sufro la patología común a tantos otros bibliómanos: las primeras ediciones. Tengo algunas, y casi dos docenas enriquecidas con la firma de sus autores —Saramago, Arreola, Sábato, Noteboom, Atwood, Cela, Pereira...—; Algunas han recorrido medio mundo antes de llegar al amparo de mis anaqueles —un Carpentier que cruzó el Atlántico, un García Márquez que descubrí en los almacenes de un famoso librero porteño—.
Y hay pequeños tesoros esquivos que tal vez nunca consiga, pese a los muchos años que llevo codiciándolos.
He aquí el libro por el cual vendería mi alma al Diablo: los dos tomos —editados en 1884 y 1885, respectivamente— encuadernados en tela, con ilustraciones de Joan Llimona y grabados de Gómez Polo, de La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín. Sólo tengo localizados tres juegos en España —en Barcelona, Madrid y Toledo—, y el más barato cuesta mil euros. El más caro, más del doble. «Algun día», me digo con una cierta lujuria, pensando en los 25 años de hipoteca, «algun día serás mío».

25 de octubre de 2006

Odiosas comparaciones: La Dalia negra

Me encanta ir al cine los días en que apenas hay gente. Preferiblemente, el domingo o el lunes, a última sesión. Aunque sea a ver películas malas.
También me gusta el sórdido mundo del escritor estadounidense James Ellroy, el autor en cuya novela homónima se basa el guión de la película de Brian de Palma que hoy comento. Su libro autobiográfico Mis rincones oscuros —donde narra el asesinato de su madre, el proceso policial que siguió y el túnel sin salida en que todo eso convirtió a su adolescencia—, es uno de los libros más terribles y emotivos que he leído en mi vida. Me encantan esas tramas de Ellroy, repletas de crímenes truculentos, sexo y seres que buscan una salvación imposible a cualquier precio. Me gusta L.A. Confidential, la conocida adaptación cinematográfica de otra de sus novelas. Me interesa la historia de La Dalia negra en relación con su biografía: el autor se obsesionó con el asesinato, en 1947, de la actriz de películas de serie B Elizabeth Short y no paró hasta quye escribió una novela —su segunda obra después de que la literatura le redimiera— contando el caso.
Por todo lo anterior, nadie se extrañará si afirmo que iba muy predispuesta a que me gustara la película de De Palma. Y, por lo mismo, la decepción fue inmensa.
Lo peor que le ocurre a esta película es que te pasas el rato comparando a los grandes del cine negro con el reparto elegido para la ocasión. Por ejemplo, un dato nada irrelevante: Lauren Bacall tenía la misma edad que Scarlett Johanson tiene ahora —21 añitos— cuando interpretó El sueño eterno junto a Humphrey Bogard. Y, sin embargo, de Johanson no podemos dejar de pensar que es demasiado joven para ese papel. Lo mismo de Hartnett, a quien resulta difícil tomar en serio en su rol de tipo duro, inteligente, resolutivo... etcétera, con esa cara de recién salido de la escuela infantil. Son dos problemas graves de verosimilitud y no son los únicos.
La atmósfera está muy bien, eso sí, pero acaba resultando más evocadora que creíble. Los actores son guapos, y más de uno y de una disfrutará con los primeros planos —angelicales, tal vez demasiado— de Scarlett Johanson o con los cuartos traseros —apetecibles— de Josh Hartnett. La mejor, sin duda, es Hilary Swank, que recuerda a Rita Hayworth pero consigue espantar ese fantasma en su segunda aparición. Por cierto: la escena de la cena en familia que protagoniza el personaje de Swank es lo mejor de la película.
Por último, La Dalia negra peca de algo difícil de perdonar: cuenta la historia de un modo tan embarullado, el montaje resulta tan enloquecido y carente de lógica que se tiene constantemente la impresión de haberse perdido algo o haberse vuelto rematadamente idiota. Hay un cierto desprecio hacia el espectador en ese montaje en el que no se encuentran los pies y la cabeza por más que se busquen, y que logra hacerte salir del cine enzarzado en un juego de hipótesis con tu acompañante acerca de si lo que has comprendido se parece en algo a lo que ha comprendido él.
Aunque esta cinta tiene otro efecto secundario, además de la galopante cefalea que provoca: el deseo que despierta en el espectador de ver auténtico cine negro.
FICHA TÉCNICA
Director: Brian de Palma
Género: Thriller. Nacionalidad: USA. Reparto: Fiona Shaw, Josh Hartnett, Mia Kirshner, Aaron Eckhart, Scarlett Johansson, Mike Starr, Hilary Swank, Richard Brake
Estreno: viernes 20 octubre 2006. Duración: 121 minutos.

