-Toda gran función necesita un gran estímulo.
-La mente se nutre de cambio.
-Una cebra no necesita correr más que una leona, sino más que las otras cebras.
-Yo soy la intersección de todas mis vivencias.
-Crear es seleccionar.
-Desconfío de la idea que no cabe en una frase.
-No conozco ningún fanático que se ría de sí mismo.
-El gozo de la mente está entre la predicción (un poco antes) y la sorpresa (un poco después) de alguna clase de cambio.
-Lo dulce es genético; lo amargo, cultural.
Publicado en Tusquets, 2008.
La imagen de hoy es de Carl Warner
30 de abril de 2008
29 de abril de 2008
De La isla, de Giani Stuparich
Hasta entonces había creído no estar ligado a nadie. En sus relaciones con la familia había imperado siempre una recíproca indiferencia. Como un marinero, por costumbre, volvía de vez en cuando, tras largos viajes, a casa, donde le parecía haber dejado algún que otro efecto personal, algún que otro recuerdo, pero nada que estuviera vivo, que fuera inseparable de él. Y un día se dio cuenta de que entre los ojos asustados y suplicantes de aquel niño y el fondo mismo de su alma había una corriente que ya no podía ignorar ni mucho menos cortar sin envilecer su más íntima esencia. Y entonces primero había acogido a aquel niño en sus entrañas y lo habñia tomado luego de la mano y le había enseñado a caminar por la vida.
Ediciones Minúscula, 2008
La imagen es de Bruno Mercier
Ediciones Minúscula, 2008
La imagen es de Bruno Mercier
28 de abril de 2008
¡Desorganízate!
Hay algo que me produce más pavor que el desorden: el desorden póstumo. Pasar a la posteridad con mi mesa hecha un desastre o sin haber tenido tiempo de ordenar mis papeles, de modo que entre mis cosas aparezca la lista del supermercado o el calendario donde alguna vez marqué mis ovulaciones. No hace mucho tuve ocasión de echar un vistazo a la mesa que ha sobrevivido a Camilo José Cela. Está intacta, recorte por recorte, como él la dejó. Hay una pila de papeles justo en el centro —como si el autor tuviera previsto atenderlos antes de su siguiente jornada de trabajo—, notas tomadas en pequeños papeles, un número del ABC Cultural, ya amarilleando, con una portada de Mingote dedicada a él y algunas chucherías sin mayor gloria que la de pertenecer a la mesa póstuma del Nobel. No es que quiera comparar, pero si me muriera en este instante, en mi mesa me sobrevivirían los restos del café de ayer tarde, dos pilas alcalinas que ayer saqué del ratón inalámbrico, un diminuto adminículo que sirve para montar y desmontar las piezas de Playmobil con que juegan mis hijos, dos libros sobre el buen morir —de un autor vergonzante llamado Raymond Moody—, tres monedas de dos euros, el cable de mi i-pod y diversos libros y cuadernos de mayor gloria que todo lo dicho. Si en este momento presintiera que puedo morirme, me apresuraría a lanzar a Moody por la ventana, junto con la taza, las pilas y el cable, y traería a la mesa, para dejarlos con un descuido parecido al que traza el azar, una edición en inglés del Quijote, la poesía completa de Sor Juana Inés de la Cruz y el Ulyses de Joyce.
De hecho, lo ridículo no es conservar la tabla de ovulación. Lo ridículo es que después haya alguien que busque tesoros entre algo tan vulgar y cotidiano como los papeles de un escritor. Eso ha ocurrido ahora con Augusto Monterroso y el legado que dejó a la Universidad de Oviedo. Entre sus apuntes, entre las muchas páginas con notas que cabrá revisar, los catalogadores encuentran radiografías de pulmón, fotos del Che Guevara o calendarios de pin-ups. Tal vez dentro de cincuenta años, cuando ya la cultura de la organización “a la sueca” que Ikea impone en todo el mundo, estas cosas ya no ocurran, pero por ahora, los escritores somos muy poco suecos en esto del orden. Las mesas de los colegas que he tenido ocasión de ver me dan la razón en esto. Lo cual significa, a modo de conclusión, que ninguno de nosotros podemos morirnos aún.
Claro que una vez muerto el desorden genera agradables sorpresas. Y es que si todos fuéramos tan ordenados como Ikea quiere que seamos, dentro de algunos años ya no podría haber hallazgos como los que últimamente aparecen por doquier: un cuaderno de Van Gogh en Grecia, una acuarela de Picasso en un pequeño pueblo de Inglaterra, una partitura de Bach o unos discursos Agustín de Hipona en dos bibliotecas alemanas... Qué alegría ser capaz de sorprender a la posteridad con este tipo de regalos póstumos. Me produce tanto alborozo que estoy por lanzar una propuesta entre mis amigos escritores. Propongo que metamos en una carpeta un cuento o unos poemas inéditos (mejor escritos a mano) junto con un viejo cuaderno de notas (mejor si contiene dibujos), un mechón de pelo (así facilitamos la autentificación: el ADN no miente) y alguna fruslería mundana: el envoltorio de un kinder-bueno o la factura de un hotelucho de carretera. Luego buscaremos en qué rincón de qué biblioteca del mundo podemos esconderlo. Tal y como evoluciona el mundo, dentro de poco nadie entrará en ellas a consultar nada, de modo que nuestro legado dormirá en ellas un número indeterminado de siglos, esperando a la mano de nieve etcétera. ¿No es hermoso?
La imagen de hoy: desorganizados juegos infantiles
De hecho, lo ridículo no es conservar la tabla de ovulación. Lo ridículo es que después haya alguien que busque tesoros entre algo tan vulgar y cotidiano como los papeles de un escritor. Eso ha ocurrido ahora con Augusto Monterroso y el legado que dejó a la Universidad de Oviedo. Entre sus apuntes, entre las muchas páginas con notas que cabrá revisar, los catalogadores encuentran radiografías de pulmón, fotos del Che Guevara o calendarios de pin-ups. Tal vez dentro de cincuenta años, cuando ya la cultura de la organización “a la sueca” que Ikea impone en todo el mundo, estas cosas ya no ocurran, pero por ahora, los escritores somos muy poco suecos en esto del orden. Las mesas de los colegas que he tenido ocasión de ver me dan la razón en esto. Lo cual significa, a modo de conclusión, que ninguno de nosotros podemos morirnos aún.
