La realidad -por si no lo sabéis, es ese territorio abstracto que vive fuera de los libros- dispone a veces extrañas coincidencias. Hace un par de días, mientras hablaba en un instituto de Fraga de El anillo de Irina, entró en clase una alumna rezagada: se llamaba Irina y era rusa, además de muy guapa. Se ponía colorada cada vez que yo nombraba a la Irina de la novela, porque pensaba que la estaba nombrando a ella. Y tenía razón: la estaba nombrando a ella. No podía parecerse más a mi personaje. Creo, de hecho, que era mi personaje, que no había podido resistir la tentación de presentarse a ver qué voy diciendo de ella por ahí.
Amanezco, ya a punto de irme a casa, en un hotel de Zaragoza llamado, pomposamente, Césaraugusta. Las habitaciones también tienen pretensiones de pompa. Me alojo en la número 100. No sé si para celebrar la redondez de la cifra, a mi cuarto alguien le ha puesto nombre. Lo luce en un rótulo dorado, en la puerta: Noches báquicas. Promete mucho el nombre pero la realidad, en mi caso, concede poco: una noche conmigo misma en la soledad de un hotel zaragozano no puede ser muy báquica ni que me proponga un exceso. Además, pienso, todas mis noches son báquicas desde hace algún tiempo. O dionisíacas, que para el caso es lo mismo.
La única experiencia medianamente báquica de la noche pasada fue cenar en La Miguería con un buen grupo de colegas de por estas tierras: Casrlos Castán, Óscar Sipán (qué agudo dueto), Amadeo Cobas, María Frisa... Terminada la cena, y el café, regreso al hotel, a la soledad de mis noches báquicas. Sobre el cabecero de la cama, Baco persigue a una ninfa en bajorrelieve (lo toco, para ver si es de cartón piedra, pero no: es de piedra, sin trampa y, desde luego, sin cartón). Me duermo custodiada por las columnas de yeso de mi habitación-con-pretensiones pensando que mañana vuelvo a casa, donde las noches siempre son dionisíacas.
Amanezco, ya a punto de irme a casa, en un hotel de Zaragoza llamado, pomposamente, Césaraugusta. Las habitaciones también tienen pretensiones de pompa. Me alojo en la número 100. No sé si para celebrar la redondez de la cifra, a mi cuarto alguien le ha puesto nombre. Lo luce en un rótulo dorado, en la puerta: Noches báquicas. Promete mucho el nombre pero la realidad, en mi caso, concede poco: una noche conmigo misma en la soledad de un hotel zaragozano no puede ser muy báquica ni que me proponga un exceso. Además, pienso, todas mis noches son báquicas desde hace algún tiempo. O dionisíacas, que para el caso es lo mismo.
La única experiencia medianamente báquica de la noche pasada fue cenar en La Miguería con un buen grupo de colegas de por estas tierras: Casrlos Castán, Óscar Sipán (qué agudo dueto), Amadeo Cobas, María Frisa... Terminada la cena, y el café, regreso al hotel, a la soledad de mis noches báquicas. Sobre el cabecero de la cama, Baco persigue a una ninfa en bajorrelieve (lo toco, para ver si es de cartón piedra, pero no: es de piedra, sin trampa y, desde luego, sin cartón). Me duermo custodiada por las columnas de yeso de mi habitación-con-pretensiones pensando que mañana vuelvo a casa, donde las noches siempre son dionisíacas.
Mmmm... Se me hace la boca agua sólo de pensarlo.
6 comentarios:
¿Hablaste con Irina? ¿Qué le parecía el libro?
Ese Baco siempre ha sido un advenedizo. Un aprendiz. Un borracho. Un mal imitador de mi mismidad. De Dioniso. Están locos estos romanos...
Extrañas coincidencias. En una calle ancha y fría de la única ciudad del mundo cuyo nombre se compone de cuatro sílabas tónicas (Zá-rá-gó-zaá) le di, hace tiempo, un beso alevoso y sorpresivo (que no inesperado) a una rusa blanca (bielorusa). Se llamaba Natasha, me hablaba de Chéjov en versión original, con aroma a nieve y hongos en las frases, lucía iris imposibles (porque ni Rubik hubiera sido capaz de cuadrar ese azul en dos círculos), y me motivó a aprender un poco de ruso y un mucho de mi propia insensatez.
Y tú dirás que qué te cuenta este pajarraco. Bueno, lo siento, he estado espiando a Antonio, he saltado hasta aquí y me he puesto cómodo. Si me paso, dilo, que me vuelvo a poner los zapatos.
Volveré, si me dejas.
Un petonàs al nas.
Miwok: Irina estaba incómoda con las constantes referencias, no me dijo nada. Qué lástima. Una de mis normas: no ser nunca impertinente.
Dioniso: Abajo Baco, viva tú.
Cristian: Cuídate ese constipao
pa estar el lunes curao!
Sergi: No sólo no te pasas, sino que ME ENCANTAN estas historias. En la vida de todos nosotros hay alguna Natasha (o un Natasho). Bien por ti.
Ese comentario de las noches baquicas, esta muy bien escrito, y es realmente cachondo jaja.
Pero me gustó mas escucharlo de ti, tiene algo positivo, asi no te olvidaras de zaragoza y te pasas otro dia, no se sabe si a pasar noches baquicas con Dioniso, Baco, o Sabina.
El caso es que sea abundante, en el sentido que sea.
PD: las migas en aragon (sobre todo zaragoza) son muy buenas en buena compañia.
Care, me hubiera encantado quedar contigo para que me firmases un libro y charlar un rato cuando estuviste en Zaragoza (soy mañica) si hubieras tenido algo de tiempo, claro.
Pero bueno, no me entere... ademas, estaba en Noruega de viaje, he vuelto hoy, a ver si me pongo al dia. Besos!
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