24 de octubre de 2006

José Cardoso Pires: De Profundis

Sin memoria se desvanece el presente, que simultáneamente es ya pasado muerto... (...) La memoria es indispensable para que se pueda no sólo medir el tiempo, sino también sentirlo.

Libros del Asteroide, 2006

23 de octubre de 2006

Teresa, azul irrepetible


En su mesita de noche, junto a su lecho de muerte, mi abuela Teresa tenía un libro de tapas raídas, maltratadas por el mucho uso, en una edición rústica y barata, que tanto podía ser ibérica de los años 20 como argentina de finales de nuestra guerra civil. Era una novela rosa de ampuloso título: Felipe Derblay o la herrería de Pont Avesnes, de un tal Jorge Ohnet, de cuya ausencia absoluta de noticias deduzco que bien podría ser el seudónimo de un escritor meticuloso que no quería empañar su nombre o su conciencia con alimenticias novelas rosas. El libro en cuestión es la historia de un rico empresario metalúrgico enamorado de una mujer también rica (que no le hace ni caso) quien, a su vez, ama en secreto —en ese secreto inefable y apasionado de la literatura romántica— a un hombre arruinado. Poco más sé de la novela, pero es fácil saber que la guapa y rica terminará sus días con el pobre arruinado, a quien amará también de un modo apasionado e inefable, venciendo cualquier conciencia de clase, y que era precisamente eso lo que tanto gustaba a mi abuela cuando la leía una y otra vez. Las ficciones —sabido es— nos interesan más cuanto más nos implican.
Teresa conocía bien las clases pudientes. Era hija de uno de los hombres más ricos de su ciudad de provincias, cuya fortuna, cosechada en la industria textil, alcanzaba a la familia para tener un servicio populoso, varios coches de caballos y dar a las hijas una educación refinada al gusto de la época. Teresa tenía la piel pálida de las señoritas de buena familia, y unos ojazos de un azul deslumbrante que superaban modas y épocas. Las fotografías, ni siquiera las más antiguas, aquellas en las que se la ve seria y lánguida como correspondía, no le hacen justicia. Teresa era una mujer guapa. Lo fue toda su vida. Tenía ochenta años y algunos de viuda cuando aún la rondaba un pretendiente que vencía la artrosis para proponerle casi a diario una peliculera fuga por mar a América. Sin embargo, Teresa siempre le dio calabazas: ya había consumado todas las fugas de su vida.
Apenas superaba los veinte cuando se enamoró. El elegido, un joven apuesto, mujeriego, tan enamorado como ella y tan bienintencionado como pobre. Se llamaba Claudio. Era el lechero. Cierto vecino o cierta pariente les sirvió de correo cuando ella intuyó la oposición de su familia. Hasta que las palabras no bastaron, o tal vez les sobraban, y se hizo necesario dar un paso más. Entonces Teresa topó con la oposición de los suyos. La leyenda negra de mi bisabuela ha recordado el día en que le rompió a su hija mayor una tableta de chocolate negro en la cara. Qué capricho, retener algo tan nimio, que sucedió en cuestión de segundos hace ochenta años.
Teresa se marchó de casa. Algunos días en casa de una tía de Claudio. Una boda en la intimidad, a la hora de los maitines, sin invitados ni trajes ni azahar. En las fotos se les ve elegantes, circunspectos, con un brillo especial en la mirada. La de mi abuela —no se aprecia— era azul radiante, azul transparente, azul irrepetible. Un azul imposible de retener si no fuera que, de vez en cuando, los genes familiares nos lo devuelven en la tercera generación. Si hubiera querido tener un cuarto hijo, soñaría con que tuviera la mirada nítida y valiente de Teresa.

21 de octubre de 2006

Paul Auster en Oviedo

Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?