Claro que una vez muerto el desorden genera agradables sorpresas. Y es que si todos fuéramos tan ordenados como Ikea quiere que seamos, dentro de algunos años ya no podría haber hallazgos como los que últimamente aparecen por doquier: un cuaderno de Van Gogh en Grecia, una acuarela de Picasso en un pequeño pueblo de Inglaterra, una partitura de Bach o unos discursos Agustín de Hipona en dos bibliotecas alemanas... Qué alegría ser capaz de sorprender a la posteridad con este tipo de regalos póstumos. Me produce tanto alborozo que estoy por lanzar una propuesta entre mis amigos escritores. Propongo que metamos en una carpeta un cuento o unos poemas inéditos (mejor escritos a mano) junto con un viejo cuaderno de notas (mejor si contiene dibujos), un mechón de pelo (así facilitamos la autentificación: el ADN no miente) y alguna fruslería mundana: el envoltorio de un kinder-bueno o la factura de un hotelucho de carretera. Luego buscaremos en qué rincón de qué biblioteca del mundo podemos esconderlo. Tal y como evoluciona el mundo, dentro de poco nadie entrará en ellas a consultar nada, de modo que nuestro legado dormirá en ellas un número indeterminado de siglos, esperando a la mano de nieve etcétera. ¿No es hermoso?
La imagen de hoy: desorganizados juegos infantiles
24 de abril de 2008
Sant Jordi: la foto oficial y la contrafoto oficial
Ya es tradición comenzar la barcelonesa jornada de Sant Jordi con un desayuno que ofrece el Hotel Regina. Allí estuve, fotografiando a los fotógrafos que fotografiaban a los escritores.
Por cierto, ya que este año yo soy mucho más visible que el pasado (a todo se aprende) os reto a que encontréis a Ruiz Zafón en la multitud escribiente.
Qué raro... ¿No está? ¿Será que no tiene amigos en el gremio?
Vamos, anónimos y no tanto, sed malos. Dejad comentarios.
23 de abril de 2008
Feliç diada de Sant Jordi, navegants
Hoy, para celebrar el día del libro, un cuento nuevo en Gazpacho con tropezones. Islandés y de fantasmas.
¡Salud y lectura!
22 de abril de 2008
20 de abril de 2008
Álbum de otra semana loca
De arriba a abajo: Foto 1: El jueves en el IES Terrassa (provincia de Barcelona), junto al regidor de cultura y el director del centro.
Foto 2: Un instante del power point de presentación que realizaron los alumnos del centro.
Fotos 3 y 4: En Món Llibre (Barcelona), el sábado por la tarde, en compañía del periodista y amigo Espartac Peran y de algunos lectores.
Fotos 5 y 6: Presentación del libro de Imapla "Mamá", publicado por RBA, con la presencia en la primera fila de algunos peces espada (y el ambiente resultante, que fue muy divertido). En la mesa estaba, además de la autora y Joana Costa, de la editorial, el hijo de Imma, Pere, protagonista del cuento, de 7 años, quien lo leyó a los asistentes. Fue el sábado por la tarde en la FNAC de El Triangle, en Barcelona.
¡Viva los días previos al día del libro! La marcha continúa, navegantes.
Todas las fotos son de Deni Olmedo
19 de abril de 2008
18 de abril de 2008
Los bloggers muertos no van al cielo, por Hernán Casciari *
* Artículo publicado en el blog Orsai el 10 de junio de 2005.
Hace unos días, en Estados Unidos, asesinaron a un blogger. La noticia apareció en la prensa. El muerto se llamaba Simon, y la policía pudo dar con el criminal porque el occiso, antes de morir, nombra a su verdugo en su último post: “El ex novio de mi hermana está aquí, fumando y recorriendo toda la casa; suerte que se irá pronto”, escribía ingenuamente el blogger. Por lo visto tuvo tiempo de darle al botón enviar antes de que su cuñado le partiera la cabeza con un picahielo.
El blog de Simon es una bitácora personal como las hay a millones. Simon tenía diecinueve años, era hijo de un padre chino y una madre americana, le gustaba la computación, el tenis y el estudio de los idiomas. Escribía casi todos los días en su blog; los textos eran cortos y lo leían unos pocos amigos. Su penúltimo post tuvo 10 comentarios. El último, en cambio, el famoso post-mortem, está a punto de alcanzar los 3.000 mensajes de lectores. La gente ha leído la noticia en la prensa y ha ido a escribirle cosas al muerto. Su bitácora se ha convertido en un velatorio permanente, en un altar con flores y velas encendidas, como los que se ponen en las carreteras, justo en el sitio del choque frontal.
Cuando se muere un blogger, se muere también la contraseña de su blog, es decir: muere la posibilidad de modificar el texto, y entonces ese espacio en internet deja de pertenecerle a un vivo, para comenzar a ser patrimonio de un fantasma. Todavía no sabemos si en el más allá (en el cielo, en el infierno) hay cibercafés, no sabemos si la muerte es compatible con Movable Type, ni si al convertirnos en espíritus errantes tendremos tiempo de seguir escribiendo nuestra rutina diaria. No lo sabemos porque hasta hace unos días no había bloggers muertos. Pero ahora ya hay uno y puede que, alguna vez, Simon escriba un nuevo texto, porque él sí se sabe la contraseña de su blog. Yo, por precaución, me guardé su dirección en los favoritos y cada tanto vuelvo a la bitácora de Simon, para ver si su fantasma nos quiere decir algo.
Todo esto me ha llevado a pensar que un día, dentro de unos treinta o cuarenta años, internet estará lleno de blogs a los que se les habrá muerto el dueño. Bitácoras a la deriva del tiempo, textos inconclusos que acabarán diciendo “mañana les cuento algo que me ha causado mucha gracia”. Y después nada. Después un silencio eterno. Los lectores no sabrán nunca que el blogger ha muerto. Los lectores pensarán que se ha cansado, o que le han cortado la banda ancha, o que ya no quiere escribir. La muerte rondará en silencio, congelando las historias cotidianas, cortando la continuidad del home, confundiendo al caché de Google.
