Me tengo por el tipo de gente que conserva un ápice de buen gusto. Hay muchas cosas en la vida que son muestras de buen gusto, a veces las más nimias. Las flores de plástico son inferiores a las naturales digan lo que digan los fabricantes de flores de plástico. Y yo, como José Hierro dice en un poema precioso dedicado a sus hijos: Os enseñé también a odiar / a la crueldad / a la avaricia, / a lo que es falso y feo, a las flores de plástico.
Añado otra idea: Hay que alimentarse. Todos los necesitamos. Pero también podría una alimentarse sólo de hamburguesas, o sólo de bollos, o sólo de café con leche. Comer todos lo necesitamos y todos lo hacemos. El sibaritismo, en cambio, el rincón del gourmet, no está al alcance de cualquiera. Como casi todo, es una cuestión de educación. Le gente que no la tiene, por cierto, suele pensar que puñetera falta le hace.
La ficción también es una necesidad. Necesitamos ficción, de algún modo nos alimentamos de ella. Adrián, mi hijo de 4 años, ya reclama sus dosis diarias de ficción. También yo. Todos nosotros. Esa sed de ficción puede saciarse viendo culebrones o leyendo a James Joyce. En mi modesta aunque razonada opinión, La sombra del viento es una flor de plástico o una hamburguesa de tres pisos del peor restaurante de comida rápida. Alimenta, pero no aporta nada, no nutre. No sólo porque está mal escrita, plagada de catalanismos que llegan a hacer incomprensibles algunas frases, cursi, redundante y repetitiva con respecto a las novelas anteriores de su autor (sensiblemente mejores). Me enoja que sea ésta la novela más conocida en todo el mundo de lo que se está escribiendo en España actualmente, como si no hubiera cosas mejores que esta especie de mirada descuidada hacia el folletín de toda la vida.
Yo, amigos, amigas, que conservo algo de ese romanticismo encantador tan trasnochado, sigo creyendo que la literatura es otra cosa. No sólo una buena historia, también un buen modo de contarla. Lo cual implica un cierto vuelo literario, un cierto estilo —no hace falta ser el Valle-Inclán de Tirano Banderas para contentarme, nadie me malinterprete—y, por supuesto, en el tratamiento de los personajes. No me vale que el autor lo resuelva todo con lugares comunes, aunque es sabido que los lugares comunes ayudan a vender novelas y encandilan a los lectores menos exigentes que, por cierto, son casi todos.
Yo le pido a una novela, precisamente, eso: que me emocione, que me entusiasme, que me sorprenda y que me deleite con el uso del lenguaje o con el estilo. Si esto último no puede ser porque el autor no es de los que van sobrados, me conformo con un redactado correcto, como por ejemplo ocurre con este ya éxito de ventas —al que me referí en días anteriores, con un cierto misterio—, La catedral del mar. Es decir, que después de leer mucho y enojarme más, ya he llegado a conformarme con un estilo correcto, siempre y cuando la historia merezca mi tiempo. Aunque si no hay nada —ni estilo, ni lenguaje, ni historia, ni emoción, ni sorpresa— termino preguntándome qué coño hago perdiendo mis preciosas horas en leer esa basura.
He aquí, entonces, cuando tropezamos con la eterna cuestión de la subjetividad: en literatura, por fortuna, dos y dos no son cuatro, dirán algunos. Tendrán razón, añado yo. Sin embargo, hay ciertas cosas en que las sumas sí funcionan: el estilo es una de ellas. Los escritores saben escribir o no saben, y no es algo que pueda disimularse (aunque se intente con eso que llaman "editing"). Y, del mismo modo, saben construir una historia o no son capaces de hacerlo, y no hay nada que hacer si aún no han aprendido (bueno sí: cabe esperar a que aprendan algún día mientras les despreciamos leyendo a otros).
La sombra del viento es un buen ejemplo de lo que acabo de decir: es una historia mal construida, mal contada y cargada de personajes manidos que ya hemos visto mil veces. Hay muchos casos como el suyo en Editorial Planeta (y en otras, por supuesto). El último: La dama y el león novela-rollo con tintes pseudofeministas muy parecida en ambientación e intenciones a la última de Rosa Montero pero mucho peor escrita. Y eso que la de Rosa Montero tampoco era nada del otro mundo. Supongo que será casualidad que la autora de La dama y el león sea la señora esposa de un editor de Planeta y que ella misma ande también infiltrada en el mundo de la edidión. En fin. Seguro que será también de los más vendidos, aunque me cuentan que no tanto como habían previsto en un principio. Al parecer, la dama y el felino han tropezado con los cimientos de una catedral muy bien cimentada, que arrasa en las listas de ventas.