20 de octubre de 2006

En la Noche del Destino, mi mayor obsesión


¿Cómo y de dónde surgen las historias que nos hacen perder la cabeza?
En un paseo por una ciudad, en la lectura de un libro, en la conversación con un amigo...
A principios del mes de marzo de este año estuve en Mérida. Disfruté de tiempo suficiente para pasear y dejar que me pasearan. Lo expliqué en algún post de aquellos días. Gocé de buena compañía —eso fue fundamental—: la de María del Mar, buena conocedora del mundo romano, quien resultó ser una excelente Cicerone, y también una buena amiga, pese a que no nos conocíamos antes de esa visita mía. La visita al Museo de Arte Romano bajo su tutela resultó emocionante.
A mi vuelta, decidí seguir las pistas de la Iluro romana, seducida por las explicaciones de María del Mar, dejándome llevar por la vieja idea de situar una trama, o parte de ella, en mi ciudad, Mataró, que muy pocas veces ha sido escenario de ficción novelesca. Fue así como miré por primera vez a los ojos de la Venus de Iluro, de quien hablé aquí por primera vez en el post del 12 de marzo. La pieza se conserva en el Museo Comarcal, que jamás visita nadie.
En abril cené con Mónica y le hablé el proyecto. Creo que le gustó aunque apenas le conté nada, porque poco sabía. Mónica es el hada madrina de alguna de mis novelas, pero creo que en esta ocasión no me harán falta sus sortilegios. Aunque nunca se sabe...
Luego ocurrieron cosas: me despisté, trabajé en otros proyectos, pasé una mala racha... En junio, un poco por necesidad de escapar, me fui a Roma, a disfrutar de la compañía de mi querido Óscar, con quien paseé por la ciudad eterna hasta que me salieron ampollas en los pies. También de todo ello hay pistas aquí, en algunos posts de la segunda semana de junio y en varios de los del sedentario agosto, cargados de fotografías.
Todo eso, sin embargo, sólo me sirvió para saber que iba a escribir en algún momento una novela más o menos histórica protagonizada por una adolescente romana. Pensé en una novela breve, de unas 100 páginas, de la que sólo conocía su ubicación espacio-temporal.
Luego llegó el barbecho estival. Un día de julio, no sé cómo ni por qué, supe que mi novela no iba a ser histórica, sino de fantasmas. ¿De fantasmas con historia? Sí, tal vez.
Luego pasó el verano. Vi cosas. Oí voces («los escritores somos personas que oímos voces», dice Sergio Pitol). Imaginé algunas escenas. La novela trabajaba por mí, en mi cabeza, sin saber muy bien cómo. Cobraba forma, como un monstruo que se genera a sí mismo. Un día dejé sorprendido a mi chico contándole quién era la protagonista de aquella novela que seguía en mis pensamientos y cuál era su principal conflicto con el mundo.
Pero, en realidad, nada de todo ello cobró cuerpo hasta hace una semana.
Hace 8 días, exactamente el 11 de octubre, quedé para cenar con mi amigo Francesc en El celler de Macondo, un restaurante colombiano del barrio del Born donde los platos se llaman como los personajes de Gabriel García Márquez. Le conté todo lo que sabía de mi novela. Su entusiasmo hizo crecer el argumento como la espuma, en cuestión de un par de horas. Fue como el milagro de los panes y los peces aplicado a la literatura. Hicimos una apuesta. Era una noche de diluvio. De la mesa de un bar pasamos a una parada de autobús. Hablamos con los pies metidos en un charco. Nuestra apuesta tiene 24 meses de margen. El 11 de octubre de 2008 se verán los resultados.
Llegué a casa emocionada e insomne. Tenía novela nueva entre manos. Y unos deseos de empezar a escribir que me impedían conciliar el sueño.
En la madrugada del martes al miércoles soñé con César Augusto, el emperador romano. Llevaba su toga de magistrado. Me miraba, muy serio y muy guapo, y me decía:
—Déjalo todo. Escribe de una vez mi novela.
Mi novela ya tiene principio y fin. Tiene personajes principales y secundarios. Algunos me tienen sorbido el seso. Tiene algunas escenas maravillosas que crecen en mi cabeza como una obsesión. Tiene narrador. Y tiene título. El lunes tengo una cita con una especialista en escultura del siglo I. Estoy leyendo una monografía sobre la fundación de Barcino. Acabo de recibir Roma eterna, de Robert Silverberg (Minotauro), que de algún modo presiento que me servirá.
Mi novela ya existe. En mi cabeza, por ahora. La siento tan real como si fuera un clásico.
A partir del lunes, lo dejo todo para empezar a escribirla. Me lo ha ordenado Augusto, y no me veo con fuerzas para llevarle la contraria al fundador del Imperio Romano.

19 de octubre de 2006

Habemus portada

Sólo en catalán por el momento, pero estará en librerías a mediados de noviembre.

