Una vez me pidieron que telefoneara a una editora, vieja conocida mía, para pedirle su voto favorable en un jurado del que ella formaba parte y en el que se valoraban 5 novelas, una de las cuales era mía. Se trataba sólo de hacer una llamadita, hablar un poco del tiempo, del bien y del mal, comentar cuatro de las gracias infalibles de mis hijos, y luego sacar el tema, como quien no quiere la cosa... y preguntarle por el jurado, acercar el asunto a mi intención, y finalmente formular la petición, entre risas... No iba a quedar constancia alguna de esta conversación (qué vergüenza, dejar a la posteridad noticia de tus agasajos interesados), y a mí podía reportarme un beneficio: el premio al que optaba.
Mientras meditaba la petición (que venía de una persona cercana, conocedora y a quien me convenía hacer caso) elaboré una lista de consideraciones acerca de la cuestión:
1. Un premio no importa si no te lo dan por tus méritos literarios. Debe de ser muy amargo un premio que has conseguido con llamaditas (para mí lo sería, por lo menos).
2. Un premio a la mejor lameculos no me interesa en absoluto. Además, no sería justo: hay otros en los que concurren muchos más méritos.
3. La editora en cuestión me merece mucho respeto como profesional. Me hubiera parecido que la estaba insultando si hubiera tratado de condicionar su opinión.
4. Por romántico que parezca, creo que debe ganar el mejor. Por eso intento ser la mejor.
5. Por romántico que siga pareciendo, respeto demasiado la Literatura. Quiero que los premios los ganen buenos libros. Por eso intento escribirlos (seguro que no siempre lo consigo).
6. Cuando formo parte de jurados (de tarde en tarde) no soporto que alguien me llame para hacerse el simpático. Siempre pienso: «Pues si que se sabe mal escritor cuando necesita recurrir a méritos extraliterarios...».
7. Me da cada vez más pereza llamar por teléfono. Incluso mi madre se queja de que no la llamo. Me imagino que una conversación como esa me dejaría agotada.
8. Si tuviera que optar por un método extra-literario, sin duda elegiría el soborno. Tengo un conocido que comercializa jamones de Guijuelo y seguro que me echaría un cable. Mandar un jamón a los miembros del jurado también es insultarles, pero es mucho más alimenticio.
9. Si me otorgaran alguna vez un premio por un método extraño, pediría al editor que figurara en los créditos: Un jurado compuesto por tal y cual y otrotal y otrocual decidió por unanimidad otorgar a esta novela el Premio Talytal después de los suculemtos jamones que su autora tuvo a bien remitirles.
10. Qué coño, puestos a escoger, preferiría acostarme con los miembros del jurado. Aunque, claro, no todos serían suculentos como jamones de Guijuelo y, finalmente, tampoco me darían el premio.
P.S. Debo terminar diciendo que en la referida ocasión, no llamé a la editora. A pesar de ello, gané el premio.
En la imagen: estados de ánimo del que espera el veredicto de un jurado cualquiera.
4 comentarios:
Quién esté libre de pecado, que tire la primara piedra...
"Excusatio Non Petita..."
He estado en bastantes jurados de premios literarios y nunca me han llamado pidiéndome recomendación, ni siquiera haciéndose los simpáticos, escritores, editores o agentes, ni nada parecido, y espero que siga así la cosa, si es que vuelven a convocarme para formar parte de algún jurado, dios no lo quiera...
¡Qué risas me he pegado leyendo esto! Bravo por ti.
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