Esta bitácora, sin ir más lejos, esta misma que ahora escribo y ustedes leen, un día de este siglo será la bitácora de un muerto. Es extraño decirlo de este modo, e incluso redactarlo naturalmente, pero es la puta verdad.
Y si seguimos fantaseando con el paso del tiempo, notaremos enseguida otras novedades a las que no prestamos atención, pero que en el futuro serán moneda corriente. Por ejemplo, que los blogs de nuestros hijos tendrán un link a nuestra bitácora, una vez que ya no estemos en este mundo. Y también los blogs de nuestros nietos tendrán, en el menú de la derecha, un apartado en el que dirá: “Ir al blog del abuelo”.
¿Cuántos comentarios acabará teniendo mi último artículo en Orsai? ¿De qué hablaré ese día que será, sin que lo sepa, la víspera? ¿Será un texto gracioso, como el del lunes, o un poco melancólico como este de hoy? ¿Moriré, acaso, en mitad de la redacción de una historia que nadie podrá leer? ¿Alcanzaré a decir alguna vez exactamente lo que siento, sin disfrazarlo de banalidad?
Se me han cruzado muchísimas preguntas por el estilo mientras leía anoche la noticia del blogger asesinado. Muchísimas preguntas. Pero hay una que me preocupa más que todas. Hay una que me remonta a la fábula de Juan y el lobo, y que no me deja pensar en paz:
El día que me muera, el día que Orsai quede a la deriva del tiempo y sin dueño, ¿alguien me creerá?
La imagen es de Simon Marsden
Hace unos días, en Estados Unidos, asesinaron a un blogger. La noticia apareció en la prensa. El muerto se llamaba Simon, y la policía pudo dar con el criminal porque el occiso, antes de morir, nombra a su verdugo en su último post: “El ex novio de mi hermana está aquí, fumando y recorriendo toda la casa; suerte que se irá pronto”, escribía ingenuamente el blogger. Por lo visto tuvo tiempo de darle al botón enviar antes de que su cuñado le partiera la cabeza con un picahielo.
El blog de Simon es una bitácora personal como las hay a millones. Simon tenía diecinueve años, era hijo de un padre chino y una madre americana, le gustaba la computación, el tenis y el estudio de los idiomas. Escribía casi todos los días en su blog; los textos eran cortos y lo leían unos pocos amigos. Su penúltimo post tuvo 10 comentarios. El último, en cambio, el famoso post-mortem, está a punto de alcanzar los 3.000 mensajes de lectores. La gente ha leído la noticia en la prensa y ha ido a escribirle cosas al muerto. Su bitácora se ha convertido en un velatorio permanente, en un altar con flores y velas encendidas, como los que se ponen en las carreteras, justo en el sitio del choque frontal.
Cuando se muere un blogger, se muere también la contraseña de su blog, es decir: muere la posibilidad de modificar el texto, y entonces ese espacio en internet deja de pertenecerle a un vivo, para comenzar a ser patrimonio de un fantasma. Todavía no sabemos si en el más allá (en el cielo, en el infierno) hay cibercafés, no sabemos si la muerte es compatible con Movable Type, ni si al convertirnos en espíritus errantes tendremos tiempo de seguir escribiendo nuestra rutina diaria. No lo sabemos porque hasta hace unos días no había bloggers muertos. Pero ahora ya hay uno y puede que, alguna vez, Simon escriba un nuevo texto, porque él sí se sabe la contraseña de su blog. Yo, por precaución, me guardé su dirección en los favoritos y cada tanto vuelvo a la bitácora de Simon, para ver si su fantasma nos quiere decir algo.
Todo esto me ha llevado a pensar que un día, dentro de unos treinta o cuarenta años, internet estará lleno de blogs a los que se les habrá muerto el dueño. Bitácoras a la deriva del tiempo, textos inconclusos que acabarán diciendo “mañana les cuento algo que me ha causado mucha gracia”. Y después nada. Después un silencio eterno. Los lectores no sabrán nunca que el blogger ha muerto. Los lectores pensarán que se ha cansado, o que le han cortado la banda ancha, o que ya no quiere escribir. La muerte rondará en silencio, congelando las historias cotidianas, cortando la continuidad del home, confundiendo al caché de Google.
Esta bitácora, sin ir más lejos, esta misma que ahora escribo y ustedes leen, un día de este siglo será la bitácora de un muerto. Es extraño decirlo de este modo, e incluso redactarlo naturalmente, pero es la puta verdad.
Y si seguimos fantaseando con el paso del tiempo, notaremos enseguida otras novedades a las que no prestamos atención, pero que en el futuro serán moneda corriente. Por ejemplo, que los blogs de nuestros hijos tendrán un link a nuestra bitácora, una vez que ya no estemos en este mundo. Y también los blogs de nuestros nietos tendrán, en el menú de la derecha, un apartado en el que dirá: “Ir al blog del abuelo”.
¿Cuántos comentarios acabará teniendo mi último artículo en Orsai? ¿De qué hablaré ese día que será, sin que lo sepa, la víspera? ¿Será un texto gracioso, como el del lunes, o un poco melancólico como este de hoy? ¿Moriré, acaso, en mitad de la redacción de una historia que nadie podrá leer? ¿Alcanzaré a decir alguna vez exactamente lo que siento, sin disfrazarlo de banalidad?
Se me han cruzado muchísimas preguntas por el estilo mientras leía anoche la noticia del blogger asesinado. Muchísimas preguntas. Pero hay una que me preocupa más que todas. Hay una que me remonta a la fábula de Juan y el lobo, y que no me deja pensar en paz:
El día que me muera, el día que Orsai quede a la deriva del tiempo y sin dueño, ¿alguien me creerá?
La imagen es de Simon Marsden
17 de abril de 2008
Utilidad de ciertas cosas
16 de abril de 2008
Álbum de las últimas semanas
UNA CRÓNICA: ¿QUÉ QUIERE CARE SANTOS?
Por Nerea Moreno
«En primer lugar, quiero agradecerle estar aquí a una persona muy especial: Nerea" Etc. Yo, claro, muerta de verguenza, roja...¿cómo un tomate? No, sería mas correcto decir que me hallaba en el Valle de la Langosta Hervida. Afortunadamente no era yo la que tenia que continuar hablando como una descosida antes 100 adolescentes con granos. Era ella, Care, la que tenia que enfrentarse a ellos. Además de conseguir que la escuchasen, que no es poco, tenia que convencerles de que la literatura está hecha para todos, y especialmente para ellos, para nosotros, para que la disfrutemos.