18 de octubre de 2006

Grandeza de la pequeñez

El trabajo del novelista no es relatar grandes acontecimientos sino hacer que los más pequeños parezcan interesantes

Schopenhauer

17 de octubre de 2006

Leer para ser otro

Una vez existió un hombre que, antes de decantarse por la lectura voraz, vivía consagrado al cuidado de su hacienda y a la caza. No era rico, pero no pasaba hambre. En su hacienda vivían con él otras dos personas, pero no se le conocía mujer, ni siquiera en pretérito indefinido. No nos resulta extraño, porque de su mocedad y madurez no sabemos nada, acaso porque no haya nada que saber. El pobrecillo debió de aburrirse mucho en sus mejores años de tanto ver pasar las estaciones por su lugar de La Mancha. Cuando comenzó a leer tenía recién cumplidos los cincuenta años, esa edad en la que los varones se empeñan en creer que los últimos trenes están por partir.
A partir de ese momento, el señor Quijano, o Quesada o Quijada, adopta una vida nueva. La ficción le trastorna hasta volverle ficticio. Una bacía, un podenco, una moza esquiva y un amigo gordinflón sirven para hacer realidad un sueño. Todo lo demás es silencio. Y, además, no importa.
Desde entonces, todos los lectores ansiamos ser él: el hombre que fue capaz de ser feliz en los libros. También todos los escritores soñamos con un lector como Quesada: entregado, entusiasta, crédulo, noble y soñador. Un llanero solitario de los cuentos, que no atiende a modas, ni consejos ni puñetera falta que le hace. Puede que esté un poco loco, sí. Loco de Literatura, de invención. No lo parece cuando habla como un cuerdo de su pasión por los libros, y proclama ante aquel canónigo que le escucha, y también ante la humanidad, que sin invención, sin Literatura, el mundo no merecerí salvarse. El canónigo se admira de él y de su enciclopédico saber. Y lo hace en voz alta, para que todos sepan que leer produce el efecto secundario de la sabiduría.
Ni Quijote lo sabía. El leyó para dejar de ser él o tal vez para ser otro (no es lo mismo) y para conquistar la ínfima felicidad que proporciona un sueño cuando sabemos que no va a cumplirse.

16 de octubre de 2006

Envidia: por falta de madera o de jardín o de ambas cosas no puedo ser Chéjov

En el jardín mandó construir una caseta de madera, donde se refugiaba a escribir cuando en la casa había demasiada gente o demasiado ruido. En esa caseta escribió la obra de teatro La gaviota.

Antón Chéjov, de Natalia Ginzburg (Acantilado, 2006)

15 de octubre de 2006

Para navegantes


Hace un tiempo le prometí un barco hecho por el gran Adrián a un navegante de este sitio. Hemos tardado unos meses (la voluntad del artista es caprichosa), pero al fin cumplimos la promesa. ¡Que circunnavegues la tierra con él, paciente marinero!

14 de octubre de 2006

La verdad es indivisible

De las novelas de Houellebecq me gusta lo que tantos detestan: sus comentarios políticamente incorrectos acerca de todo (sobre todo, acerca del Islam) y su misoginia indisimulada. En sus novelas, igual que ocurre ahora en esta película de su alma gemela, el director alemán Oskar Roehler, son ensalzadas por su pericia al hacer felaciones o denostadas por la cantidad de celulitis que se les ve cuando se ponen un liguero. Muchas de las historias de amor de Houllebeqc consisten en el hallazgo casi mesiánico de una mujer adicta al sexo por parte de un salido que sólo busca estrategias para llevarse mujeres a la cama a cualquier precio. Cuando los protagonistas de Houllebecq se redimen por amor, ya hemos tenido muchas páginas -y mucho motivos- para despreciarles. Es entonces cuando nos sorprenden con una ternura de la que no les creíamos capaces y también con tanta humanidad que nos deja sin argumentos para seguir odiándoles. Una humanidad imperfecta, cargada de vicios y defectos, claro, que no hace más que hablar de la verdad. La verdad -incómoda- de todos nosotros. Y es que, como afirma un personaje de esta película: "La verdad es como las partículas elementales: indivisible". Claro que todo ello contado con menos inteligencia de la que Houllebecq desparrama en sus libros, todo lko dicho resultaría insoportable.
Esta película, rodada por un director alemán que confiesa haber deseado escribir el libro del francés desde que terminó de leerlo, también es inteligente y misógina, también está repleta de personajes trememente humanos, y de verdades incómodas. En realidad, habla de la vida descarnada, abocada al fracaso y la soledad, de cualquiera que respire, y, sobre todo, habla de cómo se sobrevive al aguacero, de cómo hacer para continuar aquí pese a todo. En realidad, la película nos habla de distintos métodos para sobreponerse a la existencia: el escapismo ingenuo de la hippie Jane (Nina Ross), la madre de los dos protagonistas; el celibato y la pasión por las matemáticas del superdotado Michael (Christian Ulmen); o la lujuria desenfrenada del personaje más complejo de cuantos deambulan por esta historia: Bruno, encarnado magníficamente por Moritz Bleibtreu (recordado por unos pocos por El experimento, cinta inquietante que apenas se vio en España, y por muchos gracias a Munich. Su interpretación aquí le ha valido el Oso de Plata del reciente Festival de Berlín.) En el reparto conviven, además, otros interesantes nombres del cine alemán.
Los asuntos-Houllebeqc asoman por todos sitios: la clonación (tratada con más profundidad en Posibilidad de una isla, su última novela) o la búsqueda de la felicidad que cada uno necesita, aunque a los demás no le agrade (también tratada en Plataforma). Lo cual no significa que ésta sea una cinta sólo para houllebecquianos, sino que puede ser una buena puerta al universo de un autor francés vivo, joven y sumamente interesante. Para los más curiosos: fijaos en una de las escenas de bar, donde el propio autor aparece unos minutos bebiendo con los protagonistas. Los amantes de la comedia disfrutarán con las escenas de Bleibtreu recién llegado al campamento hippie. Los amantes de las historias bien trazadas y poco convencionales, tal vez la añadan a su lista de películas favoritas.
Lo que no veo tan claro es lo que afirma el productor: "Las mujeres se interesarán (más que los hombres) por esta película. (...) Las mujeres se sienten más atraídas por las historias complicadas; los hombres prefieren las cosas simples."
No sé. Además de mí misma, no conozco muchas mujeres adictas a las historias de Michel Houellebecq.
Por cierto, ¿tendrá algo que ver con la misoginia del autor que ambas protagonistas femeninas terminen fatal?

