28 de julio de 2008

Discrepar

Hay una postura típica de editor: cualquiera tiene derecho a escribir. «Mira Fulanito —te dicen—, todo el mundo le acusa de mediático pero lleva vendidas seis ediciones. Y cuidado con meterte con él, porque seguramente tu próximo libro se publicará gracias a los beneficios que han generado esas ventas».
En efecto, quién lo duda: todo el mundo tiene derecho a escribir. Y a saltar en paracaídas y a hacer películas porno. Todo el mundo tiene derecho a todo, de hecho. Pero si yo pretendiera hacer una película porno y me presentara, pongamos por caso, a un cásting de actrices, no tardarían en decirme que no doy el tipo. Me imagino a una directora de casting sin pelos en la lengua diciéndome algo así como «Mira, bonita, tienes 38 años, usas una 46 y se te están empezando a caer las tetas».
Digo yo.
En la pantalla, es evidente, yo no lograría engañar a nadie. Por maquillaje, filtros o lo-que-fuera que me pusieran todo el mundo se daría de que no doy el tipo.
La razón por la cual todo el mundo publica es porque los libros, de entrada, dan el tipo. Hay que comprarlos, llevárselos a casa, y leerlos, para darse cuenta de que el autor no "da el tipo". Y entonces ya es tarde. Para venderte un libro es suficiente que el autor sea capaz de despertar curiosidad. La venta por impulso se cimienta sobre nuestra curiosidad desmedida, no sobre la confianza justificada. Por eso cualquier inútil puede vender siete ediciones de un libro malo. Basta con que despierte suficiente curiosidad.
Sin embargo, hay una postura típica de escritor: No todo el mundo vale. El ensalzamiento de la mediocridad sólo trae más mediocridad. Poner en la misma mesa de novedades al autor mediático que escribe sobre cualquier cosa y al escritor que lleva cuarenta años persiguiendo escribir su mejor novela es injusto, además de un lío padre (para el lector, que es el que importa).
Es como si de pronto me contratara un productor arriesgado de pelis porno, a pesar de lo dicho, porque resulta que practico el sexo acrobático como nadie, y hay un público al que le gusta ver a casi cuarentonas con las tetas caídas practicando el sexo acrobático. Pero sería un lío y una injusticia si no advirtieran al usuario del cambiazo y alguien alquilara esa peli esperando encontrar a la rubia neumática de turno y, el pobre, me encontrara a mí vete tú a saber cómo.
Todos estamos de acuerdo en que la literatura popular —de masas, cuanto más numerosas, mejor— debe existir, pero hay cierto tipo de libros que no aportan nada.
La editora diría: «Aportan lectores. Hay ciertos lectores que pueden comenzar leyendo el libro mediático y luego seguir leyendo».
La verdad, no estoy segura. Y no confío nada en el gusto de alguien que modela su gusto leyendo al presentador gracioso, a la folclórica indiscreta o al miembro del jurado borde.
Sea como sea, todo esto surgió en la sobremesa de hace unos días, cuando una editora que también es mamá me explicó qu había llevado a su hijo a ver Kung Fu Panda. Parece ser, me contó, que la película ha generado un tsunami de indignación en China. No les ha gustado, al parecer, que los habitates del pueblo sean cerdos y conejos, entre otras cosas. Por motivos diferentes, yo también estoy molesta con el mensaje que transmite el osito en cuestión: está muy bien el rollo de la superación personal, pero no me gusta nada que los niños crean que cualquier gracioso torpe y sin modales puede emular a quienes ha dedicado toda su vida a un noble arte. Y no sólo emular: también superarle en un golpe de suerte. En el fondo eso es el oso de marras: un advenedizo con ganas pero sin formación que, además, no parece muy dispuesto a cambiar, pero que triunfa gracias a la chiripa. Una chiripa similar a la que hace triunfadores a muchos de los mediáticos que publican libros, por cierto. Ya veo al oso de la película publicando un manual de autoayuda titulado, por ejemplo: «Del fideo al Parnaso».
Al cabo, convinimos la editora y yo, puestas de acuerdo en algo, es difícil hacer algo universal y no levantar ampollas en alguna parte.
Pues sí, eso va a ser.

La imagen de hoy: de Spalenka.

7 comentarios:

Maria Escalas Bernat dijo...

También tengo 38, una 42 y tetas caídas, pero me siento mucho más sexy que esas recauchutadas rubias con manicuras imposibles y tacones horteras.
No se si daría para muchas pelis pornos, pero si se que soy deseada, como muchas casi cuarentonas.
Aparte de esto, coincido totalmente con tu post.

Luis Vea dijo...

Siempre me ha dado la impresión de que el lector de best sellers o de libros mediáticos pasa de uno a otro. No digo que no haya otro tipo de lectores que de vez en cuando cambie a Vargas Llosa por Los pilares de la tierra, pero básicamente quien lee Los pilares de la tierra luego pasa al Código Da Vinci... Es inevitable, luego no creo que se creen de este modo más lectores para la literatura en general, sólo para los best sellers. De hecho la estrategia de algunas editoriales es vender simplemente. Ya han dejado de hacer política cultural -si alguna vez la hicieron- para hacer puro mercantilismo.

Anónimo dijo...

Ya hay uno: El Tao de Winnie the Pooh

Unknown dijo...

A los editores les pasa lo que a los productores de esas películas porno que dices: que no aciertan a imaginar que a algunos nos gustan pecisamente esas mujeres de cuarenta y tantos un poco moldeadas ya por la vida y la experiencia, y no los cuerpos de silicona; por lo mismo, a algunos lectores nos gusta la literatura personal madurada y trabajada a lo largo de toda una vida, y no los productos de usar y tirar. Las propias editoriales "de prestigio" han empezado a editar estos productos: les basta con que incluyan una coartada que los haga pasar por literatura "respetable". Y es un error, porque se está cansando y confundiendo al lector.

leo dijo...

Pues ¿qué podría añadir? Nada. Que comparto tu opinión. (Y también talla, según parece).
Un saludo.

Anónimo dijo...

Yo estoy bastante de acuerdo con el tema que tratas de fondo, Care, pero no así con el referente. Kung fu panda es un slapstick completamente funcional combinado con un envidiable sentido del manga (no podía ser menos). Creo que es un error entenderle flecos morales raros a una película que es limpia y honrosa con uno de los postulados más importantes de la comedia, especialmente con la clásica: pez fuera del agua.Y con esa lectura, yo creoque las percepciones cambian. Pienso que si nos ponemos papistas, estas mismas pegas se le podrían sacar a una peli de Charlot, lo que sería una tontería.

Un abrazo y perdón por el rollo.

Fernando Alcalá dijo...

A mí siempre me han gustado esas historias de autosuperación como la del panda. ¿A quién no le gusta Pigmalión con sus choporrocientas mil versiones posteriores?

Lo que ocurre es que en todas había un trabajo de fondo, te gustaban esas historias porque el prota se lo curraba y sabías desde el principio que valía, que su situación era injusta.

Ahora lo malo es que el esfuerzo no está bien valorado. Mis alumnos quieren llegar, pero no quieren currárselo, así que esas pelis con el esfuerzo detrás pues ya no llegan, ahora llega el Panda. Toda una pena, la verdad.

Y muy de acuerdo contigo en la entrada, como siempre.

Un besito!!