¿Lo consiguió? Bajo mi punto de vista, sí. De hecho, a mi entender superó con creces las expectativas. En menos de dos horas hizo ver a muchos que la literatura no está hecha para matarnos de aburrimiento sino para comunicar, para descubrir, para soñar, para discutir, para reír y, en ocasiones, también para llorar.
No puedes escribir un libro sobre un tema que no te fascine, decía. Es cierto, si lo le interasa a la persona que lo escribe, ¿cómo va a interesarle a la persona que lo lee? en los libros hay que poner pasión, entrega. Por eso ella escribe sobre cosas en las que cree. Escribe para emocionar, para compartir, para levantar pasiones y que no puedas soltar su libro en toda la noche. Quiere divertirte, que te identifiques con los personajes, no pretende darte lecciones ni enseñarte a pensar, ya somos mayores para eso. Quiere que aprendamos, que critiquemos y que sentimos la literatura.
Así pues, ¿qué quiere Care Santos? está claro ¿no? Quiere que leamos».
___________________________________________________________________________
—Las tres primeras imágenes son del IES Francisco de Goya de Madrid, el día de la entrega de premios de su concurso literario (que felizmente, oficié yo). En la foto, estoy con los ganadores. Y también con cara de librera simpática ante un puesto con mis libros (qué bonitos quedan todos juntos), en la Biblioteca del centro. La última de esta tanda es la del acto "oficial", en compañía del director y la gente del Departamento de Lengua y Literatura.
—La cuarta es un escaparate que dedicaron a mis libros los alumnos del IES Santa Eugènia, de Girona. Precioso, ¿verdad? Estuve allí el día de mi cumpleaños, y conocerles fue un precioso regalo.
—La columnita es de La Voz de Asturias, sobre solapas y merced a Tino Pertierra, a quien le gusta ponerme a escribir de lo impensable.
—Y Nerea Moreno, la autora de la crónica final (que me ha mandado muy amablemente antes de que se publique en la revista de su colegio) es alumna del colegio El Carmelo Teresiano, de Madrid y tiene 16 años.
15 de abril de 2008
Metafísica (poema)
Un día levantamos la mirada
hacia el cielo estrellado
y brilló en nuestra mente la pregunta:
¿Cuál es nuestro papel en esta infinidad?
¿Quién rige nuestros pasos?
¿Hay algo más allá de lo palpable?
Los científicos dicen
que fue un cortocircuito,
un error o un azar
o un fallo del sistema.
La conciencia es la tara.
Al bajar la mirada de vuelta a nuestras cosas
ya éramos lo que siempre seremos:
Nosotros: los humanos.
Los culpables de todo este desastre.
La foto es de Claudia Rogge.
hacia el cielo estrellado
y brilló en nuestra mente la pregunta:
¿Cuál es nuestro papel en esta infinidad?
¿Quién rige nuestros pasos?
¿Hay algo más allá de lo palpable?
Los científicos dicen
que fue un cortocircuito,
un error o un azar
o un fallo del sistema.
La conciencia es la tara.
Al bajar la mirada de vuelta a nuestras cosas
ya éramos lo que siempre seremos:
Nosotros: los humanos.
Los culpables de todo este desastre.
La foto es de Claudia Rogge.
14 de abril de 2008
Hoy le he pedido algo especial a mi amiga Mònica. Algo que no tiene que ver con libros ni con cuestiones literarias o profesionales. Algo que atañe a esa pequeña parcela de intimidad que muy poca gente conoce. Tenía que ser a ella. Precisamente a ella, el Hada Madrina, la que supo desde el principio.
Era mucho más que justo: era coherente.
Creo que ella también lo sabe, por eso ha dicho que sí. A pesar de que tenía algo importante que hacer y de que la haya avisado -soy un desastre- con tan poco tiempo.
La imagen es la lluvia de esta tarde en la lucerna de mi estudio.
Era mucho más que justo: era coherente.
Creo que ella también lo sabe, por eso ha dicho que sí. A pesar de que tenía algo importante que hacer y de que la haya avisado -soy un desastre- con tan poco tiempo.
La imagen es la lluvia de esta tarde en la lucerna de mi estudio.
¡No has cambiado nada!
Lo reconozco (bajando la cabeza, avergonzada): el viernes por la noche me dio un conato de horterez y me pasé un par de horas perdiendo el tiempo en el YouTube buscando vídeos que de pre-adolescente me emocionaban hasta el espasmo. Me tragué un documental de factoría mexicana sobre la verdadera historia del grupo infantil Parchís y también hice grandes descubrimientos que la miopía de la ingenuidad no me habían permitido ver entonces. Por ejemplo, vi que Pedro Marín, a quien yo encontraba guapísimo, era bizco. Pero muy, muy bizco. Que Leiff Garret y Miguel Bosé en su versión bisoña debían de gustarme por su abundancia pilosa (aunque Bosé tenía más gracia y más talento) y que los Pecos nunca supieron cantar. Ni antes, ni ahora ni dentro de diez años. Además, con los lustros han adquirido aspecto de peluqueros de barrio.
La del sábado fue noche de fiesta multitudinaria. Al volverse a ver dos de las invitadas después de unos 10 años, una le dijo a la otra: «Estás igual». Y de inmediato añadió: «Lo cual sólo es un cumplido si se dice del aspecto externo».
Qué razón tiene. Qué fracaso para la experiencia, para el dolor sufrido, para los grandes momento de felicidad apoteósica, si la vida pasara por nosotros sin dejar mella. Reflexiono y concluyo que, por fortuna, no estoy como hace diez años. Y me enorgullezco de ello: ¿o es que he pasado lo que he pasado, bueno y malo, para quedarme exactamente igual que estaba antes de ser una madurita de 38?
Hace poco un amigo me decía: «Cuando reencuentro a alguien a quien no veo desde la adolescencia y él está exactamente igual que entonces, no sé de qué hablarle».