No hay que tirarse de los pelos, amigos: la historia de la literatura está llena de malísimos autores que vendieron miles de ejemplares mientras los verdaderos escritores no tenían ningún éxito. No sé de qué me extraño, pues: en realidad, sé desde el principio de qué diablos estoy hablando. Además, ni siquiera me enojo de que gente de bien lea a Ruiz Zafón. En este país hay, por fortuna, libertad de culto. Y nadie se engañe: yo no me considero una escritora verdadera o maltratada. Yo aspiro a ser Ruiz Zafón, en realidad. Y ni siquiera me falta quien me ve a mí como yo le veo a él, y se encarga de decirlo, en público o en privado.
Añado otra idea: Hay que alimentarse. Todos los necesitamos. Pero también podría una alimentarse sólo de hamburguesas, o sólo de bollos, o sólo de café con leche. Comer todos lo necesitamos y todos lo hacemos. El sibaritismo, en cambio, el rincón del gourmet, no está al alcance de cualquiera. Como casi todo, es una cuestión de educación. Le gente que no la tiene, por cierto, suele pensar que puñetera falta le hace.
La ficción también es una necesidad. Necesitamos ficción, de algún modo nos alimentamos de ella. Adrián, mi hijo de 4 años, ya reclama sus dosis diarias de ficción. También yo. Todos nosotros. Esa sed de ficción puede saciarse viendo culebrones o leyendo a James Joyce. En mi modesta aunque razonada opinión, La sombra del viento es una flor de plástico o una hamburguesa de tres pisos del peor restaurante de comida rápida. Alimenta, pero no aporta nada, no nutre. No sólo porque está mal escrita, plagada de catalanismos que llegan a hacer incomprensibles algunas frases, cursi, redundante y repetitiva con respecto a las novelas anteriores de su autor (sensiblemente mejores). Me enoja que sea ésta la novela más conocida en todo el mundo de lo que se está escribiendo en España actualmente, como si no hubiera cosas mejores que esta especie de mirada descuidada hacia el folletín de toda la vida.
Yo, amigos, amigas, que conservo algo de ese romanticismo encantador tan trasnochado, sigo creyendo que la literatura es otra cosa. No sólo una buena historia, también un buen modo de contarla. Lo cual implica un cierto vuelo literario, un cierto estilo —no hace falta ser el Valle-Inclán de Tirano Banderas para contentarme, nadie me malinterprete—y, por supuesto, en el tratamiento de los personajes. No me vale que el autor lo resuelva todo con lugares comunes, aunque es sabido que los lugares comunes ayudan a vender novelas y encandilan a los lectores menos exigentes que, por cierto, son casi todos.
Yo le pido a una novela, precisamente, eso: que me emocione, que me entusiasme, que me sorprenda y que me deleite con el uso del lenguaje o con el estilo. Si esto último no puede ser porque el autor no es de los que van sobrados, me conformo con un redactado correcto, como por ejemplo ocurre con este ya éxito de ventas —al que me referí en días anteriores, con un cierto misterio—, La catedral del mar. Es decir, que después de leer mucho y enojarme más, ya he llegado a conformarme con un estilo correcto, siempre y cuando la historia merezca mi tiempo. Aunque si no hay nada —ni estilo, ni lenguaje, ni historia, ni emoción, ni sorpresa— termino preguntándome qué coño hago perdiendo mis preciosas horas en leer esa basura.
He aquí, entonces, cuando tropezamos con la eterna cuestión de la subjetividad: en literatura, por fortuna, dos y dos no son cuatro, dirán algunos. Tendrán razón, añado yo. Sin embargo, hay ciertas cosas en que las sumas sí funcionan: el estilo es una de ellas. Los escritores saben escribir o no saben, y no es algo que pueda disimularse (aunque se intente con eso que llaman "editing"). Y, del mismo modo, saben construir una historia o no son capaces de hacerlo, y no hay nada que hacer si aún no han aprendido (bueno sí: cabe esperar a que aprendan algún día mientras les despreciamos leyendo a otros).
