El primer día completo de primavera me encontró en Madrid. Lo celebré rebuscando en los puestos de libros de la Cuesta de Moyano, en busca de tesoros. La primera novela americana de Nabokov, por ejemplo, en una edición de Plaza & Janés que este mes de marzo ha cumplido exactamente 30 años, por ejemplo. O un libro de José Donoso prologado por Pedro Sorela en cuya primera página el prologuista escribió: Para Virtudes, sin cuyo aliento este prólogo nunca hubiera sido posible. Vaya, entre las virtudes de la susodicha no estaba el conservar los libros dedicados con afecto, pienso. Moraleja: cuidadín con a quien dedicas los libros, no vaya a ser que acaben en la Cuesta de Moyano, exponiendo tus cariños más sinceros y confesos al sol primaveral.
Antes de coger mi avión vespertino, me di un par de lujos más. Un paseíto por el barrio de Chamberí, durante el cual hice un descubrimiento portentoso, que quiero compartir con vosotros: la librería La Modesta, un establecimiento reducido en el que se amontonan libros para lectores de 0 a 99 años, tan bien seleccionados que nada más entrar tienes la sensación de que nada le falta o que podría quedarme a vivir allí una buena temporada. Os lo recomiendo. Y quiero felicitar a Rocío, su propietaria -a quien ayer no conocí- por su excelente gusto. Presumo que me va a contar entre sus clientas virtuales y, con menos frecuencia (lástima), presenciales.
El segundo descubrimiento fue en compañía. Il Gusto, Un restaurante italiano de la calle Espronceda. Carpaccio y risotto de setas para dos. El menú estaba delicioso, pero fue eclipsado por mi acompañante: un señor grande de ojos azules y conversación interminable, conocido y querido por algunos de los visitantes de este blog. En fin... qué buenos modos para un equinoccio.
Antes de coger mi avión vespertino, me di un par de lujos más. Un paseíto por el barrio de Chamberí, durante el cual hice un descubrimiento portentoso, que quiero compartir con vosotros: la librería La Modesta, un establecimiento reducido en el que se amontonan libros para lectores de 0 a 99 años, tan bien seleccionados que nada más entrar tienes la sensación de que nada le falta o que podría quedarme a vivir allí una buena temporada. Os lo recomiendo. Y quiero felicitar a Rocío, su propietaria -a quien ayer no conocí- por su excelente gusto. Presumo que me va a contar entre sus clientas virtuales y, con menos frecuencia (lástima), presenciales.
El segundo descubrimiento fue en compañía. Il Gusto, Un restaurante italiano de la calle Espronceda. Carpaccio y risotto de setas para dos. El menú estaba delicioso, pero fue eclipsado por mi acompañante: un señor grande de ojos azules y conversación interminable, conocido y querido por algunos de los visitantes de este blog. En fin... qué buenos modos para un equinoccio.
7 comentarios:
Lo peor que le puede ocurrir a un prologuista es que le regale un libro dedicado con todo cariño a alguien que acabe malvendiéndolo en la Cuesta de Moyanos y que tal vicisitud quede reflejada en un blog frecuentado por uno de sus ex–alumnos... : )
Coincido en el encanto de la Cuesta de Moyano en primavera y en el de la librería La Modesta. Y ver junto a estas dos referencias el nombre de Pedro Sorela, (también recordado con cariño), me anima en este maravilloso día de sol. Seguro que escribió con ilusión esa dedicatoria que al final ha acabado en tus manos (por eso me gustan los libros antiguos porque van de mano a mano, de vida en vida). ¿Alguien sabe si tiene algún blog o página web Pedro Sorela?
¿Así que un señor alto, de conversación interminable, y conocido y querido por visitantes del blog?
¡Con la iglesia hemos topado! ¡Este Fray César...!
Si la cordialidad tuviera nombre, se llamaría Care.
Sí, Llamero; ya ves a Care: muy atea ella, pero confraternizando con el clero.
Cristian: genial esa dedicatoria, ¡me encanta! Es la dedicatoria de un escéptico.
El destino de los libros es curioso. Nunca se sabe donde acabarán. Hace años encontré en casa de mi abuela un libro de historia de 1636, encuadernado en vitela, etc... En la guarda había un folio en el que se había escrito (aún era legible, pese a la humedad, la parte inferior) un pagaré de un fulano a otro por una cantidad de dinero. Firmado por un señor con fecha de 1647, años más tarde de la impresión del libro. Supongo que mi abuelo se haría con él durante la guerra, porque se dedicó al estraperlo (que luego me enteré por el abuelo de una amiga mía, que el mundo es un pañuelo). Muchas veces me he preguntado cuáles habrán sido las vicisitudes de ese libro. Ni siquiera mi padre sabía de su existencia. ¿Por qué manos habrá pasado?. En fin, el destino señores. Lo guardo en casa y espero que de algún modo me sobreviva y siga su camino.
A mí la idea del destino de los libros también me parece fascinante...
Yo cuando encuentro uno dedicado con cariño que se vende de segunda (tercera o cuarta mano...) no pienso que haya sido vendido. Pienso en el propietario original e imagino que murió, y luego sus herederos vendieron su piso con "todo lo que hay dentro", y el libro acabó llegando a tus manos, después de pasar por traperos y "libreros", para que te preguntes quién escribió ese cariñoso prólogo y qué complicados caminos siguió para llegarte precisamente a ti.
Se me ocurre que es buen comienzo para un bonito libro...
Hablaremos uno de estos días del destino de ciertos libros...
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