Pues este ha sido —lo he sabido de pronto esta mañana— el problema de Los Pecos. A los 16 años es normal sentirse morir al saber que tu novia del cole se ha casado con otro; es normal cantarle a tu madre, o encontrar inconcebible que una niña de 18 se vaya de casa dejando sólo una nota y una pila de cartas de amor, o ulular en desgarradora rima consonante porque a tu amor le cambian de instituto... pero, claro, seguir cantando estas cosas a los 50, cuando la piorrea ha hecho estragos en tu dentadura perfecta y el rubio que te hizo famoso se nota a la legua que ahora es de bote, entonces la cosa comienza a ser de verdad desgarradora (pero del modo en que la vida sabe serlo a los 50, que no puede ni compararse con los desgarros de los 16).
A los 50, para que te tomen en serio es necesario demostrar que la piorrea y las canas tienen algún sentido. Y, la verdad, si a los 50 sigues muriéndote porque la gente huye de pronto, se casa con otro o se va a vivir a otra ciudad, eres un fracaso para la madurez.
La imagen de hoy: vista aérea y parcial de los asistentes a la fiesta del sábado.
La del sábado fue noche de fiesta multitudinaria. Al volverse a ver dos de las invitadas después de unos 10 años, una le dijo a la otra: «Estás igual». Y de inmediato añadió: «Lo cual sólo es un cumplido si se dice del aspecto externo».
Qué razón tiene. Qué fracaso para la experiencia, para el dolor sufrido, para los grandes momento de felicidad apoteósica, si la vida pasara por nosotros sin dejar mella. Reflexiono y concluyo que, por fortuna, no estoy como hace diez años. Y me enorgullezco de ello: ¿o es que he pasado lo que he pasado, bueno y malo, para quedarme exactamente igual que estaba antes de ser una madurita de 38?
Hace poco un amigo me decía: «Cuando reencuentro a alguien a quien no veo desde la adolescencia y él está exactamente igual que entonces, no sé de qué hablarle».
Pues este ha sido —lo he sabido de pronto esta mañana— el problema de Los Pecos. A los 16 años es normal sentirse morir al saber que tu novia del cole se ha casado con otro; es normal cantarle a tu madre, o encontrar inconcebible que una niña de 18 se vaya de casa dejando sólo una nota y una pila de cartas de amor, o ulular en desgarradora rima consonante porque a tu amor le cambian de instituto... pero, claro, seguir cantando estas cosas a los 50, cuando la piorrea ha hecho estragos en tu dentadura perfecta y el rubio que te hizo famoso se nota a la legua que ahora es de bote, entonces la cosa comienza a ser de verdad desgarradora (pero del modo en que la vida sabe serlo a los 50, que no puede ni compararse con los desgarros de los 16).
A los 50, para que te tomen en serio es necesario demostrar que la piorrea y las canas tienen algún sentido. Y, la verdad, si a los 50 sigues muriéndote porque la gente huye de pronto, se casa con otro o se va a vivir a otra ciudad, eres un fracaso para la madurez.
La imagen de hoy: vista aérea y parcial de los asistentes a la fiesta del sábado.
12 de abril de 2008
11 de abril de 2008
Cada año, alrededor del día del libro, me dan más ganas que el anterior de salir huyendo, de exiliarme en mi montaña mágica particular y regresar cuando no quede en el mundo vestigio de esta locura. Pero nunca lo hago. Al revés: aún no he perfeccionado del todo el arte de decir que no y me veo envuelta en mil cosas que a veces no me apetecen demasiado. La suerte es que luego me animo, y cuando estoy en harina me entusiasmo y consigo olvidar la desgana y el cansancio.
No, no me afectan los años (aún). Es la gripe. Llevo una semana cayendo y creo que esta noche he llegado a mi clímax. Yo no: la gripe. Después de todo, es mejor que sea esta semana que la que viene, en que tengo mil compromisos más. Esta tarde he salido de la radio pensando en mi cama. He cogido el autobús hasta casa pensando en mi cama. He leído un ratito en "Botchan" de Natsume Soseki (ay, estos ratos de lectura en el transporte público, qué placer) pero sin dejar de pensar en mi cama. He entrado al cuarto de mis hijos para darles un beso y les he dicho: «Mamá se va a la cama» (y era sincera). Pero luego he visto el ordenador y he pensado: ¿Y si tengo algún mail urgente? ¿Habrán escrito la editora tal que ya ha leído lo que le envié? ¿Habrá novedades del editor cual? ¿Seguirá en pie el almuerzo de mañana? ¿Habrá alguna respuesta en el blog al post de hoy? Y el ordenador me llama como canto de sirena al que no sé oponer resistencia.
Una curiosidad que he hecho hoy: pasar por un supermercado a comprar media docena de litros de wiskey y otros tantos de ginebra. ¿Alcoholismo? No. Fiesta. Pronto. Informaré.
Y la verdad, lo dejo ya, porque no sé qué diablos hago aquí en lugar de irme a la cama de una vez.
Posdata: Si tenéis ocasión, no dejéis de viajar con el Botchan que acaba de publicar Impedimenta.
La imagen de hoy: una señora que no tuvo mi suerte, y no alcanzó la cama. Del blog Kirai.
No, no me afectan los años (aún). Es la gripe. Llevo una semana cayendo y creo que esta noche he llegado a mi clímax. Yo no: la gripe. Después de todo, es mejor que sea esta semana que la que viene, en que tengo mil compromisos más. Esta tarde he salido de la radio pensando en mi cama. He cogido el autobús hasta casa pensando en mi cama. He leído un ratito en "Botchan" de Natsume Soseki (ay, estos ratos de lectura en el transporte público, qué placer) pero sin dejar de pensar en mi cama. He entrado al cuarto de mis hijos para darles un beso y les he dicho: «Mamá se va a la cama» (y era sincera). Pero luego he visto el ordenador y he pensado: ¿Y si tengo algún mail urgente? ¿Habrán escrito la editora tal que ya ha leído lo que le envié? ¿Habrá novedades del editor cual? ¿Seguirá en pie el almuerzo de mañana? ¿Habrá alguna respuesta en el blog al post de hoy? Y el ordenador me llama como canto de sirena al que no sé oponer resistencia.
