Serguei Dovlátov emigró a Estados Unidos en 1978, a los 37 años, donde murió a los 49. Antes de salir de Rusia había pertenecido al ejército, y había sido guardia de alta seguridad de los campos de Stalin. En su novela Zona, autobiográfica como todas las suyas y nunca publicada en España, contó esa experiencia, que viene a ser un reverso literario de Soljenitzin, no por ello menos terrible. En nuestro país, se le ha traducido poco y mal. La extranjera, completamente inencontrable, salió hace unos pocos años en Galaxia Gutembreg / Círculo de lectores. Metáfora, una editorial ya desaparecida, publicó La maleta, su mejor libro, en 2002. En 2000, Áltera publicó Los nuestros. Hace apenas unos meses, una pequeña y desconocida editorial de Vitoria, Ediciones Ikusager, ha editado El compromiso. Muy poco, sin duda, para un autor de su categoría literaria, y aparecido en editoriales tan alternativas que ha convertido a los pocos lectores fieles que tiene en España en expertos rastreadores de sus libros.
Por si alguien quiere leerle: pistas para rastreadores de Dovlátov: entrad en Iberlibro y teclead en el motor de búsqueda su apellido, sin la tilde ingrata. Aparecerán varios ejemplares de La maleta. Aún es posible hacerse con uno, y os aseguro que es un consejo de amiga.
Por si alguien quiere leerle: pistas para rastreadores de Dovlátov: entrad en Iberlibro y teclead en el motor de búsqueda su apellido, sin la tilde ingrata. Aparecerán varios ejemplares de La maleta. Aún es posible hacerse con uno, y os aseguro que es un consejo de amiga.
Y, para terminar, tres breves catas de ese libro, precisamente:
Se puede dividir a la gente en dos categorías. Los que preguntan. Los que responden.
En cada ciudad hay una estatua de Lenin. En cualquier centro regional. En ese sentido, la demanda es inagotable. Un escultor experimentado puede esculpir a Lenin a ciegas. O sea, con los ojos cerrados.
Una mujer puede hacer tres cosas por un escritor ruso. Puede mantenerlo. Puede creer sinceramente en su genialidad. Y, finalmente, puede dejarlo en paz. A propósito, lo tercero no excluye lo primero ni lo segundo.
Se puede dividir a la gente en dos categorías. Los que preguntan. Los que responden.
En cada ciudad hay una estatua de Lenin. En cualquier centro regional. En ese sentido, la demanda es inagotable. Un escultor experimentado puede esculpir a Lenin a ciegas. O sea, con los ojos cerrados.
Una mujer puede hacer tres cosas por un escritor ruso. Puede mantenerlo. Puede creer sinceramente en su genialidad. Y, finalmente, puede dejarlo en paz. A propósito, lo tercero no excluye lo primero ni lo segundo.
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