FICHA TÉCNICA

LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES (Elementarteilchen)
Dirección: Oskar Roehler. País: Alemania. Año: 2006. Duración: 113 min. Género: Drama. Interpretación: Moritz Bleibtreu (Bruno), Christian Ulmer (Michael), Martina Gedeck (Christiane), Franka Potente (Annabelle), Nina Hoss (Jane), Uwe Ochsenknecht (padre de Bruno), Corinna Harfouch (Dra. Schäfer), Michael Gwisdek (profesor Fleißer), Herbert Knaup (Sollers), Jasmin Tabatabai (Yogini). Guión: Oskar Roehler; basado en la novela "Las partículas elementales" de Michel Houellebecq. Producción: Bernd Eichinger y Oliver Berben. Música: Martin Todsharow. Fotografía: Carl-Friedrich Koschnik. Montaje: Peter R. Adam. Dirección artística: Ingrid Henn. Vestuario: Esther Walz. Estreno en Alemania: 23 Febrero 2006. Estreno en España: 6 Octubre 2006.


13 de octubre de 2006

Monstruos y decisiones

Hace años que Guillermo del Toro tenía en la cabeza la historia de una mujer embarazada que llega a una casa victoriana donde conoce a un fauno, y éste le ofrece la posibilidad de entrar en su mundo a cambio de entregarle a su bebé. De aquella historia y también de El espinazo del diablo, ambientada en la Guerra Civil española, sacó el director de Guadalajara (México) la simiente de esta nueva cinta, una incursión en la fantasía de los cuentos de hadas que deja en pañales a Shyamalan, cuyo último trabajo discurre por derroteros muy similares.
La historia se sitúa en 1944, un año apropiado, ha dicho el director, para hablar de "monstruos y decisiones". El monstruo, en este caso, es el personaje del Capitán (Sergi López) un veterano del ejército nacional que aún persigue republicanos por los bosques. Los que deben elegir -pero no pueden hacerlo- son todos aquellos a los que el terror atenaza. Sobre todo, Mercedes, el personaje de una magnífica, mejor que nunca, Maribel Verdú. Y también el doctor (Álex Angulo), Carmen (Ariadna Gil) pero, sobre todo, Ofelia, la niña, la protagonista, (Ivana Baquero), la única que de verdad podrá escoger y hasta será capaz de escapar, merced a su inocencia y después de pagar un alto precio por ello.
La historia es sencilla: en medio del terror, de la crueldad sin límites del monstruo (que tiene la cara del franquismo, pero podía haber tenido otras, como todos sabemos) sólo la ficción es capaz de salvarnos. Es una salvación falsa, pero es la única que existe. O, más allá: cuando la realidad nos acosa y se hace irrespirable, las salvaciones falsas son lo único que tenemos.
La película podría subtitularse: "¿Para qué sirve la ficción?". La respuesta sería: para, una vez aprendidas unas sencillas reglas, encontrar un abrigo seguro.
Algunas claves de esta película, para quienes aún no la hayáis visto: una crueldad extrema en el tratamiento de las escenas realistas, un desbordante mundo fantástico en el personaje del fauno y algunas escenas inolvidables, como la de la aparición de la inquietante criatura subterránea que vive sin ojos frente a una mesa dispuesta para el banquete.
Los símbolos son también fundamentales: el laberinto, la princesa, la inocencia, la sangre y la muerte. Nada nuevo.