Una curiosidad que he hecho hoy: pasar por un supermercado a comprar media docena de litros de wiskey y otros tantos de ginebra. ¿Alcoholismo? No. Fiesta. Pronto. Informaré.
Y la verdad, lo dejo ya, porque no sé qué diablos hago aquí en lugar de irme a la cama de una vez.
Posdata: Si tenéis ocasión, no dejéis de viajar con el Botchan que acaba de publicar Impedimenta.
La imagen de hoy: una señora que no tuvo mi suerte, y no alcanzó la cama. Del blog Kirai.
10 de abril de 2008
9 de abril de 2008
38
Después de tres (casi cuatro) décadas
de ir con Care Santos siempre a cuestas
comienzo a estar cansada
o más bien, aburrida
de aguantar sus bromitas,
sus mentiras inocuas,
sus aliños de historias que conozco
como si fueran mías;
los sietes en el forro de su abrigo,
que no tienen arreglo;
el tedioso pasar de las jornadas
siempre a las mismas cosas;
las larguísimas horas de rutina
y trabajo, y encierro, y obsesión.
Por detestar, hay días que detesto
incluso al mensajero que viene apresurado
y nos pide una firma y nunca lleva boli
y nosotras, firmamos, mansas como ovejitas
y abrimos el paquete con urgencia infantil
para ver qué contiene (siempre contiene libros).
Ella se alegra mucho, yo maldigo
(detesto los libros en silencio).
Y nos pasa lo mismo con las flores,
las botellas de vino en Navidad,
y con los restaurantes: no soporto el wasabi,
ni el queso ni el agua con burbujas
pero he de fastidiarme: ella elige.
En fin. Tres (casi cuatro) décadas
son mucho, mucho tiempo
para estar en silencio maldiciendo.
No sé ni cómo he conseguido,
ser fiel a su deseo tantos años,
sin hacerme notar, sin rebelarme.
Mas se acabó.
Ya no habrá más silencio,
ni habrá más mansedumbre.
Aquí estoy. Que tiemble la pesada:
su voz interior, por fin, se manifiesta.
La imagen: Ella, la pesada. Por Gusi Bejer.
8 de abril de 2008
Hoy tocan premios
Lo dije hace unos días. Javier Alas le otorgó un premio a este pedazo de silencio que comparto con vosotros a diario, con el encargo de que yo otorgara 5 premios idénticos a otros 5 blogs que creyera dignos de tal merecimiento. Y hoy es el gran día.
De modo que, en mi calidad de jurado unipersonal, sin candidaturas ni votaciones populares, ergo sin margen de error posible, os presento a los 5 rutilantes ganadores del PREMIO ARTE Y PICO SEGUN YO:
-A La Nave de los locos, del crítico y profesor Fernando Valls, por su seriedad y rigor, que no están reñidos con una mirada apasionada y llena de sentido del humor sobre el mundo de la literatura.
-A La fraternidad de Babel, porque me permite tener un pedacito de César Mallorquí cada día en mi pantalla. Me encanta esa proximidad. Y también la valentía de las opiniones que expresa su autor en sus larguísimas entradas.
-A Milanesa con papas, de Gus Nielsen, por su sentido del humor y su sincera desfachatez. Además de porque Gus es un magnífico escritor y yo una fan de su obra que disfruta leyendo sus secretos.
-Al blog de noticias de Literaturas.com, porque me informa de TODO -así, con mayúscula- lo que ocurre en el mundo literario español.
-A Lector mal-herido, de autor desconocido (¿o no tanto?), por su inteligencia y su mala leche combinadas a partes iguales, por su provocación inteligente. Y también por el buen gusto con el que, en general, selecciona sus lecturas.
Hala, pues ya está hecho. Nos vemos por allí (y por aquí). Felicidades a los premiados (¿o debería dárselas a los lectores? ¿O a mí misma?).
De modo que, en mi calidad de jurado unipersonal, sin candidaturas ni votaciones populares, ergo sin margen de error posible, os presento a los 5 rutilantes ganadores del PREMIO ARTE Y PICO SEGUN YO:
-A La Nave de los locos, del crítico y profesor Fernando Valls, por su seriedad y rigor, que no están reñidos con una mirada apasionada y llena de sentido del humor sobre el mundo de la literatura.
-A La fraternidad de Babel, porque me permite tener un pedacito de César Mallorquí cada día en mi pantalla. Me encanta esa proximidad. Y también la valentía de las opiniones que expresa su autor en sus larguísimas entradas.
-A Milanesa con papas, de Gus Nielsen, por su sentido del humor y su sincera desfachatez. Además de porque Gus es un magnífico escritor y yo una fan de su obra que disfruta leyendo sus secretos.
-Al blog de noticias de Literaturas.com, porque me informa de TODO -así, con mayúscula- lo que ocurre en el mundo literario español.
-A Lector mal-herido, de autor desconocido (¿o no tanto?), por su inteligencia y su mala leche combinadas a partes iguales, por su provocación inteligente. Y también por el buen gusto con el que, en general, selecciona sus lecturas.
Hala, pues ya está hecho. Nos vemos por allí (y por aquí). Felicidades a los premiados (¿o debería dárselas a los lectores? ¿O a mí misma?).
7 de abril de 2008
Vida: algunas palabras
-Agata Christie: La vida es una calle de sentido único.
-Albert Einstein: Lo peligroso de la vida no son la gente que hace cosas, sino la que se sienta a mirar lo que hacen otros.
-Oscar Wilde: Podemos pasar años sin vivir en absoluto. Y un solo instante puede concentrar toda nuestra vida. / Lo menos frecuente es vivir. La mayoría de la gente sólo existe.
-Jorge Santayana: La vida no está hecha para comprenderla, sino para vivirla.
-Friedrich Niestzche: El que tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.
-Carl Sagan: A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa.
La imagen de hoy: el Atlántico desde Cádiz, hace un mes.
-Albert Einstein: Lo peligroso de la vida no son la gente que hace cosas, sino la que se sienta a mirar lo que hacen otros.
-Oscar Wilde: Podemos pasar años sin vivir en absoluto. Y un solo instante puede concentrar toda nuestra vida. / Lo menos frecuente es vivir. La mayoría de la gente sólo existe.
-Jorge Santayana: La vida no está hecha para comprenderla, sino para vivirla.
