8 de enero de 2006

De la diabólica manía de escribir (2)

Hace poco se ha descatalogado mi primera novela, El tango del perdedor, que escribí a los 25 años. El editor destruyó los estocs que le quedaban del libro que, por otra parte, apenas se vendía. Desde hace un par de meses es una pieza de museo, y eso que fue publicado en 1997. Me alegré mucho de que ya nadie pueda comprarlo ni leerlo. Hace tiempo que pienso que es un libro cargado de todos los defectos de una primera novela y, en cambio, de pocas de sus virtudes. Hoy, la historia no me desagrada tanto como el modo en que está escrita. Es mejor así.
Esto me lleva a la conclusión de que la escritura es un oficio de artesanos que se aprende con la práctica. Por supuesto, requiere una parte de talento y mucha vocación (podríamos llamarle también capacidad de resistencia). Lo demás, es trabajo. Trabajo continuado y tenaz. Es lo único en lo que creo.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Tengo aquí una revista Qué Leer del año 99. Sales tú con el premio Ateneo Joven de Sevilla. La novela es Trigal con cuervos. Y dice: "Dos mujeres tras un futuro tan incierto como su pasado".

Estás muy guapa, debajo de un paraguas.

¿Esa qué tal? ¿Te gusta aún?

Care dijo...

Pues sí, Alberto, me veo capaz de defender aún Trigal con cuervos. Es una novela que pertenece a otra etapa de mi vida, seguramente más grandilocuente, más preocupada por demostrar que había aprendido a escribir (síntoma de primeriza, por cierto) y con los ojos vueltos hacia un tipo de novela digamos más ortodoxo (Trigal... es una novela histórica). Aunque la experiencia me ha demostrado que todo lo que te acabo de decir no importa: tú cambias; tus novelas, no; eso a los lectores les importa una higa mientras el libro les guste. Como debe ser.
Ah, y gracias por el piropo, colega.

B. Llamero dijo...

En efecto, querida Care, es la escritura oficio de artesanos que se aprende a fuerza de practicar (y de leer, que es ver lo que hacen otros artesanos más expertos). Después, la medida del talento de cada cual hará que uno haga artesanía o le salga arte. Por lo demás, te entiendo: también he pasado por la melancólica fase de esa primera y a veces definitiva muerte para un libro que es la descatalogación. Lo llevo peor que lo de los inéditos que acumulan décadas.

Anónimo dijo...

Pues mira que me han entrado ganas de leerla. Aunque la verdad, yo creo que cualquier obra puede estar modificándose y cambiándose toda la vida. En realidad no hay nada definitivo.
Por cierto, sobre la terminación de una obra, habla José Antonio Marina en uno de sus ensayos (no recuerdo cuál), y es un tema muy interesante (en literatura y en otras disciplinas).
Aunque peor que una descatalogación, creo yo que es un inédito Llamero. Debe ser una especie de impotencia, especialmente si crees que lo que has escrito es interesante y vale la pena de que alguien pierda el tiempo leyéndola.
Pero una tercera situación es peor , la obra que se atranca y no logras tirar hacia delante.
Eso sí que es frustante.

B. Llamero dijo...

En sentido estricto, Mazarbul, claro que es peor un inédito que un descatalogado. Solo escribí que yo "lo llevo" peor, porque con el inédito siempre queda un resquicio de esperanza; con el descatalogado lo que queda es la sensación de "¿Y esto era todo?". En cuanto a lo de atrancarse, también lo conozco: lo afronto metiéndome en otra historia con la convicción de que tarde o temprano la primera se "desatrancará".

Care dijo...

Según mi experiencia, amigos, toda novela se atranca cuando está más o menos a la mitad. Si se supera esta fase, la novela ya es tuya. Pero, ¿cuántas mueren, o se suicidan, en esa etapa? Las mías tienen esa tendencia, por lo menos. Si os sirve de consuelo, a Julien Gracq le ocurre lo mismo. Dice que lo resuelve olvidándose de la novela durante seis meses y luego volviendo a ella con entusiasmo.

Guadalupe dijo...

mis novelas a la mitad, siempre se tiran por el balcón. Pero dejan algo de aprendizaje. =/
saludos.
Me encantó el post, encierra verdad.

César dijo...

Una novela que se atranca es como un embarazo que se trunca: suele significar que algo no iba bien con el nasciturus (joder, que pedante me pongo a veces). Otra cosa es ese desfallecimiento que, al menos en mi caso, sobrerviene cuando se llega al ecuador del texto. Es la pérdida del impulso inicial, de esa pasión arrolladora con la que se empieza una nueva obra. Yo suelo comenzar mis novelas con el corazón y acabarlas con la cabeza.

Care dijo...

Mazarbul: es que terminar es muy difícil, mucho más que comenzar. Será eso que dice César (gran verdad) de que se enmpieza con el corazón y luego no tienes más remedio que usar la cabeza.
Lelaina: tienes razón. Se aprende de los errores, también en escritura. Y gracias.
Cristian: Me gustaría que ese fuera el argumento de El tango del perdedor, de verdad. La crueldad da para tanto en literatura...

Ernesto Guajardo dijo...

Refiriéndose a las primeras obras, Nicanor Parra hablaba de los "pescados de juventud"... Sea como sea, es mejor una descatalogación que arrastrar un inédito sobre las espaldas, con su principal malignidad: la suposición de que todo inédito es perfectible; de ahí a Sísifo hay solo un paso.

sfer dijo...

Pues no sé si será un consuelo o Care se dedicará a desplazarse de una a otra biblioteca de la red de la Diputación de Barcelona y a robar los ejemplares del libro que todavía pueden llamar a un montón de lectores. Diez bibliotecas (una con dos ejemplares, incluso!). Espero "pillarte in fraganti" cuando pases por aquí :)

Care dijo...

Bueno, mi integrismo no da para tanto, Sfer. Ni mis ganas, ni mi tiempo, ni mi diligencia. Si el libro está en las bibliotecas... qué le vamos a hacer. Espero que el lector llegue hasta el final sólo para leer la fecha de escritura (manía personal: siempre dato TODO lo que escribo) y comprenda que no es lo mismo escribir esa novela a los 25 que, pongamos, a los 55.

Anónimo dijo...

Care... a mí me han gustado todos tus libros, del primero al último, aunque ya no te guste tu primera novela piensa que siempre habrá gente a la que sí le guste (yo misma) recuerda que no hay nadie tan crítico como uno mismo