FICHA TÉCNICA

Título: El laberinto del fauno. Género: Fantástico. Nacionalidad: España/ Mexico/ EE.UU.
Director: Guillermo del Toro. Calificación: Mayores de 18 años. Año de Producción: 2006 Duración: 112 min. Idioma: Castellano Estreno: 11 de octubre 2006

12 de octubre de 2006

Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literartura 2006

Hay autores, como Conrad, Nabokov o Naipaul, que han conseguido escribir con éxito cambiando de lengua, de nación, de cultura, de país, de continente e incluso de civilización. Y sé que, de la misma forma que su identidad creativa ha ganado fuerza con el destierro o la emigración, lo que a mí me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter.

Estambul. Ciudad y recuerdos. Mondadori, 2006

Bibliografía de Pamuk disponible en España.
—Lo que dice de él la Wikipedia.
—Los asiduos de este sitio ya sabéis, además, que estaba en nuestra última quiniela. De modo que, en cierto modo, esto es un acierto para la Academia no-sueca, que somos todos nosotros.
De todos modos, el Nobel de Pamuk me hace brincar de alegría. ¿A vosotros?

Haruki Murakami: Al sur de la frontera, al Oeste del sol

—Cuando te miro, tengo la sensación de estar viendo una estrella lejana —dije—. Es muy brillante. Pero la luz que veo fue emitida hace decenas de años. Y ahora la estrella tal vez ya no exista. No obstante, a veces esa luz me parece más real que cualquier otra cosa en el mundo.

Hajime a Shimamoto, página 214

11 de octubre de 2006

Vindicacion de lo desierto

«El concurso no podrá ser declarado desierto». «El premio podrá ser declarado desierto». Entre estas dos afirmaciones hay una distancia equivalente a la que separa el Premio Planeta del Premio Tusquets Editores, ambos de novela, ambos convocados por sellos radicados en Barcelona, ambos para autores vivos en español y obras de más de 150 folios mecanografiados a doble espacio por una sola cara. Sin embargo, la distancia entre esas dos afirmaciones les convierten en la cara y la cruz de los galardones literarios en España.
Hace poco estuve en el jurado de un premio que fue declarado desierto. Confieso que esperaba encontrar más reticencia por parte del resto de los miembros y, sobre todo, por parte de la editorial, a ese resultado, que era ni más ni menos que el que yo defendí fervientemente desde el principio de la reunión. Incluso pensaba que no habría nada que hacer, que no querrían escucharme. En otras ocasiones me he enfrentado a miembros del jurado tan aficionados a premiar cualquier cosa, a otorgar distinciones literarias como quien reparte sopa a los pobres, que ya he aprendido con resignación a discutir sólo hasta un cierto punto. No quiero dejarme la salud en la reunión de un jurado, ni conviene gastar energías en asuntos perdidos de antemano.
Sin embargo, esta vez fue diferente. Ninguna de las cinco novelas finalistas se lo merecía, era obvio, aunque alguna apuntara maneras. Unánimemente de acuerdo en lo literario, se pusieron sobre la mesa los otros argumentos: ¿Qué regalará la editorial en Navidad si no hay libro premiado recién salido del horno? ¿Qué ocurrirá con la fiesta de entrega anual pensada como un gran jubileo de la empresa, sin el brillo del ganador? Y uno más, que no afloró, pero debía de estar dentro de la cabeza de los editores: ¿Qué efectos tendrá sobre la tributación de la editorial el ahorro que supone no entregar la cuantía del premio?
El año pasado ocurrieron dos cosas muy representativas en el descabellado mundo de los galardones literarios. El 15 de octubre se entregaba el Planeta en medio del escándalo—ya tradicional, qué bonitas son las costumbres— causado por el desacuerdo de Juan Marsé a premiar la novela ganadora. Al margen del descrédito y hasta el sin sentido que supone que un jurado otorgue un premio mientras uno de sus miembros más destacados descalifica al ganador en público, no sé de qué se extrañó nadie. Las bases del Planeta lo dicen bien claro: «El concurso no podrá ser declarado desierto». Lo cual, en realidad, significa: «El concurso lo ganará la novela menos mala». Planeta otorgó su premio y celebró su fiesta el día de Santa Teresa, como cada año, y la ganadora, por cierto, aportó a la misma un inesperado toque de distinción, elegancia y hasta sex-appeal que, seguramente, gustó mucho a los jerifaltes de la empresa y puede que incluso a Juan Marsé. Y es que algunos escritores —y escritoras— se desempeñan mucho mejor en el salón de los invitados que en la soledad de la página en blanco.
Unas pocas semanas más tarde, un jurado presidido por Alberto Manguel tuvo la valentía de dejar desierto («El premio podrá ser declarado desierto») nada menos que la primera convocatoria del Premio Tusquets de Novela. En las consideraciones del jurado yo, que soy una romántica, veo brillar la luz de la esperanza. Para empezar, se recuerda el propósito del premio, que no es otro sino «recompensar aquella creación literaria que presente méritos excepcionales» (como cualquier ser racional pensaría que debe de ser en estos casos, por otra parte), sin que en la decisión influyan «los intereses de la editorial» o «cualquier otra consideración ajena a la literatura». Ese texto termina con un párrafo modélico, que todos los escritores deberíamos colgar en lugar bien visible frente a nuestra mesa de trabajo (yo lo he hecho ya): «La aparición de una buena novela es fortuita. No depende del ciclo de premios ni puede ser fruto de la cantidad de manuscritos presentados. El jurado confía en que ahora mismo alguien se encuentre escribiendo las novelas merecedoras de este premio en cualquiera de sus futuras convocatorias.»
Yo, como lectora, también confío en ello, y lo deseo. Las razones por las que hace tiempo que he dejado de leer el Premio Planeta son las mismas por las que espero con ansiedad la decisión, a fines de noviembre, del jurado del II Premio Tusquets. Si este año sus «de cinco a siete miembros» encuentran a quien entregar la «estatuilla de bronce diseñada por Joaquim Camps» y los 20.000 euros por duplicado —los de la edición anterior se acumularon a esta, otra originalidad que lo hace único—, tengan por seguro que correré a leer el libro.
En el instante que precede al envío por correo electrónico de este artículo, me asalta la negra sombra de un miedo terrible: ¿Cuántos premios de los que no podían ser declarados desiertos habré ganado? ¿Cuántos ganaré?