-Friedrich Niestzche: El que tiene un porqué para vivir puede enfrentarse a todos los cómos.
-Carl Sagan: A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa.
La imagen de hoy: el Atlántico desde Cádiz, hace un mes.
6 de abril de 2008
El mundo sin nosotros (poema dominguero)
Si todos los humanos perecíéramos hoy,
en este mismo instante,
las cloacas tardarían un día en desbordarse.
Se llenarían de agua todos esos canales
que trepanan el suelo que pisamos.
En apenas dos días estarían a oscuras
las ciudades más grandes del planeta.
(Sería el primer signo, feroz, de nuestra ausencia:
respiraría el mundo, sumido en la tiniebla
que nos halló al nacer.)
En unos días
perderían el miedo los mil depredadores
que aprendieron a golpes a temernos.
Nuestras casas serían alimento de ratas,
cobijo de rapaces, festín para los cánidos,
madriguera de lobos y vivero de insectos.
(Aunque las cucarachas, pobrecitas,
estarían de duelo sin nosotros
al menos unos días. Luego, se apañarían).
Una sola colonia de termitas
podría devorar mi biblioteca entera
en unas pocas horas. Y esta catástrofe
sería solamente un anticipo.
Seguirían los líquenes, los musgos,
las humedades desgarrando piedras,
los óxidos royendo la entraña del acero.
Por no hablar del feroz mejillón.
(¿no me diréis que no oísteis hablar
de ese molusco cruel que todo lo devora,
el apoteósico mejillón cebra?.
Pues sí, el fin del mundo llevaría su rúbrica).
Las yedras borrarían los contornos
de acero y hormigón que construimos.
Y mientras los colosos se venían abajo,
sin testigos ni alarma,
hallarían su cauce los arroyos,
poblarían el cielo colonias voladoras,
treparían las plantas sobre nuestra cochambre.
Y los árboles nuevos
darían nueva sombra en un mundo sin gente
donde ningún ruido sería de palabras
ni de bombas, o cláxones, o aplausos.
Donde ni nuestras obras podrían recordarnos.
El mundo volvería (en unos pocos años)
a ser lo que fue siempre. Un vergel de salvajes,
el mejor de los sitios para una raza única.
Un hermoso jardín
listo para ser pisoteado.
Y nosotros, que fuimos un azar
por quien nadie pregunta,
sólo poseeríamos olvido
la estúpida memoria del que nunca existió.
Las imágenes son del artita Carl Wagner.
en este mismo instante,
las cloacas tardarían un día en desbordarse.
Se llenarían de agua todos esos canales
que trepanan el suelo que pisamos.
En apenas dos días estarían a oscuras
las ciudades más grandes del planeta.
(Sería el primer signo, feroz, de nuestra ausencia:
respiraría el mundo, sumido en la tiniebla
que nos halló al nacer.)
En unos días
perderían el miedo los mil depredadores
que aprendieron a golpes a temernos.
Nuestras casas serían alimento de ratas,
cobijo de rapaces, festín para los cánidos,
madriguera de lobos y vivero de insectos.
(Aunque las cucarachas, pobrecitas,
estarían de duelo sin nosotros
al menos unos días. Luego, se apañarían).
Una sola colonia de termitas
podría devorar mi biblioteca entera
en unas pocas horas. Y esta catástrofe
sería solamente un anticipo.
Seguirían los líquenes, los musgos,
las humedades desgarrando piedras,
los óxidos royendo la entraña del acero.
Por no hablar del feroz mejillón.
(¿no me diréis que no oísteis hablar
de ese molusco cruel que todo lo devora,
el apoteósico mejillón cebra?.
Pues sí, el fin del mundo llevaría su rúbrica).
Las yedras borrarían los contornos
de acero y hormigón que construimos.
Y mientras los colosos se venían abajo,
sin testigos ni alarma,
hallarían su cauce los arroyos,
poblarían el cielo colonias voladoras,
treparían las plantas sobre nuestra cochambre.
Y los árboles nuevos
darían nueva sombra en un mundo sin gente
donde ningún ruido sería de palabras
ni de bombas, o cláxones, o aplausos.
Donde ni nuestras obras podrían recordarnos.
El mundo volvería (en unos pocos años)
a ser lo que fue siempre. Un vergel de salvajes,
el mejor de los sitios para una raza única.
Un hermoso jardín
listo para ser pisoteado.
Y nosotros, que fuimos un azar
por quien nadie pregunta,
sólo poseeríamos olvido
la estúpida memoria del que nunca existió.
Las imágenes son del artita Carl Wagner.
4 de abril de 2008
Carl Gustav Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos
—El inconsciente sabe más que la consciencia.
—El hombre occidental parece ser predominantemente extravertido, el oriental predominantemente introvertido.* El primero proyecta el sentido y lo sospecha en los objetos; el último lo siente en sí mismo. Pero el sentido está tanto en el exterior como en el interior.
(* Extraversión: Actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés en un objeto externo. Introversión: Actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés por los procesos internos del alma.)
—Cuando muera -así me lo imagino- mis hechos me seguirán. Aportaré lo que haya hecho.
—Yo intento ver la vida que me ha introducido en el mundo a través de la vida y que me lleva más allá del mundo.
En Seix Barral, Barcelona, 1999.
La imagen de hoy, del fotolog A Pinhole Diary of Eating Out
—El hombre occidental parece ser predominantemente extravertido, el oriental predominantemente introvertido.* El primero proyecta el sentido y lo sospecha en los objetos; el último lo siente en sí mismo. Pero el sentido está tanto en el exterior como en el interior.
(* Extraversión: Actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés en un objeto externo. Introversión: Actitud típica que se caracteriza por la concentración del interés por los procesos internos del alma.)
—Cuando muera -así me lo imagino- mis hechos me seguirán. Aportaré lo que haya hecho.
—Yo intento ver la vida que me ha introducido en el mundo a través de la vida y que me lleva más allá del mundo.
En Seix Barral, Barcelona, 1999.