La sombra del viento es un buen ejemplo de lo que acabo de decir: es una historia mal construida, mal contada y cargada de personajes manidos que ya hemos visto mil veces. Hay muchos casos como el suyo en Editorial Planeta (y en otras, por supuesto). El último: La dama y el león novela-rollo con tintes pseudofeministas muy parecida en ambientación e intenciones a la última de Rosa Montero pero mucho peor escrita. Y eso que la de Rosa Montero tampoco era nada del otro mundo. Supongo que será casualidad que la autora de La dama y el león sea la señora esposa de un editor de Planeta y que ella misma ande también infiltrada en el mundo de la edidión. En fin. Seguro que será también de los más vendidos, aunque me cuentan que no tanto como habían previsto en un principio. Al parecer, la dama y el felino han tropezado con los cimientos de una catedral muy bien cimentada, que arrasa en las listas de ventas.
No hay que tirarse de los pelos, amigos: la historia de la literatura está llena de malísimos autores que vendieron miles de ejemplares mientras los verdaderos escritores no tenían ningún éxito. No sé de qué me extraño, pues: en realidad, sé desde el principio de qué diablos estoy hablando. Además, ni siquiera me enojo de que gente de bien lea a Ruiz Zafón. En este país hay, por fortuna, libertad de culto. Y nadie se engañe: yo no me considero una escritora verdadera o maltratada. Yo aspiro a ser Ruiz Zafón, en realidad. Y ni siquiera me falta quien me ve a mí como yo le veo a él, y se encarga de decirlo, en público o en privado.
He soltado esta perorata para saldar la deuda, contraída con los lectores de este blog, de hablar de La sombra del viento. Si queréis, otro día, hablamos de La catedral del mar.
9 comentarios:
No me gustó La sombra del viento, me resultó pesada y aburrida, pero me quedo con el título, que me suena bien, y con la idea del Cementerio de los libros olvidados, que me suena mucho mejor.
No puedo opinar. Insistieron en prestarme ese libro, pero no logré pasar de la primera veintena de páginas. Sencillamente me dejó frío, no me decía nada... Y no está ya uno para perder el tiempo, con la de cosas que hay por leer.
Care, no te andes con rodeos: el libro es una mierda.
Care, en primer lugar: ¡Gracias! Has saldado la deuda de forma magnánima.
Tras leer tu comentario me quedo con la sensación de que todavía me queda mucho para llegar a la categoría de "buen lector" (a la que tú, indiscutiblemente, perteneces). ¿Por qué? Porque a mí sí que me gustó. No es que lo considerara el libro del año, ni que pensara que se convertiría en un clásico... Pero debo admitir que me gustó.
Un saludo,
Javier A.
"El sibaritismo, en cambio, el rincón del gourmet, no está al alcance de cualquiera. Como casi todo, es una cuestión de educación."
Discrepo. Como casi todo, es una cuestión de dinero.
Ni mucho menos, Sfer. No entiendas sibaritismo por pijerío. El buen gusto no depende del dinero.
Como salvá, tampoco creo que sea cuestión de dinero. A veces es sólo cuestión de prioridades.
Y Care, eres una valiente, una mujer valiente, una escritora valiente, y valiosa...
Muy buena crítica, aunque no comparta la opinión ^^. Está claro que eres valiente para decir lo que piensas, y eso me gusta.
La verdad que a mí la sombra del viento me encantó. Me había leído las anteriores novelas de Zafón y me encantaban. Luego leí Marina, y como tengo cierto apego a las historias góticas, me gustó. Luego Leí la Somb..., y verdaderamente, no comparto en nada tu opinión. No me pareció aburrida en absoluto, y la historia es interesante. Sí que algunos personajes son ya conocidos: el poli malo,el tal fermín, anarquista y pícaro, el médico, etc... De hecho el autor ha querido rendir un homenaje también a la novela de folletín, la novela gótica, etc... La estructura me gustó, y no creo que esté mal contada (desde punto de vista de estructura y narrativa), aunque posiblemente se le pueda pillar catalanismos.
Vamos que me pareció superior a la media habitual, al margen del éxito económico que realmente a mí me importa poco, mejor para el autor.
¿No os ha pasado alguna vez no poder con una novela y luego, al cabo del tiempo, incluso años, disfrutarla y no entender porqué no podías con ella?.
En fin, que no comparto vuestra opinión.
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