9 de octubre de 2006

Kurt Vonnegut: Un hombre sin patria

Si quereis herir de verdad a vuestros padres y no tenéis tanta cara como para ser gays, lo mínimo que podéis hacer es dedicaros a las artes. No bromeo. Las artes no son un modo de ganarse la vida. Son un modo muy humano de hacer la vida más tolerable. (...) Cantad en la ducha. Bailad mientras escucháis la radio. Explicad historias. Escribid un poema a un amigo, aunque sea un poema deplorable. Hacedlo tan bien como podáis. Obtendréis una recompensa enorme. habréis creado algo.

El Cobre, 2006

7 de octubre de 2006

Adrián: Autorretrato con elementos


En calidad de representante de Adrián (4 años) pido disculpas a sus fieles seguidores por el mucho tiempo que llevamos sin mostrar obra del joven artista. Espero que este autorretrato tan colorido sirva para empezar a reparar esa ausencia. Y anunciamos una primicia para esta temporada: muy pronto, os presentaremos a una nueva joven talento: Elia.

Sobre el amor y la muerte, Patrick Süskind

El Eros no aparece en el caso de Jesús. El Diablo, que lo tentó, lo sabía. Ofreciéndole chicas guapas o efebos a volonté no se podía engatusar a aquel jove carpintero avinagrado. El poder era lo único que le interesaba. Y por eso el Diablo le ofreció poder sobre todos los reinos de este mundo si se arrodillaba ante él y lo adoraba... Inútilmente, como sabemos, porque, aunque Jesús no pensaba en modo alguno renunciar al poder, pensaba conseguirlo en el otro partido, el más fuerte.
Ese aspecto calculador (casi) siempre controlado, nunca estremecido por el extático Eros, da al personaje de Jesús de Nazaret una gran frialdad, distancia e inhumanidad. Pero quizá le pedimos demasiado. Al fin y al cabo, quizá sólo fuera un dios.

Seix Barral, 2006.

6 de octubre de 2006

El cielo según salvador Dalí

5 de octubre de 2006

Moraleja: no hagas sondeos para salir de dudas

El 27 de julio recibí un e-mail de mi amigo, el excelente escritor Ignacio García Valiño, donde se me pedía opinión en estos téminos:

Estoy haciendo un sondeo, a petición de mi agente, que me sugiere un cambio de título de mi novela inédita aún. Esto, como siempre, me produce grandes quebraderos de cabeza. Tengo dudas entre dos candidatos. Me gustaría que me dijérais cuál de los dos os parece más atractivo. Ahí van:

-Querido Caín
-La mirada de Caín.

(...) No hace falta que me expliquéis el porqué de la elección, así es menos molestia.