La imagen de hoy, del fotolog A Pinhole Diary of Eating Out
3 de abril de 2008
carta tipo, charles bukowski
estimado señor:
gracias por su manuscrito
pero por la presente le informo
de que no tengo influencia especial
con ningún editor o director de una editorial
y si la tuviera
no soñaría siquiera con decires
quién o qué
publicar.
yo nunca he enviado ninguna
de mis obras a nadie que no fuera
editor o director editorial.
a pesar de que
mi obra
fue rechazada durante décadas,
ni se me pasaría por la cabeza
enviar mi trabajo
a otro escritor
con la esperanza de que ese otro
escritor me ayudara
a publicar.
y aunque he
leído parte de lo que
me envió
le devuelvo su trabajo sin
otro comentario
que la pregunta
¿cómo consiguió mi
dirección?
¿y el descaro
para enviarme
una bazofia
tan evidente?
su cree que soy desagradable
me parece muy bien.
y gracias por decirme
que soy un
gran escritor
ahora tendrá
la oportunidad de replantearse
esa opinión
y escoger otra
víctima.
De ¡Adelante!, Visor, Madrid, 2006
2 de abril de 2008
Cosas que hacer en Bologna
-Dar vueltas y vueltas hasta marearse por la International Children's Book Fair, o la Fiera Internazionale de Livri per Ragazzi o la Fiera Internacional del Libro para Niños.
-(Consecuencia directa de lo anterior) Preguntarse cien veces por minuto por qué diablos escribo, con la cantidad de gente que lo hace.
-Pensar que no debería haber venido (demasiada gente, demasiada prisa, demasiados libros, demasiados negocios...)
-Alegrarse de estar aquí.
-Hablar con gente a quien te apetece conocer.
-Comer / cenar con gente con quien te apetece cenar.
-Asistir a la subasta de un libro que será la bomba de la temporada que viene (o eso desean sus hipotéticos futuros editores) y ver la cara que se les pone cuando gana la subasta otro.
-Encontrar colegas por los pasillos, y poner cara de ¿y tú qué haces aquí? cuando todo el mundo sabe qué hace el otro aquí (lo mismo que tú, por cierto).
-Conseguir dominar esta terrible claustrofobia libresca (la librostrofobia, neologizo) y dar un paseo en paz, para ver libros y disfrutarlos. Sólo entonces...
-Descubrir algunos autores a quien me gustaría poder leer en castellano. Bernard Beckett (podré leer "Génesis", su última novela, pero a mí me apetecería más que alguien tradujera "Malcom and Juliet" o "Jolt"); Greg Pyers, Erlend Loe, Ellen Hopkins y el estupendo Patrick McDonell, un autor de libros para niños que me ha enamorado con un álbum precioso llamado "The Gift of Nothing" (El regalo de nada).
Y también con otros a quien ya puedo disfrutar en castellano: Oliver Jeffers, por ejemplo (a los que tenéis niños o todavía lo sois: no os perdáis "De vuelta a casa", un precioso cuento publicado por Fondo de Cultura Económica).
-Disfrutar con las ilustraciones de la exposición de ilustradores, envidiando poder utilizar un lenguaje tan universal como el suyo.
-Visitar al Neptuno que preside la fuente junto a la Piazza Maggiore.
-Comerse un helado en la Gelateria Il Gelatauro (calabaza y canela, chocolate a la naranja...mmm) en compañía de Alicia.
-Hablar italiano como si supieras.
-Entrar en una librería del centro de la ciudad como si no hubieras tenido suficiente.
-Comprar pasta fresca y mortadela para llevar en Tamburini, una tienda histórica. En la bolsa dice: "antica salsamenteria bolognese". ¡Qué bien me van a recibir en casa!
La imagen de hoy: de Pablo Zweig uno de los ilustradores descubiertos en la muestra, dedicada a Argentina como país invitado.
-(Consecuencia directa de lo anterior) Preguntarse cien veces por minuto por qué diablos escribo, con la cantidad de gente que lo hace.
-Pensar que no debería haber venido (demasiada gente, demasiada prisa, demasiados libros, demasiados negocios...)
-Alegrarse de estar aquí.
-Hablar con gente a quien te apetece conocer.
-Comer / cenar con gente con quien te apetece cenar.
-Asistir a la subasta de un libro que será la bomba de la temporada que viene (o eso desean sus hipotéticos futuros editores) y ver la cara que se les pone cuando gana la subasta otro.
-Encontrar colegas por los pasillos, y poner cara de ¿y tú qué haces aquí? cuando todo el mundo sabe qué hace el otro aquí (lo mismo que tú, por cierto).
-Conseguir dominar esta terrible claustrofobia libresca (la librostrofobia, neologizo) y dar un paseo en paz, para ver libros y disfrutarlos. Sólo entonces...
-Descubrir algunos autores a quien me gustaría poder leer en castellano. Bernard Beckett (podré leer "Génesis", su última novela, pero a mí me apetecería más que alguien tradujera "Malcom and Juliet" o "Jolt"); Greg Pyers, Erlend Loe, Ellen Hopkins y el estupendo Patrick McDonell, un autor de libros para niños que me ha enamorado con un álbum precioso llamado "The Gift of Nothing" (El regalo de nada).
Y también con otros a quien ya puedo disfrutar en castellano: Oliver Jeffers, por ejemplo (a los que tenéis niños o todavía lo sois: no os perdáis "De vuelta a casa", un precioso cuento publicado por Fondo de Cultura Económica).
-Disfrutar con las ilustraciones de la exposición de ilustradores, envidiando poder utilizar un lenguaje tan universal como el suyo.
-Visitar al Neptuno que preside la fuente junto a la Piazza Maggiore.
-Comerse un helado en la Gelateria Il Gelatauro (calabaza y canela, chocolate a la naranja...mmm) en compañía de Alicia.
-Hablar italiano como si supieras.
-Entrar en una librería del centro de la ciudad como si no hubieras tenido suficiente.
-Comprar pasta fresca y mortadela para llevar en Tamburini, una tienda histórica. En la bolsa dice: "antica salsamenteria bolognese". ¡Qué bien me van a recibir en casa!
La imagen de hoy: de Pablo Zweig uno de los ilustradores descubiertos en la muestra, dedicada a Argentina como país invitado.
1 de abril de 2008
No soy la única que ve casas encantadas por todas partes
Si hace días que no os pasáis por el blog de Adrián y Elia, os recomiendo que veáis las novedades de la exposición haciendo click AQUI.
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