Aproximadamente un mes más tarde, Nacho volvió a escribirme, con los resultados del sondeo en cuestión:
Me siento muy agradecido por vuestro consejo, ya que además de señalarme el favorito, me habéis dado explicaciones y argumentos muy interesantes a favor de uno y otro, y en contra de uno y otro. Señalo algunas de las observaciones más curiosas:

—Querido Caín puede sonar a género epistolar. Y a monólogo.
—Querido Caín puede inducir a pensar a que Caín es una mascota (perro, gato y otros animales de compañía), en tanto que La mirada.... apunta sin ambigüedad a una persona.
—Querido Caín suena un poco más extraño, tal vez original, más arriesgado.
—La mirada de Caín se parece más a La balada de Caín y también a La mirada de Ulises.
—Querido Caín recuerda ligeramente a título de columna periodística o a nombre de sección de columnista.
—La mirada de Caín aporta menos información que Querido Caín, ya que éste último sugiere "lo positivo del malo": un contraste no exento de ironía y anticipa un punto de vista.
—La mirada de Caín tal vez es más comercial. También está más visto, pero no resulta tópico.
—La mirada... despierta un interrogante: ¿qué tipo de mirada tiene quien asesina a su hermano?
—La mirada sugiere un malo, mientras que Querido... sugiere 2 malos:
Caín y su admirador. Cuantos más malos, mejor.
—Querido Caín tiene más morbillo, resulta más desafiante, prohibido y anticlerical.
—Querido Caín es más homo, y La mirada, más hetero.
—Querido Caín tiene más fuerza.
—La mirada de Caín tiene más fuerza.
—Estando borracho, suena mejor Querido Caín
—¿Qué tal Caín querido?

(...) Ahí va el esclarecedor resultado de la votación: de los 30 encuestados entre correo-e y llamada telefónica...

Querido Caín: 15 votos
La mirada de Caín: 15 votos.
¡Fantástico! Ahora sí que me habéis sacado de dudas. Elegiré el que más me gusta. Lo sabréis cuando salga publicada.
No, querido Nacho. Lo hemos sabido cuando te hemos visto obtener con Querido Caín, el finalista del suculento Premio Ciudad de Torrevieja. Para ti, mi enhorabuena. Y a los navegantes de este rincón que aún no conozcáis la obra de Nacho, queda hecha la recomendación.

4 de octubre de 2006

La Academia sueca somos todos II

Amigos y amigas navegantes, suscriptores de porras, entusiastas votantes de causas inútiles pero aún bonitas, fans de Miguel Delibes y público en general: la Academia no-sueca —es decir, nosotros— ha hablado.

Estos son los candidatos al Nobel de Literatura 2006 según los resultados del sondeo realizado en este sitio web:
Miguel Delibes: 6 votos.
Philip Roth: 2 votos.
Haruki Murakami: 2 votos.
Mario Vargas Llosa: 1 voto.
António Lobo Antunes: 1 voto.
Orhan Pamuk: 1 voto.
Amos Oz: 1 voto
Todos ellos, salvo el mío (que he puesto en último lugar), son constatables en la escena anterior de este sainete, junto con las biografías de todos ellos.
La Academia Sueca —es decir, los otros— suele dar el Premio Nobel de Literatura en jueves. No será mañana, eso seguro, de modo que tenemos hasta el jueves próximo para elegir a nuestro candidato. Se siguen admitiendo comentarios, votaciones y vaticinios.

3 de octubre de 2006

Pastel con remordimientos


Hace unos días me escribió un colega a quien no conocía (y de quien sigo sin saber casi nada, salvo que tenemos la misma edad y los mismos vicios, por lo menos los confesables) para hablarme del oficio de escribir y decir cosas hermosas y sabias como ésta:
Como es normal sólo aprendí de los tachones. No creo que se aprenda demasiado de los éxitos, aunque a todos nos guste recibirlos.
Terminaba con una frase que actuó en mí como un anzuelo suculento en una merluza famélica:
Por cierto, (...) en la cocina soy casi tan feliz como escribiendo. Ah, y hago un pastel de chocolate, receta de mi madre, que conlleva una semana de remordimientos.
Llena de curiosidad y de ánsia de remordimiento, le pedí la receta del pastel. Y tuvo la amabilidad no sólo de mandármela, sino de hacerlo en ese archivo de imagen, del propio puño y letra de su madre, ya desaparecida.
La generosidad, muchas veces, se demuestra compartiendo cosas minúsculas pero tan íntimas como una receta ligada a nuestra biografía.
Si he esperado unos días ha sido porque quería probar el Pastel y sus remordimientos. Ahora que lo he hecho, tengo claro que algo tan rico sólo puede compartirse. Gracias, amigo J.

2 de octubre de 2006

Banyoles: Soledad